A/N: Cuando empecé a escribir Jalex pensé que no tendría visitas, que nadie lo leería ni dejaría comentarios.
Este fic está dedicado a las dos personas que me demostraron lo contrario. Porque serán pocas pero por lo menos dejan reviews y sé que leen y les gusta. Gracias chicos, ustedes lo pidieron…aquí tienen. Ojalá les guste.
Como siempre, esto toma lugar en un futuro donde Justin sí fue a la universidad. De hecho, en casi todos mis fics ignoro las últimas temporadas y reescribo los hechos, principalmente porque la serie se fue en picada y no me gusta cómo terminó.
Disclaimer: Me gusta Selena Gómez, la veo todas las tardes… en la tele y en su instagram xD! ¿Qué pensaban que la conozco? Ja! Para nada, aunque mi profesor de periodismo la conoció, dice que es igual de engreída y mandona que Alex, ahora ya sabemos en quién se basaron jajaja… bueno ya ya, esto no es mío y blablabla, lean.
Antes de leer, abran su iTunes o su youtube, pongan Soda Stéreo, escuchen la canción. Recuerden, reflexionen, sientan la emoción.
¿Listo? OK, ahora sí, a leer.
Ruido blanco.
'Somos cómplices, los dos;
Al menos sé que huyo porque amo.
Necesito distensión.
Estar así despierto, es un delirio… de condenado.'
-Gustavo Cerati, Prófugos, 1986.
I.
Justin siempre supo que, algún día, tendrían que separarse. Era inevitable. (Todo cambia; nada permanece.)
Debía partir a la universidad. Lo había aplazado por mucho tiempo, entre su entrenamiento, sus clases de magia, los estudios y prácticas para la competencia. (Y otras excusas que se daba a sí mismo para no admitir la verdad de por qué no quería irse, una verdad que siempre había sabido y que, como todas las cosas del corazón, estaba destinada a permanecer oculta.) Pero la vida, como la marea, está en constante movimiento, y había llegado el momento de tomar otros rumbos. Dejar atrás este hogar, esta comodidad, tomar sus sueños, salir al mundo real y hacerlos realidad. Seguir adelante.
Alex acababa de terminar la preparatoria y, con algunos (muchos) gramitos de insistencia por parte de sus padres, había decidido entrar a la uni también. Cuatro años más de inventar excusas para no ir a clases, no presentar trabajos a tiempo, burlarse de los profes y escaparse del salón cuando no la veían… era divertido pero también era trabajo y a Alex le daba flojera. No le gustaba mucho la idea.
(Y a Justin tampoco le gustaba ese dolor sordo, ese vacío en el pecho que sentía al pensar que ya no la vería. Ya no la tendría cerca cada día; no vería su sonrisa de triunfo cuando le hacía una broma, no escucharía su voz, no tendría a quien abrazar o sacar de problemas, alguien que le hiciera mejor o le diera algo de sentido a su vida. Todos los estudios del mundo no lo pudieron preparar para eso, ningún libro le dijo que no tener cerca a su hermana le lastimaría así.)
La relación entre ambos hermanos había sido siempre especial: desde que la vió por primera vez, a los 2 años, desde que ella le pellizcaba las mejillas cuando era una bebé, y luego lo seguía y le hacía todo tipo de preguntas cuando niña, hasta tenerlo en la palma de su mano en la actualidad. Lo conocía mejor que cualquiera y lo aprovechaba para manipularlo, jugarle bromas y meterlos en problemas. Pero esto, lejos de molestarle, era la razón de vivir de Justin: ella era la única que le hacía ser mejor, que le hacía sentirse vivo.
(Y todo eso se destruiría si dejaba que sus sentimientos prohibidos por ella salieran a flote. Justin era un tipo muy lógico: entendía los principios biológicos que le impedían amar a quien amaba: las ramificaciones de la unión entre dos personas con el mismo código genético, los cromosomas recesivos, homocigosis, las secuencias de ADN, las implicaciones morales y éticas de enamorarte de alguien que lleva tu misma sangre. Ninguna religión en el mundo lo aprobaba, toda legislación lo penaba con cárcel, todos esos comentarios en internet le decían que era un degenerado, que lo que sentía era retorcido, incomprensible, ilógico y él lo entendía. Pero toda esa ciencia perdía efecto frente a las intensas emociones que se producían en él cada vez que miraba en los oscuros, traviesos ojos de Alex Russo, su propia hermana. De alguna forma, Alex había logrado aplastar todo tabú social y moral que Justin pudo haber tenido, convirtiéndose en la única chica en el mundo que él podía amar.)
