Mi nombre: Bella Cullen.

Mi mayor condena: Haberme casado con Edward Cullen.

Aunque en el momento en que acepté no era esa el pensamiento que tenía en lo que se concierne a él.

Para mí, era e sueño dorado. Ser la esposa de Edward era lo mejor que me podía pasar en ese entonces. Él era tierno, dulce, guapo y el más deseado por todas, incluyéndome. De todos esos adjetivos, lo que quedaba de él eran los últimos dos, solo que yo ya no me incluía en el club de fans de "Edward Cullen", por el contrario, si existía un club anti-Edward seria la presidenta y fundadora.

Él ahora era demasiado sobreprotector con nuestra niña, Renesme. Desde que nació era todo para él. Debo de confesar que me sentía un poco celosa al principio, pero luego me fui acostumbrando a la idea de que no le importaba otra cosa que no fuera ella.

Aunque eso no fue lo que me molestó de él, sino el escaso caso que me hace diariamente.

Llega de trabajar y lo primero que hace es preguntarme si ya tengo lista la cena y son las escasas palabras que cruzo con él.

Ya estaba harta de esta situación. Hoy se iba a acabar mi tormenta.

Ordené todo como lo hacía todos los días. Limpié hasta el último de los rincones de la casa. Le escribí a mi hija una carta que decía:

Renesme:

Sé que no tendré perdón por lo que haré. Me duele hacerte esto, pero mi vida al lado con tu padre es un infierno. Cuídate mucho, mi niña.

Te amo

Tu madre

Terminando de escribirla, la puse sobre la mesa y caminé rumbo al balcón de mi cuarto. El mismo cuarto donde había dormido los últimos 10 años de mi vida. Miré la altura que me separaba del suelo, era la suficiente para terminar con mi vida.

Di un paso hacia delante y lo último que sentí fue que caía al vacio.