Disclamer: Los personajes de Frozen que aparecen en las películas, libros u otros miles de lugares insospechados no son de mi propiedad, pertenecen a Disney y cobrarían si esta historia diera algún tipo de beneficio.
Life's too short
Capítulo I
~Un reino sin reina~
"Nunca dejes de sonreír" fue lo último que me dijo mamá antes de partir. Ojalá pudiera mamá, ojalá.
El aire que corría por el castillo era más frío de lo habitual, el ambiente desolador al que estaba acostumbrada se tiñó de un negro espeluznante y no hace falta mencionar que todo el personal estaba con unos ánimos subterráneos. Han pasado dos días desde el funeral de nuestros padres. Todo Arendelle quedó afectado por tal pérdida pero nadie parecía estar peor que yo, era todo lo que tenía.
No me quedaba nadie con quien estar en mi palacio de soledad, ya no habría más paseos por el pueblo con mamá, ni más salidas en caballo con papá, ya no habrían más risas ni más comidas con ellos, ya no habrían más buenos días, ni más buenas noches. Me había quedado completamente sola, sin contar a las pocas personas que llevaban años desfilando como fantasmas por los pasillos. Me sentía encerrada como si sufriera algún tipo de maldición, rechazada como si hubiera cometido una atrocidad y aburrida como si me hubieran arrebatado la infancia, aunque eso último era cierto, en parte.
Odiaba en qué se había convertido mi vida y tan sólo llevaba quince años en ella. Con esa edad, aún no podía largarme de ese deprimente y polvoriento lugar. Y todo eso sin mencionar que vivía junto a una hermana que se encerró en su oscura habitación hace ya diez años.
Rara era la vez que la veía hablando bajo el marco de su puerta, quizás una o dos veces al año, no más. Nunca la había visto por el castillo, nunca ha habido una mirada ni mucho menos un saludo, nada. El tiempo la había convertido en una completa extraña para mí. Sentía que no existía para ella y seguía sin saber por qué. Todos decían que era un problema que tenía con las personas, que debía permanecer alejada de ella y que no era mi culpa pero en el fondo sospechaba que sí. Algo tenía que haber pasado para que dejara de ser esa alegre niña que ocupa cada vez menos recuerdos en mi mente, a una fría y solitaria persona.
Otro día más para el calendario. Debí de haberme levantado hacía horas, pero seguía tumbada en mi cama, inmóvil, sin ganas ni fuerza de hacer nada.
— Princesa Anna, se requiere de su presencia— un guardia rompió con mi frágil estabilidad emocional. Quería pasarme la mañana en la cama, no me apetecía hacer nada y si me necesitaban, seguro que era para firmar papeles otra vez.
— ¿Es necesario ahora?— mi cuerpo no estaba por la labor, estaba harta de hacer pequeñas cosas que eran obligación de Elsa, ya llevaba unas semanas así.
— Sí alteza— no empezaba el día de buen humor, para variar. Solté un largo suspiro que casi me deja sin aire y me levanté con perezosas fuerzas. Me vestí como si me pesaran los brazos, me peiné como si cada cepillada doliera horrores y pasé de maquillarme, ¿para qué?
Salí de la habitación y me encontré con los cinco máximos responsables que estaban al cargo de prácticamente todo. La última vez que los vi juntos intentaban consolarme sin éxito.
— Si vais a hablar de mis padres ya os podéis largar, se os da fatal.
— No se trata de eso, alteza. Acompáñenos— me rodearon en absoluto silencio, cruzando los largos y oscuros pasillos nublados por el mal día que hacía, iluminados por los tristes faroles que punteaban la pared. Todos estaban aburridamente serios, los muebles seguían siendo los mismos, las mismas alfombras, las mismas puertas. ¿Qué diferencia tendría ese día del siguiente? ¿Y del siguiente? Lo único que parecía cambiar era el clima, y en esta época el sol brillaba por su ausencia.
Estaba destinada a vivir aburrida en un reino aburrido donde la reina fantasma dictaría leyes aburridas para que todos se pudieran aburrir para siempre. Tenía que largarme de ese lugar cuanto antes, seguro que nadie me echaría de menos.
