Desafíos
By Joey Hirasame
Capitulo I
The New Canvas.
Parte de la magía del arte es compartirla con otras personas; gente que comparta tus metas, sueños y aspiraciones. De modo que, como es lógico pensar, muchos artistas buscan el cobijo de una institución que vele por sus intereses, que nutra sus sueños y esperanzas, que sirva como guía para canalizar sus talentos y les reuna con sus pares, gente que busque lo mismo que ellos. Y es así, prensados de esta idea, que miles de estudiantes aplican cada año para ingresar a la Academia de las Bellas Artes de Goldenrod, hogar de las más finas mentes y sensibles almas que el mundo jamás haya-
"Nate, pedazo de imbécil, ¡La clase comenzaba a las diez en punto!" Gritó un muchacho de cabellera alborotada, mientras se abría paso a través del enrejado que delimitaba la escuela, arrastrando consigo a un muchacho de piel clara y grandes ojos marrones. A medida que el duo entraba al edificio principal del campus, sorteaban a las decenas y decenas de estudiantes que se interponían en su camino a una velocidad impresionante, mientras el más agresivo de los dos maldecía a con la mandíbula firmemente apretada, de manera que solo se distinguían un par de palabras. "Y la puta madre que te vio nacer estará muy feliz de que repruebes por ausencias y retardos, idiota."
"Hugh, ¿Besas a tu madre con esa boca?" Murmuró Nate, antes de soltarse del agarre de su compañero, acomodar su camisa y caminar a la par de Hugh. "Como sea, es a penas la segunda semana de clases: nadie se toma enserio el primer mes."
"Si no te ibas a tomar enserio las clases, ¿Por qué demonios aplicar a la Academia en primer lugar?" Llegaron a su destino solo un par de pasos después. Hugh se recargó de espalda contra la pared junto a la puerta del aula 112, se cruzó de brazos y con el entrecejo fruncido le dedicó una mirada molesta a su amigo. "Tú, a quien todo le da pereza."
"Bueno, la única otra opción verdadera hubiese sido Golden High; una preparatoria regular sería demasiado aburrida, y dios sabe que me encanta el drama, entonces, ¿Por qué no estudiar actuación?"
"Mentiroso, solo querías venir a joder al prójimo."
"No; quería joderte a tí." Respondió el castaño, antes de soltar una corta carcajada. Hugh rodó sus ojos, miró de reojo el reloj en su muñeca y se separó de la pared.
"Entra, se hace tarde. Y no hagas nada estúpido, estúpido."
"Enserio, ¿A tu madre no le molesta que la beses con esa boca?" La mano de Hugh se prensó de una de las muñecas de su compañero, dio un agresivo tirón de ella y con su mano libre dirigió su rostro al lugar apropiado para encontrarse con el suyo y besar sus labios fugazmente, antes de empujarlo a la puerta y comenzar a caminar por el pasillo de la escuela.
"No veo que tú te quejes."
Y si bien el talento no es una pertenencia que se herede o algún genóma que se lleve en la sangre, siempre ayuda un poco tener en casa la voz de la experiencia para iluminar las sombras de la vasta, vasta ignorancia.
"Y recuerda, hija, que los colores pastel, si bien bonitos y brillantes, son un asalto a la pupila y deberían arder en el infierno junto con los últimos trabajos de Wallace Mikuri." Dijo aquel hombre alto y fornido, de cabellera blanca que se mezclaba con su pronunciada barba al bajar por su rostro. Junto a la puerta, Drayden vigilaba la rutina de su hija, quien se desplazaba por toda la sala reuniendo esto y aquello, condensadolo todo en una mochila que después se colgó al hombro. La morena le miró de reojo, antes de sonreir y dar una mordida a la manzana en su mano derecha.
"Controla ese enamoramiento que tienes con el director de mi escuela, por favor." Murmuró entre bocados. Habiendo comido ni la mitad, Iris lanzó la manzana en las manos del hombre mientras le pasaba de largo camino a la puerta.