Estaba cansado de fingir que no sentía nada cada vez que ella le abrazaba. Cansado de Dean, Mason, Riley y otros idiotas similares que sólo miraban a Alex como una chica bonita, como un trofeo que exhibir, como un premio que obtener y mostrarle a todo el mundo, no como el ser bello, libre, que él había conocido literalmente toda su vida. Cansado de los corazones que se rompían, de la culpa que le carcomía por amarla así, de la amargura que sentía al pensar que, por mucho que lo deseara, ese no era su lugar en el corazón de Alex.
(No. Ese lugar le pertenecía al siguiente patán en el que ella posara sus hermosos ojos. Aquel que tendría la suerte de pasar el resto de su vida con ella aunque no entendiera la mitad de cosas que él. Alex ya había crecido, era toda una mujer, ya no necesitaba a su hermano como antes, y su lugar pronto sería ocupado por el próximo maldito afortunado que apareciera. Y Justin no quería estar ahí cuando eso pasara. No quería ver eso. Era necesario irse; alejarse; poner distancia. Y eso era precisamente lo que iba a hacer.)
Así que el joven hechicero se sienta en el sillón una tibia mañana de sábado, pensando en su presente y su futuro, hojeando un folleto de la universidad de Nueva York –aunque los de Stanford le ofrecieron una beca y él aceptó– aprovechando este raro momento a solas para reflexionar, ya que sus padres y Max han salido a comprar víveres para el restaurante. No ha pasado mas de media hora ahí, disfrutando de la rara tranquilidad de la mañana, cuando de pronto su hermana baja las escaleras y entra a la cocina, dispuesta a hacer una de sus travesuras. Recién acaba de bañarse –Justin había escuchado el sonido de la ducha– y ahora ahí está, lista, fresca, esparciendo ese delicioso aroma a jabón y perfume por todos lados sin siquiera darse cuenta, mientras abre uno de los azucareros para empezar a comerse su dulce contenido, sonriendo de gusto.
Justin sonríe; Alex podrá ser toda una mujer, pero jamás va a cambiar y eso le alegra. Jamás dejará de ser traviesa, auténtica, espontánea. La latina alza la mirada, pone el azucarero y la cuchara en su lugar como si nada hubiera pasado, luego camina unos pasos hacia la sala, y se sienta ahí, a su lado.
Al principio, los hermanos permanecen así, sin decir palabra. (La tensión entre ellos, últimamente, ha sido palpable, pesada, sofocante. Y Alex la detesta.)
En el silencio, la hechicera se apoya en su hermano para mirar el folleto, inclinándose sobre su hombro. Su piel se estremece donde toca la suya, y él siente lo mismo. (Pero no deberían. Ninguno de los dos.)
Luego de un momento, el silencio se rompe.
"Pasa a la sección de arte, porfa."
Y Alex siente sus ojos moverse y detenerse en ella. La está mirando. La está contemplando, adorándola con la mirada.
Ya ni se da cuenta de que lo está haciendo y, conforme su futuro se acerca, este hábito suyo se ha hecho costumbre. Memorizar cada pequeño rasgo, cada centímetro de su piel se ha vuelto su nuevo pasatiempo, como si le aterrara la idea de perderla, de olvidarla tan pronto deban separarse. Y ella finge que no se da cuenta pero es mentira, lo nota, lo ha notado desde siempre.
Y como que le gusta. Le encanta. (Pero sólo porque le gusta ser el centro de atención. Al menos es lo que se dice a sí misma.)
Justin detiene todo pensamiento y actividad que se da en él en ese momento, suelta el folleto, descarta toda idea, y decide dedicarle toda su atención a su pasatiempo favorito: contemplar a su hermana. Primero empieza por su parte preferida: sus negros cabellos. Hoy los tiene sueltos, libres, húmedos, dejando que el viento los seque, sus rizos caen sobre sus hombros y espalda, y Justin puede oler el dulce perfume, el olor del shampoo de fresas que ella siempre usa, el mismo que puede hacer a cualquier hombre olvidarlo todo en un segundo. Alex baja la mirada, colocando la cabeza en su hombro, y Justin se da vuelta para contemplar su rostro desde cerca. No lo puede creer: es lo más cerca que han estado en semanas, quiere detener el tiempo pero eso es físicamente imposible, así que decide dejar de pensar y aprovechar este momento, esta oportunidad única que sólo él tiene.
