Desesperación.

Se encontraba en el mismo lugar desde hacía cuatro horas, mirando aquella esquina que se formaba por la unión de dos paredes. Era de noche, la única luz provenía de su varita; ya ni las estrellas brillaban en el gran suelo negruzco. Una lágrima traicionera salió de su ojo izquierdo y rodo por su mejilla para terminar estampada en su pantalón caqui. Sin embargo, sus ojos no se despegaban de la esquina, parecía increíble que apenas pestañara. La mano que tenia puesta encima del brazo de la mecedora se le había entumecido por la falta de movimiento, la cerró y abrió una y otra vez hasta que sintiera que el dolor desaparecía poco a poco. Su otra mano, la que sostenía la varita, se movió levemente iluminando su demacrado rostro unos segundos.

Giro su cabeza unos centímetros, desviando su vista por primera vez de aquél rincón, pudo jurar que escuchaba su cuello traquear. A su derecha se encontraba un gran ventanal que proporcionaba una hermosa vista de los techos de Exmouth y a lo lejos el mar.

Al estar tan cerca de la costa siempre habían recibido gran cantidad de turistas y muchos pescadores, es decir, nunca, desde que se había mudado a aquel lugar había tenido una noche completamente silenciosa… hasta ahora. Su casa no estaba tan cerca de la playa como para escuchar las olas romper, pero si cerraba los ojos y prestaba suma atención podría, tal vez, escuchar algo. O quizá fuera su mente que trataba de jugar con ella, haciéndole crear una paz inexistente. Le gustaba el lugar, le gustaba la calidez de su gente y como acogían a una completa extraña como si fuera de la familia. Y ahora no sabía cuántas de esas amables personas seguían viviendo.

Alcanzo con mano temblorosa el control del televisor para después encenderlo. Estaban dando el mismo programa infantil que habían estado pasando en las últimas dos semanas. El único canal que servía en ese momento, ya ni las noticias aparecían. No desde que había visto al nuevo chico, Stanley Brooks, estornudar frente a la cámara y disculparse. Todos habían enfermado, absolutamente todos. Y así como enfermaron, uno a uno fue cayendo.

Recordaba como una mañana mientras caminaba por la costa vio unos grandes camiones verdes, similares a los de basura, sacar cuerpos y tirarlos al mar. Una gran cantidad de cuerpos. No había visto tantos muertos desde la última batalla de Hogwarts, y tal vez estos le triplicarían en cantidad. Ese día corrió hasta su casa y lo primero que hizo fue llamar a sus padres que vivían en Oxfordshire para ver si se encontraban bien. Pero la noticia que recibió desbarato su vida a pedazos. Había respondido la chica a la que le habían rentado su habitación, diciéndole que ellos habían muerto hacía solo unos días de la temible gripe y que ella creía que iba por el mismo camino. Lloro amargamente aquella vez, sintiendo levemente que todo eso era su culpa. Justamente ese fue el último día que vio las noticias, en las que decían que el gobierno tenía todo "solucionado", cosa que claramente dudaba. Le hacían llamar "La gripe fantasma" por su habilidad de atacar sin ser vista. Lo raro era que ella se había sentido bien todos esos días, es más, no creía que pudiera estar mejor.

Escucho ruidos en la planta baja, al principio no les hizo caso, seguramente eran ratas o algún animal que había logrado adentrarse; pero todo cambio cuando logro escuchar voces humanas susurrar cosas. Bajo las escaleras con sigilo, tratando de no hacer mucho ruido para no espantar a los ladrones que habían entrado a su casa seguramente buscando alimentos. El primer piso se encontraba vacío, pero desde la escalera que daba a planta baja se podían escuchar claramente como las voces se incrementaban hacia donde ella estaba. Bajó los primeros tres escalones, dándole poca visión de la entrada, pero desde donde aquellas personas no podrían verla. Llego a notar una bota asomarse desde la puerta que daba al comedor, y fue en ese momento que decidió hacer algo. Con ambas manos agarro su varita, aunque supiera que no podía hacer mucho, y lentamente bajo los escalones hasta llegar a la mitad. La persona de la bota dio un paso más, así dejando ver la que faltaba.

