Dejo su blazer negro colgado dentro del armario de su oficina y se sentó detrás del hermoso escritorio de caoba oscuro, perfectamente pulido y ordenado, miro hacia el ventanal que estaba justo al final de la oficina y termino su vaso de whiskey, mirando a través del vidrio de este con una sonrisa triste que le hacía ver como una verdadera diosa de la noche. Shizuru Fujino era inmensamente rica, guapa, tenia cuantas mujeres quisiera en su vida y aun así no había encontrado la razón por la cual debería seguir respirando, y cada día se le hacía más pesado y mas difícil cumplir con su rutina por inercia, y en las noches en que se encontraba sola, solía llorar hasta quedarse dormida para tener luego que maquillar su dolor a la mañana siguiente.
Pero ella no era una mujer cualquiera que tomara la decisión de acabar con su vida en donde cualquiera la pudiera encontrar y hacer un escándalo de su muerte, eso mataría a su querido padre cuya salud había estado tan delicada desde que muriera su madre hacia unos 4 años. Pero la solución a su dilema se había encontrado frente a sus narices y ella no había notado absolutamente nada; desde el ventanal de su oficina se veía en su total inmensidad y perfeccion, el monte Fuji y sus extensiones de bosque entre los cuales se encontraba el famoso Aokigahara, el bosque de los suicidios.
Ahí sin duda, muy difícilmente la encontrarían muerta, y aun si lo hicieran, habría pasado tanto tiempo que ya habría dejado de importar su desaparición, Shizuru dejo caer el vaso de cristal, el cual se rompió en miles de fragmentos al impactar contra el suelo, y sin meditarlo un segundo mas, salió de su oficina con paso apresurado y la solución a su mísera existencia.
