Capítulo 1: Un doloroso cumpleaños.

Eran las tres de la tarde y no se veía mucha gente por las calles de la ciudad. Comenzaba la primavera, los cerezos estaban en flor, el sol lo llenaba todo y un muchacho se abría paso a través de las pocas personas que, a esa hora, circulaban. Cada cierto tiempo miraba hacia atrás, asegurándose de que nadie lo estuviera siguiendo. Unas cuantas calles más y habría llegado a la dirección que buscaba: delante de él se alzaba una casa algo extraña, vieja y fea, frente a un templo. Miró con desconfianza el papel que tenía en las manos, creyendo haber anotado algo mal. Pero no, todo estaba en orden. Pensó un momento en si era una buena idea entrar pero, después de haber recorrido casi media ciudad para llegar hasta ahí y percibiendo que estaba cerca el fin de todos sus sufrimientos, se decidió a ingresar. Al tocar la puerta, se percató de que estaba abierta por lo que no tuvo más que empujar levemente y ya estaba dentro. Estaba tan oscuro que no sabía hacia dónde dirigirse, si la casa estaba habitada, si no sería alguna trampa. Creyó que era mejor seguir un hilo de luz que nacía desde lejos. Llegó así a una vieja puerta (todo era arcaico en ese lugar) y esta vez sin tocar, ingresó. Era una habitación amplia, sin ningún adorno más que una especie de alfombra, allá al final. No había dado ni tres pasos cuando sintió que, por detrás, alguien le ponía el filo de una espada en el cuello.

— ¿Quién eres tú? ¿Qué buscas aquí? — dijo una ronca voz.

Se dio vuelta y vio tras de sí a un hombre tan viejo como el mundo ¿Sería a él?

—Busco al maestro de esta escuela — respondió algo tenso—. Mi nombre es Ranma Saotome.

Todo había empezado por un rumor. Se acercaba el día en que Ranma cumpliría 18 años y, según su padre, era ya todo un hombre. "Hombre" ¿podía realmente hacerse llamar de aquella manera? Después de todo el tiempo que había pasado, aún debía cargar con aquella maldición que tan infeliz lo hacía y que le impedía ser un joven normal, viviendo una vida normal. No podía entonces sentirse dichoso, sino todo lo contrario. Por esta razón, no estaba quería estar presente mientras los demás cuchicheaban acerca de las sorpresas que le prepararían. No quería saber absolutamente nada y, por lo mismo, salió a dar un paseo para distraer su mente. No había avanzado mucho cuando se encontró con Shampoo, aunque ésta no alcanzó verlo. No tenía nada en contra de ella pero no tenía ganas de sentirse acosado ni tenía deseos de caer ante alguno de sus hechizos, ni tan siquiera hablarle. Nada. Por eso, se escondió tras unos arbustos, lo suficientemente cerca para escuchar cómo ella y su abuela comentaban sobre un maestro de artes marciales que, con sus entrenamientos especiales y un ritual mágico, era capaz de curar la maldición de los estanques encantados de Jusenkyo. La abuela insistía en que era algo probado, que ella misma lo había visto y podía asegurarle que era cierto. Para encontrar a este hombre, era necesario llegar hasta una escuela que tenía, en la ciudad, y ahí llegar a un trato con él, trato que en realidad, ella desconocía en qué consistía. Lo más importante, le recalcó, es que debía ir sola. Shampoo, ilusionada con la oportunidad de dejar su forma gatuna en el pasado y, de paso, no tener mayores obstáculos para poder estar cerca de Ranma, insistió a su abuela para que le dijera dónde debía ir. La abuela no lo recordaba con exactitud pero le dio algunas indicaciones de cómo llegar. Frente a un templo antiguo, encontraría la escuela, y en ella al maestro.