Justin eleva los ojos hasta la coronilla de la cabeza de su hermana, luego su frente, enmarcada por sus cabellos negros. Sus rasgos faciales han sido siempre perfectos: desde la posición de sus ojos, la forma de su nariz, hasta la suavidad de esos tentadores labios. Y a los 18 años, su hermosura ha aumentado a una velocidad aterradora. Esa carita iba a romper muchos corazones, pero el suyo ni siquiera tendría chance de soñar. Sería imposible adorar otro rostro tan desesperadamente como adoraba este. Lo había intentado: Miranda, Daphne, Rossie, la chica lobo, la chica centauro, Julieta y todos los desastres amorosos de su corta vida. Todas ellas distracciones, sustitutas de la chica que él no podría tener jamás.
Muchas personas decían que, habiendo tantos miles de mujeres en el mundo, enamorarte de tu propia estirpe era una completa estupidez. Que eso del incesto era sólo para gente antisocial, aislada. Se preguntaban, horrorizados: '¿Qué acaso No hay más hombres y mujeres que puedan cumplir con sus requisitos de deseo, intelectuales, de pareja, sociales?' Y Justin los entendía, porque eso era precisamente lo que había estado intentando hacer desde los 14 años. Con distintas mujeres, mortales y hechiceras. Había tenido tiempo y mil oportunidades de conocer mas gente que no fuera su hermana. ¿Habían otras mujeres con esos requisitos? Sí, pocas pero sí. ¿Las amaría tanto como a Alex? No. ¿Se sentiría feliz y completo con ellas? No. Ellas podían llenar todas sus perspectivas, pero jamás serían su todo, el amor de su vida. Nueva York estaba repleto de lindas chicas, pero él no estaba interesado en ninguna.
Él no había visto a esas chicas crecer, de una adolescente rebelde a una mujer fiera e independiente. A sus ojos les faltaba esa chispa de vida, que le impulsaba a perseguir sus sueños hasta alcanzarlos. Ellas nunca habían bolteado a mirarlo, con angustia en el rostro, completamente seguras de que él resolvería todos los problemas del mundo si se lo pidieran. Y eso era lo que le impedía amar a otra mujer que no fuera Alex: porque Alex le ha estado mirando con esos ojos desde que se conocieron por primera vez, cuando él tenía 2 años y ella acababa de llegar a este mundo. Su rostro había cambiado hasta convertirse en algo hermoso, pero el alma detrás de esas pupilas seguía siendo la misma.
(Y ella lo amaba. Como a un hermano. Como debería ser. No como lo que él sentía. Dios, era un asqueroso pervertido por mirarla así. ¿Pero acaso es su culpa sentir esto? ¿Es justo que todo el mundo lo juzgue por enamorarse? ¿Por qué el amor que siente es una aberración, pero miles de asesinos y violadores andan sueltos por el mundo y a todos les parece normal?)
Sus ojos descienden por sí solos y se torturan a sí mismos con la visión de ese suave cuerpo, su polito de manga corta y jeans mostrando su piel, acentuando esas curvas. Y Justin adora como se viste su hermana. Claro su look pop punk no le gusta tanto, pero así se sentía cómoda en casa. Muchas veces, cuando salían a caminar en sitios donde nadie los conocía, toda la gente los tomaba por novios. Y Justin atesoraba esos momentos como los más felices de su vida, pues podía soñar, imaginar que eso era verdad.
(Pero, pese a lo enamorado que estaba, Justin era un tipo muy razonable: sabía que no podía dejar salir sus emociones. Hacerlo sería faltar a la confianza que Alex había puesto en él. Le destrozaría el corazón si se enteraba. Y ella le negaría para siempre sus abrazos perfectos y sus calladas sonrisas. Dejaría de hablarle, de compartir sus curiosidades, de hacerlo reír o enfadar con un insulto juguetón. Lo miraría con odio, y no con amor y eso no podía pasar. Su familia podía repudiarlo, la sociedad podía despreciarlo y apartarlo, podía perderlo todo, menos a ella. Su corazón no lo soportaría. Por eso debía desaparecer.)