¡Alto! ¿Quién anda ahí? ¡Déjese ver! — exclamo sin mucha fuerza, y ya terminando pudo sentir su voz titubear. Nada amenazante. Sin embargo la persona de las botas dio media vuelta y salió corriendo hacia el comedor, probablemente buscando la puerta de la cocina. Eso le dio valentía y casi saltando la parte que le faltaba cayó en el suelo y corrió detrás del intruso al que se le unía otro un poco más adelante, probablemente, ese había estado revisando la cocina mientras tanto. Más adelante los intrusos no tenían escapatoria al menos que saltaran las rejas.

Una de los dos se voltio, ella pudo ver sus ojos oscuros brillar en la oscuridad y acto seguido su varita volaba lejos de sus manos. Asombrada no pudo mover ni un musculo, dio unos cuantos pasos para atrás al notar que ahora estaba indefensa. El miedo comenzó a corroerla por dentro. Las personas se acercaron lentamente, como examinándola. La que estaba más cerca la agarro por el brazo y la llevo adentro, mientras que la otra persona se quedaba afuera. La sentaron en el sillón aun pálida sin creerse lo que estuviera pasando, aquella persona encendió la luz y se sentó en el suelo, lejos de ella. Pudo notar que por las facciones era una muchacha, no pasaba de los diecisiete años, tenía el cabello recogido con una gorra, dándole un aspecto un poco varonil. Se escucharon pasos en el pasillo y después entro la persona faltante, la cual también era una mujer. Esta le puso su varita en el regazo y después se alejó silenciosamente para sentarse junto a su acompañante. Eran iguales, en ese momento supo que eran las gemelas.

Pensaba que era un mito, todos en aquel pueblo lo pensaban. Tenía solo un año viviendo en Exmouth y había escuchado sobre ellas una vez, por parte de un pequeño chico que trataba de impresionarla. La historia desde un principio le intrigo, pero muchos habitantes le aseguraron que esos sólo eran cuentos que los padres solían contarle a los niños para que no se acercaran a la vieja casa de los señores Clawson. Se decía que odiaban a los niños, eran de edad avanzada y no habían tenido ni un solo hijo. Es más, los que habían tratado personalmente a los señores Clawson decían que solían verlos con desagrado y en su casa no pasaban de la sala. También había escuchado que aquel lugar estaba embrujado y que los pueblerinos podían escuchar pisadas en los pisos superiores.

Pero ahora las tenía cerca de ella, estaban frente a frente. No podía estar muy segura de que fueran realmente ellas, pero por Exmouth no había visto esas caras, podía jurarlo.

Abrió y cerró la boca tal cual pez fuera del agua, no sabía que decir ya que aún la sorpresa no se le quitaba. Sus acompañantes no parecían querer hablar, es más, se acurrucaban cada vez mas contra la pared, ocultándose en las sombras. Se levanto de la silla y recorrió a su alrededor hasta que sus piernas se cansaran, no muy segura de lo que debía hacer en ese momento. Esas chicas eran menores que ella, pero tal vez las únicas personas con vida dentro de muchos kilómetros a la redonda. Tenían que quedarse unidas, si, ese era el plan adecuado. Además ellas no tenían magia y… su mente hizo corto circuito, sintió como los cables imaginarios en su cabeza se fundían y una gran cantidad de humo salía de sus oídos; dejándola completamente en blanco e interrumpiendo su caminata. Las miradas curiosas de aquellas chiquillas se posicionaron en ella, tal vez preguntándose si algo mal estaba ocurriendo o si debían ayudarla. Sin embargo en su mente sólo una palabra se repetía una y otra vez: magia, para después dejar pasar a la escena en la que su varita salía volando por los aires dejándola completamente indefensa. Ellas, ellas tenían magia. Sus ojos se abrieron hasta más no poder, y su mandíbula cayo rápidamente. No había visto un mago desde hacía más de un año y ahora estas niñas, con las que tendría que convivir hasta encontrar más vida humana, eran brujas. Que Merlín maldijera su suerte.

— Ustedes… no, eso no puede ser — su voz sonaba histérica, mientras que sus manos iban directo a su cabello para jalárselo levemente. Una sonrisa extraña se formo en sus labios mientras repetía lo mismo unas veces más. Se sentó en el mismo sillón donde había estado unos minutos atrás y abrazo sus piernas, escondiendo su cabeza entre ellas. Una risita nerviosa escapo de sus labios y después todo fue silencio. Su cuerpo dejo de moverse por unos segundos, para después sacar su cabeza de entre las piernas y mirarlas detenidamente con una expresión igual a la que tiene un león antes de matar a su presa. Pudo sentir como una de las chicas se estremecía en su puesto.