Llegamos a la sala de reuniones y cerraron la puerta como si alguien fuera a entrar, siempre lo he encontrado muy estúpido.
— ¿Más cosas que firmar?— encima de la enorme mesa habían dos hojas perfectamente puestas en vertical, una al lado de la otra a un dedo de margen, con la pluma en la parte superior en horizontal, justo entre los dos papeles. ¿Para qué molestarse en colocarlo tan bien?
Fui a coger la pluma y entonces, el que llevaba la gestión de los recursos y tratados con otros reinos, se aclaró la voz captando mi atención.
— Es un lamento anunciar que, princesa Elsa, ha rechazado su voluntad de reinar. Necesitamos su consentimiento para que, llegada a la mayoría de edad, se haga responsable de tomar el reino con todo lo que ello supone. Dicho esto…
— Espera espera, ¿qué? ¿Elsa no quiere ser reina? Entonces ¿yo voy a ser la reina?— me descolocó por completo, iba a ser la reina de Arendelle, iba a poder tomar las decisiones que quisiera, iba a poder abrir las malditas puertas de la soledad. No lo pude asimilar del todo de buenas a primeras, pero era la oportunidad que estaba esperando para cambiar las cosas.
Cogí la pluma y me dispuse a firmar cuando un pequeño detalle me detuvo.
— Un momento, ¿por qué Elsa no quiere reinar?
— Así lo ha ordenado, no podemos darle más detalles— entonces me puse a pensar en que quizás no sería tan bueno como pintaba a primera vista, ser reina conllevaba mucho trabajo, pesado y farragoso. Además, si Elsa lo había rechazado sería por una buena razón, no podía tomar esa decisión a la ligera.
— ¿Qué pasaría si me negara?
— Está en su plena libertad rechazar tal oferta, pero deje que le recuerde que si así fuera, Arendelle perdería un linaje de trece generaciones de sangre real, sería fatal para la reputación y confianza del reino.
Mis ideas volvieron a dar un vuelco y dejé la pluma donde estaba. No lo tenía nada claro, tenía que pensarlo con calma y descubrir la razón tras el rechazo.
— Puedo decidir más tarde ¿verdad?
— Por supuesto, tómese el tiempo que necesite— empecé a retroceder y salí de la sala a paso ligero.
Pude respirar al quitarme la presión de tenerlos orbitando sobre mí. En un momento fueron capaces de desordenarme los pensamientos y darme una perspectiva muy diferente a la que tenía antes.
Me dirigí hacia la plaza del castillo pese a las frondosas nubes que anunciaban lluvia, necesitaba un poco de aire fresco, aunque hiciera frío.
Toda la vida creí que Elsa sería la reina, por lo que nunca me tomé las lecciones de princesa muy en serio, de hecho, seguro que lo haría mal, yo no estoy hecha para reinar. Necesito mi libertad, mi licencia para desaparecer cuando me apetezca, quiero vivir mi vida sin dolores de cabeza. No sería yo sin tiempo para corretear a mi aire, de cabalgar con mi caballo Kjekk, de levantarme a las doce del mediodía.
Definitivamente, yo no podía ser reina, aunque las puertas volvieran a abrirse y vinieran nobles de otros reinos, no podría disfrutar de los acontecimientos, no podría pasarlo bien, no podría encontrar a mi amor verdadero.
Por otra parte, tampoco podía dejar al reino sin reina, los socios comerciantes cancelarían sus contratos porque queda realmente mal que dos princesas se nieguen a coronarse, es casi una falta de respeto, como si gritáramos a los cuatro vientos que no confiaran en nosotros.
Tenía que encontrar una solución para no firmar mi sentencia, y a priori, la mejor opción pasaba por convencer a Elsa. Me mordí las uñas con sólo pensarlo, no podía hablar con ella, la puerta de su habitación y sus ignoros me lo impedían y hoy no sería diferente. Ya traté de hablar con ella el día del entierro, pero no conseguí más que escuchar vagamente sus llantos.