Justin se inclina aún más. Sus rostros están tan cerca que puede sentir el suave calor de las mejillas de Alex, tan cerca que puede sumergirse en esos manantiales oscuros y contar, una por una y con paciencia, todas sus pestañas negras, tan cerca que puede examinar cada centímetro de su piel. Y lo hace. No es tan pálida; mas bien algo bronceada, como la suya, un rasgo característico de los hijos de una madre de origen latinoamericano. Los ojos de Justin miran profundo en los de ella y, una vez más, le sorprenden. Sus ojos le encantan, porque no tienen un sólo color: siempre cambian. De lejos, los ojos de Alex parecen ser negros, oscuros como la noche, pero cuando los miras así de cerquita, profundamente, son tan brillantes, tan luminosos, con tintes de dorado en ellos, como el color del chocolate. Sus narices se tocan por un segundo; Alex ha bajado un poquito la mirada, y un rizo rebelde cae sobre su rostro. Sería tan fácil bajar un poquito la cabeza y tocar esos tiernos labios, acariciar esa piel con los dedos, tomar ese cabello y jugar con él un rato.
(Pero no. Ese no es su lugar. Nunca lo será. Ella nunca sentiría lo mismo. Él ni siquiera tendría una oportunidad de entrar a su corazón como algo más que un hermano. Y de sólo pensarlo Justin baja inmediatamente la mirada, avergonzado de sí mismo, creyendo que no merece mirarla, que no merece siquiera que ella le hable. Dios, es un enfermo, ella era pura y él la estaba manchando con estos pensamientos, mirándola tan de cerca, tan descaradamente, como si alguien no pudiera subir a la sala y verlos mirándose. Esto no puede seguir así. Y no va a seguir así. Un mes. Un mes más, y él escapará.)
Por fin Alex levanta la mirada, luego de aquellos minutos silenciosos; lo ve directamente a los ojos –unos ojos tristes, melancólicos, y con un anhelo tan grande y sincero que le parece desgarrador– y le pregunta, inocente, divertida, traviesamente:
"Qué pasa. ¿Tengo algo en la cara?"
Belleza. Hermosura. Perfección. Dulzura.
Pero él no lo dice en voz alta. (Porque ella es su hermana -su pequeña hermanita- y él no debe mirarla de otra forma.)
En vez de eso, Justin calla. Es lo mejor. Ella coloca su delicada manito en su antebrazo –y su toque quema como el fuego– y pregunta, en tono tranquilizador.
"¿Qué te pasa, Justin?" Él sólo parpadea, esquivando la mirada. Cree que ella se ha dado cuenta de que la contempla… pero no es verdad, porque Alex ya lo sabe. Siente su mirada cada vez que lo hace, porque la ha contemplado desde siempre. Un ligero rubor cubre lentamente su cuello y mejillas.
"Yo… nada."
Justin suspira. Dios, sólo dile. Dile que te está destruyendo, dile por qué te vas, dile por qué rompes esa promesa que le hiciste en Puerto Rico, dile que la amas tanto que ni lo soportas. (Pero no puede, él sabe que no puede.)
Justin se levanta y camina a las escaleras, intentando refugiarse en su cuarto, y Alex siente una extraña opresión en el pecho al verlo irse así, cabizbajo, mirando hacia atrás, como si fuera la última vez que se ven, como si se estuviera despidiendo.
(Y ella no quiere seguirlo. Siente miedo - aunque no sabe por qué.)
Pero Alex Russo no le tiene miedo a nada así que igual lo sigue, lo sigue como cuando era una niña y él era su héroe, lo sigue escaleras arriba, por el pasillo hasta su habitación, cerrando la puerta tras de sí. Lo sigue, porque ya sabe, ahora sí con certeza, lo que está pasando, y ya no quiere fingir más.
"Tú también lo sientes ¿verdad?"
Está harta de esto que hay entre ellos –estas conversaciones entre paréntesis, con cosas que quieren decir pero no dicen– y, con un mes hasta que empiecen las clases y sus vidas a punto de separarse, no quiere cargar un corazón lleno de hubieras o habrías. No quiere preguntarse por las noches si su hermano la amó, si ambos vieron algo que no estaba ahí. Porque ella está segura de lo que siente, lo que siempre ha sentido por él, y si hay un buen momento para confesarlo pues este lo es. Ella lo quiere, lo desea tanto como él la desea a ella, también quiere sentarse a su lado y adorarlo con la mirada como él acaba de hacer, ya no pueden seguir así.