"Es solo la segunda semana, Iris; aún podemos volver a Unova para el inicio de cursos." La muchacha no pudo evitar rodar los ojos al escuchar por millonésima vez la misma sugerencia. Drayden no había parado de implorar un cambio de opinión desde que pisaron el suelo de Johto. "No puedes aprender nada aquí que no pueda enseñarte yo mismo."
"Aprecio tu honestidad, y admiro esa confianza que tienes en tí mismo." Anunció Iris, tratando de reprimir una carcajada. Falló miserablemente cerca del final, pero Drayden apreció el esfuerzo. "Pero de verdad, es aquí donde quiero estar."
"Es por el niño, ¿No es así?" Preguntó el hombre, causando que Iris se estremeciera notablemente. "Ese niño que conocimos durante el verano. Él vive aquí."
"No, no sé de qué hablas, no te escucho. ¡¿Qué?!" Y así, entre alaridos inentendibles y ruegos de su padre, Iris salió a toda velocidad del departamento, rumbo a su primer clase del día en la Academia.
No obstante, el arte es una forma de expresión, la voz del alma. Y a lo largo de la historia, son innumerables los intentos del hombre por acallar las voces que le causan incomodidad, que atentan contra su sentido de estabilidad. Es ahí, en un ambiente controlado y represivo, que suelen surgir talentos y obras que rompen esquemas y trascienden generaciones.
"Terminamos por ahora, querida." Anunció una señora de mediana edad, sentada de piernas cruzadas en un mullido sofá, en medio de aquella sala en la que se colaba la luz del sol matinal. A sus señal, el sonido del piano se detuvo, y las manos pequeñas y blancas de una joven mujer descansaron inmóviles sobre las teclas de marfil del viejo instrumento. "Continuaremos esta tarde. Siéntete libre de descansar; quizá puedas terminar de leer ese libro en el que estabas tan interesada."
"Gracias, madre." La muchacha, de voz suave y alegre, se levantó del banco sobre el que tocaba, cubrió las teclas del piano con el cobertor de madera y dedicó una sonrisa a su madre antes de salir de la sala, con dirección a la cocina.
Una vez ahí, se encontró con dos hombres, uno de delgada complexión y el otro un poco más gordo. El primero disfrutaba de una taza de café, sentado a la mesa con un libro de cubierta negra en su mano izquierda, y el otro se servía su propia taza de la cafetera.
"Buen día, Mei." Saludó el hombre más joven de los hombres, sonriendo amablemente. "Fue hermoso lo que tocaste ahí adentro, pequeña."
"Gracias, Hermano Ghetsis. Siempre es un placer tenerlo de visita." La joven hizo una corta reverencia hacia el invitado, antes de dirigirse al otro hombre. "Padre, me temo que he roto el clavijero de mi violín. ¿Me permitirías ir a repararlo?"
"¿Quieres ir a la ciudad?" Preguntó el hombre, anticipando la respuesta. Mei asintió lentamente, sonriendo de oreja a oreja. "¿No podríamos pedirle a algún hermano que lo repare por tí? Seguramente alguien en la iglesia sabe de instrumentos musicales."
"Estoy seguro de que sí, Kenishi." Intervino el invitado, mientras cerraba el libro que leía y lo dejaba a un lado. "No obstante, cuando se trata de un instrumento tan fino y preciso, es recomendable buscar al mejor especialista posible. Tengo mucha confianza a cada uno de los miembros de nuestra amada congregación, pero estoy de acuerdo con Mei:" El Hermano Ghetsis se puso de pie, caminó hasta Mei y colocó su mano en el hombro derecho de esta. "Será mejor dejar esto en manos de un experto."
Para concluir, solo resta decir que el arte, si bien puede ser lo más hermoso del mundo, si bien puede inspirar movimientos y quebrar voluntades, hay otra cualidad del arte que a veces pasa desapercibida. A veces olvidamos lo más fundamental de él, y es también algo sencillo que puede encontrarse en muchos otros aspectos de la vida y muchas otras actividades. El arte es, en muchas instancias, increíblemente divertido.
