Aviso: Esta historia participa en el I Fest del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
Mi prompt era el #71, el cual pedía que creara una historia en el que Harry estuviera harto de todo y se desquitara con Pansy, de ahí el nombre del fic.

NA: He de decir que yo he interpretado ese desquite a mi manera, y que no tendrá lugar hasta el capítulo final. El total de capítulos son 3.
He tenido un cierto dilema eligiendo el rating de este fic, ya que sus dos primeros capítulos son K+ pero el último bien podría considerarse M, así que al final decidí colocarle la T, que es el punto medio xD

Espero haber cumplido con las expectativas de la persona que propuso esta historia :)


Capítulo 1: Separaciones y reencuentros.


—¡Señor Potter! —bramó una voz desde el otro lado de la puerta, haciéndome dar un respingo en la silla, tras el escritorio atestado de papeles y periódicos antiguos.

—¿Sí, señor? —pregunté con nerviosismo al levantar la vista y comprobar que se trataba del jefe del Departamento de Aurores.

—¿Dónde está su compañero, el señor Weasley? —quiso saber, poniendo mala cara al comprobar que no estaba en su puesto de trabajo—. Tengo algo importante que comunicaros.

—Debe estar a punto de llegar, señor —respondí velozmente, intentando excusar de alguna manera a mi amigo.

Pero mi respuesta pareció no convencer a nuestro superior, que se marchó sin mediar palabra alguna y con la cara más larga que un día sin varita.

Volví a sumergirme en los papeles y anotaciones que inundaban mi escritorio mientras me preguntaba qué excusa pondría hoy Ron por haber llegado tarde.

Diecinueve años después de la derrota de Voldemort, todavía quedaban muchos mortífagos a los que dar caza. Muchos se habían exiliado en países remotos, cambiando su identidad y mezclándose entre los muggles, otros habían optado por esconderse en las profundidades de los bosques más perdidos de la faz de la tierra con la esperanza de no ser encontrados hasta que sus delitos hubieran prescrito.
Sin embargo, y a pesar de los grandes esfuerzos de éstos por eludir el peso de la ley, muchos habían sido capturados y convenientemente juzgados, la mayoría en los primeros cinco años siguientes a la derrota de su líder.
Las cosas habían cambiado mucho, tantos años después. El equipo se resentía, y los esfuerzos que hacíamos por dar con los últimos parecían no dar sus frutos.
Miré de nuevo mi escritorio, sin saber muy bien por dónde seguir rastreando. Todas las horas dedicadas a las investigaciones de los casos que nos habían asignado se amontonaban en pilas de folios escritos a doble cara sobre nuestras mesas, en los cuales se podían apreciar pequeñas manchas de café, uno de mis grandes aliados en aquellos tiempos no tan buenos.

De repente, recordé que necesitaba constatar algunas fechas de las vidas de algunos sujetos en busca y captura por el Ministerio de Magia, por lo que eché mano a uno de los montones, el referente a "fechas". Al hacer aquello, dejé al descubierto un marco plateado que contenía una fotografía de mi familia en uno de los muchos intentos de posado que hicimos a lo largo de los años, con la intención de tener una foto bonita de todos juntos, y que había estado oculta por la cantidad de trabajo de mi mesa durante mucho tiempo. Mi hijo James reía a carcajadas porque a Albus se le había derramado el zumo de calabaza que le había hecho su abuela con tanto cariño, y ahora su camiseta verde preferida tenía una mancha naranja en medio del pecho. La pequeña Lily, ajena a todo lo que hacían sus hermanos mayores a sus espaldas, sonreía con la gracia y la dulzura que sólo recordaba haberle visto a su madre cuando tenía su edad. Al fondo, Ginny y yo sonreíamos forzosamente a la cámara, principalmente intentando no matar a nuestros hijos mayores y montar un numerito delante de toda la familia Weasley, pero también porque hacía bastante que Ginny y yo habíamos decidido darnos un tiempo, y ambos consideramos oportuno no decírselo a nadie hasta que supiéramos a ciencia cierta que queríamos darnos otra oportunidad o separarnos definitivamente.

Los motivos habían sido muy diversos: La presión del matrimonio, los constantes problemas que surgen cuando tienes tres hijos, uno de ellos adolescente y un segundo en vías de convertirse en otro, las quejas de Ginny cada vez que le anunciaba que debía marcharme a una misión y estar fuera de casa varias semanas, las horas que debía dedicarle a mi trabajo cuando no había ningún cometido a la vista, que no eran pocas, el aburrimiento de la rutina…

—¿Han preguntado por mí?