— ¿E-estas bien? —resonó en la habitación la voz de la muchacha que se había estremecido. Sabía que a aquella chiquilla no le importaba como ella se sentía, seguramente estaba preocupada por su vida o algo así. Pero ella no mataría, no, ella no se convertiría en uno de ellos. Sería irónico, convertirse en lo que estabas huyendo como una cobarde. Una sonrisa de lado apareció en su rostro, aún con aquella mirada depredadora, y asintió lentamente.

— ¡Genial! — exclamo la otra con un tono de voz que claramente mostraba lo estresada que estaba de aquel asunto. Se acomodó en el suelo y se llevo su mano derecha para golpearse la cara como muestra de su frustración — ¡Ahora nos toca cuidar a la loca de Granger! ¿No es asombroso?

— ¿Co-cómo sabes mi nombre? —logro articular con sorpresa. La chica que le había preguntado cómo se encontraba miro mal a la otra y se acercó a ella para posarle una mano en el hombro. La castaña salto al sentir la fría mano de la chica sobre su piel, nadie la había tocado desde que todo eso comenzó. Sin proponérselo comenzó a sollozar, su cara se escondió entre sus piernas mientras saladas lágrimas caían de sus ojos. Toda esta situación la estaba matando lentamente, ni siquiera se creía capaz de soportarlo unos días más. La inteligente y precavida de Granger se había esfumado desde hacía semanas, ahora sólo quedaba el diminuto rastro de lo que la Gryffindor solía ser. Preguntarle a las muchachas como sabían su nombre había sido estúpido, obviamente iban a saber su nombre, todos lo hacían desde que la guerra había pasado. Por eso ningún lugar era seguro. A veces odiaba ser tan conocida. Los muggles la habían tratado con diferencia, ya que la mayoría ni siquiera sabía quién era ella.

— Mi nombre es Ileannie Clawson, y ella es Eileen —dijo la chica que tenía su mano en el hombro de ella, apretándolo levemente. Saco la cabeza entre sus piernas y se limpió las lágrimas. Estas niñas no eran peligrosas, era una terrible coincidencia que tuvieran magia, eso era todo. Sonrió y se levantó del sillón, para después caminar hasta la cocina y encender la luz. Tenían suerte que aun la electricidad funcionaba en esa parte de la ciudad, si no ya todos los alimentos estarían dañados.

Preparó un poco de chocolate caliente, ya que hacia un poco de frío, y lo sirvió en tres tazas que tenía aún limpias. Las chicas sólo miraban silenciosas, una de ellas se acercó a la puerta que daba al jardín y la cerró, de ella estaba entrando un viento frío. Hermione las llamó con la mirada y cada una se sentó en las sillas que estaban en el pequeño comedor. Lo único que sonaba eran las tazas al estrellarse, cada una sumida en sus propios pensamientos. Estaban en pleno octubre y el otoño se hacía notar más que nunca. Un pensamiento paso por su cabeza, sin embargo no quiso decir nada porque pensaba que incomodaría la pregunta, ya encontraría el momento apropiado. Saboreo el poco chocolate que le quedaba y golpeó el fondo de la taza contra la mesa, llamando la atención de las otras dos. Paseó su mirada por la cocina, tratando de encontrar una respuesta de lo que estaba pasando. Sentía que ella al ser la mayor tenía que de alguna forma u otra ayudarlas a salir de este asunto. Pronto la electricidad dejaría de funcionar y el agua potable ya no llegaría a las casas. Vivirían bajo la oscuridad y seguramente se morirían de frío cuando el invierno llegara. La magia había estado fallándole, se dio cuenta de esto cuando trato de aparecerse en casa de sus padres. Desde ese día todo hechizo que salía de su varita era débil, hasta los más simples.

— ¿Tienen algún plan? —termino por preguntar varios minutos después de darse por vencida. Las chicas se miraron cómplices y después asintieron al mismo tiempo. Sin embargo no abrieron la boca, sólo se quedaron mirándose entre sí y se susurraron una a otra. Hermione temió por unos segundos no tener lugar en los planes de aquellas chicas y que la dejaran sola y a su suerte. Le recorrió un escalofrío de sólo pensar como haría para sobrevivir, en la oscuridad, sin mucho que comer, completamente sola. Pero no dejaría mostrar su desesperación, conocía a estas chicas tan sólo desde hacía unos minutos y no iba a demostrarle una de sus debilidades como lo es estar sola. Una de las chicas tosió, asustándola, ya que había interrumpido completamente con el silencio que ya se había creado. Tal vez aquella chica estaba enferma y sólo había demorado un poco más que los demás en morir. Eso ataba a la otra a ella, ya que no creía que se aventurara a andar por ahí completamente sola.

