Capítulo 1
Ella caminaba de prisa por la acera, envuelta de pies a cabeza por un abrigo de cuero de ante negro, las botas de taco aguja resonaban agudamente sobre la acera, tenía la cabeza doblada para guarecerse de la lluvia arremolinada por el viento, y chocó contra Sasuke justo cuando éste bajaba del taxi.
El portero se adelantó, pero Sasuke, soltando el maletín, ya la había tomado por los hombros.
—Tranquila—le dijo con amabilidad.
Cuando lo miró, la capucha cayó hacia atrás, y Sasuke, siempre apreciativo de la belleza, sonrió.
Era hermosa, de contextura elegante, con una boca suave e invitadora, y ojos de un azul profundo, como el de las perla en primavera. Y todo enmarcado por una masa de rizos sueltos color miel. Si uno tenía que ser atropellarlo por alguien, ésta era, sin dudas la mujer que un hombre inteligente elegiría.
— ¿Está bien?
Ella se zafó de su agarre.
—Estoy bien
—Es todo culpa mía—dijo él, amable—Debí haber visto por dónde…
—Sí—dijo la mujer—debió.
Sasuke parpadeó. Ella lo miraba con total desprecio. Ahora su sonrisa se desvaneció. A pesar de que era romano, había pasado buena parte de su vida en Manhattan. Entendía que la civilidad no era un arte aquí, pero fue ella quien cayó sobre él.
—Le ruego me disculpe, signorina, pero…
— ¿Pero qué?—respondió ella con frialdad—Supongo que la gente como usted piensa que es dueña de la calle.
Sasuke levantó las manos de sus hombros con exagerado cuidado.
—Mire, no sé cuál sea su problema, pero…
—Usted—dijo secamente—es mi problema.
¿Y esto? Una Mona Lisa con el temperamento de una bruja. La caballerosidad innata del viejo mundo entró en conflicto con la actitud del nuevo mundo. Y la actitud ganó.
—Sabe—le dijo bruscamente—Le pedí disculpas cuando en realidad no había por qué, y me está hablando como si yo fuera basura. Podría tener mejores modales.
—Sólo porque soy una mujer…
— ¿Eso es lo que eres?—Su sonrisa era tan fría como las palabras—Veamos si es verdad—Con el temperamento en alza y una lógica disparada del infierno, Sasuke jaló a la rubia y la besó.
Duró menos de un segundo. Sólo un roce rápido de su boca sobre la de ella, y luego la soltó. Tuvo la satisfacción de ver los ojos perla ampliarse de asombro…
Y en sus labios quedó atrapado el sabor rico y dulce de ella. Una dulzura celestial.
¿Estaría un po'pazzo[1]? Tenía que ser. Sólo un loco jalaría a una mujer de temperamento endemoniado en sus brazos, en plena Quinta Avenida.
—Tú—dijo ella—Tú…tú…
Ah, pero había valido la pena, porque ahora podía verla así, echando humo como una máquina a vapor y con su comportamiento helado hecho jirones.
Ella se zafó de sus manos y levantó un brazo. Iba a darle una bofetada, podía verlo en sus impresionantes ojos, que ahora lanzaban rayos letales. Probablemente lo merecía, pero estaría condenado si la dejaría hacerlo. Así que inclinó la cabeza hacia la suya y le dijo en voz baja.
—Pégame…y te prometo que haré que el mundo se derrumbe a tu alrededor
Los labios femeninos formaron una frase que no hubiera imaginado que una mujer supiera. Al menos no las mujeres que formaban parte de su mundo. Ninguna de ellas habría acusado a un hombre de algo que claramente era culpa de ellas.
Bueno, ¿por qué ser modesto? La verdad era que ninguna mujer que conocía lo habría acusado de algo, aunque tuviera la culpa.
La bruja le lanzó una mirada relumbrante, y él se la devolvió. Luego pasó junto a él, con su melena rubia miel llena de gotas de lluvia y el abrigo de ante negro ondeando tras ella, como una vela.
La observó marcharse hasta que se perdió en la multitud cubierta de paraguas, que corría bajo la fría lluvia de marzo. Luego respiró hondo y se volvió para encontrarse con los ojos del portero.
