Bueno, por primera vez en muchísimo tiempo vuelvo a ser activa como escritora de fanfics. Mi yo de ocho años se niega rotundamente en dejar a Inuyasha al olvido. Esta es una historia que está rondando en mi mente desde hace bastante tiempo. Escribir es una de las cosas que más amo hacer en el mundo, es una de mis mayores pasiones y tengo tantas ideas con Inuyasha y Kagome que necesito plasmarlas todas en una hoja para no olvidarlas. Y, a pesar de que soy bastante celosa de mis historias, como tantas personas comparten sus ideas en este hermoso mundo online que creamos entre todos, quiero compartir también las mías.

Querido lector,
Si ya llegaste hasta esta instancia, te re agradecería que le dieras una oportunidad a la historia. La idea (al menos por ahora) es que sea una historia tranquila. No sé, cuando estoy cansada a punto de irme a dormir y quiero leer algo, siempre busco historias que tengan pocos capítulos y se lea rápido pero que puede disfrutar. En fin, espero que te guste y logre cumplir con mi objetivo.
Desde ya muchísimas gracias por tomarte el tiempo de leerme. Significa mucho.
Saludos,
Saphira Lullaby.

Disclaimer: Todos los personajes le pertenecen a la genia de Rumiko Takahashi y esta historia está hecha únicamente por amor al manga y animé de Inuyasha. Es un mundo en el cuál una parte de mí siempre va a pertencer.

I. Kagome, Kagome

-Los niños de la aldea están jugando otra vez…- Esa frase… esa horrible frase que se repetía a diario. Ellos jugaban y él veía. Siempre fue así. Quiso salir una vez y unírseles. Su mamá tuvo que rogar por piedad para que los aldeanos no le hicieran nada.

"El niño bestia quiere atacar a nuestros hijos" decían unos. "El niño bestia quiere engañarlos para comérselos" decían otros. Recuerdos recurrentes de su memoria. Él sólo quería un amigo. Anhelaba ser aceptado y poder participar de ese juego tan divertido. Estaba seguro que con su gran olfato una vez que se aprendiera las esencias de cada uno de los chicos de la aldea, tenía el juego ganado… Si pudiera participar.

Kagome, Kagome
El pájaro se encuentra en la jaula
¿Cuándo la abandonará?
En la noche o el amanecer,
La grulla y la tortuga se deslizan
¿Quién se encuentra detrás de ti?

Cantaba la canción al tiempo que la cantaban ellos. Era la manera más fácil que tenía de sentirse parte de algo. Más de una vez intentó salir y unírseles, pero siempre volvía a su escondite. Las palabras de su madre le bombardeaban la cabeza. Era peligroso salir. Era aún más peligroso acercarse a lo que se consideraba el futuro de la aldea. La hija del terrateniente estaba allí. La pequeña y dulce princesa Kagome. Él no entendía lo que aquello implicaba, pero su madre fue extremadamente clara en avisarle que entre todos los niños de la aldea, Kagome era la que más alejada de su presencia debía estar. Para madre, aislar a su hijo de esa manera del mundo exterior… de un mundo tan cercano y tangible para sus desarrollados sentidos era un puñal en el corazón. No lo soportaba, pero menos soportaba la idea de que alguien dañara a su adorado bebé. Inu No Taisho… su Señor… cómo lo extrañaba. Ella estaba más que segura que si él aún viviera, Inuyasha sería un pequeño muy feliz y lleno de amor.

-Hairo- dijo una voz aguda de repente. Inuyasha la reconoció al instante. Ella nunca se equivocaba en este juego. La princesa siempre sabía quién se encontraba detrás de ella.

-Tal vez es una niña bestia como yo… pero en secreto.- se dijo a sí mismo Inuyasha.

Observó al grupo un ratito más. El sol ya se estaba escondiendo, lo que significaba que dentro de poco debía ir a su casa al igual que los demás niños. El juego acabó al poco tiempo. Era la sexta vez que Hairo intentaba adivinar quién podría llegar a estar detrás suyo, pero nunca acertaba.

