El Crack
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Años después, cuando se encontrara refugiado, seguro y protegido en un departamento asentado en un barrio alto de Santiago, Martín habría de recordar aquella tarde en la Villa 31, recogido y apretado en un rincón de aquella casita que se caía a pedazos, abrazando una pelota de fútbol arruinada y rezando para que los balazos que se escuchaban tan alto se detuvieran por fin. En ese entonces habría de tener unos diez años y los únicos recuerdos que persistían en su cabeza era que la tarde estaba tan oscura y su mamá y su hermana Victoria no estaban en casa.
Para haber vivido en la Villa 31 se necesita coraje y un poco de mala suerte. Martín había vivido ahí y recordaba hacerlo desde que tiene memoria. Acompañado de su mamá y su hermana, era común que pasara las tardes en la cancha de tierra que un hombre que esperaba ser alcalde había construido para ganarse los votos de las mujeres que reconocían que sus hijos estaban más contentos desde que podían ir a jugar y ensuciarse la cara.
La pelota que tenía la tenía desde hace mucho tiempo. Fue un regalo de ese papá que no conoció nunca pero que su mamá jamás dejó de pensar y probablemente de querer. Un par de veces Martín había deseado tener algunos billetes para cambiarla pero su mamá, que trabajaba de mesera en un localcito unas cuadras más allá, nunca parecía tener suficiente para algo que no era más que un lujo. Victoria tampoco tenía muñecas nuevas. Las pocas que cubrían la mesita de la pieza que compartía con su mamá y con Martín eran imitaciones bien malas de Barbie, y tenían el pelo rubio tan masacrado que ni siquiera podía pasarles la peineta por encima.
Martín pasaba las horas de la tarde, cuando llegaba de la escuela, corriendo de aquí para allá en la cancha. Había varios vecinitos y amiguitos que le hacían compañía. Por esos tiempos todos estaban maravillados de lo que este chico, este pequeño alfa, podía hacer con la pelota. Ellos venían a mirarlo porque les gustaba verlo hacer sus piruetas y sus lujos con la pelota. Porque desde chiquito no tenía más amor que el balón y no se entretenía con otra cosa que no fuera correr y pasarse a uno, dos, tres, cuatro rivales.
Entre las personas que venían a mirarlo estaba un cura. Rubio y alto, un beta con zapatos negros lustrados y pantalón y camisa del mismo color. Sergio Echagüe era su nombre. Venía de gente adinerada pero todo en él demostraba humildad y caridad como no se había visto en otro cura que llegara antes a la Villa. El cura Echagüe se paraba todas las tardes en medio de la calle, afuera de la línea y veía a Martín con ojos esperanzados. Él conocía a la mamá de Martín y también a su hermana y sabía que eran gente de bien. Pobres como tantos ahí en la Villa, pero gente sana, de buen corazón.
Un día, cuando Martín alcanzaba los diez años, el cura Echagüe habló con su madre y le pidió permiso para llevar al niño a probarse a una escuelita de fútbol pequeñita de la capital. La mamá le sonrió agradecida, pero le recordó que no tenía plata para pagar las lecciones de Martín. El cura Echagüe le respondió que no había problema, que él iba a encargarse de eso. Martín recordaría sus palabras después de mucho tiempo:
- Tiene un gran talento. Y en esta Villa hay muchos vicios. Un chico de la calidad de él se va a perder. Además, ¿cómo sabe? El fútbol puede ser la salida que buscan.
Ese día, más tarde, Martín volvía a la Villa dando saltitos por la calle; sostenía en sus manos el balón nuevo que le habían regalado. Había dejado en la esquina al cura en la iglesia y volvía a casa apurado para darle la noticia a su mamá y a Victoria. Pero cuando llegó, no encontró a nadie. Buscó por el comedor que estaba en la misma habitación del living, entró a la cocina y al baño chiquitos y luego a la pieza pero nadie estaba.