Alcé la vista, saliendo de repente de mis cavilaciones, y encontrándome a un desaliñado Ron entrando por la puerta y dejando su enorme mochila encima de la mesa con un golpe sordo, provocando que algunos folios en su escritorio salieran disparados en todas direcciones.

—El jefe —respondí, observándolo detenidamente. Hacía tiempo que Ron había cambiado. Ya no tenía ese sentido del humor que le caracterizaba en nuestros años de Hogwarts, y tampoco conservaba su físico esbelto y definido. Últimamente se le veía mucho más viejo, más cansado y estresado. Y no era cosa de la edad, pues todos habíamos crecido y madurado. Mi amigo, por el contrario, parecía haberse estropeado. Aquel día, sin embargo, lo notaba muchísimo más demacrado que de costumbre—. Ron, ¿qué ocurre?

El aludido dejó de mover papeles sin ton ni son en su escritorio y me miró, clavando sus ojerosos ojos en los míos.

—¿Cómo que qué ocurre? —preguntó, algo sorprendido.

—¿Que qué te pasa? —me atreví a decir.

—A mí nada, ¿por qué lo dices? —y acto seguido volvió a arrimarse a su escritorio y siguió traspapelando días y días de investigaciones en un intento de eludir mi mirada.

—Me parece absurdo que creas que puedes engañarme —confesé—. ¿Hace cuánto que no te miras a un espejo? Estás… Diferente. Te hace falta un buen pelado, y ¿cuánto tiempo hace que no te afeitas? Mírate, Ron, tu aspecto… ¿Es que Hermione no te dice nada?

Ante la mención de su esposa, paró en seco, y con la mirada perdida en la pared del fondo de nuestro pequeño despacho, tragó saliva sonoramente.

Esperé pacientemente a que mi amigo encontrara las fuerzas para salir de la conmoción en la que se encontraba sumido y responder a mis preguntas, pero en lugar de eso, aprecié cómo unas pequeñas lágrimas resbalaban por sus ojos y mojaban las mejillas de mi compañero. Sólo recordaba haberlo visto llorar en dos ocasiones: Una, cuando en el baile de nuestro cuarto curso en Hogwarts, Hermione apareció por la puerta de la mano de Krum. Ron había intentado mantener el tipo ante aquella situación, pero cuando los rumores de que Krum y ella habían sido vistos por los pasillos más oscuros del colegio en actitud muy cariña, Ron no pudo evitar por más tiempo que unas cuantas lágrimas escaparan de sus ojos, ni darle algún que otro puñetazo a la pared de la habitación. La otra vez que había podido verle derramar unas lágrimas de sus ojos, fue con la muerte de Fred aquel dos de mayo.

—Ron, ¿qué ocurre? —repetí, empezando a ponerme nervioso.

Él se secó las lágrimas violentamente con la manga de la camisa, sorbió por la nariz y me miró con una expresión de dolor en el rostro que sí que no había visto nunca en él.

—Hermione y yo nos vamos a dar un tiempo —respondió al fin, con un hilo de voz.

La noticia me pilló de sorpresa, desprevenido.

—¿Qué ha pasado? —quise saber.

—Hermione lleva muy rara los últimos meses. Está muy irritable, no hay nada que le diga que le parezca bien, me grita todo el tiempo, parece que le incomoda mi presencia… —Ron hizo una breve pausa en la que agachó la cabeza y se hundió en la silla—. Hace tres meses que no hacemos el amor —confesó, quebrándosele la voz. Yo me erguí en la silla, incómodo—. No quiere ni tocarme, y no entiendo qué ha podido pasar porque ella no quiere explicarme nada.

Aquellas revelaciones me sentaron como si me hubieran echado un Petrificus Totalus allí mismo. Mi situación con Ginny era muy parecida a la que me contaba, antes de llegar a la conclusión de que necesitábamos un tiempo.

—¿Lo saben los niños? —pregunté, esperando que mi curiosidad no lo incomodara todavía más.

—Ayer hablamos con Hugo —terció—. Le explicamos que me voy a ir de casa un tiempo, pero que no debe preocuparse porque siempre que pueda iré a verlo. Hermione se encargará de mandarle una carta a Rose para ponerla al corriente de la situación… Hemos acordado que hoy, después del trabajo, pasaré por casa a recoger mis cosas.