Nada. Ni el más leve asomo de reconocimiento de que hubiera pasado algo inusual, pero claro, esto era Nueva York. Los neoyorquinos habían aprendido hace mucho que lo más sensato era no saber nada.
Una maldita buena cosa que él debería aprender. Besarla había sido suficientemente malo. Un desafío a que llamara a la policía…
Sasuke se estremeció.
¡Qué estúpido podía ser el hombre! Su cara podría haber aparecido en la sección policial del diario, y esa no era exactamente la publicidad que alguien querría antes de una reunión con el nonagenario cabeza de una compañía de inversión, que se enorgullecía del decoro y la confidencialidad.
La lluvia caía con más fuerza. El portero ya había recogido el maletín, así que Sasuke lo tomó y se dirigió al hotel.
Su habitación estaba en el piso 43, lo que le daba una excelente vista del parque y del horizonte. Cuando empezara a buscar un lugar permanente para vivir en la ciudad, querría una vista así.
Sasuke arrojó la gabardina sobre una silla. Si todo iba bien, después de la reunión del lunes, se pondría en contacto con un agente de bienes raíces.
¿«Si»? No había un «si» relacionado con esto. La palabra no estaba en su léxico. Nunca iba detrás de algo sin estar malditamente seguro de saber cuándo, dónde y cómo conseguirlo. Ese enfoque era la clave de su éxito.
Con la punta del pie se sacó los zapatos, se despojó de la ropa y se metió en la ducha.
Estaba totalmente preparado para la reunión del lunes y la largamente esperada adquisición de Stafford-Coleridge-Haruno.
Su imperio financiero era enorme, con oficinas en Londres, París, Singapur, y, por supuesto, Roma.
Ya era hora de que Uchiha International entrara en el mercado de Nueva York. Por eso, quería algo que se convirtiera en la joya de sus empresas. Y allí estaba Stafford-Coleridge-Haruno, en el escalón más alto, y cuya lista de clientes era una competencia de Quién es Quién en la riqueza y el poder estadounidense.
Sólo una cosa quedaba en el camino: el presidente de SCH, Kakashi Haruno.
—No tengo idea de qué querría hablar conmigo—le dijo el viejo cuando finalmente había accedido a contestar las llamadas telefónicas de Sasuke.
—He oído rumores—le había respondido Sasuke con cuidado—de que usted está considerando un cambio.
—Quiere decir—había dicho Haruno sin rodeos—que ha escuchado que me voy a morir pronto. Bueno, se lo aseguro, señor, que no es así.
—Lo que he oído—le había contestado Sasuke—es que un hombre con su buen juicio cree en la planificación del futuro.
Haruno había emitido un sonido que podría haber sido una risa.
—Tocado, Signore Uchiha . Pero le aseguro que cualquier cambio que podría llegar a considerar no sería de interés para usted. Esta es una empresa de propiedad familiar, y así lo ha sido por más de doscientos años. El banco ha pasado de una generación a otra—hizo una breve pausa apenas perceptible—Pero no espero que usted entienda la importancia de esto.
Sasuke había pensado lo bueno que era que no estuvieran cara a cara. Pero aún así, tuvo que trabajar duro para controlar su temperamento. Haruno era un hombre viejo, pero estaba en pleno dominio de sus facultades, y lo que dijo había sido un insulto deliberado, apenas disimulado.
La comunidad financiera internacional era como un club exclusivo. Todos sabían quién era quién, y lo que Haruno sabía de Sasuke era que su riqueza y categoría, a pesar de su título, no provenían ni de legados ni de herencias, sino que eran exclusivamente de su propia creación.
Y para los Kakashi Haruno de este mundo, esa no era una imagen deseable.
Y probablemente tampoco lo fuera para las rubias-miel de la Quinta Avenida, filosofó Sasuke, y luego se preguntó de dónde demonios había venido ese pensamiento.
Lo que importaba, lo único que importaba este fin de semana, era su negocio con Haruno. Tanto importaba que había mantenido el tono de su voz neutral para responder al comentario sarcástico del viejo bastardo.