-Él no es un niño bestia.- volvió a opinar Inuyasha.

Dicho esto último, se pegó media vuelta y fue hacia su hogar. Podía divisar el humo saliendo de la chimenea. Seguro que su madre ya estaba preparando la cena y de paso, dejaba el lugar listo para combatir el duro frío de la noche.

Mientras tanto, en la mansión dónde Kagome vivía también se llevaba a cabo la cena. La pequeña, a diferencia de otras veces, estaba muy callada. Solía ser la sonrisa y la alegría de la casa, sin embargo ahora estaba eclipsada dentro de su propia tristeza. Había algo que la perturbaba y todos los sabían. Kagome solía ser una niña directa. No se gastaba en rodeos. Quizás era sutil, pero su curiosidad siempre era muy grande como para mantenerla callada por mucho tiempo. Sus padres supusieron que la comida iba a ser más que suficiente para que formule la pregunta que estaba atosigando su mente. Error. Para el final de la comida, se despidió y se fue a dormir.

Como todas las noches, su madre fue a arroparla y a cepillarle el pelo. Era una actividad simple y normalmente, era realizada por la servidumbre del lugar, pero con la mamá de Kagome lo normal siempre funcionaba al revés.

-¿Qué te pasa, mi niña?- Le preguntó con un tono maternal ocupado mientras cepillaba su rebelde cabello.

-Estoy aburrida.

-¿De qué te cepille el pelo? Puedo parar…

-¡NO!- Le gritó aterrada. Jamás iba a cansarse de eso, de hecho, lo amaba. Su mamá lo sabía, por lo que su respuesta generó unas cuantas risas de parte de ella.

-¿Entonces que te ocurre? Te noto muy callada y distante. ¿Querés hablar de algo? ¿Qué es lo que te aburre?

Silencio y sólo silencio. Ella lo había visto. Al famoso "niño bestia". Nunca entendió cómo, pero al igual que podía adivinar quién se encontraba detrás de ella mientras jugaba con los demás niños de la aldea, también podía decir cuándo Inuyasha estaba cerca suyo. Lo sentía. Pero no podía decirle eso a su madre. Mucho menos a su padre.

-No quiero que vuelves a preguntar nunca más sobre él. ¿Fui claro Kagome?

Ella sólo lloraba. Estaba asustada. Sus papás nunca la retaban, al contrario, siempre la mimaban. Era raro que alguien le gritara por algo. No se portaba mal. Era obediente, pero esta vez aparentemente se pasó de la raya. Sus padres estaban más que enojados con ella. Su mamá lloraba y su papá caminaba de un lado a otro como si de un gato enjaulado se tratase.

-Yo so…sólo…- El llanto no le dejaba hablar claro. Sus cortos años de vida tampoco le permitían expresarse demasiado. –Yo sólo quería tener un amigo nuevo… siempre… siempre está sólo… yo… quería… tocar sus orejitas.

Golpe. La primera vez en su vida que su papá la golpeaba. Gritó algo sobre necesitar un escarmiento y de hablar muy seriamente con la Señora Izayoi.

-Es una vergüenza para nosotros. Ninguna hija mía va a ser amiga de un error de la naturaleza. Él NO es cómo nosotros. Te quiero lejos de él Kagome. No se vuelve a discutir sobre el tema. Andá a tu habitación y espero que recapacite señorita. ¿Entendido?

-Sí, padre.- Le contestó ella con las lágrimas cayéndoles como cascadas. La cara estaba sonrojada y su respiración acelerada. Ella sólo quería un amigo… No entendía lo que hizo mal o por qué "el niño bestia" era tan diferente a ella. Para sus inocentes ojos, ambos eran niños buscando un compañero de juegos.