—¿Cómo se lo ha tomado Hugo?

—Bueno… Él no quiere que me vaya, me lo ha repetido tropecientas veces delante de la mirada impasible de su madre… Me parece una crueldad hacerle algo así a un hijo —contestó, resoplando ante aquel recuerdo, que sin duda le atormentaba.

—Tal vez eso sea lo mejor para todos… —apunté, recordando el momento en el que Lily también me había pedido que no me fuera de casa.

—Dudo que eso sea bueno para nadie —espetó Ron, mirándome con recelo.

—¡Basta de cháchara!

Ambos dimos un respingo en nuestros asientos y nos pusimos derechos en los mismos ante la repentina presencia de nuestro jefe, que acababa de entrar en el pequeño despacho seguido de un montón de ficheros que se mantenían en el aire.
Se acercó a la mesa de Ron y dejó caer uno de ellos ante sus narices. Cuando mi amigo leyó el nombre impreso en la portada, casi se le salen los ojos de las órbitas.
Después, dio un par de pasos en mi dirección, y tras girarse hacia el montón y buscar en ellos un par de segundos, dejó caer también una carpeta sobre mi mesa.

—Olvidad todos casos que estéis llevando hasta ahora —ordenó—. Quiero que os centréis en capturar a estos tres individuos.

Bajé la vista hasta el nuevo fichero, y al descubrir en él el apellido "Malfoy", casi me caigo de la silla de la impresión.

—La pareja de aurores que estaba investigando este caso llevaba tres años y medio y no habían conseguido gran cosa, así que, no me preguntéis por qué, pero confío en ustedes para poder dar carpetazo a este asunto —exclamó, con una seriedad brutal impresa en el rostro—. Os cuento un poco cómo van las investigaciones... Hay rumores de que el patriarca, Lucius Malfoy, podría haber muerto a manos de otro mortífago unos años atrás. Sin embargo, no quiero que ceséis vuestra búsqueda hasta constatar que, efectivamente, ha fallecido. La madre, Narcissa, ha sido vista por última vez hace un año y medio en unas islas españolas, y su hijo, Draco, está desaparecido en combate. No se sabe prácticamente nada de él desde hace seis años. Tú te encargarás de la madre —dijo, señalando a Ron—, y tú te centrarás en el hijo —apuntó, girándose hacia mí—. Sin embargo, trabajaréis conjuntamente la mayor parte del tiempo, ¿de acuerdo?

Los dos asentimos, aunque yo no tuve muy claro que nuestras situaciones personales fueran las ideales para empezar a investigar un caso tan complejo como el de los Malfoy.

—Estupendo —dijo nuestro jefe, frotándose las manos—, pues a trabajar. Espero recibir informes pronto.

Y dicho aquello, se dio media vuelta y desapareció por el pasillo, seguido del resto de carpetas.
Cuando se perdió de vista, Ron y yo nos miramos, perplejos.

—¿Tenemos que dar caza a los Malfoy? —preguntó, como si no terminara de creerse el caso que acababan de asignarnos.

—Eso parece —respondí yo, que tampoco terminaba de tenerlas todas conmigo.

Enseguida nos pusimos manos a la obra. Parecía que la sorpresa de los nuevos acontecimientos hizo que Ron se olvidara momentáneamente de sus problemas conyugales, aunque yo no podía evitar que la separación de mis amigos me afectara de una u otra manera. ¿Qué pasaría si ellos, al final, consideraran oportuno divorciarse? Estaba seguro de que a Ginny no le haría ninguna gracia que, si al final decidiéramos separarnos (Merlín no lo quiera), ellos se nos adelantaran y lo hicieran público antes que nosotros, pues mi mujer no era partidaria de que las malas noticias vinieran juntas, todas de una vez.

Cuando el reloj de la pared anunció que eran las tres de la tarde, me levanté de la silla en la que había estado sentado desde por la mañana y me estiré. Estaba deseando llegar al apartamento donde vivía desde hacía poco más de cuatro meses y tirarme en el sofá con un bocadillo de cualquier cosa en una mano y una cerveza de mantequilla en la otra.

—¿Puedo acompañarte a casa? —dijo de repente Ron, pillándome con la guardia baja.

—¿Cómo? —respondí, extrañado.

—¿Que si puedo ir a tu casa un rato? —repitió mi amigo, suplicándome con la mirada—. No tengo muchas ganas de volver a la mía, ya sabes, enfrentar todo lo que debo enfrentar hoy… Además, tengo ganas de ver a mi hermana y mi sobrina, que hace tiempo que no las veo.

