"BLASFEMIA"
(Blasphemy)
Escrita por Dora Mouse
Traducida por Esplandian
Descargo de responsabilidad: A mí no me pertenece Dragon Ball/Z/GT pero me pertenece esta historia. La presente historia se sitúa en el año 747 A.D. – dos años antes de que la serie de Dragon Ball diera inicio.
Uno muerto...
"Hay dos hombres perfectamente buenos - uno muerto y el otro nonato."
Antiguo proverbio chino.
"¿Y aquí es donde el cuerpo fue encontrado?"
Era una conclusión obvia a la cual llegar. El camino estaba manchado con pecas de desvaído rojo. Cercana, una maceta rota de flores marchitas yacía esparcida a través de las piedras. La tierra en cada costado del estrecho camino había sido suavemente rastrillada, pero la tierra derramándose desde el florero fue arrastrada de manera tal que indicó un forcejeo.
"Sí." Inclinó la cabeza el caballero con mayor edad del grupo. Él no necesitaba decir más, era claro que estaba preocupado. Tenía buenas razones para estarlo.
El asesinato nunca era un asunto simple. Las investigaciones formales estaban forzosamente obligadas a ser costosas y a requerir mucho tiempo. Los testigos a menudo mentían u olvidaban lo que habían visto para poder protegerse del escrutinio. Los investigadores arriesgaban descubrir un desconcertante lío de escándalos que, al final, podría probar no tener ninguna relación con el crimen específico en cuestión.
El tiempo estaba contra ellos.
¿Dónde se encontraba el asesino ahora? ¿Había el asesino abandonado la ciudad? ¿Qué si el asesino todavía estaba aquí? ¿Qué si el asesino planeaba atacar de nuevo?
Su locación hacia todas las circunstancias más desesperantes. Creciendo sobre las copas de los arboles florecientes, detrás de ellos, estaba una colección magnifica de techos elevados, techados de tejas doradas, cada uno simbólico de la luz del sol que reflejaba. Ésta era la Ciudad Imperial, hogar del Emperador Meiji, donde incluso los sirvientes de más bajo rango tenían alguna gota de sangre noble por herencia.
Si el asesino todavía estuvo aquí…
"¿De qué se enteró?" Demandó el más joven del grupo.
Un asesinato dentro de la Ciudad Imperial requería atención especial. El investigador principal debía tener sangre noble, pero también tenía que ser tanto fiable como imparcial. Lo que significaba, inevitablemente, que debían mandar llamarlo. Lo que, por supuesto, únicamente había servido para retrasar la investigación mucho más, ya que había tomado más de dos semanas seleccionar al investigador principal y otra semana para que el jovencito arribara.
Por qué los aristócratas habían elegido a un niño de catorce años sin experiencia previa en resolver crímenes, los ancianos caballeros no empezaban a entenderlo en lo absoluto. Pero el joven al menos parecía relativamente tranquilo y educado. El tipo de persona quien podría convertirse fácilmente en un detective decente, si se le daban pocos años más para madurar.
"Requiere algo de trabajo." Admitió el mayor del grupo, su voz ansiosa. Ésta era su manera de decir que no habían hecho mucho progreso.
El grupo consistía de cinco hombres en apropiado atuendo formal. Trajes tradicionales eran usados –calcetas, sandalias, pantalones y capas de túnicas oscuras. Ninguno de los cinco hombres había presenciado el homicidio. Ninguno de los cinco había sido cercano a la víctima. Únicamente el caballero de más edad había puesto pie en Ciudad Imperial antes. Con todo, éste era el grupo al que se había confiado con la responsabilidad de resolver el caso y de traer al asesino a la justicia.
Tres hombres cargaban espadas. Los samurái que habían sido enviados por el Emperador Mundial. En adición a prestar ayuda investigando, se esperaba de éstos tres que aseguraran la Capital Meiji y que protegieran a todo importante en el área. No era una tarea fácil para cualquier estándar. Hecho todo más difícil por las discriminantes políticas sociales de la Ciudad Imperial Meiji. Tan limitados estaban los samurái en lo que podían y no podían hacer, que la faena de resolver el crimen ultimadamente recaía en los hombros de un hombre anciano y un muchacho de catorce años quienes apenas se habían conocido.
En la tradición de cualquier noble de una edad respetable, el anciano no respondía por su nombre. Se le dirigía más formalmente, por un apodo que servía como su título.
"Tsuru-Sennin." El joven señaló. "¿Seguramente usted se enteró de algo?"
El Maestro Grulla prestó atención al chico. ¿Cómo podía esperar confiar en este extraño? Y sin embargo… ¿Qué opción tenia él? Si el crimen continuaba sin resolverse o si el asesino atacaba de nuevo, eso traería deshonor a todos ellos. Y en Ciudad Imperial, el deshonor era la principal causa de ejecución pública.