"Once en punto; no hay moros en la costa." Murmuró aquel rubio, más para sí mismo que para alguno de los estudiantes que merodeaban por los pasillos de la escuela. El muchacho de corta estatura dobló en una esquina, cargando consigo una caja de la que salían decenas de cables, y a su vez, estos eran arrastrados a su paso. Esta caja, de color gris, tenía también varios botones y una docena de interruptores.
Entró al aula más cercana; vacía. Perfecto. Dejó la caja sobre el escritorio designado al profesor, corrió a la ventana y procedió a abrirla. Desde aquella posición, se podía admirar el jardín principal del campus, con cientos de estudiantes yendo y viniendo, como cada día.
"Bien, muchachos, hora de abrir sus ojos." Murmuró nuevamente, antes de corrar de vuelta a la caja sobre el escritorio. Presionó un botón al costado y luego subió cada interruptor, inundando la escuela con el sonido de una breve estática molesta. "Buenos días, mi querida Academia."
Esa voz juvenil pronto cubrió cada extensión de la escuela. En cada salón, cada auditorio, cada sala de grabación y cada patio, los estudiantes y maestros podían a escuchar al chico.
"Mi nombre es Emerald Aojashin, y soy estudiante de primer grado en esta institución." Comenzó el chico, antes de ponerse cómodo sobre el escritorio. "Mi especialidad es la Música y nací para causar problemas- una muy mala combinación, si se ponen a pensarlo con cuidado. La música es el arte con el que la gente promedio está más en contacto todos los días: ¡Qué mal por ustedes, gente promedio!"
"¿De donde viene esa transmisión?" Preguntó una mujer de cabello lavanda, saliendo intempestivamente de su oficina. Cada persona en la oficina lucía tan sorprendida como ella, sino es que más. "¿Quién demonios ha hackeado todas las bocinas de la escuela?"
"Según el expediente," Comenzó otra voz, saliendo de la misma oficina con un archivo en sus manos. "Y de acuerdo a lo que dijo al comenzar la transmisión, es Emerald Aojashin, estudiante de nuevo ingreso, las peores calificaciones en el examen de admisión."
"¿Qué le pasa a ese mocoso?" Gritó Winona, antes de salir a toda velocidad de la oficina, en busca del alborotador. Wallace sonrió, antes de dar un último vistazo al expediente y cerrarlo.
"Y espera a que sepas de quién es hermano."
"Hago esta transmisión el día de hoy porque quiero extender un desafío a todos ustedes; les reto a ser mejores que yo." El chico dejó salir una corta carcajada, atrapada entre sus labios apretados en una firme sonrisa. "Traten de vencerme, fallen y vuelvan a intentar. Yo seré el artista más grande que el mundo haya conocido jamás, así que les convendría anotar en sus curriculums que fueron derrotados por mí."
Antes de que pudiese continuar, su discurso se vio interrumpido por un incesante golpeteo en la puerta, seguido por el escandaloso picaporte tratando de girar. Buena suerte, pensó Emerald, la puerta tenía como veinte cerrojos.
"Les haré saber un pequeño secreto, estudiantes:" Murmuró el rubio contra el micrófono. "Yo no canto." Caminó hasta la ventana, y desde ahí admiró como los estudiantes comenzaron a cuchichear entre ellos. "No toco ningún instrumento. No sé leer música ni escribirla. Yo no nací como un superdotado ni fui a clases particulares desde pequeño. Mi padre es arquitecto y mi madre ama de casa; hasta donde yo sé, ninguno de ellos es músico. Consideren esto como una ventaja que les ofrezco; les extiendo la oportunidad de una partida adelantada. Aprovechen, pues no tardaré en alcanzarlos y dejarles atrás."
Con eso y un tirón del cable, dio por finalizada la transmisión. El micrófono descansó inherte sobre uno de los pupitres y casi al instante la puerta se abrió de golpe, dejando ver a una agitada directora con fuego en la mirada.
"Se tomó su tiempo, señorita Nagi." Murmuró Emerald, sonriente, con las manos dentro de las bolsas de su pantalón.