—Por el contrario—había dicho Sasuke—lo entiendo perfectamente. Yo también creo en mantener la tradición—Había hecho una pausa, midiendo cada palabra—También creo que le haría un flaco favor a su institución si se niega a escuchar lo que tengo para decirle.
Había apostado a que Haruno mordería el anzuelo. Y no había mucho de azar en apuesta, considerando lo que Sasuke sabía.
SCH, ciertamente, siempre había sido de propiedad familiar y gerenciado por ellos mismos. El problema era que el anciano se enfrentaba a su noventa cumpleaños y su única heredera era una nieta que aún iba a la escuela.
Aún en la escuela…y mujer.
Sasuke estaba seguro de que «tradición» para Kakashi Haruno, era entregar las riendas del negocio a un heredero, no a una heredera. Haruno nunca había ocultado lo que pensaba acerca de las mujeres en los negocios.
Y era probablemente lo único en lo que ambos podían estar de acuerdo, reflexionó Sasuke mientras salía de la ducha. Y era en lo que basaría sus argumentos en la mañana del lunes.
Las mujeres eran demasiado emocionales, impredecibles e indisciplinadas. Estaban bien como asistentes, e incluso, a veces, como jefes de áreas… ¿pero para tomar altas decisiones?
No hasta que la ciencia descubriera la manera de superar los altibajos vertiginosos que les producían las hormonas. No era culpa de ellas, era simplemente un hecho de la vida.
Y eso, pensó Sasuke mientras se ponía unos pantalones de lanilla gris, un jersey de cachemira negro y unos mocasines, era su as en la manga.
Sasuke era el único inversor que podía permitirse el lujo de comprar SCH en forma privada. Eso significaba que Haruno no tenía a quién acudir, excepto a él. A menos que quisiera vender su venerable institución a uno de esas corporaciones gigantes, hambrientas de ese tipo de empresas, y vivir lo suficiente como para verla desaparecer en sus fauces.
Él era la salvación del viejo y ambos lo sabían. El momento de la verdad había llegado la semana anterior, cuando la secretaria de Haruno lo llamó y le dijo que su jefe accedería a una breve reunión, únicamente por cortesía.
—Por supuesto—había dicho Sasuke con calma, pero cuando colgó, había agitado un puño en señal de victoria.
La reunión significaba una sola cosa: el viejo admitía la derrota y vendería. Oh, sin duda, primero lo haría bailar a su son, haciéndolo atravesar un par de aros, ¿pero qué tan malo podría ser eso?
Sasuke se puso una chaqueta de cuero y cerró la puerta de la habitación detrás de él.
No bailaría, pero movería los pies al compás de la música lo suficiente como para aplacar al viejo bastardo. Luego, Stafford-Coleridge-Haruno sería suya. Nada mal para un chico que había crecido en la más abyecta pobreza, pensó Sasuke, mientras apretaba el botón del ascensor.
La lluvia había cesado, aunque el cielo estaba gris y estaba húmedo. El portero paró un taxi.
—Sesenta y tres de Lexington—le indicó al conductor.
Iba a encontrarse con sus amigos, en el Club Eastside. Los tres habían estado de acuerdo ayer, por e-mail, sobre los beneficios de una resolución rápida, sobre todo teniendo en cuenta que tanto Sasuke como Suigetsu habían tenido que volar.
Aviones privados o no, los músculos estaban igualmente agarrotados después de un vuelo internacional, aparentemente interminable.
Luego irían a algún lugar tranquilo para cenar y hablarían de los viejos tiempos. Tenía ganas de eso. Suigetsu, Gaara y él se conocían desde hacía trece años, cuando se habían encontrado en un bar, justo al lado del campus de Yale. Aquellos tres chicos de dieciocho años, de tres partes distintas del mundo, se reunían desde entonces para preguntarse cómo demonios habían sobrevivido en este país extraño.
¿Sobrevivido? Prosperado más bien. Habían formado una estrecha amistad, y aunque ahora se veían con menos frecuencia, dado los intereses comerciales particulares, todavía eran los mejores amigos.