— Sí, tenemos un plan. Vamos a ir hasta Wiltshire, de ahí pasaremos a Tierras Altas, en Escocia. Tenemos planeado llegar a Hogwarts, si has leído las noticias sabrás que la falta de magia es gracias al estúpido virus que los muggles lanzaron, no nos morimos pero no tenemos magia. Están tratando la cura en Hogwarts, ahora todo mago y bruja se dirige hasta allí. Con suerte podremos encontrar algunas personas que se unan a nuestro recorrido —dijo Eileen haciendo pausas mientras pensaba mejor que tenía que agregar sin soltar mucha información — nos tomara unos días, quizás semanas, ya que no podremos andar de noche. Saldremos mañana en la mañana, si quieres puedes unirte a nuestra larga caminata. Ir a Wiltshire no nos podrá tomar más de unas cuantas horas, claro que va a ser cansón de todas formas. Tenemos suficiente gasolina para manejar hasta ahí.

— ¿Por qué Wiltshire? —pregunto Hermione curiosa. Sin embargo ellas no respondieron sólo se levantaron y caminaron. De paso Ileannie le golpeo levemente la cabeza mientras soltaba una risita.

A Hermione le quedó claro que no le dirían nada más. Ella era ahora parte del plan, pero no le darían toda la información, como para mantenerla de alguna forma alejada. Sin embargo, la mente de la castaña no paraba de maquinar cosas, necesitaba más información.

Las siguió hasta la puerta delantera, por donde salieron sin más aviso. El viento corría fuerte, haciendo revolotear su cabello en el aire. Las hojas pasaban como tornados cerca de ellas, estrellándose contra sus piernas cubiertas por el pantalón caqui. Las gemelas se mantenían paradas en media calle, susurrando cosas que no podía entender ya que los silbidos del viento aumentaban cada vez más. Un olor a agua salada inundo sus fosas nasales, parecía como si un huracán se estuviera acercando. De alguna forma era peligroso salir con este clima, pero a las chicas que se encontraban frente a ella parecía no importarles. Comenzaron a caminar hacia la izquierda, dejándola completamente sola. En ese momento se dio cuenta que debía seguirlas si no se quería quedar atrás. Sin saber muy bien a donde iban, camino tras ellas por varios minutos; minutos que se le hacían cada vez más largos debido al silencio que gobernaba. Después de un rato más, las gemelas pararon de repente, haciendo que Hermione casi tropezara. La mirada de ella, que había estado pegada al suelo todo este tiempo, se levanto completamente pudiendo admirar la hermosa mansión de paredes negras que se levantaba ante sus ojos.

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Desesperación

Cruzaba de un lado a otro, escuchando sus pasos sonar fuertemente en el piso de madera. Estaba aburrido de toda esa situación, tenía que salir cuanto antes, tomar un poco de aire. Sus acompañantes lo miraban ya cansados de tanto movimiento, ya le habían propuesto largarse de ahí, pero no podía. Tenía que quedarse, tal vez no por amistad pero sí por compromiso. Era algo así como una necesidad, necesidad que había adquirido desde su sexto año en el colegio. Quizá no al principio, pero si al final se había convertido en algo que tenía que hacer. Y todo por ellas, a veces maldecía el momento en que las conoció, si nada de eso hubiera pasado probablemente ya estaría lejos de su casa. Pero no podía.

Agarró el vaso que había llenado de whisky y lo vació de un solo trago, estaba mal, lo sabía. Pero era el nerviosismo que se lo estaba comiendo lentamente. Desde que su padre fue enviado a Azkaban y su madre había desaparecido, sólo tenía una razón para no desmoronarse, ellas. Y ahora ni siquiera sabía si estaba haciendo bien al esperar, ni siquiera sabía si su razón de cordura seguía viviendo. Sólo esperaría unos días más, si no llegaban se iría con sus compañeros y que se las apañaran en su manera de sobrevivir. Sí, exactamente eso haría. Una sonrisa torcida apareció en su rostro al descubrir el genio que era, extremadamente inteligente. A veces no creía que esos planes tan ingeniosos salieran de él. Pero claro, todo era gracias al whisky que lo había dejado en un estado tan lamentable que seguramente tendría que soportar la peor de las resacas al día siguiente.