El centro de Goldenrod City no era un lugar que frecuentara mucho; difícilmente dejaba los suburbios, más que nada por lo reacios que eran sus padres a salir de su pequeña comunidad. Pero bien, ya estaba haciendo muchas cosas el día de hoy que no acostumbraba hacer. Como mentirle a sus padres por ejemplo.
Caminó un rato más hasta llegar a su crucero favorito, rodeada de gente que no reparaba en voltear a verla. Sacó su violín de un pequeño estuche y lo puso a su hombro, para después comenzar a tocar. Primero el arco se frotaba de manera lenta y relajada, arrastrando consigo las notas más melancólicas de la pieza, elevándolas al cielo, aunadas al ruido de los automóviles y las monedas cayendo al estuche vacío en el suelo, una tras otra.
Varios transeúntes habían detenido sus caminatas para presenciar a la chica del crucero. No era la primera vez que Mei se plantaba en ese lugar, y estaba lejos de ser la última. Ya varios de sus admiradores habían llegado a presenciar su ejecución, tomando su lugar reservado frente a la artista.
Ella era un prodigio, según su madre. Su don para la música fue un regalo de Dios, que debía ser usado única y exclusivamente para alabarle, para goze del todopoderoso y para exaltar su nombre. Y para Mei no había ningún problema en ello. Sin embargo, ¿Por qué debía ser todo para Dios? ¿Por qué no podía ella tambien disfrutar de su música? Tocar lo que ella quisiera, aprender lo más que fuese posible, incluso aquellas cosas que estaban más allá de las alabanzas.
Ella quería ser un artista verdadero. Y sabía exactamente el lugar para empezar.
Lejos de estar sorprendido, le ofendió que nadie más lo hubiese buscado antes. Apenas dobló una esquina tras haber salido de la oficina de la directora, dos sujetos lo sujetaron y lo lanzaron al casillero más cercano. Antes de poder soltar un comentario sarcástico o una mirada mal intencionada, uno de ellos le colocó un violento golpe en el estomago, arrancando cada bocanada de aire de sus pulmones.
"¡Vaya, por fín ha callado!" Exclamó uno de los atacantes, antes de soltar una sonora carcajada. Su compañero lanzó sus manos a la boca del risueño.
"Calla, imbécil. Llevemoslo con Sidney." Emerald trató de oponer resistencia, sin embargo uno de los muchachos, el de cabello purpura y el antifaz extraño, le sujetó las piernas y derribó de un tirón. El otro, de cabello verde y delgada figura, sujetó sus brazos y entre ambos lo cargaron hacía el final del pasillo.
Aún seguía un poco mareado. Y con cada paso que daban sus captores, el interior de su cabeza y estomago rebotaban y se mezclaban como si de cemento se tratase. Luego de unos minutos, la luz del sol le golpeó directo en la cara, y se encontró levitando en el pasillo principal de la academia. Estuvo a punto de luchar para librarse del agarre del extraño peliverde, pero se detuvo en seco.
"No preguntes." Murmuró el chico del antifaz, dirigiéndose a una chica que caminaba en dirección a ellos. De cabello y grandes ojos castaños, piel blanca y el semblante más confundido que Emerald jamás haya visto.
Entonces, cuando pasaron uno al lado del otro, sus miradas se encontraron; solo por un breve segundo, solo por un instante en que la confusión y el asombro pudieron más que la moral o la curiosidad. Al menos hasta que al rubio se le ocurrió uno de tantos comentarios inapropiados y fuera de lugar.
"Bonito Stradivarius." Dijo él, refiriendose al violín de la chica, oculto dentro de su estuche.
Mei frenó y dio media vuelta, debatiendo entre ir en auxilio del chico o seguir con su misión de incognito. Ya bastante arriesgaba con haber llegado a la Academia, habiendole mentido a sus padres, ¿Y lo pondría todo en riesgo por ir a ayudar a un extraño.
"No te molestes, niña; puedo con ellos solo." Llamó Emerald, interrumpiendo sus pensamientos. "¡Lo tengo todo bajo control!" Alegre y despreocupado, demasiado para alguien en su situación, el de ojos verdes se dejó llevar por aquellos brazos fuera de la escuela y en dirección incierta, ante la atenta mirada de Mei.