Ranma memorizó como pudo las instrucciones de Cologne y las repitió constantemente hasta llegar a la casa. Sin saludar ni detenerse a comer, pasó directamente a su habitación y anotó lo que había escuchado de la abuela. "Frente a un templo" apuntó finalmente. Nadie le había dicho que era verdad, pero no perdía nada con ir a mirar qué tan cierta era la historia. Sería mañana, después de la escuela. Y no podía decirle a nadie.

Lo noche se hizo eterna. La emoción que le producía la posibilidad de volver a tener una vida normal no lo dejaba dormir. Al lado, Genma dormía como un bebé. Seguramente el resto de la familia también. Pero él, nada. Decidió ir a entrenar. Si no había entendido mal, parte del acuerdo para sanarse implicaba un entrenamiento duro por lo que, era mejor estar preparado. Si se trataba de una estafa, también sería bueno estar en forma…

Akane se despertó por los ruidos que provenían del jardín de su casa. Al comienzo se asustó pensando en la posible presencia de un ladrón pero, luego de mirar por la ventana, se dio cuenta de que sólo era Ranma que entrenaba.

— ¿A las dos de la mañana? —. Sin duda había algo raro en la situación.

Ranma no se percató de la presencia de la muchacha hasta que ella le preguntó por qué estaba entrenando a esa hora. No le mintió.

—No podía dormir— fue la escueta respuesta.

— ¿Te sientes mal?

—No, sólo quiero entrenar—dijo algo fastidiado. —Y estar solo.

"Siempre tan grosero" pensó Akane. "Estaba preocupada por él". No dijo nada y volvió a dormir. Ranma, a veces, tenía esos arranques repentinos de energía nocturna. Nada de qué preocuparse.

Sin embargo, en la mañana, Akane se dio cuenta de que algo no andaba bien en el momento en que descubrió que Ranma se había ido sin ella a la escuela. No sólo había entrenado hasta tarde, además estuvo despierto más temprano y se fue sin esperarla. A eso había que agregar que era su cumpleaños. Eso no era normal. Ranma ocultaba algo y, lo peor, no tuvo la suficiente confianza para contarle.

Apenas sonó la campana del instituto, Ranma tomó sus cosas y sencillamente desapareció. No podía dejar que ni Akane ni Ukyo ni ningún otro lo siguiera. Por lo mismo, echó a correr por las calles que, afortunadamente, estaban casi vacías. Según las indicaciones, el lugar al que se dirigía quedaba bastante retirado de su escuela, por lo que no podía darse el lujo de descansar o desacelerar el ritmo. Entre antes terminara con esto, mejor. Si todo era cierto o una farsa, lo mejor era saberlo pronto. Aunque, había estado pendiente de Ranma en la escuela, Akane no pudo evitar que se le escabullera, confirmando aún más sus sospechas de que en algo raro estaba metido. Ukyo no parecía ser parte del asunto, pues también preguntaba por él a sus amigos. Quizás Shampoo estaba enterada de algo. Como fuera, si Ranma no quería contarle, ella tampoco lo acosaría.

—Él sabrá lo que hace — se mintió de modo resuelto.

Después de haber encontrado la casa y haber sido recibido de manera tan "amena", Ranma se encontraba frente a un hombre, que más parecía fósil, mirándolo fijamente. ¿En qué estaba pensando cuando creyó que la historia de Shampoo era verdad? ¿Cómo podría ese hombre ayudarlo si, con suerte, era capaz de sostenerse?

—Asumo que vienes por lo de la maldición de los estanques—dijo por fin el veterano.

—Así es ¿Puede usted ayudarme a acabar con la maldición?

—No.

"Genial. Como siempre, otro cuento para la misma historia" pensó Ranma y estaba dispuesto a marcharse cuando el anciano lo interrumpió:

—Yo no puedo ayudarte a curar la maldición pero si puedo llevarte donde la persona que puede. Debo advertirte que no será fácil, el entrenamiento es duro, las pruebas son extenuantes y las posibilidades no regresar son altas. ¿Estás dispuesto a ello?