Entonces empezó. El ruido de balazos como fuegos artificiales pero más crudo, más doloroso. Martín levantó la mirada y lo único que hizo fue correr a esconderse al ladito de la cama. Abrazó su pelota y esperó hasta que el ruido cesara, pero no por eso las lágrimas que mojaban sus mejillas rojas dejaron de caer.
Los fuegos artificiales en Santiago se oían por la televisión. Martín abrió los ojos y miró el espacio pequeño desde la cama puesta en la habitación que compartía con su compañero de equipo. Los ruidos le llevaron a recordar el momento en el que todo comenzó. Chile acababa de ganar la Copa América. Él no había visto el partido.
Hernán González alisó las imperceptibles arrugas de su traje negro y se abrió camino a través de los pasillos angostos del complejo deportivo Raimundo Tupper. A su lado avanzaba su hijo Manuel, un omega flaco de cara redondita y ojos tristones y nariz respingada, que parecía más atento que él a las instalaciones del complejo y a sus recuadros de jugadores importantes del equipo allá yaciendo sobre las murallas.
No había necesidad para Hernán de mirar como lo hacía su hijo porque él conocía los recovecos de los pasillos del complejo de memoria y por lo tanto, su atención se centraba nada más que en cuán ordenado estaba su traje, cuán lustrados estaban sus zapatos y cuán fijo se mantenía su cabello canoso (con esas canas que demuestran que en su juventud una melena rubia se había posado en su cabeza). De todas formas, la curiosidad de Manuel siempre le causaba gracia; como omega que era, Hernán sabía que jugar al fútbol no estaba a su alcance pero estaba contento de que, por lo menos, su hijo parecía disfrutar de ello tanto como él.
La reunión que debía hoy llevar Hernán era una más de las tantas que su cargo como dirigente del club le suponía realizar. Hace un par de días, justo cuando Chile esperaba para jugar el último partido de la Copa América que resultó en su triunfo y en su coronación como el campeón del certamen, a Católica había llegado un par de refuerzos que venían a completar el equipo dirigido por Alfredo Saieg. Eran dos muchachitos de la edad de Manuel, un argentino que venía de River y otro chileno que antes jugaba por Universidad de Chile. El deber de Hernán era ir a saludar a los chicos y a mostrarles los interiores del complejo, que ya mañana sería hora de los refuerzos de visitar con el resto de los dirigentes San Carlos de Apoquindo.
Cruzó junto a Manuel la esquina que daba a la habitación en la que los encargados de prensa y de comunicación y algunos mandamás del equipo se encontraban junto a los dos refuerzos. Hernán abrió la puerta y dejó pasar a Manuel primero.
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Para cuando entonces lo vio, Martín se acordó con vaguedad de los niños que jugaban a la pelota en la Villa, con los pies descalzos, le pareció que este omega que se paraba ahí frente a él se parecía muchísimo a los chicos de su casa, porque no había más que simpleza en su rostro y una inocencia infantil en su ceño fruncido.
Cuando Hernán le estiró la mano y se presentó ante él y de paso le dijo que el jovencito que lo acompañaba era su hijo y que se llamaba Manuel, quiso saludarlo también.
- ¿Vamos, entonces? Iremos a dar un paseo por las instalaciones para que vayan familiarizándose con ellas. Otra vez, Católica está muy contenta de contar con ustedes en sus filas. Tenemos un trabajo muy duro por delante, ¡ganar el torneo! Confiamos en ustedes. Estamos seguros que llegan en su mejor momento. Martín, ¡River no te quería soltar!
Martín sonrió por el comentario y notó cosquillosamente cómo Manuel lo miraba con disimulo. Sabía que tenía que estar cerca de Hernán para escuchar lo que él tenía que decirle acerca de las instalaciones del complejo pero Manuel iba más atrás y no podía evitar pensar que quisiera estar haciéndole compañía. Porque Manuel aparecía en él con su inocencia aniñada y su aire encantador, adinerado pero sencillo, casi como el curita Echagüe, sonriéndole con la sonrisa más sincera.
Al rato después, cuando iban pasando por las canchas del complejo, el chico de la Universidad de Chile se adelantó charlando con Hernán y Martín sucumbió a la tentación de echarse hacia atrás y hablarle las primeras palabras a Manuel.