Desde ese día se prometió nunca más volver a tratar el tema. Si sus padres fueron tan severos con ella, debía ser por algo, ¿no? No. No encontraba una respuesta lógica. Él no parecía ser malo ni mucho menos, peligroso. Parecía triste y solitario. Algo que ella sabía que podía solucionar fácilmente con una de sus sonrisas.

-Kagome, hija, contestame.

-No es nada, madre.

-¿Entonces por qué no escuché en toda la noche esa risa tuya tan hermosa?

-Sólo estoy cansada. ¿Puedo irme a dormir ya?

La Señora Higurashi la observó detenidamente. No creía que el cansancio sea la verdadera razón. Pero tampoco la quería presionar. Si su instinto de madre no le fallaba, y sólo para aclarar, jamás le falló, algo serio estaba rondando por la cabecita tan imaginativa de su hija. Y creía saber con quién tenía que ver. Sólo rogaba a Kami Sama porque Kagome siguiera la cordura y no los impulsos. Apreciaba a Izayoi y aunque, no estaba de acuerdo con la existencia de su hijo , tampoco podía odiarlo. Al fin y al cabo, el pequeño no tenía la culpa.

-Buenas noches, Kagome.

-Buenas noches.

Kagome, Kagome
El pájaro se encuentra en la jaula
¿Cuándo la abandonará?
En la noche o el amanecer,
La grulla y la tortuga se deslizan
¿Quién se encuentra detrás de ti?

Como si de un ritual se tratase, Inuyasha volvía a observar a los que deberían jugar con él si las circunstancias fuesen otras y cantaba al mismo tiempo que ellos. Hairo volvía a estar en el centro de la ronda por ser quién perdió ayer.

-Es un tonto.- Masculló Inuyasha molesto. No le tenía fe en que llegara a ganar alguna vez. No era como él o Kagome. Sólo era un débil humano. Se sorprendió por su pensamiento. Esa era la primera vez que Inuyasha pensaba despectivamente de los humanos. Se recordó que su mamá también era humana. Pero era diferente. Ella era su todo, su heroína, era como Kagome, especial. No era humana.

-Tal vez mi madre también es una "niña bestia".

Y es que a su corta edad, el hanyou no sabía diferenciar entre humanos y demonios. Cualquiera con cierta fortaleza física o espiritual, ya era una bestia. Los que eran como Hairo, eran humanos. Simple. Pero entonces… ¿por qué Madre y Kagome tienen permitido interactuar con los demás humanos y yo no? Esa era una pregunta sin respuesta. Cada vez que se la formulaba a Izayoi, ella simplemente lo abrazaba y trataba de contener sus lágrimas. Con el correr del tiempo, Inuyasha comprendió que el olor a sal aguada que olía, era sinónimo de la tristeza de su ser más amado. Se negaba a ser el causante de aquel sentimiento, por lo que se paulatinamente, fue dejando en el olvido sus preguntas sobre humanos y demonios.

-Tal vez el problema soy yo.- Opinó triste esta vez. Y es que Inuyasha veía como todos los demás niños crecían con sus dos padres, en cambio él… ¿Quién era su padre? Según su progenitora, era el General Inu No Taisho. El "General Perro". Dueño de vastas tierras. Un gran y poderoso youkai. Extermadamente bondadoso y justo. Valiente. Padre de Sesshomaru e Inuyasha. Pero estaba muerto. Y eso le desinflaba la ilusión al pequeño hanyou de algún día ser cómo él. ¿Cómo iba a imitar e idolatrar a alguien que no conoce? Era imposible.

Kagome, Kagome
El pájaro se encuentra en la jaula
¿Cuándo la abandonará?
En la noche o el amanecer,
La grulla y la tortuga se deslizan
¿Quién se encuentra detrás de ti?