Y todavía solteros, que era exactamente lo que los tres querían. De hecho, siempre empezaban la noche con el mismo brindis.
—La vida—diría Gaara solemnemente—es corta.
—Y el matrimonio—añadiría Suigetsu aún más solemnemente—es para siempre.
La última parte del brindis se la dejaban a Sasuke.
—Y la libertad—decía de manera dramática—la libertad, señores, ¡lo es todo!
Sonreía mientras el coche se detenía en frente al Club Eastside.
Estaba emplazado en lo que en el siglo XIX había sido una cuadra de brownstones[2], y que luego fueron desmantelados y combinados para formar una única estructura.
Era un gimnasio muy exclusivo.
El Eastside no hacía publicidad. Ni tenía cartel ni ninguna otra señal identificadora para los transeúntes. La membrecía era sólo por invitación, y reservada sólo a aquellos que valoraban la privacidad y podían pagar la altísima cuota que la garantizaba. En consecuencia, el club carecía totalmente de cosas pretenciosas. Nada aparatos modernos, ni música de fondo, y la única parte del gimnasio con una pared de espejos era la zona de pesas, para que uno pudiera examinar si se estaban levantando correctamente.
Además de las pesas, había sacos de arena, una piscina y una pista de atletismo cubierta. Y lo mejor de todo, el Eastside era exclusivo para hombres.
Las mujeres eran una distracción. Además, pensaba Sasuke mientras insertaba su tarjeta en la ranura de la cerradura de la puerta de entrada, era bueno alejarse de ellas por un tiempo.
Había tratado a suficientes mujeres en su vida, demasiadas creía a veces, que al concluir una relación terminaban en lágrimas. Él era, según había escuchado por lo bajo «una buen partido». Se mofaba de eso, pero para sí mismo admitía que probablemente fuera cierto. ¿Por qué pecar de modesto?
—Buenas noches, señor Uchiha . Me alegro de verlo otra vez.
—Jack—dijo Sasuke cordialmente. Firmó y se dirigió a los vestuarios.
Tenía dinero. Un jet privado. Coches. Era dueño de una estación de esquí en Aspen, de una propiedad frente al mar en Mustique[3], un pied-a-terre[4] en París y, por supuesto, el palazzo en Roma, que supuestamente había llegado a la familia Uchiha a través de Julio César.
Eso era lo que su bisabuela había afirmado siempre.
Sasuke pensaba que lo más probable era que hubiera llegado a ellos a través de un ladrón de la época de César, pero nunca la había desmentido. Había amado a la anciana como nunca había amado a nadie. Siempre agradecía haber podido hacer su primer millón y restaurar el antiguo pero decrépito Palazzo Uchiha antes de que ella muriera.
El placer de la anciana había alegrado su corazón. Le había gustado hacerla feliz. De hecho, le gustaba hacer feliz a la mayoría de las mujeres.
Era sólo cuando sus exigencias se volvían poco razonables y empezaban con frases como «hablemos del futuro», «la importancia de sentar cabeza», ¡casi podía sentir el peso físico de la frase!, Sasuke entendía que «hacerlas felices» no era tan importante como «no comprometerse». De ninguna manera. No él. No todavía.
¿Por una noche? Por supuesto. ¿Una semana? Sí. Incluso un mes, o dos. Demonios, tampoco era del tipo que salta de cama en cama…
¿Cómo sería la mujer del abrigo de ante negro en la cama? ¿Una tigresa de melena de miel? ¿O una reina de hielo?
No es que le importara. Sólo era curiosidad intelectual. Le gustaban las mujeres que disfrutaban de su femineidad, que les gustaba ser apreciada por un hombre.
Sasuke colgaba sus cosas en el casillero.
No hacía falta ser un psicólogo para darse cuenta de que la tigresa no era ese tipo de mujer. Aunque, en la cama del hombre apropiado, tal vez podría serlo.
La melena. El delicado rostro ovalado. Los ojos increíbles, y esa boca sensible.
Porque sí, había sentido su sensibilidad, a pesar de lo breve del roce…Fantástico.