Dudó ¿Cómo podía estar seguro de que todo era cierto? Sin agregar más, el anciano aplaudió dos veces y como por arte de magia aparecieron en una nueva casa, con un hermoso jardín. Al poco rato, un muchacho se acercó a ellos.

— ¿Tú también quieres acabar con la maldición? Ya somos varios los que hemos puesto fin a un sufrimiento de años, gracias al maestro.

Parecía ser cierto.

— ¿Qué debo hacer? — preguntó Ranma.

—Sígueme.

Lo llevo por largos corredores con pisos de madera. El guía no dijo nada en el camino, sólo miraba con curiosidad a Ranma, tratando de adivinar cuál era su otra "forma". Llegaron a un nuevo jardín en donde un hombre alto esperaba. Hizo un gesto al muchacho con el que iba Ranma y éste asintió. El hombre le pidió que los dejaran solos. Antes de que el chico dijera algo, el hombre comenzó:

—No tienes que explicar por qué vienes. Ya lo sé. Puedo imaginar cómo has sufrido porque yo mismo viví una situación similar. Esos años oscuros me llevaron a buscar por el mundo entero la forma de revertir mi situación. Nada dio resultado, hasta que conocí a mi antiguo maestro y me liberó. En agradecimiento, yo ayudo a los seres que, como tú, sufren por la condición deplorable a la que los estanques encantados los condenan. Te advierto que el camino no es fácil, es largo, fatigoso…

—Sí, sí, eso ya me lo contó el viejo antes— interrumpió Ranma groseramente, perdiendo la paciencia ante tanta palabrería. El hombre sonrió.

— ¿Y estás dispuesto a hacer todo eso?

—Lo que sea—. Ranma parecía dispuesto a hacer lo que se le pedía sin preguntarse siquiera si era verdad que podía cumplir lo que prometía.

—Entonces, mañana, antes de que el sol salga, abandonarás tu casa, sin decirle a nadie dónde vas, ni a tus propios padres, y te presentarás aquí. Comenzarás con el más duro de los entrenamientos y, si sales victorioso, pasarás por la prueba final que te liberará de tu condición actual. No te puedo asegurar que sobrevivirás hasta llegar a esa parte pero, te ves fuerte. Si sobrevives al entrenamiento, tendrás que cumplir con lo que yo te pediré como pago por haberte sanado ¿estás de acuerdo?

—Sí— contestó Ranma, pensando en que nada muy tremendo podría pedirle. De todos modos, una vez sano, hasta podría liberarse de aquella condición impuesta.

—Muy bien, tengo tu palabra entonces. Mañana en la madrugada te quiero aquí—. El hombre le dio la espalda y comenzó a caminar. Cuando había avanzado un par de pasos se giró y agregó: —Si tienes algún compromiso, el que sea, es mejor que lo rompas. Nada te asegura de que volverás para cumplirlo.

Esta última sugerencia descolocó a Ranma. Pero el deseo de ser libre fue más fuerte. Así lo haría.

Akane pasó toda la tarde, luego de regresar de la escuela, en la cocina. Tan afanada estaba que no se percató de que ya era la hora de la cena. Estaba hecha un desastre. Por lo que, una vez que hubo dejado algo dentro del horno, salió a darse un baño. Era el cumpleaños de Ranma y le habían estado preparando algo de comer y algunos regalos. Sólo faltaba que él regresara. No lo había visto desde que huyó de la escuela.

Ranma llegó pasada las ocho, cuando toda la familia lo esperaba en la mesa. Se le notaba extraño, nervioso. Quería decir algo pero no sabía cómo. No dejó que su padre tomara la palabra. Ni Soun, ni nadie.