Me puse mi cazadora negra para ganar algo de tiempo. Me exprimí los sesos intentando encontrar excusa, pero la parte izquierda de mi cerebro parecía haberse colapsado y era incapaz de inventar nada que fuera mínimamente creíble, por lo que, en cuanto terminé de subirme la cremallera de la misma, dije:

—De acuerdo, Ron, puedes venir conmigo.

El camino hacia mi casa se me hizo extraño. Hacía tiempo que no conducía del trabajo a casa. Además, estaba algo nervioso porque no tenía forma de averiguar cómo reaccionaría Ginny al verme llamar a la puerta junto a su hermano. Sin embargo, tenía muchas ganas de ver a mi hija, y eso compensaba cualquier mala cara que pudiera ponerme.

—¿Puedo pedirte un favor, Harry? —dijo Ron desde el asiento del copiloto.

Asentí sin quitar la vista de la carretera.

—Por favor, no le digas nada a mi hermana. Hermione me ha pedido que no se lo cuente a nadie.

—Está bien Ron, no te preocupes.

Ambos nos quedamos en silencio unos segundos, y aprecié por el rabillo del ojo cómo Ron se quedaba embobado en la manera en la que conducía. Miraba con gran curiosidad cada cambio de marcha, cada vez que doblaba en una esquina… Incluso lo pillé asomándose disimuladamente para ver cómo presionaba los pedales del embrague, freno y acelerador.

—Oye, ¿crees que a Hermione le parecería buena idea que accediera a sacarme lo que quiera que deba sacarme para manejar estos trastos? —preguntó, al fin—. Siempre me dijo que necesitaba aprender a conzudir.

—A conducir —lo corregí.

—Pues eso, lo que he dicho.

Puse los ojos en blanco.

—Sí, tal vez aprecie tus intenciones de sacarte el carnet de conducir.

Al llegar, aparqué justo en la puerta de mi casa victoriana, que estaba adosada a la de nuestros vecinos. Cuando estuvimos frente a ella, fingí buscar las llaves en el interior de mi maletín. Sabía perfectamente que las llaves de ésta casa estaban colgadas en la pared de la entrada de mi apartamento "de soltero", o de "casado sin compromisos", por lo que era imposible que pudiera encontrarlas ahí dentro.

—Vaya, qué despiste —dije al fin, llamando al timbre y esperando que no se notara que estaba mintiendo—. He debido olvidarme las llaves.

—Qué cabeza la tuya —comentó Ron con una media sonrisa en el rostro—. Menos mal que tienes a mi hermana para que te cuide…

—Sí… Menos mal… —dije con un hilo de voz.

En ese preciso instante, la puerta se abrió.
Ginny se quedó clavada en el suelo, perpleja al encontrarnos a los dos en el umbral de la puerta sin previo aviso.

—Oye, parece que ha visto un fantasma —comentó Ron por lo bajo.

—Hola cariño —dije, acercándome a ella y dándole un beso superficial y torpe en los labios—. Ron ha querido pasarse a saludar, ¿qué hay de comer?

—Nada —contestó ella, todavía un tanto sorprendida—. Quiero decir… He estado adelantando cosas del trabajo y se me ha quemado la comida…

Miré a mi esposa. Sabía perfectamente que aquello no era verdad. Seguramente ella y la niña ya hubieran almorzado. Obviamente, no esperaba que me presentara allí así, por las buenas.

—¿Y no le has hecho cualquier otra cosa a tu marido, que viene cansado de trabajar? —preguntó Ron, incrédulo.

—No —respondió ella, tajante—. Yo también trabajo, así que si mi marido quiere comer, puede hacerse la comida él mismo.

—De hecho hoy me apetecía un sándwich de jamón y queso —comenté, intentando calmar los ánimos—. ¿Quieres otro, Ron?

—Suena bien —aceptó.

—¡Papi! —mi cara se iluminó cuando escuché a Lily bajar las escaleras a todo correr para lanzarse a mis brazos.

—¿Cómo está la niña de mis ojos? —exclamé cuando la alcé, apreciando una bonita e inocente sonrisa en sus labios.

—Qué envidia, Hugo no aparta la vista de sus videojuegos cuando llego a casa. Esos malditos aparatos muggles… Deberíamos prohibirle que juegue con ellos.

Le di un beso a mi hija antes de dejarla en el suelo.