Demonios. Estaba teniendo una erección por una mujer que lo había insultado y que nunca volvería a ver. No quería pensar ni en ella ni en ninguna otra mujer. No este fin de semana. Nada de distracciones. Nada de sexo. Como un atleta, él creía en la abstinencia antes de un mano a mano. Tenía que concentrarse en la reunión del lunes.
Para correr se puso unos pantalones cortos de algodón gris, una sudadera vieja de Yale y unas zapatillas Nike. Un entrenamiento duro y sudoroso era justo lo que necesitaba.
El gimnasio estaba casi vacío. Bueno, era sábado por la noche. Sólo otro tipo estaba en la amplia estancia, esforzándose al máximo alrededor de la pista, con la intensidad solitaria del corredor dedicado.
Suigetsu.
Sasuke sonrió, se acercó trotando y se puso a la par.
— ¡Qué lento!—dijo, tomando el ritmo—Estamos caminando. ¿Estás envejeciendo que no puedes correr rápido?
Suigetsu, que tenía sus mismos treinta y uno, le lanzó una mirada impávida.
—Llamaré a los paramédicos cuando colapses.
—Fanfarrón…Cien dólares a que te puedo ganar.
— ¿Veinte vueltas?
—Cuarenta—dijo Sasuke, y salió disparado.
Momentos más tarde, luego de terminar en un ajustado empate, se miraron, respirando con dificultad y una sonrisa de oreja a oreja.
— ¿Qué tal, Roma?—dijo Suigetsu.
— ¿Qué tal, Atenas?
Las sonrisas de los hombres se ampliaron y se trabaron en un abrazo de oso.
—Hombre—dijo Suigetsu—estás hecho un bastardo sudoroso.
— ¡Oye! Tú no estás precisamente para un anuncio de la revista GQ[5]
— ¿Cómo estuvo tu vuelo?
Sasuke tomó un par de toallas de un box al lado de la pista y le tiró una a Suigetsu.
—Muy bien. Algo de problemas con el clima justo antes de aterrizar, pero nada importante. ¿Y el tuyo?
—Lo mismo—dijo Suigetsu, secándose la cara—realmente me gusta ese pequeño Learjet que compré.
—Pequeño…—dijo Sasuke riendo.
—Bueno, todavía no es tan grande como el tuyo.
—Lo mío siempre va a ser más grande que lo tuyo, Aristides.
—Ya querrías.
Se trataba de un viejo juego de bromas que los hizo sonreír abiertamente de nuevo.
—Y entonces—preguntó Sasuke— ¿Dónde está Gaara?
—Quedamos en reunirnos en…—Suigetsu miró su reloj—dos horas.
— ¿Eligieron un restaurante?
—Bueno, más o menos—
Sasuke levantó una ceja.
— ¿Qué significa eso?
—Significa—dijo Suigetsu—que nuestro viejo amigo se compró un club. En el centro. «El club del minuto» dice él.
—Eso significa: Atestado. Ruidoso. Mucha música, mucho alcohol, y muchas mujeres espectaculares para pasar un buen rato…
—Suena terrible—dijo Suigetsu solemnemente.
Sasuke sonrió mientras se ponía la toalla sobre los hombros.
—Oh sí, lo sé. Pero tengo una reunión importante el lunes por la mañana.
—Bueno, lo mismo yo.
—Muy importante.
Suigetsu lo miró.
— ¿Y?—
—Y—dijo Sasuke, después de un momento—tengo la esperanza de concluir un acuerdo. Con Kakashi Haruno.
—Guau. Eso es importante. Así que esta noche celebraremos por adelantado, en el club de Gaara.
—Bueno, quiero mantener la concentración. Llegar a la cama a una hora decente, esta noche y mañana por la noche. Nada de alcohol. Nada de distracciones.
— ¡Thee Mou! ¡No me digas! ¿Nada de sexo?
Sasuke se encogió de hombros.
—Nada de sexo.
—El sexo no es una distracción. Es un ejercicio. Es bueno para el corazón.
—Es malo para la concentración.
—Esa es una creencia obsoleta.
—Lo creíamos cuando jugábamos al fútbol, ¿recuerdas? Y ganábamos.
