Hola! Aquí les pongo un fic navideño que tendré que subir en tiempo récord, entre hoy 24 y mañana 25 de diciembre. Espero lograrlo :s.. tengo que!!
Consta de cinco capítulos. Tiene un algo de huddy, humor y algunas cosillas medias dramaticonas a lo mejor, pero que no se les dará mucho espacio, es sólo para que no sea todo ridículamente espontáneo. El género... realmente no sé, parodia y muchas cosas más.. debería existir el género "christmas" xD ok...
Inspiración en "A christmas carol" de Charles Dickens y a lo mejor algo de "The divine comedy" de Dante Alighieri (si los pongo en inglés es porque descubrí que, al menos el primero, tiene tres traducciones distintas)
ya, si me olvidé de algo, luego lo digo, porque debo seguir escribiendo... hasta el otro chap !!
*Un espíritu perdido*
Era el veinticuatro de diciembre de algún año en la vida de doctor de Gregory House. Llegaba tradicionalmente tarde a dar ánimos a su equipo que había pasado la noche en vela buscando la enfermedad que diera con todos y cada uno de los síntomas que tenía la paciente. Lanzó el bolso sobre la mesa y gritó un "buenos días" para despertar a sus adormilados subordinados.
—¿Dormiste bien? —preguntó Taub, sarcástico.
—Sí, excelente, gracias por preguntar —contestó House, yendo a prepararse café. —¿Encontraron algo?
—Nada que cuadre con todo aún —respondió Trece, malhumorada.
—Chica, deberías tomarte una siesta para espantar ese humor —Trece estuvo apunto de levantarse —, pero no ahora, será tu premio cuando logres saber qué le pasa a la paciente.
Ella lo miró furiosa.
—Hablando de mal humor, ¿dónde está Foreman?
—Con ensayos clínicos —respondió la doctora.
—¿Más? —exclamó.
—Sí —afirmó ella cortante.
—Oh, bueno, no nos detendremos por él —se afirmó en la pizarra. —¿Ideas?
—Esclerosis y Huntington son algunas —contestó Kutner.
—¡Guau! Diagnósticos navideños. ¡Vamos con esas ideas esperanzadoras! ¿Les parece cáncer?
Todos se miraron hastiados.
—El silencio otorga —dijo House, escribiendo. —Pueden seguir sin mí. Acabo de recordar que no dormí bien —recoge su bolso —, voy a culpar a alguien y me largo. Si tienen dudas, no estoy disponible, molesten a Wilson o a Cuddy, hasta Foreman puede ser de fiar, no lo discriminen por ser negro —chasca la lengua y se va.
En la habitación, a los subyugados no les queda más que hacer su trabajo, aunque el café ya no les haga efecto y aunque con tanto desvelo y enojo no están muy seguros de poder trabajar bien y dar con un diagnóstico aceptable para la niña antes de llegar la noche.
Gregory House arribó al despacho de su jefa, la doctora Lisa Cuddy, después del mediodía. Ella, como siempre firmaba papeles, a la vez que también revisaba algunas cosas desde el computador.
—¿Postales navideñas? —fue el saludo del nefrólogo.
—Sí. Aún busco con desesperación la tuya —contestó sarcástica.
—Pensé que sería una estupidez decirte mentiras de manera tan descarada. Cosas como "mis mejores deseos de dicha y felicidad para esta navidad" o "que este año nuevo traiga toda la prosperidad que deseas", ya sabes, no van conmigo.
—Lo sé. Lo que no me explico es por qué estás aquí con tu mochila.
—Cosas valiosas. Ya sabes cómo andan los atracos por estos días.
Cuddy se quedó un momento en silencio. Dejó de escribir como lo había hecho en todo ese rato y le miró poco a poco, furiosa.
—¿Has dejado a tu equipo desvelado toda la noche buscando un diagnóstico y te has ido a dormir y ahora volverás a hacerlo? —gritó.
—Pueden hacerlo sin mí. Son suficientes cabezas. Y la mía no está servible por tantos alaridos.
—Ve a ayudarlos o te despido.
—Jamás lo has hecho, no lo harás ahora, menos por Navidad.
—Tú debería demostrar algo de humanidad y ayudarlos ya que no pueden irse sin haber diagnosticado a la paciente.
—Es una pena, ¿no? También es una pena que estudiando medicina piensen en navidades tranquilas y familiares.
Cuddy no rebatió eso, sólo suspiró y volvió a lo suyo.
—¿No vas a decir nada? —se extrañó House.
—Buscabas un argumento, lo has encontrado. Sólo que no para irte. Vuelve con ellos.
—Estás haciendo lo mismo que yo.
