Aunque todavía no anochecía, el día había terminado para él, los informes del caso que acababan de cerrar esa mañana estaban terminados y podía dejar su oficina sin la preocupación de tener documentos pendientes. Se puso de pie de un salto estirándose para aliviar la tensión en los músculos de su espalda, sin darse cuenta había permanecido sentado, casi en la misma posición, durante más de una hora, "es un milagro que la espalda no me esté torturando" pensó, y al instante una sonrisa apareció en su rostro.

Si hiciese ese comentario frente a ella, de seguro Huesos comenzaría a argumentar esforzándose por demostrarle que lo que él denominaba milagro tenía una clara y contundente explicación científica, y no dejaría de abrumarlo con datos que apoyaran su razonamiento, hasta que él le explicase que se trataba únicamente de una frase coloquial, y entonces ella se quedaría en silencio y apretaría los labios apenada por no ser capaz de darse cuenta, luciendo ese gesto que él había visto tantas veces y que en cada ocasión lo había hecho sentir un poco culpable.

Subió a su camioneta animado por la posibilidad de sorprender a Huesos pasando a recogerla más temprano de lo habitual. Si todo salía bien llegarían a casa temprano y podrían disfrutar de una cena tranquila, un poco de charla, quizás podría ver un poco de deporte por televisión mientras ella avanzaba algún capítulo de su próximo libro, y después, antes de dormir, harían el amor como casi todas las noches desde que vivían juntos… recuperando el tiempo perdido, permitiendo que los amigos inseparables en que se habían transformado a lo largo de todos esos años compartiendo alegrías y tristezas, dieran paso a los amantes que habían aceptado vivir el resto de sus días juntos.

Al llegar al Jeffersonian estacionó en el lugar reservado para ella, todavía recordaba que la primera vez que así lo hizo, uno de los muchachos a cargo del estacionamiento se acercó presuroso a solicitarle que moviera su auto porque ese lugar le correspondía a la Dra. Brennan… y no pudo evitar una deliciosa sensación de triunfo cuando pudo afirmar luciendo una sonrisa victoriosa "tranquilo muchacho, vengo por ella para irnos a casa… a nuestra casa".

De camino a la oficina de la mujer que en menos de un mes lo convertiría en padre por segunda vez, se encontró con Cam… "hola Seeley, te he llamado con el pensamiento" le dijo la forense con rostro preocupado, y entonces se dio cuenta que no era un encuentro casual, Cam lo había estado esperando. Al instante la tranquilidad del mejor agente del FBI se hizo humo y una inyección de adrenalina recorrió todo su cuerpo poniéndolo en alerta, "¿qué ocurre Camile, Huesos está bien?" fue la única interrogante que salió de sus labios.

Antes que la responsable del laboratorio forense del Instituto Jeffersonian pudiera responder, el ex francotirador giró 180 grados, había escuchado los pasos presurosos de una mujer acercándose a ellos, era Angela dándoles el alcance... "la doctora Brennan está bien, Angela te podrá explicar mejor lo que ocurre" aclaró Cam.

"Hola Booth", lo saludó la mejor amiga de su mujer dedicándole una sonrisa con la que inútilmente intentaba aparentar una calma que era obvio no sentía, y sin esperar a que el hombre que tenía enfrente le devolviera el saludo continuó "Brenn se encerró en su oficina…"

Eso era todo lo que el mejor agente del FBI necesitaba escuchar, supo que algo no andaba bien desde el mismo instante en que se cruzó con Cam, la ex policía y él eran amigos desde hacía años y aunque para los demás no fuera evidente, él sabía muy bien que Cam era más parecida a Huesos de lo que ellas mismas serían capaces de reconocer, así que si ella estaba angustiada, le sobraban razones para dejar a Angela con la palabra en la boca y correr a comprobar que ocurría realmente con la madre de su hija.

Mientras giraba la manija de la puerta de la oficina de su mujer, una única pregunta repiqueteaba en su mente "Huesos ¿por qué no me llamaste?", después del segundo intento por abrir la puerta que estaba con seguro, tosió nerviosamente para aclarar su voz y procurando utilizar un tono que no denotara la ansiedad que lo envolvía dijo "Huesos, ábreme soy yo".

Transcurrieron unos pocos segundos, pero que a él se le hicieron eternos, hasta que escuchó los pasos de la mujer por la que sería capaz de hacer lo inimaginable acercándose a la puerta, luego el sonido metálico del pestillo liberado. Rogando a Dios porque todo estuviera bien y haciendo uso de todas sus fuerzas para mantener la calma, esperó a que la antropóloga abriera la puerta.

Entonces la vio, parada delante de él, con los ojos vidriosos repletos de lágrimas, una mano sobre el vientre en el que crecía la hija de ambos, la otra sosteniendo temblorosa un pedazo de papel y en el rostro una expresión con la que sin necesidad de palabras indicaba que sostenía el peso del mundo sobre sus hombros... "he recibido carta de Zach" fueron las primeras palabras que la escuchó decir.