Y entonces, al llegar a una esquina oculta en la calle, lo arrojaron por unos cortos escalones hasta la acera. Emerald se puso de pie, ya sin mucha dificultad, y luciendo tan amenazante como su 1.58 metros de poderío le permitían, encaró a sus atacantes.
"¿Quién demonios son ustedes?" Preguntó sin mucho interés, de brazos cruzados. Tanto el peliverde como el chico del antifaz sonrieron con malicia, antes de empujarlo dentro de un estrecho callejón.
"Yo soy Will Nazo. Y este de aquí es mi compinche Aaron." El aludido se notó increiblemente molesto por el modo en que su compañero se refirió a él, pero lo olvidó muy pronto. Al dar un paso hacia el rubio, este último dio otro en la dirección opuesta, pero se encontró a si mismo sin salida.
"Entonces, tú eres el niño bocón." Murmuró una voz grave, antes de dejar salir una carcajada muy exagerada, en la humilde opinión de Emerald. Al girar hacía atras, sobre el enrejado que se cernía a sus espaldas encontró a un muchacho, de escazo cabello rojizo peinado de tal manera que el de ojos verdes no se molestó en soltar una estruendosa risa. "¿Cuál es la gracia?"
"Dios, no lo sé; tu cara, tu cabello, tu ropa, tu nombre, tus amigos, tu entrada triunfal, tu falta de visión. ¿Debo continuar?" El recién llegado saltó para llegar frente a su interlocutor, lo sujetó del rostro y lo lanzó violentamente a los pies de sus compañeros.
"Sidney Blasco no es el hazmerreir de nadie, idiota." Gruñó el muchacho, antes de aclarar su garganta y retomar la compostura. "Mis compañeros y yo nos tomamos tu desafío muy a pecho, Emerald Aojashin."
"Puedo verlo." Murmuró el chico. Estuvo a punto de levantarse, pero su mundo dio una vuelta sobre su eje cuando el zapato de alguno de los presentes impactó violentamente contra su rostro. Por un momento ya no pudo escuchar lo que decían, solo podía ver el cielo del atardecer, que cambiaba de color de una manera alarmante ante sus ojos.
"Will, Aaron y yo somos los mejores artistas de la Academia en nuestras respectivas especialidades; no hay nadie que se compare a nosotros." Anunció Sidney, de brazos cruzados, con la espalda firmemente apoyada en el muro más cercano, sonriendo mientras Aaron sujetaba a Emerald y lo obligaba a levantarse. "Will es el maestro de la encarnación, con la habilidad de introducirse en cualquier rol y representarlo a la perfección. Aaron es el amo de las artes visuales, con destrezas, técnicas y habilidades que equiparan a las del mismo Wallace Mikuri. En cuanto a mí; yo soy el más grande artista en movimiento. Soy el amo de la danza. Soy-"
"Increíblemente molesto." Murmuró Emerald, con dificultad. Tras esa patada en la cara, su labio se comenzó a inflamar y ya entrados a este punto era muy dificil pronunciar oraciones coherentes. "¿Es por eso que me agreden físicamente? ¿Porque no creen ser mejores que yo?"
"Simplemente no aprecio el hecho de que menosprecies a tus superiores." Anunció Sidney, para después caminar hasta Emerald y arrancarlo de brazos de Aaron. "Todos en la Academia reconocen que nosotros tres somos el futuro; nos han nombrado The New Canvas por la misma razón. Como a aquel legendario trío de antaño. Lo único que pido es tu incondicional apoyo."
"Es decir, quieres que sea un jodido lambiscón."
"Tienes un don con las palabras, niño." Emerald se deshizo del agarre de Sidney. Retrocedió un par de pasos, pero Aaron y Will impidieron que avanzara más. "Otra declaración como la que hiciste hoy; reconoce que The New Canvas son el futuro. Acepta tu lugar como parte de algo más grande."
"¡Ay, diganle que no mame!"
Todos los presentes dejaron salir un colectivo gemido de asombro, para después dirigir sus miradas a la fuente de tan pintorescas palabras. En una de las ventanas de ese mismo edificio que funcionó como guarida para su atraco, había un par de rostros poco familiares para cualquiera de ellos.