"Recuérdale a un viejo tu nombre, muchacho." El Maestro Grulla se permitió expresar. Las presentaciones habían sido hechas precipitadamente y rápidamente perdidas contra las discusiones de asesinato.
"Han." El joven hombre replicó, presentándose a si mismo por su apellido como era costumbre. Han no aparentaba ni actuaba los catorce. Era alto para su edad, con un tipo muscular, una naturaleza seria y un par de intimidantes ojos verde oscuros medios escondidos detrás de una onda de cabello de ébano.
"Ah, sí. Han." El Maestro Grulla había escuchado de la familia. Cómo había hecho todo historiador sobre el planeta. Aunque famosos por muchas razones, los Han eran mejor conocidos por sus ancestros imperiales. Pero la generación actual de la familia era muy numerosa…
No. Era de mala educación preguntar por los nombres.
"Su Excelencia," El Maestro Grulla empezó, refiriéndose al difunto Regente de la Corte Imperial de Meiji, "fue encontrado muerto en este punto hace casi un mes."
"¿Quién descubrió el cadáver? ¿Cuál era la hora del día?"
Era grosero para alguien tan joven interrogar a un anciano pero Han no se disculpó. Él estaba aquí para resolver un crimen. Él tenía que enterarse de todo lo que pudiera sobre el caso.
"Un jardinero. En la mañana. Lo he entrevistado extensivamente," El Maestro Grulla suspiró en moderada frustración, "pero su memoria es mala."
Han estudio el piso un poco más. Absorbiendo cada detalle de la escena antes de dar un paso atrás y voltearse hacia los samurái – quienes de pie permanecían apartados del noble en un silencio incómodo. Con un pequeño asentimiento de reconocimiento de los guerreros veteranos, Han comenzó a pasearse por el camino hacia los distantes pabellones de techos dorados. "¿Con quién más ha hablado?"
"Con casi todos en residencia." El Maestro Grulla confesó mientras caminaba junto al muchacho. Los samurái los seguían a una respetuosa distancia. "Y todos ellos tienen coartadas."
Lo que esto implicaba era que el asesino había sido alguien ajeno o que alguien dentro de Ciudad Imperial estaba mintiendo.
"¿Cuándo dice casi todos…?" Han empezó a inquirir.
El Maestro Grulla se encogió, preocupación nublando su expresión y reduciendo su voz a un susurro nervioso. "Aún no se me ha concedido una audiencia con el Emperador."
Regente. Era, quizá, el único más preciado título en toda la historia. Pues significaba ser el Emperador sin realmente ser el Emperador. Era el poder sin la pompa, por así decirlo. La corona sin la ceremonia.
Ser considerado un dios significaba que el Emperador debía vivir un millón de reglas no escritas que se arrastraban a todo aspecto de la vida diaria. Era, por lo tanto, un título de inmensa contradicción. De acuerdo con las leyendas, el Emperador era bendecido con poderes especiales. Pero al mismo tiempo, el Emperador no podía vestirse por su cuenta. Punto. No estaba permitido. Tareas tan mundanas eran consideradas indignas de la atención de los dioses. De modo que correspondía a los sirvientes vestir al Emperador y cepillar sus dientes y básicamente todo lo demás por esas líneas.
Los emperadores no encontraban su estilo de vida irónico. Era lo qué habían sido criados a esperar. No miraban los rituales diarios como limitaciones a su propia autoridad. Tenían, de hecho, cosas más importantes de las que preocuparse.
Los regentes siempre eran una preocupación.
Cada que un Emperador era demasiado joven para ser considerado un adulto había un Regente. Una persona que básicamente tomaba –o al menos finalizaba – todas las decisiones importantes y ejercía el poder del trono hasta que el Emperador tenía edad suficiente para entrar en funciones. Los regentes no eran considerados dioses. Por lo tanto, los regentes tenían mucha más libertad personal que los emperadores.
Poder y libertad personal eran una combinación peligrosa.
Ni que decir que, la historia estaba sembrada con relatos de jóvenes emperadores quienes nunca habían llegado al trono del todo. Un Emperador caería enfermo o lisiado o se extraviaría completamente y el Regente permanecería en control. Había incluso instancias en la historia donde Emperadores habían sido aprisionados – aunque lujosamente – tan sólo para entretenerlos de gobernar.
Y ahora, en la Ciudad Imperial del pequeño Imperio Meiji, el Regente estaba muerto.
Tenía que ser asesinato. Eso era un hecho. Nadie nunca había muerto de causas naturales en Ciudad Imperial. Nadie importante, al menos.
El Emperador se sentó solo. Solo, en este contexto, significaba la presencia de menos de otras cincuenta personas. Guardias, sirvientes, tutores, ministros, políticos, artistas… Esto era lo más cercano a 'solo' que el emperador típicamente podía conseguir mientras se levantaba. Él estaba tan completamente acostumbrado a estar rodeado de otras personas que era capaz de reducir a la mayoría de ellos a ruido de fondo. El Emperador realmente no los miraba o escuchaba ya – ellos simplemente estaban ahí todo el tiempo. Era algo así como reconfortante, en una manera indiferente.