Estaba harta de vivir de esa forma, de sentir esa constante frustración y del cíclico curso de las estaciones. No sabía qué hacer, tenía una corona en una mano y a Elsa en la otra. ¿Por qué tuvo que rechazar el trono?
Eché un ojo a su ventana, no se veía nada. Busqué un sitio donde se pudiera ver algo más que esos triangulados cristales, pero su habitación estaba estratégicamente colocada para que no se pudiera espiar desde ningún punto. Tampoco se podía acceder a ella sin una enorme escalera. La única forma que tenía de acceder era por esa puerta.
Empezaron a caer las primeras gotas de lluvia. Me enrabié por el rumbo que estaban tomando las cosas, ya tenía suficiente con la pérdida de mis padres, ¿por qué me tenía que pasar eso ahora? ¿Qué había hecho para merecer esto? ¿Por qué a mí? ¿Por qué yo?
Mi mente ennegreció, pero decidí canalizar mi frustración en subir a su habitación para gritarle todo lo que sentía, todo lo que pensaba, no soportaba que siguiera ignorándome de esa forma. La tenía que convencer aunque tuvieran que sacarme a la fuerza, y volvería una y otra vez si hiciera falta. Yo no iba a ser reina, de eso no había ninguna duda y si ella no quería dejar el reino sin reina, tendría que cambiar de opinión.
Subí las escaleras retumbando sobre ellas, caminé por el pasillo arremangándome entre rechistes, pero conforme me iba acercando a la puerta, mis pasos se ralentizaron.
Terminé deteniéndome a dos pasos. Tenía y quería hacerlo, pero mis nervios me lo impedían. Me di la vuelta para comprobar que no hubiera nadie. Estaba sola.
— Qué demonios— avancé hasta plantarme justo delante y me quedé con un puño alzado, inmóvil como si me hubiera congelado. Respiré hondo, cerré los ojos un momento y lo hice. Di un par de toques y esperé. … …— ¿Elsa?
Tenía que estar allí, nunca la había visto en otro lugar que no fuera esa habitación, debía estar ignorándome.
Volví a tocar, ahora hasta doliéndome los dedos. Seguí sin respuesta. Me dispuse a abrir la puerta por si por alguna razón estuviera abierta, pero no hubo suerte. Desaté mi rabia contenida sin más.
— ¡Maldita sea! Sé que estás ahí, ¡respóndeme!— quizás era más probable que la puerta no estuviera cerrada con llave a que ella me dirigiera la palabra.— Yo… yo no quiero ser reina… no estoy preparada para eso, ¡no me gusta! … ¿Por qué has tenido que rechazarlo? Puedes ser reina estando encerrada ahí si quieres, ¿por qué tienes que fastidiarme la vida? ¿¡Qué te he hecho para que me odies tanto!? ¡Estoy harta de ti! ¡Estoy harta de todo! ¡Respóndeme! … háblame…
Terminé con la frente apoyada en la puerta, me sentía derrotada. Entonces escuché un sonido que venía de dentro, parecía como se hubiera caído un saco de harina. Acerqué la oreja a la puerta por si podía escuchar algo más pero el ruido de la lluvia no ayudaba. Creí escuchar algo más pero no estaba segura, hasta que, poco después de sentir un movimiento en la puerta, el cerrojo dio una vuelta, despacio.
Mi corazón se aceleró al momento, Elsa tenía que estar a pocos centímetros de esa puerta, girando la llave. Por primera vez en años, se estaba abriendo para mí.
Escuché la llave caer al suelo. Puse la mano en el pomo y tragué saliva. ¿Estaba ocurriendo de verdad? ¿Estaba mi hermana dejándome entrar en su habitación? ¿Por qué? Giré la manecilla hasta su tope y empujé muy despacio. La tensión del momento me hacía temblar.
Aunque pareciera imposible, copos de nieve flotaban por la habitación, las paredes estaban recubiertas de escarcha y el frío se lanzó a mí como si ansiara salir de ahí. ¿Qué demonios estaba pasando ahí? Miré hacia abajo cuando la puerta tocó con algo y vi su pie.