—Hola tío Ron —dijo con alegría.

—Hola preciosa. Dale un beso a tu tío, ¿no? Hay que ver cuánto has crecido, niña.

—Estaré arriba —espetó entonces Ginny, y se apresuró a subir las escaleras de malas maneras.

—¿Qué mosca le ha picado? —preguntó Ron, receloso.

—Debe haber tenido un mal día en el trabajo —supuse—. Se estresa mucho cuando no le sale todo como ella quiere.

—¿Qué hay más estresante que investigar y capturar a los Malfoy? —dijo Ron, indignado.

Después de comer, Ron y yo nos dejamos caer en el sofá de la sala de estar, donde se nos unió Lily y su muñeca de trapo a la que había llamado Anna.
Ambos suspiramos mientras dejábamos a nuestros cuerpos reposar un momento de todo el estrés al que estábamos expuestos. Mi hija se recostó junto a mí, y muy despacio, apoyó su cabeza sobre mi pecho. Rodeé su pequeño cuerpo con mi brazo y dejé que se durmiera allí, sobre mi corazón. Me tomé un segundo para observar su cabellera, pelirroja como la del hombre que empezaba a roncar levemente a mi derecha. Cuánto se parecía a su madre. La quería incluso más por ese pequeño detalle. No podía evitar sentir una leve melancolía al pararme a apreciar las pecas del rostro adormilado de mi niña. ¿Cuántas noches había pasado en vela contando las pecas de su madre? Ya fuera las de la cara, las del cuello, las del pecho o la espalda… ¿Cuántas veces me había perdido en ellas después de hacer el amor? ¿Después de cada pelea? ¿Después de cada reconciliación? Ginny era eso, la guerra. Ginny era la tormenta necesaria para la llegada de la calma. Ella era la bestia que debía ser domada, la marea, el agua que escapa entre tus dedos.
Ella siempre había tenido el carácter que a mí me faltaba, y hasta que nacieron mis hijos, había sido lo más importante de mi vida. ¿Qué nos había pasado? ¿Qué sería de mí si decidiera que quiere el divorcio? ¿Habría algo más después de ella?
De momento, con mi hija recostada en mi regazo, no podía ni quería pensar en ello. Simplemente permití a mis ojos cerrarse un instante, y a mi cerebro desconectar de las preocupaciones que le perturbaban.

. . .

La mañana siguiente, Ron volvió a llegar quince minutos tarde al trabajo. Sin embargo, aquel día no me dio ningún tipo de explicación, y yo no me molesté en pedírsela. Sabía que su retraso se debía a haber pasado la primera noche fuera de su casa, lejos de Hermione y su hijo.
Lo sabía, porque yo también había pasado por eso. En este tipo de separaciones, los que salíamos perdiendo éramos nosotros, los padres. Y eso dolía. El hecho de no poder despertarte junto a tu mujer ni darle un beso a tu hija mientras duerme antes de irte a trabajar… Era una penitencia que llevaba en secreto pero que me quemaba por dentro.

—¿Has avanzado algo? —preguntó Ron, sumido en sus propias investigaciones.

—Algo —mentí. Me erguí en la silla y me acerqué más al escritorio, dispuesto a olvidarme de todos mis problemas y ponerme a trabajar—. ¿Y tú?

—Creo que he encontrado información importante sobre la madre. Estoy tras sus pasos, muy cerca… Sólo espero que no se me escape.

Los días siguientes, Ron y yo nos sumergimos de lleno en nuestro trabajo. La mayoría de veces nos quedábamos a hacer horas extra, ya que ninguno de los dos quería "volver a casa"… A una casa vacía donde no te espera tu hija para saltar a tus brazos ni tu mujer con una sonrisa en los labios.
Ron no hacía otra cosa que agradecerme el hecho de que me quedara con él hasta bien tarde. No sabía que yo tampoco tenía otra cosa mejor que hacer.

