─Pero... ─la señorita Pony dudó por varios segundos, y es que, pese a las extravagancias de Sir William, la situación no era cosa corriente. Y tampoco era cosa corriente ver los enormes y habitualmente imperturbables ojos de Miena abrirse a su máxima capacidad; incluso la perruna oreja, usualmente en letargo, se mantenía erguida, al acecho de cualquier amenaza.
─Será por un mes, si acaso dos, en tanto Candy permanece en Lakewood. Ya he avisado a Tom ─indicó Archibald con una brillante sonrisa─. William piensa que así extrañará menos este lugar ─mientras pronunciaba las palabras Archibald evitó mirar directamente a la mascota; no que esperara verse descubierto, pero Miena conseguía conmoverlo como ningún bicho viviente.
Si la pobrecita supiera lo que tía Eloy tenía planeado para ella...
La señorita Pony no dijo nada más y Miena, como la obediente mascota que le habían enseñado a ser, siguió a su improvisado amo en turno, en dirección al automóvil que la conduciría a su nueva misión.