Pero él no la mira; sólo se tensa. Su corazón empieza a acelerarse porque acaba de darse cuenta de que no está solo en esto, sea lo que sea. Alex dijo "también…".
Ella también siente lo mismo.
(Y un alivio enorme desciende sobre su corazón. Justin sabe perfectamente que no está bien sentirse así pero, en serio, la alegría de saber que ella no lo rechazará, no le negará sus abrazos, no le dejará de hablar, no lo alejará sino todo lo contrario es tan inmensa, la emoción es tanta que su corazón se descontrola y está seguro que le va a dar una taquicardia pero no importa, todo lo demás parece tan minúsculo, tan irrelevante frente al hecho de saber que ella, también, lo ama.)
Alex se sienta a su lado en la cama, uno de sus brazos rodea su cintura, la latina toma su mano, la entrelaza con la suya, la suelta y vuelve a tomar, juega con sus dedos, los palpa, luego la deja descansar en su regazo. Sin soltarse de él, dibuja el contorno de su cintura con una de sus manos, un movimiento pausado, creado sólo para él, para hipnotizarlo. Luego sube por su espalda hasta enredarse en sus cabellos tan negros como los de ella, acariciando tiernamente esa cabeza tan especial, tan llena de ideas, la cabeza de su hermano, su héroe, su protector, su víctima, su polo opuesto, su refugio, su certeza única. Trata de decirle todo esto con sus caricias y parece que funciona, los ojos de Justin se entrecierran y Alex le siente temblar a su suave contacto.
Las palabras "Esto está mal. Está muy muy mal" empiezan a resonar en el cerebro de Justin. (Pero si está tan mal ¿entonces por qué no puede alejarse? ¿por qué no puede dejar de sentir? ningún libro, ciencia o religión puede explicar eso, nadie puede explicar o comprender el amor o los sentimientos.)
"No podemos…" intenta decir pero la protesta muere en sus labios, porque son palabras falsas, palabras vacías, y Alex lo sabe. Alex puede sentirlo.
"¿Por qué no?"
Justin suspira –un suspiro triste, resignado, sabiendo que ya no puede evitarlo, Alex lo tiene literalmente en sus manos– y se gira para mirarla. Y descubre que Alex se ha pegado a su cuerpo y ahora sus frentes están tocándose, sus rostros vuelven a estar tan cerca como en la sala, esos manantiales oscuros le están llamando, el dulce olor de la piel de su hermana le embriaga, siente su aliento caliente junto a sus labios. Dios ¿por qué? ¿por qué tuvo que pasar esto? Hoy en la mañana se había levantado con la firme intención de pasar un día normal, desayunar, lavarse los dientes y preparar sus cosas para la universidad y no pensar en nada más, era lo único que quería y ahora… ahora estaba aquí, con su hermana hechizándole con sus encantadores poderes femeninos –oh, ironías de la vida–, haciéndole obedecer con sus caricias. Se había metido en su cuarto como si fuera suyo, atrapándolo en sus brazos –eso tenía que ser una señal inequívoca de que también sentía lo mismo, no podía estar mal interpretándolo todo. Y ahora aquí están: frente a frente -literalmente-, narices juntas, sus labios a punto de encontrarse. Y, por Merlín, En sus 20 años de vida Justin no ha deseado algo tan intensamente como esto: ni ganar la competencia familiar, ni sobresalir en la escuela, nada. La nariz de Alex se pega aún más a la suya; clara señal de que ella también desea esto, que quiere que ambos adelanten sus labios y ese milímetro que los separa desaparezca.
(Pero él tiene valores morales, respeto por las reglas y respeto por su hermana. Justin Russo jamás vivió en una burbuja de cristal, todo lo contrario: él sabe que la atracción sexual y emocional que siente hacia Alex no es normal, desde el punto de vista religioso, ético y físico. Pero a él nadie le apuntó con una pistola y lo obligó a enamorarse. Simplemente surgió, él ni siquiera tuvo ocasión de cuestionarlo. Y por eso precisamente no va a actuar. No va a arrastrar a Alex en este amor, no va a dañarla. La ama tanto que no va a ceder hasta que ella le asegure que esto es lo que quiere, en plena conciencia de sus actos. Que no se va a arrepentir después, que no la va a perder. Es en momentos como este cuando desea ser más como ella: libre, despreocupado.)