- Es lindo, acá –fue como Martín empezó. Manuel le dirigió la mirada, sin embargo, no le contestó- Es diferente a como era en River. Bueno, no tanto. Quiero decir, ¿este es un barrio rico de la ciudad? En River era igual. Como que nunca encajé en ese mundo.
- Pero aquí estás –respondió Manuel- Y ganando buena plata. De a poquito vas encajando.
- No es tan así. Uno nace de determinada manera, ¿verdad? No importa cuánta plata gane ni si juego en el mejor equipo del mundo. Siempre voy a ser el pibe de la Villa 31, el villero. Eso es algo que no podés cambiar.
- Puede que tengas razón –mencionó el omega después de un tiempo de silencio.
La conversación había surgido más tensa y formal de lo que Martín en realidad hubiera querido, pero por lo menos ya estaba intercambiando palabras.
- ¿Y vos? ¿Venís aquí seguido?
- Mi papá es dirigente. En verdad no vengo seguido, pero quise conocer a los refuerzos, de puro copuchento no más.
- Aaah… pero, ¿voy a verte más por estos lados?
Manuel lo miró con los ojos entrecerrados y una sonrisa finita en la cara. Levantó la barbilla y siguió caminando.
- Martín Hernández. Villa 31. ¿Una de las villas miseria? Tienes la historia típica de los futbolistas que llegan lejos. ¿Sabías que Alejandro Sánchez, el chileno que la rompe en Europa, viene de un pueblito muy pobre en el norte de Chile?
- Algo sé –mintió Martín, que en realidad, no tenía la vida personal de Alejandro Sánchez entre sus conocimientos-.
- Podrías hacer lo mismo. Aprovecha esta oportunidad. La Cato es buen equipo. ¿Cuántos años tienes?
- Veintidós. ¿Vos?
- Veintiuno.
- ¿Y qué hacés? Digo, porque futbolista no sos –bromeó.
- Los omegas no pueden jugar fútbol, no profesionalmente al menos –le recordó Manuel- No, estudio. Estudio Letras Hispánicas, pero estoy a punto de titularme, estoy haciendo mi tesis.
- Manuel, vete al auto. Voy a llevar a los chicos a firmar los últimos documentos y nos vamos. ¡Qué gusto ha sido este recorrido! ¡Son buenos jugadores! ¡Te perdiste cómo Benjamín domina la pelota! Por eso hiciste ganar a la Chile el año pasado, ¿verdad? Pero bueno, este es un año nuevo. Este año nosotros saldremos campeones. Despídete de los refuerzos, Manuel y vete al auto. Yo voy en unos minutos.
Manuel asintió simplemente a las órdenes de su padre, se dio la vuelta para darle la mano a Benjamín, que la estrechó de vuelta con suavidad (como hacían todos los alfas cuando, para su sorpresa, un omega les saludaba así) e iba a repetirlo con Martín, pero el ex jugador de River Plate se adelantó y le acomodó el rostro para darle un beso en la mejilla.
El omega lo miró desconfiado, imitando la mirada que Hernán le había dado porque ¡un beta sospecha!
Pero entonces Hernán nunca hubiera podido imaginar que este sería el comienzo de todo.
El campeonato empezaba en Chile. Católica se preparaba para su primer duelo contra Audax Italiano. Martín sabía que uno de sus antiguos compañeros de la escuelita de la capital había encontrado destino junto a los itálicos y se encontró muy feliz de poder abrazarlo cuando las escuadras se enfrentaron en San Carlos de Apoquindo.
Esta vez, sin embargo, Martín tenía lugar en la banca. El técnico había decidido ubicar a un chileno más antiguo en la posición que él ocupaba. Martín no podía evitar querer entrar a su primer juego ya, pero sabía que era un refuerzo y que, por lo tanto, mientras no se ganara el puesto, el lugar era de los más antiguos, pero, ¿cómo iba a hacerlo si no le daban la oportunidad?
