¿ACEPTO?
Una tarde de verano, dos niños corrían por el jardín de una casa. Tenían cinco años y no había nada que les preocupara ellos sólo pensaban en divertirse y si algo les provocaba duda era si había helado en la nevera.
— ¡oye! Espérame— gritó el niño agachándose a amarrar bien los cordones de sus zapatos.
— ¡apresúrate!— dijo la niña deteniendo su carrera— ¡cuidado!— gritó al ver como una pelota volaba y rompía la ventana en la que el niño se había detenido.
— ¡Neil! Ten cuidado— gritó Terry enojado.
— Yo no hice nada— dijo entre risas dando media vuelta. La niña se acercó a su compañero de travesuras.
— ¿estás bien?—
— Sí, pero me molesta que Neil haga eso, es la segunda vez que huye cuando hace algo malo— dijo Terry viendo los cristales rotos.
— Mejor nos alejamos de aquí, sino nos van a regañar— dijo Candy tomando la mano de Terry.
— Ustedes no van a ningún lado— se escuchó la fuerte voz de una mujer de unos 45 años, alta, robusta y con cara de demonio— ¿Quién rompió la ventana?
— Nosotros no hicimos nada— se defendieron.
— No digan mentiras, saben que no lo soporto, ¿Quién de ustedes dos fue?—
— Señorita Johnson no hicimos nada, el que rompió la ventana fue Neil— dijo Candy.
— ¿Neil? Y dónde está él, díganme— les gritó a los niños...
— Él… él…—
— ¡él qué!— le gritó a la niña.
— ¡no le hable así a Candy! ¡Ella dice la verdad! ¡Neil fue quien lanzó la pelota y rompió la ventana!— dijo Terry enojado.
— ¡Cállense ya y entren!— dijo la mujer enojada que los llevó hasta la sala y los encerró — ¡no saldrán hasta que me digan quien de los dos fue!— azotó la puerta y dejó a los niños asustados.
— ¿Por qué es tan mala tu niñera?— preguntó Candy.
— No lo sé, pero siempre es así conmigo.
— ¿por qué no les dices a tus papás?
— No me creerían, porque cada vez que ellos están cerca me trata bien, pero cuando salen…
— Que mala— dijo la niña cruzándose de brazos— pero ¿qué le vamos a decir? si no nos cree que nosotros no hicimos nada malo.
— No te preocupes ya se nos ocurrirá algo.
Veinte años habían pasado y los niños habían tomado rumbos diferentes, por muchos años dejaron de verse hasta que comenzaron a trabajar en las empresas White—Grandchester y en ese momento algo los volvería a unir.
— Buenos días, disculpen la demora— dijo Candy entrando a la sala de juntas. Era chica linda, rubia de ojos verdes y una cara que irradiaba felicidad y paz, pero si se molestaba por algo… pobre de la persona que estuviera a su lado, era hija del señor White, uno de los dueños de la compañía.
— Descuida Candy, llegas a tiempo— le dijo su padre— siéntate— aún esperamos a alguien— Candy se sentó al lado de su madre y se sintió extraña, sólo se encontraban cinco personas a parte de ella. Sus padres, los señores Grandchester y George el abogado de ambas familias.
— Buenos días— entró Terry Grandchester tan arrogante como siempre, alto, elegante, cabello castaño y ojos azules, su rostro era el de todo un galán de cine y no era sorpresa que más de una empleada de la compañía soñará con algún día ser la "señora de Grandchester"
— Buenos días— respondieron todos—
— Siéntate hijo, ahora ya podemos comenzar— dijo el señor Richard Grandchester.
Terry se dejó caer en la silla y miró a todos los presentes, ahí estaba ella Candy la altiva y entrometida Candy— George explícales a Candy y a Terry de qué se trata esta junta.
— Muy bien— George sacó de su portafolio unas carpetas, las abrió y sacó los papeles para dárselos a los jóvenes.
— ¿Qué es esto?— preguntó Terry.
— La última voluntad de sus abuelos— respondió el abogado.
— ¿Qué?— Candy tomó los papeles y comenzó a leer, su rostro fue cambiando y al notar esto Terry también comenzó a leer— ¡esto es una locura!
— Es una estupidez— dijo Terry molesto.
— Mide tus palabras— lo retó su padre.
— Papá, dime que esto es una broma— pidió la chica.
— Me temo que no—
— Pero como pudieron pedir semejante cosa, no estamos en el siglo XIX para hacer eso—
— Candy, si no lo hacen perderemos la empresa y pasará a manos de los Leagan.
— Eso nunca— dijeron los dos, intercambiaron miradas y sintieron que el mundo se les derrumbaba.
— Para nosotros también lo es, pero no hay opción— dijo el padre de Terry. Todos quedaron en silencio. Candy jugueteaba con el anillo que tenía puesto y Terry comenzó a golpear la mesa con los dedos.
— Será mejor que hablen entre ustedes— dijo la madre de Candy— los dejaremos solos. Todos salieron dejando a Terry y a Candy. Ninguno decía nada, sólo se limitaban a verse y después regresaban la mirada a los papeles.
— Hay que hacer algo— dijo ella— debe haber una manera de evitar llegar a tanto.
— ¿qué propones?—
— No lo sé, solo sé que ni tú ni yo queremos casarnos—
— Totalmente cierto— afirmó Terry. Los dos quedaron de nuevo en silencio, repasaron en sus pros y sus contras. Si aceptaban hacer lo que sus abuelos decían tendrían que abandonar sus vidas. Ninguno tenía una pareja sentimental, pero eso no quería decir que no tuvieran sueños, metas y propósitos. La familia Grandchester y la familia White tenían años siendo socios, los bisabuelos de los muchachos habían iniciado el negocio, éste había pasado de generación en generación y después de que sus abuelos se retiraran el poder pasó a sus padres y ahora recaía en ellos la responsabilidad de que la empresa siguiera en manos de los White—Grandchester.
— Debemos hacer algo para impedir que se casen y para impedir que no nos quiten la empresa— dijo uno de los padres afuera mientras esperaban.
— Lo siento, pero no hay nada que hacer— intervino George— si no se casan todo lo que tienen será de los Leagan, porque dudo que lleguen a un acuerdo con ellos, al menos no lo harán con sus hijos.
— Esto es una locura, no arriesgaremos la felicidad de nuestra hija por dinero— dijo la madre de Candy.
— Tienes razón, no podemos sacrificar la felicidad de nuestros hijos. Todos sabemos que no se soportan y casarlos sería mandarlos a la horca— habló la madre de Terry.
— Hay que detener esto— el padre de Candy y Terry abrieron la puerta de la sala de juntas y vieron a sus hijos aún sentados, callados sólo leyendo los papeles que tenían en frente. Ambos giraron hacia la puerta y al mismo tiempo dijeron
— Lo haremos…