—Sí. Pero yo no tengo un servicio a mi cargo, ni una paciente de cinco años a las puertas de la muerte. Tengo papeleo de administradora, como sueles recalcarme tan amablemente, y eso se soluciona o en menos tiempo o se puede aplazar. Vete.
House la miró un instante, pasmado y luego respondió:
—Está bien —y salió ante la mirada extrañada de Cuddy a sus espaldas.
Y como suele pasarle a Gregory House, de que las quejas no vienen solas, ahí venían los desconsolados padres a gritarle, suplicarle, golpearle, llorarle o algo. Lo peor era que por la otra esquina se asomaba Wilson y con una pierna coja llegar a la puerta y luego a su auto y escapar de toda esta mala suerte, era como si pretendiera ganar los cien metros planos frente a Usain Bolt.
—¡House! –le gritó Wilson, trotando para alcanzarle pronto.
—Carajo —se quejó House, por lo bajo.
—House. No puedes… —comenzó Wilson, cuando le dio alcance.
—¿Dejar a mi equipo trabajando en vísperas de Navidad? —gruñó, dándose vuelta hacia él tras detenerse.
—¿Qué? —Wilson puso cara de no entender. —No. No es eso. Pero… —asimiló. —¿Te vas a ir y dejarlos solos? —gritó.
—Ay, no. Otro más —se dio vuelta para escapar, pero se encontró con los padres entre preocupados y molestos justo frente a él.
—¿Cree que es cáncer? —cuestionó el padre.
House rodó los ojos.
—Serán idiotas… —murmuró.
—¿Perdón? —chilló el hombre.
—Usted no, hombre —se volteó a cojear hacia la habitación de la paciente.
Hasta la pieza lo siguieron los padres y Wilson. Allí estaban sus tres patitos.
—¡Son idiotas! —les anunció su llegada.
—Pero tú dijiste… —comenzó a decir Kutner.
—Lo que yo haya dicho no importa. Lo que importa son las tonterías que hacen ustedes. Vuelvan a la sala y revisen bien los síntomas y alguien que se quede con la niña por si aparece uno nuevo.
—¿Y usted no se va a quedar? —preguntó la madre, más preocupada que molesta.
—¡No! —aulló House, enojado y salió.
En la habitación todos se miraron por unos momentos breves, hasta que la mujer se puso a llorar en brazos de su marido y Wilson salió corriendo tras House.
—Tú eres el idiota —le gritó, al llegar hasta él.
—¿En serio? Pues gracias por recordármelo, había olvidado anotarlo en mi agenda.
Wilson se detuvo y se agarró la cabeza y desde la distancia y antes de que cerrara la puerta le chilló:
—Si te duele la cabeza porque no sabes qué es lo que tiene la niña, deberías ir con tu equipo. ¡En tu casa sólo te volverás más idiota!
Al fin estaba fuera del alcance de todos. Ya estaba en su casa, echado en su cama, con el ambiente necesario para dormir, a ver si lograba quitarse así ese horrendo dolor de cabeza que lo aquejaba desde antes de acostarse la noche anterior, hasta este momento.
Creyó haber conciliado el sueño cuando la puerta perfectamente cerrada para evitar la luz de la sala, se abrió de golpe. "Debo estar soñando", se dijo y se acurrucó por las sábanas. Pero ahora un viento helado por sus pies fue lo que lo desconcentró de su adormilado estar, haciéndole saltar y mirar quién andaba molestando: nada. Después de rezongar volvió a lo suyo, pero ni dos segundos alcanzó a estar así, cuando alguien tiró de las sábanas y se las quitó de encima.
—¿Quién, carajo, molesta? —gruñó, con los ojos cerrados, porque sentía una luz sobre ellos. —¡Apaga eso, idiota! —gritó dando un manotazo que no dio con nada. Allí ya abrió los ojos.
—Hasta que quisiste enfrentar al coco —se burló una voz femenina a los pies de su cama.
House se incorporó en la cama de un salto y vio frente a él a quien creyó: a Amber.
—¿Qué rayos haces aquí? ¿No que estabas muerta?
—Lo estoy. ¿Qué no ves a través mío? —se señaló a sí misma, traslúcida.
—Estoy soñando, entonces. Échame el cubrecama encima. Un fantasma es aburrido —y se abrazó a la almohada.
—Lo siento por no ser Carmen Electra —dijo irónica.
House la ignoró. Amber enfureció.
—¡Mira, idiota! —gritó atravesándole una mano por la cabeza que hizo que House tiritara.
—¡Hey! —se quejó, incorporándose.
—¿Ves estás cadenas? —mostró las que le colgaban de los brazos y que por detrás se ataban al cuello y las piernas.