—Ganábamos—dijo Suigetsu secamente—porque la competencia era pésima.
—Lo digo en serio.
—Yo también. Renunciar al sexo va contra de las leyes de la naturaleza.
—Idiota—dijo Sasuke cariñosamente. Los hombres se dirigieron a la zona de pesas e hicieron sus selecciones—Es sólo cuestión de disciplina.
—A menos, claro, que sintieras una atracción tan instantánea que no pudieras ignorarla—gruñó Suigetsu mientras levantaba un par de pesas de veinte libras— ¿Pero cada cuánto pasa algo así?
—Nunca—respondió Sasuke, e inesperadamente la imagen de la rubia de ojos caliente y actitud fría pasó frente a sus ojos.
Él también estaba tratando de llegar a las veinte libras, pero en su lugar levantó un par de otras más pesadas, y trabajó con ellas hasta que su mente fue un espacio vacío llenado con dolor.
Más allá del centro de la ciudad, en una parte de Manhattan que, según se lo mirara, podría ser considerado, o bien un punto descubrir, o todavía un barrio marginal, Sakura Stafford Coleridge Haruno golpeó ruidosamente la puerta de su departamento detrás de ella, arrojó el abrigo de ante negro en una silla y se sacó a las patadas el par de botas.
El abrigo se deslizó de la silla. Las botas rebotaron contra la pared. Y a Sakura no le importó un comino.
Increíble, ¿Cómo un día que había empezado tan prometedor pudo terminar tan mal?
Sakura entró en la cocina, llenó la pava con agua, la puso a hervir, y luego cambió de opinión. Lo último que necesitaba era una carga de cafeína. Ya estaba lo suficientemente cargada, gracias a su abuelo.
¿Para qué la había llamado a su oficina, si no era para hacerle el anuncio que esperaba?
—En mayo me retiraré—le había dicho hacía casi un año—cuando llegue a los noventa, momento en el que pondré Stafford-Coleridge-Haruno a cargo de la persona que lo guiará por los próximos cincuenta años. Una persona que, por supuesto, lleve adelante el linaje Stafford-Coleridge-Haruno.
Linaje. Eso era tan importante para Kakashi como respirar, y para ella era muy conveniente, porque Sakura era la única que cumplía tanto con el linaje como con la educación adecuada para asumir el mando.
Tenía una licenciatura en finanzas y una maestría en gestión empresarial. Había pasado las vacaciones de verano del internado escolar en el SCH. Sabía más sobre el banco que nadie, incluyendo al abuelo, que aún creía en un mundo desprovisto de computadoras y correo electrónico.
Sakura entró en el dormitorio y metódicamente se quitó el traje de lana gris y la blusa de seda blanca que había considerado apropiado para la reunión con el abuelo, esta tarde. Había querido lucir seria, aunque sabía muy bien que se podía hacer negocios tanto en vaqueros como vestida de Armani.
Incluso hasta había preparado un pequeño discurso para convencerlo de que no haría grandes cambios, a pesar de que mentalmente había cruzado los dedos, porque había cosas que definitivamente necesitaban un cambio.
Se había presentado en su oficina exactamente a las cuatro, pues Kakashi era un purista de la puntualidad. Le había dado un beso en la mejilla de piel frágil, se había sentado donde le indicó y cruzado las manos…Y escuchó cómo le decía que aún no había llegado a una decisión sobre quién lo reemplazaría.
Mantén la calma, se había dicho a sí misma. Y lo había hecho, o al menos se las había arreglado para parecer calmada cuando le preguntó qué tanto tenía que pensar.
—Ya me habías dicho que sería yo, abuelo.
—Dije que sería alguien capaz—dijo Kakashi enérgicamente.
—Alguien de mi linaje.
—Bueno…
La expresión de su rostro la había helado de espanto.
—No querrás decir… ¿Neji?
Neji. Su primo. O algo así. ¿Quién entendía las complejidades de los primos segundos de dos generaciones distintas, o lo que diablos fuera? Neji había rondado cobardemente el banco durante años para hacer las prácticas, lo mismo que ella, excepto que nunca había hecho una sola jornada de trabajo, nunca había hecho otra cosa que intentar manosearla en el depósito.
