Pues… Hola :P

No sé, no tengo algo en mente para llenar este espacio XD (y eso que he tenido tiempo para pensarlo :P)

Supongo que más adelante podré justificar lo que esta maraña de letras y faltas ortográficas nos plantea :P

Serán algunos cuantos capítulos más, amenazo con subirlos pronto.

El fic está basado en los acontecimientos del capítulo final de Kuroshitsuji II. Ya más adelante seguiré con algunos puntos del manga (Yisus, cada día es más emocinante. Si no han leído el manga, les recomiendo que lo hagan ¡Es genial! :D)

No está de más decir que los personajes (la mayoría) no me pertenecen a mi, sino a su respectiva autora y pues, eso.

De antemano, gracias por leer.

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Capítulo I

Primer Relato.

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¿Qué cómo sucedió? Oh querida mía, ha pasado tanto tiempo, ¿Qué puedo decirle? Un día le tenía conmigo, y al otro, se había ido.

… Por supuesto tiene toda la razón, que no le quede duda: Mi ser entero se estremeció. Tan inmenso gozo no pudo ser silenciado.

Aquel día en que marchó recuperé algo de mí que había dado por perdido.

Sin embargo, comparado con el que siento al estar a su lado, no fue más que un pequeño brote de efímero júbilo. Puede creerme cuando le digo que su compañía es lo más cercano a la felicidad que he conocido. Ha sido usted quien me ha otorgado una dicha inmensa, inigualable, mi Lady.

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Entonces, estaré a su lado… Amo.

A partir de ahora, estoy a sus órdenes, mi señora.

Mi Lady, cuente conmigo.

Nunca conocí a alguien como usted.

Usted ha sido el único.

Madame, estoy a su servicio.

Mi joven ama, estoy sólo para ti.

Será un honor servir a tan amable caballero.

Entonces, tenemos un trato.

Sí, mi amo.

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Ah, no hay nada de qué preocuparse. Si le digo que es la primera a quien le otorgo mi eterna obediencia, puede estar segura de que no hay falsedad en mis palabras.

Los demonios no mentimos. No como los humanos.

Vamos, sonría.

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Los humanos son simples

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Oh… Por mí no hay problema, será como usted desee.

Sin embargo, le repito que es un pasaje que no es de mi completo agrado.

… En fin, si usted insiste.

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Los humanos son rapaces

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Como bien le dije, fue una separación fugaz. De haberlo sabido, hubiese sido yo quien se hubiera ofrecido a dar ese primer paso hacia el final.

Compréndame por favor: No creí que ese "Me iré" se cumpliera. Lo había repetido cientos, miles de veces, hasta el hartazgo. ¿Quién hubiera sospechado que sería la última de nuestras despedidas?

Que crueldad.

Que bajeza.

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Pero él ya no era como ellos

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– Me iré.

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Ojalá desapareciera de verdad.

Era lo que yo deseaba.

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– Como usted diga… – Más a cambio, en cada una de esas veces, me vi obligado a contestar algo absolutamente diferente.

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Ambos sabíamos que no lo haría, y aun así tenía el atrevimiento de decírmelo a la cara. Se mofaba de mí, de mi condición. Tan desalmado, tan ingrato.

Tan inhumano como ahora era.

No le preocupaba disimularlo, se divertía a costa mía.

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– Lo he decidido.

– ¿Desea que empaque algo en especial?

– Sólo lo necesario.

– Así será.

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Y de nuevo, el mismo ritual: acompañarle hacia la entrada principal, abrirle la puerta, desearle buen viaje… y nada más.

Porque siempre, a un paso de cruzar el umbral de la mansión, se quedaba de pie, observando con ojos cansados el horizonte, la inmensidad de lo desconocido. Y entonces, se daba vuelta y sin decir palabra alguna, regresaba a su habitación, a encerrarse durante días, semanas. Y en cambio yo, debía volver a la rutina, a desempacar una valija vacía, a cerrar puertas y cortinas, a subir escaleras y darle los buenos días. A llenar tazas de té que no serían bebidas y hacer mil y un tareas inútiles que tampoco serían aprovechadas.

Y el tiempo pasaba, y nuevamente, repetíamos nuestro ritual. Fueron tantas veces que en ocasiones, me parecía que todas eran la misma. Un fragmento de tiempo que no trascendía, que no terminaba. Un momento que se alargaba eternamente ¿Puede imaginar semejante hastío? Era sumamente agotador.

Aun así, el deseo de verle marchar por fin, me volvía optimista.

Quizá esta vez.

El engaño era visible, aun así no me importaba. Todo aquello formaba parte de mis obligaciones, incluso la tortura de la esperanza.

Quizá para la próxima…

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– ¿Has acabado ya?