—Bueno, yo…—no podía encontrar las palabras: —Bueno, yo estoy aquí porque…—, los ojos de la familia lo intimidaban. Genma intervino:

— ¿Puedes empezar de una vez, Ranma? Tenemos hambre y…

—Bueno, estoy aquí para decirles que he tomado la decisión de ir a entrenar lejos, por un tiempo. No sé cuándo volveré pero sí cuando me marcho: mañana mismo. Sé que es algo precipitado pero es una oportunidad que se presentó así, de repente. No papá—dijo cuando vio que Genma quería interrumpir su discurso, probablemente para ofrecerse a acompañarlo—, esta vez me voy solo. Necesito que sea así.

Todos estaban sorprendidos. "Así que era eso" pensó Akane. Creyó que era una broma y que Ranma se estaba burlando de ellos. Mantuvo ese pensamiento por un buen tiempo pero, poco a poco, al ver la decisión con la que Ranma hablaba, comenzó a convencerse de que no podía estar mintiendo.

—Supongo que he dicho todo. Disculpen, hoy no cenaré, tengo muchas cosas que arreglar—. Antes de abandonar el comedor, agregó: —Como no puedo asegurar en cuanto tiempo volveré, si es que lo hago, y aunque el compromiso de matrimonio fue una imposición de ustedes—dijo mirando a Genma y Soun—, y yo no considero que haya tal, de todos modos lo mejor es que todo se cancele, Akane. No te sientas obligada a nada.

El rostro de Akane no pareció verse afectado. Con una sonrisa le contestó:

—No sabes el peso que me quitas de encima—. La pequeña Tendo se levantó de la mesa y se fue a su habitación. Una vez dentro sintió como unas garras le destrozaban el corazón. El resto de la familia no pudo decir palabra, Ranma lo impidió. Se retiró a su habitación a ordenar lo poco que llevaría. Ya entrada la madrugada sintió algo de hambre y fue a la cocina. Al encender la luz vio un pastel desastroso, seguramente hecho por Akane, que decía "Feliz Cumpleaños, Ranma." Lo había olvidado hasta ese momento. Seguramente Akane pasó gran parte de la tarde en eso y él, en respuesta, había cortado su compromiso. No podía irse así, debía disculparse con ella. Subió a su habitación y, sin importarle la hora, golpeó. No tuvo respuesta. Seguramente Akane estaba enojada con él y no le abriría o, lo más lógico, estaba dormida. De todos modos, él quería disculparse y dejar un buen recuerdo en ella, por eso salió al patio y, al ver la ventana de la pieza de Akane abierta, subió hasta allá y entró. Efectivamente dormía. Se veía dulce y hermosa a la luz de los primeros rayos de sol que se colaban por la ventana. Ranma sintió remordimientos por haber actuado como un bruto pero ya los planes estaban hechos.

—Akane—murmuró, —perdóname…

Sin saber por qué, comenzó a acercarse a ella hasta que una voz lo detuvo. En la ventana estaba el muchacho de la tarde, el que lo presentó al maestro.

—Nos vamos. El sol ya casi asoma…

—Dame cinco minutos

El joven sonrió.

—Siempre es lo mismo, todos quieren cinco minutos— y al decir esto, pronunció una especie de hechizo que congeló a Ranma. Ya no se pudo mover.

—Nos vamos, dije— y, tomando a Ranma y las cosas de éste, salió al jardín de los Tendo. Ahí, libró a Ranma del hechizo, cuando éste prometió que se iría tranquilo y sin decir nada. No se despidió de nadie, finalmente. Tomó sus cosas y se puso a andar, sin saber que, desde una ventana, un pequeño rostro lo miraba alejarse, con sus ojos llenos de lágrimas.

Ranma caminaba cabizbajo. En su rostro se mezclaban expresiones de rabia, tristeza, frustración y culpabilidad. Su acompañante lo notó.

— ¿No me digas que te estás arrepintiendo, Saotome?

Ranma siguó caminando. Luego de algunos minutos sólo dijo:

—No permitiste que me despidiera de ella y, quizás, sea la última vez que la vea…