Hey, ciao, aquí Lovino Vargas.

No sé exactamente qué esperáis de esta historia. Joder, no sé ni qué esperaba yo de ella.

¿Y por dónde coño empiezo? Ugh, tal vez situando el tema sería la clave, ¿verdad?

Bueno. Probablemente sepáis quién soy. Probablemente no; seguro. Pista: italiano increíblemente sexy, mi nombre está hasta en la puta sopa, soy la persona más famosa que conozco (y conozco a mucha gente importante, creedme ¡já!) Eso es: EL Lovino Vargas. Has oído hablar de mí, lo sabes. El tío que más bueno está de todo el panorama televisivo, sex symbol, presentador de su propio programa (el más visto los sábados por la noche), modelo sensacional, icono gay, asiduo rompecorazones en los tabloides y prestigioso reportero reconocido internacionalmente. Oh, sí. Ese soy yo. Tengo un currículum de la leche y a toda Norteamérica más medio mundo besando el suelo por donde piso.

Como podéis imaginar soy apestosamente rico. No en plan poder comprarme una puta isla (para qué cojones iba a quererla), pero sí en plan: jodeos, tengo más dinero del que veréis en toda vuestra vida ¡Jajajajaja!… Sí.

Puede que os sorprenda mi forma de hablar, pero los que seguís mi brillante carrera sabéis que es parte de lo que me ha hecho famoso. Directo, deslenguado, honesto hasta lo ofensivo, determinado e inquisitivo son palabras que han usado para describirme.

Por supuesto, mis colegas de profesión lo dirían de otra manera; cabrón sin sentimientos, ególatra y capullo con problemas de ira son cosas que acostumbro a oír.

Por otra parte mi familia utiliza adjetivos más suaves: cabezota, ambicioso, gruñón y egocéntrico es de lo mejorcito. Y para el idiota de mi hermano pequeño, Feli, yo soy "un amor de persona con un gran corazón que simplemente tiene problemas para confiar en la gente y se refugia en capas y capas de ira y mal humor, vee…". Para mi otro hermano, Romeo, de tan solo quince años, soy un capullo bastante guay. Probablemente solo lo dice porque le dejo conducir mi Ferrari. Romeo llegará lejos, sí.

En fin, pequeño resumen de mi vida: nacido en pleno Nápoles hace veinticuatro años, criado en Roma; nos mudamos a Estados Unidos cuando tenía diez primaveras, de ahí que mi acento italiano sea ligeramente más marcado que el de mis hermanos.

Mis padres trabajan en la industria de la publicidad y siempre hemos tenido dinero, además el abuelo, que nos acogió en su enorme casa, era un importante hombre de negocios que llevaba años en América. Yo era un chico bajito, con acento gracioso, una cara de cabreo constante y… me duele decirlo, pero era un pequeño idiota inseguro y con baja autoestima, quién lo iba a decir. ¿Qué conseguimos con estos ingredientes? Bullying, mis famosos problemas para confiar en cualquier ser humano, adolescencia solitaria y bla, bla, bla. Por ahorraros la agonía innecesaria: en algún momento espabilé, dejé la autocompasión y decidí que iba a enseñarle al mundo de qué era capaz Lovino Romano Vargas. Así que entré en la universidad a estudiar comunicación con una nueva actitud que rebosaba determinación y una gruesa capa de indiferencia hacia el resto de personas. Y de repente era popular, el chico inalcanzable y misterioso. Empecé a cuidar mi aspecto (la moda siempre ha sido y seguirá siendo sagrada para mí), y mi abuelo me consiguió prácticas en la televisión.

A partir de ahí fue fácil. De alguna manera encajaba en el despiadado mundo televisivo. Encontré mi sitio. En unos años tenía una carrera con matrícula de honor y mi propio programa en el que me dedicaba a desarticular y desenmascarar fraudes de todo tipo, investigar asuntos turbios, entrevistarme con famosos de todo tipo y mil cosas más. Por algo es el programa más variado e innovador del panorama actual.

La fama, las fiestas, la prensa, el dinero… todo eso me vino dado con el estrellato.