"Tú sabes por qué," murmura Justin… y el corazón de la pelinegra se rompe un poquito, pero no lo demuestra. Durante años –una eternidad– Alex ha estado luchando con este amor, esta necesidad de tocarlo, esas lágrimas que aparecieron cuando lo hizo invisible o casi lo borró de la existencia, ese amor de hermana que pasó a ser amor de mujer… y sólo hoy, al sentirlo adorarla con la mirada se dió cuenta de que tal vez, sólo tal vez…él también siente lo mismo.
Y no lo puede creer. Porque él siempre ha sido el hombre perfecto, el mejor estudiante, el mejor hechicero, el mejor hijo, que cree en el bien y en lo correcto, ella nunca se permitió pensar que él…no, no podría.
Pero sí. Él la ama. La adora. La ama como una hermana y como mucho más.
Y así se quedan: sentados en la cama, frente con frente, mirada con mirada, sus respiraciones juntas y aumentando a cada segundo, ninguno dispuesto a romper el silencio, ninguno dispuesto a dar el primer paso, ambos temerosos de este amor que tomó tantos años en formarse, y que nadie podrá reemplazar. Pasan varios minutos así, pegados, casi besándose, mirándose a los ojos, jadeando juntos, sin otro ruido en el cuarto que los latidos del reloj en la pared, unidos a su constante respiración, unas veces lenta, otras acelerada.
Justin desliza una de sus manos y palpa la piel desnuda del brazo de su hermana, pequeños escalofríos aparecen en su blanca piel. (Le gusta esa sensación; extrañamente confortable, está llena, repleta de amor por él y quiere demostrarlo. Por eso no lo detendrá; mas bien va a ayudarlo, porque ya se está cansando de esperar a que se decida.)
Alex acerca aún más sus labios a los de Justin, sus narices frotándose una contra la otra, sus alientos mezclándose en sus bocas. (Justin sabe a menta y a torpe…mmm, su combinación favorita.) Con suma delicadeza y el encanto femenino que sólo las chicas poseen, Alex abre lentamente sus labios llenos, y de entre ellos deja salir una lengüita cautelosa, tímida, que se desliza fuera de su boca, se mueve en el aire un centímetro hasta tocar los labios de Justin; los traza, lentamente, dibujando el contorno en ellos con su lengua.
Y eso fue todo. Alex lo sabía. Ese truquito con su lengua bastó para hacerlo estremecerse, perder la cabeza ante esta sensación, mandar al diablo sus dudas.
Por un momento, Justin cede a la tentación y antes de que Alex pudiera besarlo su boca ya está en la suya, sus lenguas juntas, sus labios fundiéndose en un encuentro desesperado. (Y Alex sabe a deseo, pasión, azúcar… y jugo de pepinillos. Mmm, imposible resistir.)
Las manos de la latina vuelan al cabello de su hermano y lo jalan, toma puñados de él en sus manos, los suelta y vuelve a tomar, atrayéndolo inexorablemente más cerca. (Alex Russo siempre fue una chica desesperada, exigente y, ahora que ha probado por fin el sabor de esos labios, ahora que conoce esa sensación deliciosa no quiere parar, no puede, sólo quiere más, siempre más.) Sus labios están presionados tan pero tan fuerte contra los de él que Alex se ahoga pero no le basta, así que agarra su rostro entre sus manos y lo pellizca, acaricia sus mejillas. Está loca, frenética, quiere besarlo hasta marcarlo como su propiedad, dejar esos labios amoratados para que todas sepan que él le pertenece, jalarle el pelo con fuerza para que se acuerde bien quién lo hizo, y cuando siente la lengua de Justin rozando su labio inferior, la hechicera sonríe, abre su boquita y le invita a entrar. Ah, por fin. Ambos exploran, sus lenguas se frotan, él saborea su paladar, sus dientes, la prueba. Explorando, degustando, adorándose mutuamente. Alex no puede contenerse más y un sonoro gemido de placer escapa de lo profundo de su ser, un gemido que ella no sabía que podía producir, un sonido voluptuoso que jamás ha producido con nadie antes, nadie ha logrado hacerle sentir tan viva, tan desesperada, tan enamorada. Y sin embargo esto está mal, la gente dice que está muy, muy mal, la sociedad lo dice, la gente normal lo dice.