-¡Kagome!- pensó para sí mismo. Se dio cuenta que cuando ella estaba en el centro de la ronda, era más divertido. Adivinaba sin dudar quién se encontraba detrás de ella. Además, el olor de los demás cambiaba. ¿Kagome generaba eso en ellos? Parecían nerviosos. Nadie era tan sagaz y capaz como ella. Inuyasha no podía pensar otra cosa más que sería su mejor compañera de juegos. Ella era una "niña bestia" igual que él.

-Inuyasha.- escuchó de repente. Sus orejas se movieron hacia la dirección de aquella dulce voz.

Todos los niños de la ronda se quedaron estupefactos ante el nombre mencionado por la chica. Inuyasha no estaba jugando en la ronda, y al margen… ¿Quién era Inuyasha? Alguno de los participantes soltó un "no vale inventar nombres", pero Kagome no lo escuchaba. Ella sabía que él estaba detrás suyo. Como no podía ocurrir de otra manera, ella se levantó y fue hacia el árbol. Buscó en esa rama especial dónde lo sentía con mayor fuerza y lo miró. Por primera vez en toda su vida, alguien más aparte de su madre lo miraba a los ojos y… ¡le estaba sonriendo! Por todos los cielos, alguien por primera vez en su corta vida decidió dedicarle una sonrisa única y exclusivamente para él. No aguantaba las ansias para contarle a su madre.

-¿Por qué no venís a jugar con nosotros?- le preguntó Kagome.

Inuyasha la miró cómo si estuviera loca. Aún recordaba lo que pasó la última vez que quiso hacer sociales con ellos. Sus orejas aún le dolían. El dolor de su madre todavía era un fantasma que lo seguía. Si lo pensaba mejor, no podía contarle a ella que se acercó tanto a los niños de la aldea. Así que, como el chico maduro que era, decidió ser lo más cortés posible… mirando un punto fijo en el cielo simulando no haber escuchado nada.

-¡Mentiroso!- le gritó ella. –Sé que me escuchaste… ¿por qué no bajás y venís a jugar con nosotros?

-Kagome…

-Es el niño bestia…

-Sí… no deberías estar hablando con él.

-¡No es el niño bestia, es Inuyasha!- abrió los ojos como platos. –Inuyasha te llamás, ¿no?

-Dale Kagome. Vamos a jugar a otro lado.- Le empezaron a tirar del brazo. Ella gritó del dolor, pero sus amigos estaban muy concentrados en alejarse de allí. Estaba loca si pretendía quedarse e invitarlo a él. No se lo iban a permitir. Todos fueron perfectamente instruidos sobre el peligro que representaba Inuyasha. Justamente la Princesa no iba a ser la primera en ponerse en peligro.

-Ka…Go…Me… Vámonos. Él no es como nosotros. Es el niño bestia, vamos Kagome, dale.

Para este punto, ella ya estaba llorando. No le gustaba que la gente fuera tan violenta con ella. Estaba a favor de los besos y abrazos, no de los golpes y tirones. Inuyasha lo olió. La misma sal aguada que emitía su madre cuando estaba triste. Pero ahora venía de ella. Miró para abajo, sólo para observar cómo ese tonto de Hairo y los demás trataban de alejarla de allí. Por primera vez, le dolió oír que no era como ellos, que era un niño bestia.

-¡Déjenla!- Les gritó al tiempo que saltaba de las ramas del árbol hacia dónde estaba su rescate. Todos los demás se fueron corriendo, asustados. Pero ella se quedó ahí, estática. Nunca estuvo tan cerca de Inuyasha. Pudo notar claramente sus facciones. Ojos dorados, cabello plateado… y las adorables orejas de perro que tanto anhelaba acariciar.

Él le sonrió.

-¿Estás bien?

Ella asintió con la cabeza. Su brazo estaba rojo por los tirones ocasionados con sus amigos. Muy probablemente, en la noche, su cachete también va a estar rojo por la furia de su padre. Pero no importa. Acabó de conseguir un nuevo amigo. Se limpió las lágrimas con su manga y le dijo, -Soy Kagome. ¿Querés ser mi amigo?