En todas las horas dedicadas al caso "Malfoy" había descubierto que se le había visto hacía muy poco por un barrio de Londres, por lo que me puse a investigar como loco a quién podría haber ido a ver… ¿Quién era tan importante para que el mismísimo Draco Malfoy pusiera en peligro su tan querida piel de serpiente? ¿Habría ido a visitar a su padre? Siendo realista, no me imaginaba a Lucius Malfoy escondiéndose en el mundo muggle, atestado de gente no mágica, donde se puede saber con facilidad quién ha hecho magia, dónde y cuándo.
Escribí en el papel el nombre del padre entre interrogaciones y lo rodeé con rotulador rojo para ponerme con ello más tarde. Quería pensar en algo más sensato, aunque no quería descartar ninguna posibilidad. Estaba claro que Draco no se arriesgaría a ser visto por Londres si no tuviera una buena razón, pero ¿qué?, ¿quién?, ¿un familiar? No, me constaba que los únicos Malfoy en Reino Unido eran él y sus padres. ¿Una novia?
Como un relámpago, una idea iluminó mi mente a la velocidad de la luz.
¿Y si…?

—Ahora vuelvo —dije, levantándome de un salto de la silla. Ron asintió sin levantar la vista de sus papeles.

Salí de nuestro pequeño despacho y caminé por aquel pasillo vacío y silencioso. Giré a la derecha. De repente, ante la perspectiva de estar en lo cierto, empecé a impacientarme por llegar, así que incrementé la velocidad. Volví a girar al final del pasillo, esta vez a la izquierda. A cada paso que daba, mi ocurrencia cobraba más y más sentido, y la idea de poder dar con el sujeto al que investigaba me proporcionaba una sensación de adrenalina similar a volar sobre los lomos de un hipogrifo o un dragón.
Al llegar a mi destino, me quedé muy quieto delante de la puerta para que ésta me escaneara, me reconociera como un trabajador del Ministerio de Magia y me dejara pasar al interior de aquella enorme sala llena de estanterías con miles de documentos oficiales.

Caminé por entre ellas con paso firme y decidido, buscando la carpeta que me hacía falta.

—Hogwarts… Hogwarts… ¡Hogwarts! Aquí está —dije para mí mismo al encontrar la sección "Escuela Hogwarts de magia y hechicería", después de unos minutos de búsqueda.

Hojeé las estanterías de arriba abajo, pero no di con lo que estaba buscando. Refunfuñé mientras me sacaba la varita del interior de la chaqueta.

—Accio documentos de Hogwarts de Pansy Parkinson.

Una pila de carpetas pareció empezar a moverse de repente, y aprecié cómo la que estaba abajo del todo intentaba librarse del peso de las otras. Cuando consiguió zafarse y salió disparada hacia mi posición, la cogí con la mano libre, y tras guardar la varita, empecé a hojear su contenido.
Había información de toda su trayectoria escolar. Estaban sus notas de los trabajos de todas las asignaturas, sus calificaciones en los exámenes ordinarios y en los TIMOS. También constaban las faltas, los retrasos… Cuántos puntos había hecho ganar a su casa y cuántos le había hecho perder…
Seguí hojeando, sintiendo cómo mi curiosidad iba aumentando a medida que descubría todas esas cosas sobre ella. Tal eran mis ganas de saber más y más sobre aquella extraña y reservada chica de Slytherin, que no me molesté ni en volver al despacho. Me quedé allí clavado, pasando las hojas e inspeccionando cada palabra de su expediente, que al parecer había sido excelente en todos los sentidos.
Cuando llegué al final, casi me sentí estúpido por haber pensado que un documento oficial como aquel podía incluir lo que yo estaba buscando: Los líos amorosos de la susodicha. Sin embargo, yo sabía perfectamente que Pansy había sido novia de Draco Malfoy en nuestros años en Hogwarts, por lo que no dejé que ese pequeño detalle frenase mis intentos de dar con él.

Dejé la carpeta sobre una pila de ellas y volví a pasearme por la estancia, ahora en busca de la sección "Registro oficial de brujas y magos". Esta vez me costó menos trabajo dar con ella, pues había tenido que consultar mil y un datos de muchas, muchísimas personas, en todos los años que llevaba trabajando como auror. Era una sección a la que acostumbraba a ir casi a diario.

Después de volver a usar "Accio" y de pillar al vuelo otra carpeta con su nombre en la portada, volví sobre mis pasos, y al llegar al despacho, despejé el escritorio de todos los papeles que había sobre él. Me senté, me arrimé a él y puse la carpeta de Pansy con sumo cuidado en el centro. La abrí y fui directamente al apartado que rezaba "contacto". Mis ojos vagaron por el papel hasta dar con la última dirección que había sido apuntada como lugar de residencia. ¿Beak Street? Mi mente se quedó divagando unos segundos… ¿Qué hacía Pansy en Londres? ¿Cómo es que ahora vivía en el centro de la ciudad?
Rápidamente cogí un post-it y escribí aquella dirección. Tenía la sensación de que no había sido una coincidencia el hecho de que Draco hubiera sido visto en Londres y que Pansy se hubiera mudado hacía relativamente poco.