"Ustedes no sabrían de Arte aunque viniera y les mordiera la-"
"¿Quién demonios son ustedes?" Preguntó Sidney, interrumpiendo al muchacho castaño en la ventana.
"Yo debería ser quien haga las preguntas; están haciendo demasiado ruido fuera de mi casa." Gruñó el otro. Sin esperar una invitación, Hugh sacó medio cuerpo por la ventana y se dejó caer hasta llegar al lugar de los hechos. "Larguense antes de que les pateé el culo."
"Oye, yo te conozco." Murmuró Will, apuntando al recién llegado. "Tú eres Hugh Voltaire, el músico de tercer año."
"Están en mi propiedad." Repitió Hugh, haciendo caso omiso al comentario del chico de cabello purpura. Entonces giró al lider, ahora refiriendose a él. "No me importa lo que le hagan al enano, pero pueden hacerlo lejos de mi casa."
"No me encanta la insolencia con que te diriges a nosotros, Voltaire." Gruñó Sidney. Esbosó una sonrisa burlona y, tomando desprevenido al chico de cabello alborotado, le propino un violento cabezazo en el rostro.
Finalmente, Emerald se abrió paso hasta Sidney y le empujó con fuerza, alejándolo de Hugh. Entonces, desde aquella ventana en el segundo piso Nate dio un salto y se las ingenió para aterrizar sobre Aaron y Will. Sidney sujetó a Emerald por el cuello de su camisa, lo impactó al muro mas cercano, y se dispuso a golpearle el rostro.
"¡Alto!"
Antes de que el tumulto escalara a mayores proporciones, una mano firme y segura se enganchó de la nuca de Emerald, luego la mano opuesta se colocó en la frente de Sidney y ambos fueron impulsados a extremos opuestos del estrecho callejón. Ahí enmedio de la conmoción había una mujer, una joven de piel morena y largo cabello purpura amarrado en una coleta que caía hasta su cintura.
"I-Iris." Murmuró Will, aún tumbado en el suelo junto a Aaron, con Nate encima de ellos. "Iris Drakengard. ¿Qué haces tú aquí?"
"¡¿Qué demonios creen que hacen todos ustedes?!" Todo mundo, a excepción de Hugh, estremeció ante el chirrido que vociferó la mujer. La chica, de facciones encantandoras pero porte intimidante, avanzó hasta Sidney y colocó el dedo indice de su mano derecha sobre su pecho. "¿Tú crees que esta es una actitud digna de un estudiante condecorado de la Academia? ¿Dónde está tu honor, gusano?"
"Cómo te atre-"
"Jefe, no la confronte, por favor." Rogó Will, finalmente lanzando a Nate lejos de él. El chico del antifaz caminó hasta su compañero, sin embargo se detuvo en seco antes de llegar a donde se encontraba Iris. "Ella es la hija de-"
"Me importa muy poco quien seas tú." Interrumpió Hugh, avanzando hasta los actuales protagonistas del altercado. "De hecho todos ustedes me tienen sin cuidado, solo quiero que se larguen de aquí."
"The New Canvas pueden chupar mi músculo cavernoso." Gruñó Emerald, clavando una mirada desafiante sobre el lider del conjunto. Este último consideró ir detrás del rubio, sin embargo la muchacha frente a él seguía interponiendose. Finalmente, Sidney buscó a sus compañeros, les hizo una seña con la mano y lentamente se abrieron paso fuera del callejón.
Iris dejó salir un enorme suspiro, sorprendiendose a sí misma. No notó cuando fue que dejó de respirar. La muchacha avanzó hasta el rubio, lo ayudó a levantar y luego se giró hacía los otros dos muchachos.
"Ayudenme a llevarlo a la Academia."
"¿Qué?" Exclamó Hugh. Iris no había pedido un favor, había dado una orden. "¿Por qué demonios debo cuidar a un gnomo al que ni siquiera conozco?"