—Eres fantasma, no te deben pesar.
—Pues pesan un montón. Y me vas a ayudar a quitármelas.
House enarcó una ceja.
—¿Cómo? Si te toco te atravieso. Es más, ¿no deberías aprovechar tu tiempo de fantasma para ir a mosquear a Wilson?
—He ahí el punto. Los desafíos para salvar tu alma son difíciles y a mi me tocó el peor.
—¿Tenías alma?
—Me prohíben decir palabras o frases soeces, así que veamos si una mirada te lo dice —y lo miró asesinamente.
—Me dice que quieres sexo.
—¡Oh! Vete a… plantar flores a tu patio —gruñó para la risa de House.
—¿De qué te ríes? Querrás tenerlas para tu tumba.
—No tendré que preocuparme de eso si estoy en el interior de ella.
Amber sonrió.
—Vendrán a visitarte tres espíritus…
—¡Oh, no! ¿En serio? ¿Soy el malo y explotador de Scrooge y recrearemos el cuento de Dickens para salvar a Inglaterra de su poco espíritu?
—Para eso se escribió. Y digamos que tú eres Inglaterra. Ahora cállate y escúchame. He venido a avisarte de la visita de tres espíritus, los de la Navidad pasada, presente y futura. Ellos se prestaron para ayudarme, por eso he tenido que esperar hasta estas fechas para obtener mi llave al Edén.
—Tú no entrarías al Edén aunque reivindicarás a seis como yo.
—Eres el sexto. Sólo que para los otros no necesitaba de espíritus tan jodi… jocosos para llevarlo acabo.
—Me halagas. ¿Y tú quieres que yo después de esto salga repartiendo galletas de jengibre y felices navidades por el mundo? Olvídalo. Vete al infierno. No es mi problema que no hayas sido mejor persona en vida.
—Fui mejor que tú.
—¿Te permiten ser soberbia?
Amber lo miró asesina y se le puso enfrente:
—¡Mira, House! ¡O me ayudas o me ayudas! Tengo un alma que salvar y no por tu incapacidad de escuchar me impedirás entrar al cielo, aunque sea al primer escalafón. El Limbo ya me tiene aburrida. En el bus hay un tipo que no para de vomitar y una niña que llora y llora. Es insoportable.
—¿Son de los pasajeros del bus?
—Ahí llegarás antes de ir a cualquier parte.
—¿Y prefieres cantar en coros celestiales?
—Se ve más alentador que arder eternamente.
House sonrió.
—¿Qué? —cuestionó Amber.
—Con Wilson…
Amber, notando qué seguiría, lo interrumpió:
—Eso me lleva a mi primer punto. Una de las cosas que debes hacer es tratar mejor a Wilson.
—¿Eso te lo apuntaron o tu lo agregaste?
—Me lo apuntaron. Es tu amigo, lograste hacerlo por un tiempo, a tu manera, ahora tendrá que ser a la manera de arriba.
—"A la manera de arriba". Te has vuelto…
—¡No lo digas!
—Iba a decir, dócil. ¿Qué tal tu jefe?
Amber lo miró seria y no contestó.
—Y ahí vamos al segundo punto. Deberás volver y trabajar con tu equipo. Debes ayudarlos y tratarlos mejor.
—¿Y les doy regalos de Navidad? —preguntó, haciéndose el tonto.
—Creo que la venida de los espíritus será inevitable. Tercero: la paciente y su familia. Deberás ayudarlos y no sólo resolviendo el caso.
—Si es no cobrándoles, deberías ir a asustar a Cuddy.
—Y ese es el cuarto punto —agregó Amber, ignorando lo que realmente había querido decir él con eso.
—¿Asustar a Cuddy?
—No. Simplemente "Cuddy".
—¿Debo tirármela?
—No te hagas el que no entiende.
—¿Debo besarla? ¿Darle un regalo? ¿Decirle que la amo y que no puedo vivir sin ella? ¿Quién, carajo, está escribiendo este villancico de Navidad?
—No sé, pero si todo está escrito, es mi jefe. Y sólo apuntó en la hoja "Cuddy", así que pídele las explicaciones a él, yo sólo soy una mandada que quiere hacer bien su trabajo para ser ascendida.
—Genial. Con lo fácil que es sostener una conversación con un ser incorpóreo. No se vale. Él sabe telepatía, yo no. ¿A dónde vas? —gruñó al ver que Amber salía atravesando la puerta, ahora cerrada.
—Ya viene el primer espíritu —dijo desde el otro lado.
House le cargó la responsabilidad al exceso de vicodín y se echó las frazadas encima para seguir durmiendo.