Se tiró al sillón y cerró sus ojos con fuerza, aún manteniendo la sonrisa boba. Le dolía un poco la cabeza, pero nada de qué preocuparse, últimamente le daban muchos dolores de cabeza y no era nada que una aspirina no pudiera solucionar. Gruño un poco, se sentía incapaz de hablar, era como si tanto alcohol le hubiera embotado el cerebro. Miro al primero de sus acompañantes, con la tez pálida y esos ojos oscuros tan grandes como un abismo, viéndolo preocupado, moviendo su negro cabello una y otra vez algo aburrido. Después vio al otro, a este no lo conocía mucho, solo sabía que había llegado con el primero; piel canela, ojos negros un tanto achinados y cabello negro bastante despeinado. El último no lo miraba, no, no desde el desagradable momento que habían tenido juntos al verlo pisar su casa. Pero debía estar agradecido, lo había encontrado de buen humor en ese momento. Aunque tal vez las circunstancias le habían favorecido un poco, con que él ya estuviera un poco borracho cuando llegaron a la puerta de su casa pidiendo alimento y algún lugar donde quedarse.

— ¿Qué haremos? —pregunto el primer sujeto. Recostando sus manos en la parte de atrás de su cabeza, acomodándose mejor en el cómodo sillón que tenía en la oficina. No sabía exactamente cuánto tiempo llevaban ahí dentro, pero seguramente ya estaban aburridos de tanto esperar. Se quedaron en silencio unos segundos, el borracho sólo veía al techo con mirada soñadora —Puedes responder, al menos que el alcohol no te deje formular mejor tus pensamientos — El hombre soltó un suspiro.

— Esperar —su voz sonó gruesa, sorprendiéndolo un poco —unos días nada más, si no llegan nos iremos.

— ¡Sabes que no tenemos tiempo para gastar! —exclamo molesto su primer acompañante, golpeando con su puño el acabado de madera en el sillón. Llamando la atención de los otros dos presentes.

— ¡Pueden irse sin mí, Theodore! Tú y tu maldito amigo muggle pueden salir por la puerta y dejarme en paz, yo no les estoy pidiendo que se queden, eso ha sido decisión suya —tiro el vaso contra la pared, regando pedazos de cristal por todas partes. Estaba nervioso y cansado, no tenía tiempo para discutir esta clase de cosas. Para él era mejor si lo dejaban solo, así no tenía que estar escuchando regaños por parte de otro. Si había algo en esta vida que él odiaba era que le llamaran la atención, era un adulto y si algo estaba haciendo mal ya se daría cuenta. Regularizó su respiración y se llevó la mano a la cabeza para desordenar su impecable cabello rubio. Tenía que mantener la calma o alguien saldría herido por su mal genio.

— Creo que debes irte a dormir, Draco, estas algo exaltado —se levanta y golpea la espalda del rubio amistosamente en la espalda. Él sólo cierra los ojos y suspira, Theodore tiene razón: está exaltado. Asiente lentamente, si se mueve un poco más su cabeza podría explotarle. Abre los ojos y mira directamente a su acompañante número dos, no recordaba muy bien como se llamaba, tampoco era que le importase. Quita delicadamente la mano que Theodore tenía sobre él, dándole a entender claramente que necesitaba estar solo —vamos, Khaled, te enseñare tu cuarto.

Escucha la puerta cerrarse y golpea con fuerza su cabeza contra la mesa más cercana, incrementando el dolor que ya tenía. Estaba cansado, muy cansado. Abrió las ventanas, sintiendo el viento golpear su cara, eso era lo que necesitaba. Aspiro hasta que sus pulmones no pudieran más, la paz hizo que su cuerpo se estremeciera por unos segundos. Se acomodó en el sofá donde antes había estado sentado aquel chico muggle, hoy no dormiría en su cuarto. Cerró los ojos y volvió a suspirar, deseando a que todo eso fuera una horrible pesadilla. Con esos deseos el cansancio le fue ganando, dejándolo completamente dormido cuando el reloj marcaba las doce del mediodía.