Me levanté y me puse la chaqueta, sintiendo cómo la excitación iba apoderándose de mí poco a poco.

—¿Te vas? —preguntó Ron mientras me metía el post-it en el bolsillo.

—¿Recuerdas que te dije que Draco había sido visto por Londres? —mi amigo asintió con curiosidad—. Pansy Parkinson vive ahora aquí.

—¿En Londres? —preguntó Ron, frunciendo el entrecejo, como si me hubiera salido un cuerno en la frente—. ¿Y qué hace aquí?

—Eso es lo que voy a descubrir —respondí—. Vive a unas cuantas calles de aquí.

—Te acompaño —dijo él mientras se levantaba rápidamente y me seguía por los pasillos.

Si algo había aprendido de mi trabajo de auror, era que no podías confiar en nadie. Por lo general, había muchos que intentarían engañarte o darte información falsa acerca de los sospechosos. Ahí residía la dificultad de todo aquello. Debía saber cuándo se me mentía y cuándo se me decía la verdad. Tenía que leer entre líneas, y estudiar con detalle las expresiones y gestos de los que interrogaba.
Además, había descubierto que el factor sorpresa era de vital importancia a la hora de pillar a alguien con las manos en la masa. Si requerías de la información que pudiera tener una persona, debías presentarte en su casa sin previo aviso, sin darle la oportunidad de inventar una historia o avisar al investigado.

Así que ahí estaba Ron, cubriéndome para que yo pudiera abrir con mi varita la puerta del portal donde vivía Pansy.
Me saqué el post-it del bolsillo para comprobar el piso. Segundo B. Subimos las escaleras y nos plantamos en su puerta, llamando repetidas veces al timbre del piso de una Slytherin que parecía no querer abrirnos.

—¿Echo la puerta abajo? —preguntó Ron, después de unos minutos.

En ese instante, un carraspeo a nuestras espaldas nos hizo girarnos, sobresaltados.

—¿Por qué motivo vas a echar mi puerta abajo? —preguntó Pansy, que se quedó tan sorprendida de vernos allí como nosotros.

—Porque no abrías… —respondió Ron, a mi lado.

—¿Cómo diablos quieres que abriera, estúpido? ¿No acabas de ver que no estaba en casa? —espetó ella, cruzándose de brazos.

—Necesitaríamos hacerte unas preguntas —apunté, antes de que Ron pudiera abrir la boca para rechistar.

Pansy me miró, entrecerrando levemente los ojos.

—¿A mí? —terció, algo desconfiada—. ¿Por qué?

—¿Podemos pasar?

Ella se quedó sopesando mi pregunta unos segundos, mirándonos a ambos intermitentemente. Luego, nos hizo a un lado y abrió la puerta, dejándonos pasar.

—¿De qué va todo esto? —quiso saber, cuando cerró la puerta tras Ron.

—Creemos que sabes dónde se encuentra Draco Malfoy —dijo el pelirrojo con seriedad.

Pansy frunció el entrecejo y abrió ligeramente la boca, extrañada. Luego, su expresión se relajó y soltó una sonora carcajada.

—Esto va a ser divertido —dijo, secándose una lágrima que había escapado de sus ojos debido a aquel repentino ataque de risa—. Seguidme, vamos al salón.

Ron y yo nos miramos mientras la seguíamos por aquel pasillo de paredes beis. A juzgar por nuestro semblante, ninguno entendía aquella reacción.

—¡Greta! —gritó Pansy de repente, entrando en la nueva habitación y sentándose en un sillón—. Poneos cómodos —dijo, haciendo un gesto con la mano para que tomáramos asiento en el sofá marrón frente a ella, el cual tenía unos mullidos cojines blancos que hacían juego con el resto del mobiliario de la estancia.

Ron y yo nos sentamos en el preciso instante en el que apareció una elfina doméstica por la puerta.

—¿La ama ha llamado a Greta? ¿Qué desea la ama que Greta haga por ella?

—Prepara té —pidió Pansy—. ¿Está bien, o queréis otra cosa? —dijo, girándose hacia nosotros.

—Té está bien, gracias —respondí un tanto nervioso, deseando empezar a interrogarla cuanto antes. La elfina salió a toda prisa de la habitación, y yo aproveché para empezar—. El motivo de que nos encontremos aquí es porque la justicia mágica nos exige llevar a Draco Malfoy ante el jefe del Wizengamot para que sea juzgado por sus delitos.