Está mal, muy mal.
Pero se siente tan bien.
(Amar así se siente tan sublime. ¿Cómo algo tan hermoso puede estar mal?)
Sus manos dejan su pelo, bajan para acariciar su cuello, recorren sus recién desarrollados pectorales, tocan su abdomen antes de meterse bajo su camisa para sentir la piel caliente que hay debajo. Justin, hasta ahora silencioso, abrumado por descubrir su amor correspondido, por la fuerza de los labios y brazos de su hermana, deja escapar un gemido de placer, antes de darse cuenta de lo que está haciendo. Está en su cuarto, y el gemido que escuchó hace unos segundos provino de la garganta de su hermana. La hermana con quien ha crecido, la voz que ha escuchado desde que recuerda, la misma voz que él mismo escuchó convertirse de la de una niña a la de una mujer. Ese pensamiento le hace encontrar la fuerza de voluntad para sacar su lengua de esa boca que no es la suya, apartarse de esos labios, volver a sus sentidos, darse cuenta de cuántas vidas se destruirían, cuánto estaba en juego si continúan.
"Basta," dice, intentando recobrar su tono de hermano responsable. "Esto…esto no puede suceder."
"Sí, sí puede," jadea Alex, tomando su rostro en sus manos y jalándolo con fuerza de vuelta a donde pertenece: sus labios. (Fuera pretensiones, basta de fingir. Alex Russo ama a Justin Russo y nadie le niega lo que quiere. Y quiere esto…lo quiere a él. Se acabó la hermanita buena, ahora le va a enseñar como se siente amar a alguien de verdad, incondicionalmente. Va a hacerlo suyo con su boca, someterlo, marcarlo con su amor.)
De pronto, la mano izquierda de Justin se mueve. Acaricia su estómago, entra bajo su polito y toma uno de sus senos desnudos, por la base, acercando su dedo a su pezón. Alex suelta un gemido más fuerte que queda atrapado en la boca de su hermano, y está a punto de gritarle que no pare, que juegue con sus senos, que los acaricie, los toque, los apriete –pero Justin vuelve a reaccionar y se aleja otra vez– dejándola frustrada por la pérdida de contacto. (Decepcionada, en realidad.)
"No, Alex…no, no podemos. No…" dice él, tratando de recobrar el aliento que su hermana le acaba de robar con sus besos.
"Justin… Justin no…por favor. Por favor… no me abandones."
"Lo siento."
Y sin mas, Justin se va. Sale del cuarto. Simplemente se aleja de ella. La abandona. Y Alex jamás se ha sentido tan sola.
Y tal vez llora un poquito –pero no lo admitirá jamás.
Y tal vez él también (pero era su alergia, y no esa horrible sensación que producen las promesas al romperse.)
Y así, las cosas vuelven, en la medida de lo posible, a como eran antes: las miradas furtivas, llenas de anhelo, deseo, devoción, amor…pero así tenía que ser. Justin siempre sigue las reglas (torpe, tonto, idiota) y durante los siguientes días intenta ser caballeroso y amable con ella (irritante). Y ambos odian fingir, ocultar, no sentir. Pero es lo mejor.
(Hasta que deja de serlo.)
A/N: Los comentarios que mencioné en este capítulo que Justin había visto en internet, son opiniones reales que la gente publicó sobre el incesto en algunos foros. Quise reflejar al máximo el realismo del asunto, y lo que una persona sentiría en esta situación. Así que busqué comentarios de la gente sobre la relación de amor verdadero entre un hermano y una hermana. Algunos de los comentarios eran bastante duros y crueles como para ponerlos aquí.
Este fic está inspirado en la novela "Prohibido" de Tabitha Suzuma, quizá la mejor novela romántica escrita en los últimos tiempos. Esta es la primera parte (de 3).
Irse sin un review es tan injusto como mandar a alguien a la cárcel por enamorarse. Así que comenten, y hagamos de este mundo un lugar más justo. La comprensión es la clave, amigos.
Joe