Pero no quiero hablaros de algo que podéis leer tecleando mi nombre en internet. Esta no es la historia de cómo Lovino Vargas llegó a estar en el top 10 de jóvenes más exitosos e influyentes de EEUU (el número tres, nada menos, maldito creador de Snapchat, maldita Taylor Swift) y en el top 25 mundial (número nueve, maldita mucha gente y Taylor Swift otra vez). Ejem… No. Esta es la historia de cómo Lovino-alma-helada aplasta-corazones-Vargas, quedó completa y absolutamente pillado, irremediablemente enamorado y totalmente cambiado en el transcurso de la nueva temporada de mi programa. Todo lo que nunca creí posible ocurrió. Y él tenía la culpa de todo.

Muy bien, suficiente introducción. Vamos a arremangarnos y meternos de lleno en esta mierda.

Era día 1 de septiembre y mis vacaciones habían terminado. Estaba de vuelta de Italia, más moreno, más sexy que nunca e increíblemente cabreado. Lo sé. Nada sorprendente hasta aquí. Había que preparar toda una nueva temporada para mi programa, que volvía en Enero. Y como siempre todo era una pesadilla.

-¡Vargas!- me giré con parsimonia, para encontrarme frente a frente con un todavía más cabreado que yo Arthur Kirkland, guionista jefe. Era como si entre los dos hubiese una especie de competición por ver quién estaba de peor humor siempre. Era un claro empate. El rubio inglés de cejas como cepillos fruncía el ceño casi más que yo.- ¡Es un desastre! ¡Bloody hell! Ni dios está donde tiene que estar y el nuevo director para esta temporada no aparece, joder. Llevo horas esperando. Y el representante de la cadena se está impacientando.

-¿Y qué cojones quieres que haga yo, Kirkland? Para eso está el puto coordinador. ¿Dónde está Lucia? Tengo que hablar con ella.- Lucia Bondevik, una noruega bajita, de fríos ojos azules que se te clavan en las entrañas y rostro angelical absolutamente inexpresivo, era la productora. Juro que me pone los pelos de punta ¡nunca sé qué coño piensa! Puede que yo sea de sangre caliente y el extremo opuesto, pero os aseguro que a vosotros también os asustaría.

-¿Y por qué ibas a querer hablar con mi socia en vez de conmigo, Varguitas?- exclamó una voz escandalosa ante la que no pude evitar encogerme con disgusto.

Ahí estaba Matthias Køhler, también de la productora. Un danés, rubio altísimo y estridente, con pelo alborotado en punta, ojos azules y cejas arqueadas, que junto con su perpetua sonrisa socarrona le dan un aspecto creído y animado. Sé que es bueno en su trabajo, pero él, su obsesión por los legos (tenéis que ver su puto despacho), y su constante acoso a su gélida socia, acababan con mi (escasa) paciencia.

-Ugh, pretendía evitarte en todo lo posible.- Respondí con una mueca.

-¡Siempre de coña!- rió con ganas y yo rechiné los dientes.- ¡Te estaba buscando! Lulu quiere hablarte de esta nueva idea que el director tiene para la temporada ¡Es un cambio radical! ¡Arthur!- gritó al notar al inglés con cara de pocos amigos a mi lado.- ¡La americana gritona preguntaba por ti!

Arthur se puso de color rojo grana y yo murmuré por lo bajo que Matthias casi igualaba el puto volumen de voz de Amanda F. Jones cualquier día. El guionista inglés se apresuró por el pasillo refunfuñando algo así como "bloody git". En fin. El tío estaba en negación, pero estaba claro que babeaba por la coordinadora americana. No podía culparle, la chica estaba buena, hasta yo, que soy jodidamente gay, me he visto hipnotizado por su enorme delantera. Eso sí, es la tía más escandalosa, metomentodo y egocéntrica que conozco. Y haría todo lo que estuviese en mi mano para no cruzarme con ella los primeros días de la temporada, cuando parecía que le habían inyectado en vena todo el café de Colombia e iba irrumpiendo como un puto torbellino rojo y azul en cada reunión.

Volviendo a mi historia.