—¿Y qué tengo que ver yo en todo eso? —preguntó ella, suspicaz.

—Tenemos constancia de que se le ha visto hace poco por Londres, así que pensamos que quizá tú sabrías algo —comentó Ron.

—Está claro que él no se dejaría ver si no fuera por algo importante… Por algo, o por alguien —puntualicé, observando puntillosamente su expresión.

—¿Debo sentirme halagada? —preguntó, con una media sonrisa en los labios.

—Vamos Pansy, sabemos que sabes algo —presionó Ron, inclinándose hacia ella para intentar intimidarla—. ¿Por qué te has mudado a Londres?

—Pensé que esto se trataba de Draco, no de mí —terció la morena, desviando los ojos de mi amigo hasta dar conmigo—. Dime, niño-que-vivió… ¿Estoy obligada a responder preguntas sobre mi vida personal, a pesar de no tener cuentas pendientes con la ley?

Esa mujer se las sabía todas, lo supe por la intensidad de su mirada.

—No. No tienes por qué. Sin embargo… Si considero que es importante para la investigación, puedo pedir una orden.

Greta entró en la sala con una bandeja más grande que ella, cargando una tetera blanca con pequeños puntos rosa claro y tres tazas, con sus respectivos platos y cucharas, y la dejó en una mesita de cristal que había entre el sillón y el sofá.

—Está bien —comentó ella mientras servía el té y nos pasaba las tazas—. Entonces, volved con esa orden y responderé todas esas preguntas que os rondan la cabeza sobre mí. ¿Azúcar?

Ambos nos quedamos callados, observando a aquella mujer que acababa de ganarnos tiempo… Ese tiempo que jugaba en nuestra contra.

—¿No? —dijo, y acto seguido se echó dos cucharadas hasta arriba.

—¿Dónde se esconde Draco Malfoy? —preguntó Ron directamente.

—Eres muy poco agudo para ser auror, Weasley.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que creía que se exigía un mínimo de perspicacia para entrar en la Escuela de Aurores —respondió, dando un sorbo a su té.

—Por favor, responde a la pregunta de mi compañero —le pedí, sin entender qué quería decir con sus comentarios.

Pansy me miró de nuevo, clavando en mí sus ojos verdes, que tanto juego habían hecho con su túnica en Hogwarts.

—No lo sé —confesó.

—¿No te ha revelado su escondite?

—No.

—¿Pero es cierto que ha venido a verte?

—Es cierto que ha venido, pero no a verme precisamente a mí —contestó ella de la manera más despreocupada posible.

—¿Puedes ser más clara?

—¿Qué es lo que no entiendes, Potter? —preguntó entonces, dejando con suavidad la taza en el plato y entrecerrando de nuevo los ojos.

—¿Ha estado Draco Malfoy en esta casa?

—Así es.

—¿Cuántas veces?

—He perdido la cuenta, compañero.

Resoplé. Aquello no iba a ninguna parte.

—¿Y de qué habéis hablado cuando ha venido? ¿Qué puedes decirnos que ayude a la investigación?

—No puedo deciros nada —Ron apretó los labios a mi lado, conteniéndose mucho para no decir algo fuera de tono. Ella lo miró, y con una sonrisa, prosiguió—. No puedo deciros nada, porque yo no estaba aquí. Cuando me contactó, lo único que me dijo fue, textualmente, "necesito tu casa".

—¿Me estás diciendo que Draco Malfoy te pidió que le dejaras tu casa y te fueras? —pregunté, perplejo.

—¡15 puntos para Gryffindor! —respondió ella, sarcástica.

—¿Estaba la elfina en casa en sus visitas? —preguntó Ron, mirando de un lado a otro de repente, como si pretendiera encontrar alguna pista sobre el caso en la decoración de la habitación.

—Le ordenaba desaparecerse antes de que viniera. Draco no quería testigos —Pansy miró de soslayo a mi amigo, que parecía batirse en duelo con sus ganas de levantarse y empezar a inspeccionar cada rincón de la casa—. No podéis examinar mi casa sin otra orden, ¿verdad?

Resignado, asentí.

—Qué lástima que hayáis venido para nada —espetó ella, dejando su taza vacía en la mesita que había entre nosotros—. Tengo cosas que hacer, ¿necesitáis algo más?