—No Neji—dijo finalmente, soltando el aire.
—Neji tiene un título en economía.
Sí. De una universidad que, probablemente, también le dio título en tejeduría de canastas.
—Tiene buena elocuencia.
La tenía, con tres o cuatro vodkas encima.
—Y—le había dicho su abuelo, guardando lo mejor para el final—Es un hombre.
Un hombre. Eso quería decir, derecho por naturaleza. Un príncipe, mientras que ella, por ser mujer, era una criatura menor.
Luego su abuelo se había puesto de pie, lo que indicaba que ya no era bienvenida ante la presencia real.
—Estate aquí el lunes por la mañana, Sakura. A las diez en punto. Entonces anunciaré mi decisión.
Despedida, así como así.
Así que salió por la puerta, se dirigió al viejo y sibilante ascensor, y en la calle había caminado a ciegas, sin idea de dónde demonios estaba ni a dónde ir.
Por eso no vio al hombre que casi la había tirado al suelo.
Ese hombre despreciable y horrible que había insistido en que era ella la que había chocado con él. ¡Que la había acusado de no ser una mujer cuando, maldita sea, era precisamente por eso que le iban a negar lo único que quería en la vida!
¡Qué tonta había sido! ¡Qué idiota! Había rechazado dos ofertas de trabajo maravillosos, porque creía…había sido lo suficientemente estúpida como para creer…
Estaba angustiada por eso cuando el hombre la había llevado por delante. Como si fuera invisible, lo que sin dudas era, porque era mujer. ¡Ah, la arrogancia de los hombres! La de él. La forma en que le apretó los hombros y la miró desde la encumbrada altura de su encumbrada masculinidad.
«Tranquila», le había dicho, y le había sonreído, ¿Y creía que esa…sonrisa, el leve dejo extranjero en la pronunciación de la palabra, los hombros anchos, el pelo renegrido, los ojos azul oscuros y la cara, que era el equivalente masculino a la de aquella que había puesto en marcha un millar de naves[6], compensaría su mala educación?
Sakura le había dicho lo que pensaba de él. A los hombres no les gustaba la sinceridad. Lo había aprendido hace mucho. Y éste, este…este…extraño mal educado, había decidido que necesitaba una lección, un recordatorio gráfico de su lugar en el universo…
La había besado. ¡La había besado! Había puesto su boca sobre la de ella, ese miserable y arrogante hijo de perra…
Una boca firme. Suave. Una boca, podría decirse, hecha para besos largos y profundos…
Dios, había algo mal con ella. La ira, la adrenalina, o como se llamara, bombeaba por sus venas y la tenía completamente estresada.
Un hombre sabría qué hacer para aliviar dicho estrés.
Iría un gimnasio y lo exudaría. En realidad, eso podría funcionar también para ella, pero su gimnasio, para mujeres, estaba cerrado. ¡Hey, era sábado! Noche de citas para el sexo débil, ¿no?
— ¡Vaya mierda!—dijo Sakura. Casi podía sentir el vapor saliéndole de las orejas.
O también, un hombre llamaría a sus amigotes y se reuniría con ellos en algún lugar atestado y ruidoso, a beber toneladas de cerveza. Eso es lo que los hombres bajo presión hacían, ¿no? Salir, beber, hablar de cosas tontas, conquistar mujeres…
El sexo era el gran relajante. Todo el mundo lo decía. Bueno, no ella, porque había tenido relaciones sexuales y distaban mucho de ser memorables. Pero, de acuerdo a todo lo que había leído, el sexo siempre podía disminuir los niveles de estrés. Sakura resopló.
Imagínate si una mujer hiciera eso. Llamar a una amiga, ir a un lugar ruidoso para beber y buscar un ligue. Irse a la cama con él, sin condiciones, sin ridículos cambio de nombres y teléfonos. Sólo cama. Sólo sexo.