- Ya, Martín, que te va a tocar –le dice el DT, una vez que se ha sentado a su lado. Hay un tiro que beneficia a Católica, de los pies de Ignacio Mora.
- No hay problema, profe, yo puedo esperar. –confiesa Martín, más condescendiente que otra cosa.
- Pero estás ansioso, ¿no?
Martín conoce el jueguito.
- No, quiero participar porque a eso vine pero voy a esperar mi oportunidad.
- Oye, ¿viste quién está ahí? –le dice de pronto Benjamín, que está sentado a su otro lado. Alfredo curiosea las palabras de los jugadores pero no pone más atención.
- No, ¿quién?
- Hernán González. El dirigente.
Martín se volteó apurado y vio arriba, a lo lejos, al dirigente en cuestión y a su hijo, acomodado a su lado. Sonrió con simpleza y luego volvió su vista a Benjamín.
- Está Manuel –le respondió.
- Sí. Te vino a ver –Benjamín habló socarronamente.
- No… lo que pasa es que…
- Ah, Martín, ¿pensaste que nadie se dio cuenta? ¡Erí rápido, argentino! Recién conociéndolo y ya queriéndote tirar al omega.
El alfa abrió sus ojos grandes.
Católica maneja el balón pero en la contra Audax arrasa. El 4-3-3 católico no se ve superado, sin embargo, por las ansias de la Máquina Verde; los delanteros se mantienen como punto de lanza directo al centro del terreno. La defensa hace bien su trabajo, la garra de Cristián Rojas se enfrenta con la llegada de Paul Santos. Pedro Gana no se queda atrás, jugueteando con la defensa cruzada. Martín ha obviado la presencia de Manuel para dedicarse a mirar el partido con fijeza. El tanto que les marcó Audax los tiene a todos en la cuerda floja. Pero quedan otros cuarenta y cinco minutos y la Cato puede dar vuelta el partido.
Los quince minutos de entretiempo se pasan volando. De vuelta al partido, Alfredo Saieg decide hacer un cambio. Llama a Martín a calentar y el alfa no puede creer que esta es su chance.
- ¡Dale, Martín! –le dice el DT, antes de que entre a la cancha.
Audax Italiano mantiene la misma formación. Los dos equipos aguantando hasta el final. El gol cruzado, tan esperado, llegó a los exactos 85 minutos de los pies de Martín Hernández luego de una habilitación fenomenal de Ignacio Mora. ¡Gol de cabeza, demostrando la altura que le hace superior a los defensas itálicos! Martín deja bien claro por qué ha llegado a este equipo y por qué han pagado tanto por él. Celebra a lo grande, abrazado de sus compañeros, la hinchada grita con fervor. Cuando el resto del equipo de la franja se aleja y vuelve al juego, Martín se persigna y levanta los dedos hacia arriba.
Terminado el partido, empatados ambos equipos, Martín regresa a la banca y recibe como un niño las felicitaciones de su entrenador y los jugueteos de Benjamín, ese alfa que se había convertido en tan buen amigo suyo desde que llegaron los dos solitarios al complejo Raimundo Tupper.
De camino a los camarines, Martín sigue pensando que no pudo tener un mejor comienzo. No se va con la alegría del triunfo, pero sabe que ha sido importante para formar un camino sólido a la Copa Chile. Él se quita no más la ropa y se va directo a las duchas, que el agua caliente borre cualquier pensamiento inconcluso de su cabeza.
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Manuel está esperándolo afuera del túnel y Martín lo mira fijamente porque no lo ha esperado. El omega le quita de inmediato los ojos de encima cuando nota cómo Martin lo mira pero se acerca de igual forma a su lado y le da un beso rápido en la mejilla. Después de eso hay una sonrisa que aparece sobre el rostro de Manuel y Martín le sonríe también esperanzado porque, ¿eso puede significar algo?
- Te felicito –empieza Manuel, algo nervioso, tomándose las manos. – Fue un super buen gol y valió mucho. Jugai' muy bien, en serio. Vai' a ser un aporte muy bueno al equipo. Mi papá estaba chocho –le comenta, riéndose.