En seguida me encontré hablando con mi mánager: Elizabeta Héderváry. Si me preguntáis a mí os diré que la húngara está como una puta cabra. Por algún motivo mi sexualidad es la fuente de su felicidad, y cada vez que tiene ocasión me presenta a algún tío amigo suyo. Ha llegado al extremo de presentarse en alguna de mis citas con una cámara y una mala excusa. Pero no consigo odiarla por mucho que me persiga en mis pesadillas. Digamos que me encanta fingir que la odio.

El caso es que estábamos en la sala de reuniones esperando a que llegara el puto director. Eliza me estaba comentando sobre un nuevo pretendiente para mí, un modelo famosillo, mientras yo me dedicaba a fruncir el ceño e intercalar comentarios mordaces; Arthur estaba siendo arrastrado por Amelia hacia la pizarra magnética, donde la americana tenía desplegadas un montón de notas de colores hacia las que gesticulaba "¡Iggy, tienes que ver esto! ¡Tengo el plan perfecto!" (podía oírla perfectamente desde el otro extremo de la sala, donde inteligentemente me había situado); Matthias estaba acosando a Lucía, sentado sobre la mesa, haciendo aspavientos, mientras ella le dirigía una mirada de absoluta indiferencia, recolocándose su cabello rubio tras las horquillas que siempre llevaba. Sadik Adnan, representante de la cadena, estaba reclinado en la silla, con cara de fastidio, lanzándole miradas a Heracles, otro de los guionistas, que se encontraba sobando sobre la mesa.

-¿Entonces el viernes te lo presento?- Preguntó Eliza, a lo que yo respondí encogiéndome de hombros, desinteresado.- Te aseguro que te va a encantar, tiene un culazo. Aunque para culazo el del nuevo director.- La sonrisa de la húngara era ahora torcida, y sus ojos brillaban con el recuerdo de dicho culo. Os puedo asegurar que era aterrador.- Dios, que culo. Una obra divina. Y tiene unos ojazos que… ¿No es justo tu tipo, Roma? Alto, moreno, atlético… Y con un acento español que derrite, yo de verdad que me lo…

-¡Joder, Eliza! ¡No me babees encima!- grité, molesto.- No sé si es mi tipo porque aun no lo conozco, porque ese bastardo no sabe lo que es llegar a la hora a una reunión importante, joder.- Solté.

-¿No le conoces aún? ¿En serio? Pero has tenido que oír hablar de él. Ha estado en la dirección de un par de series de las buenas. Y ese reportaje documental tan famoso. ¡Tiene que sonarte! Hace un año recibió el premio al mejor director de cine documental. Fernández Carriedo. Antonio se llama,creo.

Y en ese puto instante en el que me quedé mirando a mi mánager como si le hubiesen salido dos cabezas, boqueando como un jodido pez, en ese momento, la puerta se abrió y entró corriendo un joven moreno, con el pelo revuelto, rizado en las puntas, con algún mechón casi sobre los ojos; la piel bronceada, la mandíbula firme, los pómulos algo marcados, nariz recta, labios carnosos, pestañas oscuras y ojos de el verde más intenso que veré nunca. Llevaba pantalones vaqueros muy desgastados y rotos, camiseta roja en la que se leía "¡Di Tomate!" y el dibujito de dicha fruta; por encima iba una camisa gris a medio mal abrochar. En la oreja derecha brillaba un pequeño aro plateado. Respiraba agitadamente, como si hubiese corrido. Se llevó una mano el pelo y lo alborotó todavía más.

Hola a todos!- su voz era profunda y suave, aunque animada. Nos dirigió una amplia sonrisa.- ¡Buenos días! ¡Siento muchísimo llegar tarde! He tenido un par de inconvenientes.- Por cómo lo dijo sonaba a que esos "inconvenientes" tenían nombre y apellidos.- Para los que no me conozcan aún: soy Antonio Fernández Carriedo. Y soy el nuevo director.

Y justo entonces el puto universo hizo implosión. Mi cabeza estalló. El mundo se sacudió. Las putas sillas y las putas mesas empezaron a hablar. En ese orden.

Antonio Fernández Carriedo.

Joder.

Ese bastardo que aun aparece en mis sueños.

Parece que el pasado ha vuelto para torturarme.