– Disculpe… ¿Qué ha dicho?

– Olvídalo… – sus ojos se burlaban de mí. Era repugnante. – No es como si realmente necesitara algo más de ti…

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… Y tan patético.

Ese orgullo que me mostraba no era el mismo, no volvería.

Me causaba lástima.

Pero no podía reprochármelo. Yo también provocaba algo muy parecido en él.

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– Le ruego me disculpe – una inclinación formal, mi cuerpo se doblegaba ante él con tanta naturalidad… me aborrecía – No volverá a suceder.

– …

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Su silencio era la peor ofensa que podía hacerme.

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– Como sea, abre la puerta de una buena vez.

– Si, como usted diga.

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Me aborrecía, le aborrecía… ¿En qué me había convertido? No me reconocía. Relacionarme con semejante paria me había traído consecuencias inimaginables.

De haberlo sabido…

¿Qué hubiese sido de mí?

La puerta se abrió y la oscuridad del exterior le reverenció. Era nefasto. Para ese entonces, yo ya no poseía la elegancia como para disimular el hastío que me provocaba, incluso cuando sólo se tratase de tareas nimias como detenerme a su lado sujetando el picaporte.

¿Qué hubiese sido de él?

Si lo pienso bien, el lapso entre abrir y cerrar la puerta se volvió una eternidad. Quizá se debió a que, al igual que él, fui abrumado por la dominante inmensidad del vacío. Espeso y desértico, así es aquello que se despliega al menguar la luz.

Si me permite sincerarme, personalmente creo que los espejismos eran innecesarios. Él se había encargado de mantenerles. Nunca le pregunté porque lo había hecho, sólo… lo deje pasar.

Y cuando lo hubo hecho, los ventanales de la mansión reflejaron mañanas, tardes y noches. El sol se levantaba al Este y se ocultaba al Oeste. Cada que una cortina se abría, los muebles, la alfombra y cuanto objeto se encontrase cerca, se teñía con el color de la respectiva temporada. Durante el invierno, las montañas que se alzaban a lo lejos se tapizaban con blanco manto, y durante la primavera, un intenso verdor se extendía por campos y bosques.

Más el silencio era inmutable.

No comprendí su decepción hasta algún tiempo después. No importaba que tan real parecieran los campos, las flores, los árboles o el cielo. Nada de eso estaba ahí. Se trataba de sus mismos recuerdos reflejados en los cristales de los ventanales. Imágenes del pasado que, por alguna razón, aún permanecían dentro de él.

Creí que lo sabía.

El enmudecido repique de la lluvia o el que un ave se encaramase cerca, abriera el pico y no emitiera canto o graznido alguno debió evidenciar la obviedad de los hechos. No podía creer que no se hubiera percatado de ello. Me pareció una deshonrosa muestra de estupidez con la que, justificablemente, podía mofarme de él.

Por otro lado, a expensas de lo que yo creía, quedaba un resquicio de duda. ¿Realmente no se había percatado? ¿O es que, como yo, pasaba por alto lo evidente para hacer menos pesada la carga de nuestro vínculo?

¿Prefería observar diluidos paisajes en vez del reflejo de su propia faz en los ventanales? ¿O la nebulosa oscuridad? …

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¿Qué pretende con ignorarme?

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… ¿O a mí?

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¿Qué pretendes tú con cuestionarme?

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Pero pensar en aquello era perder el tiempo. Sobre todo si se trataba de algún intento desesperado por aferrarse a una humanidad que ya no residía en ese cascarón olvidado y vacío que era su misma existencia. De ser así, le aseguro mi Lady, que hubiese sido el primero – aún antes que él – quien se hubiera percatado de terrenal presencia. Pero ya no había nada de eso, ni un solo rastro de su ser preexistente.

¿Qué cómo lo sé? Ah… no tiene importancia.

En cambio, puedo decirle que deje de preocuparme por lo que hacía o dejaba de hacer. ¿Por qué? Suficiente tenía ya con seguir a su lado, si también me preocupaba por cada una de sus acciones, perdería mi individualidad y me volvería una extensión de sus pensamientos o peor aún, de su personalidad.

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Deje de intentar ser lo que ya no es. Compréndalo,

ni usted ni yo podemos hacer algo para

cambiarlo

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¿Te has cansado de asesinarme?

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No puede llamarse asesinato

Cuando no hay muerte…

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Tan cínico y benévolo.

Pobre Demonio miserable

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¿Comprende ahora lo peligroso que puede llegar a ser un vínculo? Y si sumamos a ello una eternidad y una malsana dependencia…

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Al final… ¿Quién dependía de quién?

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Hum… ese Sebastián.

Como sea ¡Gracias por leer! :D

*Se va volando en su hamaca mágica*

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