"Hay alguien esperándome en la Academia; puede llevarnos a casa de Emerald en su auto." Anunció ella. El chico del cabello alborotado tenía mil y un preguntas más, y otras cien a raíz de la respuesta de Iris, sin embargo Nate demeritó toda duda que pudiese tener, pues simplemente se acercó a Emerald y Iris y ayudo a esta última a cargar al rubio.
"Vamos, Hugh. No seas tan mal compañero." Una sonrisa. Nate creía que podía salirse con la suya, que podía solucionar todos los problemas del mundo solo con esa sonrisa. Hugh odiaba eso, pero odiaba más que tuviese razón.
"Mierda."
De vuelta en la academia, los cuatro caminaban por el jardín principal, con dirección al edificio más grande del campus. Después de un rato de insistencia, por fin dejaron a Emerald caminar sin ayuda, y mientras que el rubio, Iris y Nate iban juntos charlando, Hugh se mantenía al margen, a varios metros detrás.
"Entonces, ¿ustedes dos son amigos?" Preguntó Nate, refiriéndose al rubio y la morena. Ambos se miraron uno al otro antes de sonreir agotados.
"Bueno, ibamos a la secundaria juntos." Respondió Emerald, antes de arquear una ceja. "Aunque no puedo decir que eramos amigos."
"No puedes decirlo porque no te gusta competir, niño ingrato." La chica tomó a Emerald de los hombros, lo acercó a sí y luego sujetó sus mejillas con ambas manos, estrujando la piel con sus dedos. "Siempre tenías que estar un paso adelante, ¿No es así?"
"Ahora que lo pienso, no me he presentado." Anunció Nate, llamando la atención del par. "Yo soy Nate Ivory, y ese de allá es Hugh." Todos miraron sobre su hombro al susodicho, quien solo les hizo un corto gesto con la mano en respuesta. "Es un poco malhumorado, pero es un buen chico."
"Iris Drakengard. Y como quizá escucharon antes, el enano este es Emerald Aojashin."
"¿Tú eres Emerald Aojashin?" Preguntó Hugh, finalmente uniéndose a la conversación. El rubio se detuvo, y pronto le siguieron los otros dos. "Tu eres el bocón de esta mañana en las bocinas. Con razón esos engreídos te querían partir la cara, les diste en todo el orgullo."
"Si, la gente no acepta la superioridad aunque les escupa en la cara."
"Fuiste muy osado al desafiar a toda la escuela, enano." Gruñó el de ojos rojizos, cruzado de brazos. "Más aún al afirmar que no sabes nada de música."
"A una escuela se viene a aprender." Se defendió Emerald, de brazos cruzados, imitando la pose de Hugh.
"También dijiste que tu e Iris estuvieron juntos en la escuela, sin embargo ella está en segundo año." Dedujo Hugh. "Lo que signfica que estas atrasado un año en tus estudios, pues eres de nuevo ingreso. Fallaste tu primer examen de admisión, ¿No es así?"
"Todo eso es información irrelevante." Emerald puso ambas manos en los bolsillos de sus pantalones, y siguió caminando hacia el edificio, pasando de largo a Nate e Iris. "El hecho de que ustedes sepan más que yo solo significa que mi victoria será mucho más aplastante."
"Hablas mucho, Aojashin."
"Y tú no hablas lo suficiente."
"¡Cuidado!"
Con la atención completamente perdida en su argumento, Emerald no se percató de haber caminado hacia alguien más. Cuando estuvo a punto de chocar de frente contra esta persona, ella colocó una mano sobre el rostro del muchacho y la otra sobre su hombro, deteniéndolo en seco. Estuvo a punto de recriminar, pero ella fue más veloz.
"¿Estás bien?"
Quedó de frente a un par de ojos marrones, oscuros y resplandecientes. Tropezó sobre sus propios pies y cayó hacía atrás, pero la mano de ella se movió ágilmente a su espalda, impidiendo que se desplomara al suelo.
"¿Estás bien?"
Repitió ella. ¿Acaso estaba cantando? Era estúpido pensar que una voz tan melodiosa fuera natural. ¿Así sonaba su voz? Qué frustrante sería tener que escucharla todo el día. Y sin embargo esas dos palabras seguían haciendo eco en su cabeza.