Martín se rasca la nuca.
- Gracias.
Pero no dice nada más y Manuel piensa que entonces esto es el fin.
- Bueno, felicitaciones otra vez. Mi papá está afuera esperándome así que…
- ¿Querés… salir, uno de estos días? Yo sé que… no hay mucho tiempo porque estamos en campaña por la Copa pero puedo hacerme un tiempo, bueno, si no querés yo lo entiendo pero estaba preguntándome si tal vez…
- Sí –responde Manuel, más rápido de lo que hubiese querido- Sí, sí quiero. O sea, sí… me gustaría. ¿A ti también? Bueno, sí –se ríe después- porque me lo preguntaste, obvio…
Martín le sonríe, mira hacia abajo y vuelve a sonreírle otra vez. Asiente un par de veces con la cabeza y se acerca a él. Le agarra de la nuca para atraerlo y le besa la mejilla.
- Dame tu número. Yo te llamo cuando el profe nos dé libre.
Manuel así lo hace.
Cuando salen, es una tarde bien soleada y Martín se pregunta cuál será el lugar más adecuado para llevar a Manuel porque él todavía no conoce mucho aquí y Benjamín tuvo que ayudarle a elegir un panorama, que, en realidad, ni siquiera es tan panorama porque es bien simple.
Van a tomarse un helado en el Portal La Dehesa (que parece el lugar adecuado al que llevar a Manuel). En verdad, Martín está seguro que a Manuel eso le da lo mismo, pero incluso si así fuera, él quiere dar una buena impresión, quizá está en sus instintos más primitivos pero Martín desea realmente ser capaz de demostrarle a este omega de clase alta que a pesar de que él no nació en cuna de oro, Dios y la vida le han dado todo el talento y las oportunidades precisas para desarrollarlo: él puede convertirse en un alfa capaz de proveer bien.
Martín se ríe al pensarlo. Vale, que recién se estaban conociendo.
- ¡Hola, Martín! –saluda Manuel efusivamente cuando llega hasta el punto de reunión acordado. No es muy lejos, es una esquina de una calle cerca del portal. Martín lo saluda también y se encaminan hasta su destino.- ¿Cómo ha estado tu entrenamiento? ¡Les está yendo super bien! ¡Todo el mundo está contento con ustedes! Hay reales posibilidades de que podamos salir campeones. Igual, ustedes están para eso. El técnico está para eso, la dirigencia está para eso. Creo que somos un super buen equipo. Creo que vamos a ganar…
- Estoy muy de acuerdo –empieza Martín entre risas- Pero salimos para distraernos del fútbol. ¡Hablemos de otra cosa!
Manuel parpadeó medio atónito. Luego sonrió.
- Tienes razón. Parece que soy yo el más futbolero de nosotros.
Martín paga todo y Manuel le dice que ya pasó esa época en la que el alfa era el que tenía que correr con la cuenta de las invitaciones, que él también tenía dinero y que nada le costaba pagar su propio helado, pero Martín niega con la cabeza muchas veces; Manuel frunce el ceño, sin embargo no para de hablar y da un discurso aburrido sobre la igualdad de las razas y los derechos de los omegas y no es que Martín no crea en eso pero vamos, que ¿en realidad una cita es la hora para decir esas cosas? Manuel sigue hablando y tiene que callarse obligatoriamente cuando Martín le agarra de un hombro y le da un beso en la boca, justo cuando hay un niño cerca de la heladería, preguntando si tienen de arándano.
Martín tiene sabor a arándano en la boca.
- Me gustas mucho –dice Martín, cuando se separa lentamente.
- No, ¿en serio?
- ¿Tanto se nota?
- Un poco.
