Hola! Bueno, pues en esta ocasión quiero dejaros este pequeño one-shot que retrata un momento entre Hermione y Harry, este fic es para una buena amiga, una de las pocas pottéricas que tengo cerca en la vida real y que jura que en el fondo Harry y Hermione se quieren de una forma que va más allá de la fraternal, Paola, espero que te guste. Se sale un poco del canon porque bueno, he adaptado uno de los momentos de las búsqueda de los horrocruxes. Por favor leed las advertencias y gracias, cada lectura y comentario son apreciados. Está dividido en cuatro viñetas de 1.000 palabras cada una. ¡Gracias!

Aeren


Disclaimer:Harry Potter y su mundo pertenecen a J.K. Rowling y Warner Brothers. No se infligen los derechos de copyright de forma intencionada.

Título:En la penumbra

Pairing:Harry Potter & Hermione Granger

Rating:NC-17.

Palabras:~4.000~

Resumen:Harry y Hermione están inmersos en la búsqueda de los Horrocruxes. Un momento de soledad, dos amigos que se quieren más allá de las palabras, una única noche que quizás cambie sus vidas para siempre.

Notas y Advertencias:Este fic contiene leguaje adulto y escenas de sexo explícito. Hay cambios en la historia original, en particular en alguna parte del séptimo libro.

Beta:Rohoshi. (un altar para ella!)

Dedicatoria: Para Paola, que siempre ha creído que Harry sentía algo por Hermione.

En la penumbra


I


Es tu amigo. Tu mente repite esa frase una y otra vez, es tu amigo, tu amigo, tu amigo... La semioscuridad de la tienda te da la suficiente intimidad como para ocultarle la dirección de tus ojos, o eso esperas. Tiemblas, tiemblas tanto que temes que perciba el castañeteo de los dientes. Te muerdes los labios con la suficiente fuerza como para notar el regusto a cobre de la sangre sobre la lengua. Estás acalorada y al mismo tiempo sientes frío. El vacío en la boca del estómago no es por el hambre, ni siquiera estás preocupada, no tienes miedo, sólo sientes esa angustia, esa necesidad de olerle, tocarle y degustarle, a él, es impensable, crees que te has vuelto loca.

La tempestad agita las paredes, ráfagas calientes, húmedas, se cuelan y giran, la espesa estática del ambiente te eriza el vello de los brazos, el del cuerpo entero. Suspiras quedo, tan bajo que nadie salvo tú puede escuchar el quejido, ronco y necesitado. La llama del candelabro oscila, pinta sombras doradas a vuestro alrededor. El aroma a lluvia, a brezo mojado y tierra se mezcla con el olor del té humeante y el ligero dulzor de la fruta que descansan en la mesa auxiliar situada en una esquina del angosto espacio que os separa.

Te deshaces de los calcetines y estiras los dedos sobre la aterciopelada alfombra, sigues los arabescos en un torpe intento de olvidar que todas y cada una de las terminaciones nerviosas de tu organismo parecen estar excitadas y doloridas por la insatisfacción. Te hiere el deseo, tu mente se niega a aceptar que estás experimentando ese anhelo febril por él y en cambio tu cuerpo te pide acercarte, levantar los dedos y sólo... acariciarle, descubrirle.

Está a sólo unos metros, sentado, impasible, las manos ciñen sus largas piernas enfundadas en unos viejos vaqueros, como tú, está descalzo, te derrites, ensimismada en la visión tan extraña como cautivadora de contemplarle estático, pensativo. La curva del empeine, casi frágil, la elegancia de los tobillos, el algodón azul se ha levantado mostrando el velo oscuro del vello que le cubre las pantorrillas. Ya no es un niño, el pensamiento, esa insidiosa idea que has intentado obviar durante meses, quizás durante años te acosa, te sientes extraña, acalorada y confusa. Te frotas las mejillas intentando centrarte, notas las palmas sudorosas y las aprietas contra la tela del pantalón. El sonido le hace girarse hacia ti con curiosidad, te mira un segundo, sus ojos verdes parecen más oscuros, musgo intenso, te traspasan, como si leyesen dentro de ti, a través de ti. Temes que sepa y te encoges más, procuras tranquilizar el acelerado latido de tu corazón, la respiración que te ahoga, que borbotea errática en los pulmones.

La tarde decae, como si la noche se hubiese abatido de golpe sobre el reducido espacio haciéndolo parecer aún más diminuto, una nueva ráfaga inunda la estancia, rastros de hierba y agua. Le ves levantarse de su camastro, en apariencia incapaz de permanecer quieto un momento más. Le sigues con la mirada, el viejo jersey te permite ver la camiseta blanca de debajo. Su cabello azabache, más largo e indomable que nunca parece pedir a gritos que alguien, que tú, sumerjas los dedos entre los espesos mechones. Le observas asegurar las entradas, está sellándolas, sabes que hace tiempo que ha perdido las esperanzas de que él regrese y entre en razón; tú prefieres no pensar en Ron, en la furia que te producen sus dudas, en el miedo de que en el fondo, todo lo que dijo sea cierto.

Le contemplas de reojo, anhelante, es tu amigo, tu amigo, tu amigo... la cantinela, esa que siempre sirvió para apagar aquel fuego, de pronto parece exacerbarlo. Tragas con fuerza, las lágrimas llenas de incertidumbre acuden ardientes, pugnando por derramarse. Su perfil se recorta oscuro contra la azulada luz que lo inunda todo, afuera aúlla la tormenta, embravecida; te humedeces los labios y le contemplas caminar lentamente y comprobar cada pequeña abertura en la gruesa lona. La intensidad de su poder te aturde un momento, notas de nuevo cómo tu cuerpo reacciona a su cercanía, ese vacío ahora es casi doloroso, aprieta tus entrañas, tus pechos de pronto sensibles y pesados, rozan la tela sedosa del sostén. Te abrazas, avergonzada, a pesar de que la parte racional de tu mente te dice que sólo eres una mujer joven que reacciona ante un hombre atractivo.

Cierras los párpados, es mi amigo...mi amigo...mi amigo... casi temes haberlo dicho en voz alta cuando notas cómo se hunde el colchón. Aroma a jabón, a tierra, no hay nada infantil en él, es oscuro, te llega hondo, te sacude, abres los ojos y quieres tocarle, te espantas de la fuerza de tu propio deseo.

—Lo siento —susurra, la voz ronca se instala en el fondo de tu vientre, respiras hondo y agitas la cabeza, incapaz de decir nada coherente—. Seguro que estará bien, ya verás.

Te aparta un mechón erizado, a duras penas le sostienes la mirada. Los cristales de sus gafas destellan un segundo mientras se las aparta con impaciencia, las frota chasqueando la lengua y con la sencillez fruto de la costumbre, usas la varita para limpiárselas. Sonríe un segundo observándolas, parpadea y levanta la cabeza.. Es mi amigo... mi amigo... mi amigo... Tiene una sombra ambarina en la barbilla hendida, levantas el índice con lentitud y lo posas en ese punto exacto. Está caliente, es áspero, el tacto contrasta con la seda de sus labios llenos. Gimes al ver el modo en que sus pupilas se dilatan, inmensas, iris de jade cristalinos, orlados de pestañas negras y curvadas. Trazas la línea de una de sus cejas, inspiras hondo, tan hondo como te lo permiten los nervios que han vuelto gelatina tus rodillas. Se inclina un poco, como deseando que profundices el contacto y tú concedes, le acunas la mejilla y responde girando su rostro para depositar un beso húmedo en el centro de la palma.


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