Por supuesto, algunas mujeres lo hacían. Iban en busca de sexo. Sexo con un extraño. Un extraño de pelo oscuro. Ojos azules. Mandíbula cuadrada, nariz recta, boca firme. Y ese acento casi imperceptible…
Sonó el teléfono, pero no atendió. Que el contestador automático tomara la llamada…
—Hola, —dijo su voz grabada y enérgica. —Usted ha llamado al 555—6145. Por favor, deje un mensaje después del tono.
—Sakura, soy Sakura—
¡La última persona con la que quería hablar! Karinhabía conseguido un trabajo con Fox & Curtrain después de que Sakura se lo señalara.
—Yo no lo voy a tomar—le había aclarado— ¿Por qué no lo tomas tú?
¿Ciertamente, por qué?
—Sakura, mira, sé que esto no es lo tuyo, pero hay un nuevo club que abrió muy cerca de mi casa y se supone que va a estar lleno de gente muy animada. Y es el cumpleaños de Laura. ¿Te acuerdas de ella? La que estaba en el segundo piso de nuestro dormitorio. Está en la ciudad y nos hemos reunido un grupo para, ya sabes, echar una ojeada al club…—Se oyeron risas de fondo y Sakura puso los ojos en blanco—Bueno, Laura tiene razón. Para ver a los chicos, a ver si son tan guapos como dice todo el mundo.
—Sakura—dijo Sakura, levantando el teléfono.
— ¡Ah, estás ahí! Escucha, no sé qué estarás haciendo, pero…
—No estoy haciendo nada. He tenido…ya sabes…uno de esos días.
—Razón de más para venir con nosotros. A tomar una copa y escuchar música animada.
—Y ligar con un chico animado—se escuchó una voz femenina en el fondo, y luego otra ronda de risas.
—Eso es lo último que necesito—dijo Sakura—quiero decir, me parece que no estoy para eso. Ir a un club donde la música está tan fuerte que no se puede ni pensar. Entablar una conversación con un hombre, que me invite a una copa…
—Está bien. Lo sé. Es como un mercado de carne en exposición, pero a veces también puede ser divertido. Ya sabes. Sin cuestionamientos. Sólo una noche de diversión y juegos.
—Ya es bastante malo que los hombres piensen que ese es nuestro rol. Que somos unas inútiles, excepto para la cocina y el dormitorio. No tenemos que ponernos a jugar su estúpida fantasía.
Silencio. Luego Karinse aclaró la garganta.
—Está bien—dijo con cuidado—olvida que he llam…
—No es que me escandalice la idea de tener un ligue con algún espécimen de tapa central de revista, si quisiera.
—Uhmm, Sakura, mira, tengo que apurarme, así que…
— ¡Podría ir a ese club contigo, bailar, beber, y ligar con un tipo para tener una noche de sexo alucinante!
Otra vez silencio. Luego Karinhabló.
— ¿Entonces, uhm, estás diciendo que quieres ir con nosotros?
Sakura tomó una respiración profunda.
—Tienes razón, maldita sea, quiero ir—dijo.
Veinte minutos más tarde, vestida con un vestido de seda rojo que había comprado en oferta y que nunca se había puesto, porque no tuvo una razón para ello, al igual que un par de sandalias de tiras doradas, Sakura se echó una última mirada en el espejo, le hizo un rápido saludo a su propia imagen y se dirigió a la puerta.
[1] Un po'pazzo: palabras en italiano que significan "Un poco loco"
[2] Brownstones: típicas construcciones neoyorquinas que consisten en un edificio color café, con escalinatas en la entrada
[3] Mustique: Isla en la mar caribe, perteneciente a San Vicente y Las Granadinas
[4] Pied–à–terre: Expresión francesa para designar una estancia de paso
[5] Revista GQ (de Gentlemen's Quarterly [Publicación trimestral de caballeros]): Es una revista sobre variados intereses masculinos: moda, estilos y cultura masculina. Es considerada como más exclusiva y sofisticada que otras revistas del mismo género. (Fuente: Wikipedia)
[6] "Aquella que ha puesto en marcha una millar de naves" [what had launched a thousand ships]: La expresión hace referencia a la figura mítica de Helena de Troya, cuyo rapto provocó que la armada griega fuera en su busca, dando inicio a la guerra de Troya.