Cuando Martín vuelve a entrar a la cancha, en el siguiente partido de la Cato contra Universidad de Chile, anota un golazo de tiro libre y forma un corazón con las manos hacia la cámara que graba su hazaña. Manuel está en las tribunas y mira emocionado cómo su novio pone a su equipo en ventaja y se siente orgulloso, tan orgulloso. Hernán lo está mirando con desconfianza a su lado, porque algo sabe del lío de su hijo con este chiquillo argentino ¡y mira que los futbolistas, la mayoría, son cabros locos, quieren a los omegas bien para puro pasar el rato! Él se lo dijo a Manuel y así se lo planteó, pero Manuel le dijo que Martín era diferente y qué se le va a hacer, si en realidad esta es su primera ilusión.
Martín sigue en su racha goleadora. Es el temor de O'higgins en esta nuevo enfrentamiento. Católica gana gracias a las dos anotaciones de Martín. Este argentino empieza a despertar las ansias de equipos fuera del país.
- ¿Aló, Martín?
- ¡Manu!
- ¡Hola! -Manuel sonrió apenas escuchó la voz de su novio. Se pasó una mano por la cara y se alejó el cabello- Pasó algo.
- ¿Qué?
- ¡No te asustí! Es que… mi papá y mi mamá se van a ir de viaje. Algo así como un viaje de negocios. La próxima semana, el viernes. Y estaba pensando… ¿que podrías quedarte acá? Un rato, ¿podría ser?
En la habitación que comparte con su compañero, Martin menea la cabeza. Benjamín está a su lado y no para de hacerle morisquetas.
- ¿Pero… y Tiare?
- Voy a hablar con ella, puede quedarse en la casa de alguna de sus amigas para que así podamos estar uhm, ¿un rato solos?
- ¡Dale! –contesta de inmediato, más contento.-
- Ya. Era eso. Y te dejo ahora porque tengo que volver a escribir mi tesis –se ríe- ¡Cuídate, suerte en tus entrenamientos, nos vemos!
- ¡Nos vemos, te adoro!
- ¡Yo también!
Había sido un cortejo de seis meses y Manuel no pensó que el azar golpearía en él de esa forma. Aquel día viernes, cuando al fin su primer celo hizo aparición en su cuerpo, se sintió como si estuviese entremedio de fuego y sin nadie a su lado para hacerlo descansar. Apenas se arrastró entre las sábanas para coger el celular de la mesita de noche y marcar el número del alfa que lo había pretendido por largo tiempo, sonó tres veces el pitido y entonces la voz de Martín le calmó tanto como le avivó el calor de su vientre.
''¿Vas a llegar luego?'' susurró Manuel al teléfono.
Algo le dijo Martín pero él no le oyó; su mano izquierda descendía y luego ascendía, indecisa, temerosa, avergonzada de tocarse entre las piernas. Criado por betas, rodeado de betas, Manuel había pensado seguir su vida como uno de ellos, ignorando que el calor llegaría en algún momento. Pero no era del todo malo, tenía suerte. Muchos omegas ni siquiera gozaban de un compañero que pudiese ayudarlos durante su celo, y sufrían un calor sucio, ajeno y sin amor.
Estaba, como había pretendido hace una semana, solo en su casa. Sus padres habían hecho ese viaje de negocios y no volverían en días. Tiare le había dicho que se quedaría con su amiga el tiempo que fuera necesario. Manuel pensó vagamente que su calor no pudo llegar en un mejor momento.
Oyó abrirse la puerta después de varios, varios minutos, gimió bajito y se acomodó con dificultad sobre sus rodillas, su pecho pegado a la cama, su rostro enterrado en las almohadas. Se encorvaba y levantaba las caderas, escuchaba entre suspiros los pasos que se acercaban a su habitación, respiraba el aire que corría de aquí para allá, era capaz de oler las feromonas de su Martín, de reconocer su celo.
Pegó un grito fuerte cuando la lengua de su alfa atravesó sus límites.
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(Lo mejor del sexo durante el calor era el anudamiento. Al menos a esa conclusión había llegado Martín luego de que finalmente sus ansías cesaran de a poco. Era tan cálido, tan suave y tan íntimo. Lo entendió como su parte favorita. Se sentía dolorido, cansado y muy sensible pero la sensación de la espalda de Manuel contra su pecho y sus piernas enredadas, y el olor, el olor que impregnaba toda la habitación, eran atributos de sobra.)