— ¡Elsa!— di unos pasos hacia atrás asustada. Estaba tumbada en el suelo, encogida como una bolita, con su largo pelo plateado despeinando descansando sobre el suelo. Llevaba una bata blanca que se confundía con la palidez de su piel, en la que se destacaban patrones de hielo que iban desde sus pies descalzos hasta su cuello. Me quedé sin aliento.
Escucharle sollozar me hizo perder la voz, sentí como se encogía mi corazón y me oprimía el pecho. Estaba muy equivocada pensando que nadie lo estaría pasando peor que yo, ella parecía estar al mismísimo borde de la muerte.
Me acerqué a ella temblando, sin saber si podía ayudarla, sin saber si podía tocarla siquiera. Me arrodillé acortando la distancia, poniendo una mano en el suelo pasando por encima de ella y apartándole el pelo que ocultaba su rostro.
— Anna…— musitó con un hilo de voz tintado de dolor, con sus ojos cerrados con fuerza, en un último intento desesperado por pedir ayuda.
— No… ¿Qué te ha pasado?— le acaricié la mejilla sintiendo el frío que decoraba el entorno. Pensar que pasó tanto tiempo encerrada con esa especie de enfermedad me quebró y sobreentendí que no podía estar en contacto con nadie por el miedo al contagio. Todos estos años separadas, todos esos momentos que pudimos pasar juntas, tanto tiempo perdido sufriendo, ¿por querer protegerme…?
— Voy a cuidar de ti Elsa, voy a estar contigo a partir de ahora ¿me oyes?— si tan solo hubiera sabido lo mal que se encontraba… Podría ser demasiado tarde y no pude contener mis lágrimas al pensarlo.
Pasé mi brazo por debajo de sus piernas y la cogí de la parte superior de su espalda con el otro brazo para llevarla a la cama. Era como si estuviera cogiendo un cuerpo de delicado cristal, pesaba demasiado poco y estaba tremendamente delgada. Verla de esa forma en mis brazos no impidió que siguieran corriendo mis lágrimas, asustándome por momentos.
— Debiste de habérmelo contado antes.— Levantó sus párpados y pude ver sus zafiros que creí haber olvidado y que ahora tenían un brillo opaco, bañados de tristeza, con un minúsculo resquicio de esperanza. La llevé unos pasos hasta su cama y la posé lentamente con todo el cuidado del mundo. Realmente creía que se podría quebrar en tal estado.
Giró la cabeza despacio, acurrucándose como antes, dándome la espalda, ocultando sus manos en su pecho. Me di cuenta del frío que realmente hacía al recibir un escalofrío, viendo mi aliento evaporarse en aquél tétrico ambiente de pétalos nevados que parecían levitar. Me fijé en que su nuca se difuminaban esos patrones helados que debían recorrer su piel.
Di la vuelta a la cama en busca de más espacio y cuando me senté la vi entreabriendo su ojo derecho del que brotaba una pequeña perla de cristal. Su expresión derrotada y de pena me obligó a secarme las lágrimas para que dejaran de salir. Tenía que hacerla sonreír en medio del punto más triste de todo el reino cuando ni siquiera yo podía dejar de llorar.
Me tumbé de la misma forma que ella, y cara a cara, le cogí sus heladas manos. Las cubrí como si tuviera un pequeño pájaro malherido. Las acerqué a mis labios para darle un cálido beso que la hizo caer en llanto.
— Lo siento…— fue lo único que dijo antes de romper a llorar con unas fuerzas que no tenía. Me atreví a abrazarla y a compartir su dolor, corazón junto corazón, con su frío, con mi calor.
— No te vayas por lo que más quieras, no importa que hayas desaparecido todo este tiempo, pero no te vayas, no me dejes sola… por favor… … Te quiero…
Desaté todo el amor que sentía por ella y llevaba intacto tanto tiempo, le entregué mi alma con tal de que no me dejara sola otra vez, me aferré a ella como si fuera a desaparecer en mis manos y el deseo de estar a su lado me devastó.
— Lo siento… pero tienes que irte.
Hasta aquí el primer capítulo.
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