La mayoría de las personas en el cuarto se comportaban en formas que las hacia fácil pasar por alto. Por respeto la gente mantenía distancia, inclinaban sus cabezas y apartaban sus ojos. Todo mundo hablaba en voces quedas. Las pocas personas quienes se estaban dirigiendo al Emperador se arrodillaban Y hacían reverencia – ambos a la vez – ante él. Por consiguiente, seguido hablaban con el suelo que tendía a distorsionar lo que fuera que trataran de decirle.
El piso en si mismo era una distracción. Para propósitos de seguridad, las baldosas de todo el imperio estaban diseñadas para rechinar y crujir con cualquier movimiento. Los suelos de Ciudad Imperial eran positivamente musicales.
Así que el Emperador se sentó solo detrás de las cortinas de su estrado, escuchando a las melodías del suelo. Vagamente consciente de los murmullos de otras personas en la gran sala.
Él también era un poquitín telepático y por lo tanto consciente de sus pensamientos. Esto era lo que preocupaba al Emperador. Nadie le había dicho –bueno, no directamente – de la muerte del Regente. De hecho, todos en la Corte Imperial parecían estar contentos de evadir la mención del Regente. Superstición, quizá. Mencionar al hombre muerto podría invocar a su desdichado fantasma.
No era solamente el hecho de que el Regente estaba muerto y de que un Emperador menor de edad ahora estaba en completo poder – malos presagios. Era el hecho de que el Regente había sido aparentemente asesinado.
El Emperador era el principal sospechoso y él lo sabía. Nadie iba a decirlo. Nadie dentro de Ciudad Imperial se atrevería a acusar a su sagrado líder de semejante crimen. Inocente o culpable, difícilmente importaba. Él era divino. Eso lo justificaría.
Tenía quince años. El asesinato apenas le concernía. Era responsabilidad de los oficiales designados arreglar ese lío. Al Emperador ya no sería molestado por semejantes acontecimientos. A este nivel de gobierno, el asesinato no era un evento tan inusual.
En cambio había atrapado su atención… Por primera vez en su protegida vida, el Emperador empezaba a darse cuenta del alcance de su poder político. Él era inmune a las leyes de los mortales. Y ahora el Regente se había ido. Había una cierta libertad, quizás. Sin un Regente para tomar las decisiones… El Emperador sintió que podría salirse con la suya en todo. Todo mientras no empujara los limites demasiado lejos. Todo mientras que él se mantuviera en buenos términos con la Corte Imperial.
El Emperador cerró sus ojos e imaginó que estaba en el exterior. Que su mirada se fijaba sobre una línea de blanco que apenas era visible en la distancia. Las imponentes paredes exteriores de la Ciudad Imperial de Meiji. Realmente él nunca había visto la muralla de cerca. Solamente como una línea distanciada de luz y sombra – así que esa era la forma en la que la imaginaba.
Ciudad Imperial no era únicamente una ciudad, era su propio mundo. Literalmente. Ciudad Imperial estada diseñada para representar al imperio en miniatura – completa con templos, un huerto y una imitación de una villa puesta en una de las inmensas secciones del jardín. Los emperadores típicamente no dejaban Ciudad Imperial al menos que estuviera en fuego, bajo un ataque o ambos. Eventos que, pese a ser algo frecuentes en los libros de historia, únicamente habían permitido a una porción de los emperadores un vislumbre de la vida fuera de las murallas.
Pero el actual Emperador era quinceañero. Y divino. Podía salirse con la suya en cualquier cosa. O eso esperaba. ¿Por qué alguien debería enojarse si él iba a echarle una mirada al imperio del que ahora estaba completamente a cargo?
Era un concepto tan ridículo –la idea de ir a un lugar nuevo – que el joven Emperador inmediatamente lo aceptó. Resolvió escabullirse tan pronto como la oportunidad se presentara.
Él también había elegido un nombre falso con el cual mezclarse con rangos más bajos de la sociedad. Chou. Era un nombre lo suficientemente común, encajaría. Y solamente como buena medida, también había añadido un título. Algo vago pero respetable. Chou Tzu.
N/T: Bienvenidos a este primer capítulo de la traducción literal (y en vías de autorización) de Blasphemy por Dora Mouse. Les aclaro que este fic inconcluso está en descontinuado y llega solamente a 9 capítulos; sin embargo, Blasfemia es una pieza clave para entender otras obras de Dora Mouse, especialmente Eclipse y About Time, y las innovaciones tan particulares hechas en personajes tales como Tenshinhan y Chaoz.
Cualquier comentario, apreciación, declaración de amor o de guerra es completamente bienvenida.
Gracias.