Martín se persignó ese día antes de entrar a la cancha. Sabía que Manuel lo estaba viendo desde las tribunas. Hasta su mamá y su hermana lo habían llamado para desearle suerte en la última fecha del campeonato, en la que disputaban la final junto a un rival conocido, Colo Colo. Este era el momento preciso en el que Martín tendría que demostrar las aptitudes con las que contaba. Su representante ya le había comentado días antes del interés que el Udinese había manifestado para contar con él en sus filas y Martín sabía que este era el día.
Si hacía un buen partido, ¡si metía un gol! Si jugaba bien, lo más probable era que viajara a Europa y jugara en Italia.
¡Jugar en Europa! Martín se mordió el labio.
Ojalá el curita Echagüe estuviera aquí para verlo ahora.
El partido comenzó, tempranito, a las once y pasadas de la mañana. Martín era titular, indiscutido. En la banca, Alfredo Saieg ordenaba a sus dirigidos, suponía las filas, les ordenaba avanzar, retroceder incluso cuando era necesario pero sin dejar su premisa: atacar, atacar, atacar.
Ignacio Mora corría con la pelota en sus pies, Martin le seguía por la banda izquierda. Se centró un poco más cuando supo que su compañero intentaba hacer esa jugada, la que habían practicado tanto junto al profe y a los preparadores en los entrenamientos. Estaban por acabar los noventa minutos, Martín supo que tenía que hacerlo. Mora dio el pase y él ni siquiera fijó su vista al arco, pateó y escuchó los gritos de la hinchada y supo que lo había hecho.
¡El gol, tan ansiado! ¡El gol que le daba el triunfo a Católica, el gol que les entregaba la Copa Chile! Martín echó a correr hacia las barreras, las escaló y gritó junto a los hinchas.
Allá arriba, Manuel miró a su padre con una emoción infinita.
Él se lo había dicho desde el primer momento.
''Es un crack''
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Cuando las celebraciones se apaciguaron, Manuel se entrometió en los camarines con un poquito de vergüenza. Saludó a los chicos que alcanzó a pillar y los felicitó mucho. Les dio las gracias también, porque eran un equipo fenomenal y le habían entregado a Católica el triunfo tan esperado.
Atravesó los umbrales del camarín después de que Benjamín le dijera que Martín estaba hablando por teléfono allá. Manuel lo alcanzó a divisar, ahí, con calzoncillos y nada más, estaba sentado y moviendo las piernas una y otra vez. Manuel se pasó un mechoncito de pelo detrás de la oreja.
Quizá no era el momento adecuado (quizás sí) pero vale, que tenía que decirlo.
- ¿Martín? –habló, cuando el argentino cortó su celular.
- ¡Manu!
Martín corrió a abrazarlo y a Manuel no le importó que Martín todavía estuviera húmedo por la ducha tomada no hace tanto y le rodeó el cuello con los brazos.
- ¡Felicitaciones! ¡Son los campeones! ¡Y tú… tú erí el mejor de todos!
El alfa le dio un beso, después se separó con una mueca incomprensible.
- Tengo algo que decirte.
Manuel sintió su corazón latir un poquito más rápido.
- Yo también –contestó después.- Pero.. pero dale, dime tú.
Martín esperó unos segundos.
- Acabo de hablar con Armando… El Udinese me quiere en su equipo. ¡Voy a ir a Europa!
El omega agachó los hombros.
Pero eso significa que no te voy a volver a ver y…
- Estoy feliz por ti –dijo, luego de un rato en silencio- Mucho.
Martín lo cogió por la cintura y lo hizo girar cuando lo abrazó, bien apretado, pero Manuel estaba como ido y no podía ni siquiera digerir cómo era que iba a contarle esto a Martín ahora.
Cómo iba a decirle que desde hoy iba a haber uno más en su relación.
Pero supuso después que ya no habría relación.
Martín se iba a ir a Europa y se iba a olvidar de todo.
Incluso de él y el hijo que esperaba.