"¿Emerald?" Y claro, la voz de Iris tenía que sacarlo de su mar de pensamientos. El rubio miró sobre su hombro a su amiga, y se encontró con los rostros confundidos de sus acompañantes. Desvió su atención nuevamente a la mujer con quien chocó, y se deshizo de su agarre como si su tacto le quemara.
"Ten cuidado, ¿Quieres?" Gruñó Emerald, ajustando su camisa, con el rostro ligeramente enrojecido.
"Lo siento." Se disculpó ella. Emerald claramente escuchó a uno de los chicos detrás preguntar por qué era ella quien se disculpaba, pero decidió ignorarlo. "Tu eres a quien llevaban cargando hace rato, ¿No es así?"
"Te dije que lo tenía todo solucionado, ¿O no?"
"¡Oh, pero claro que lo solucionaste!" Exclamó Nate, avanzando hasta el rubio para después sujetar su cuello en una amistosa llave de lucha. "Te hubieran hecho pomada de no ser por nosotros."
"Claramente no tenías un jodido plan de escape." Añadió Hugh, sin la misma efusividad de su compañero.
"Lamento no haberte ayudado." Se disculpó Mei, agachando la mirada, con ambas manos detrás de su espalda, sujetas una a la otra, jugando nerviosa con sus dedos. "Pero tenía-"
"No hace falta que te disculpes." Interrumpió el rubio, deshaciéndose del agarre de Nate. "Además de ser el mejor músico de la Academia, también soy todo un artista del escape."
"¿El mejor músico de la Academia?" Murmuró Iris, acercándose al barullo, sonriendo de forma burlona. "Tú, quien no toca ni el triángulo."
"Yo tampoco estoy de acuerdo contigo, muchacho." Añadió Mei, sonriendo ampliamente, en total contraste con su anterior naturaleza tímida. "Me temo que ahora te enfrentarás a la peor de las competencias." La muchacha tomó su violín del suelo y lo colocó sobre su hombro. "Mi nombre es Mei Ebony, y seré la músico más grandiosa del mundo. Conquistar la Academia no será más que el primer paso."
"Todos ustedes están mal. Hugh será el mejor músico de todos los tiempos." Opinó Nate. El muchacho caminó hasta su amigo de cabello alborotado, lo sujetó del cuello y colocó un ruidoso beso en su mejilla. "El desafio de Emerald no pudo haber caído en peores oídos."
"Gente, yo soy Emerald Aojashin;" Anunció el rubio, antes de cruzar ambas manos, ofreciendo su mano derecha a Mei y la otra en dirección a Hugh. "Y será un honor derrotarlos aplastantemente."
"No contaría con eso." Respondió Mei, antes de estrechar la mano del rubio. Hugh miró a aquel par con pereza, antes de caminar lentamente hacia ellos, arrastrando a Nate consigo.
"Hugh Voltaire." Se presentó él, antes de estrechar la mano que Emerald le ofrecía. "Traten de no estorbarme, y pierdan con gracia."
Un lienzo en blanco en un lienzo nuevo; lleno de posibilidades y de promesas.
En un auditorio oscuro de la Academia, el sonido de los pasos sobre la madera resonó hasta el último de los rincones, justo antes de que se encendiera un solitario reflector. La luz iluminaba justo el centro del escenario, y pronto el autor del monólogo se postró frente a él.
"Deseaba ser diferente a los demás, deseaba ser más de lo que fuí." Comenzó una voz grave, pero al mismo tiempo frágil. El chico de cabellos verdes se revolvió un poco, de pie en su lugar, antes de proseguir. "Es por eso que hice lo que hice; para que al verme al espejo pudiese ver quien soy en verdad. No una copia de alguién más, sino un ser de mi propia obra."
"Muy bien." Felicitó una voz en la oscuridad, mientras una sonrisa se dibujaba en el rostro del artista. "Me alegra que haya sido admitido, señor Natural."
"Por favor..." Murmuró el muchacho, antes de colocarse su gorra de vuelta. "Llámeme N."
