Unlimited Denki
Prólogo.
''Debo marcar como sea –Se decía a sí mismo Ben Jones, un joven anglosajón de 17 años. No era muy alto, tenía el pelo verdoso y se le marcaban un poco las ojeras–. Si no lo consigo me expulsarán del proyecto''.
Era un día lluvioso, apagado, sombrío. Acababa de amanecer y en un pequeño gimnasio de Kyoto, diez estudiantes se encontraban jugando al fútbol. Por suerte, para ellos el campo estaba cubierto por un fino techo de madera. De todas formas podía escucharse el choque de las gotas contra la cubierta.
-¿Qué opinas de él, doctor? –Preguntaba un hombre viejo, de unos cincuenta y tantos años, bajito y gordo. Llevaba un sombrero marrón que intentaba tapar sus rasgados ojos–. ¿Ve potencial en el chaval? –Se quitó el sombrero y lo colocó en un banco, dejando ver su resplandeciente calva.
-Lleva veinte minutos jugando –Contestó el doctor mirando su cuaderno, pensando que con eso bastaría para decir que no. Al ver que el anciano no lo había comprendido, enfocó su mirada en el chico mientras se colocaba bien sus redondas y grandes gafas con dos dedos–, no ha marcado siquiera un mísero gol y además está agotado.
-Maldita sea, no funciona ninguno.
El hombre gordo puso un pie en el campo y todos pararon, incluso Ben. Sus azulados ojos pudieron ver con claridad que la cosa no iba bien. El hombre misterioso lo miraba intensamente. No sabía si estaba enfadado o decepcionado, pero de todas formas sabía que algo no iba bien.
-Perdonad, no he tenido un buen día –Comentaba Ben, irritado.
-No necesitamos tu perdón –Negaba el viejo–, tus actos hablan por ti. –Se dio media vuelta, cogió su sombrero marrón y se lo puso-. Fuera de aquí.
-¡No! ¡Por favor! –Gritaba el anglosajón completamente desesperado–. ¡Una última oportunidad! ¡Haré lo que sea! ¡Mis padres están a favor!
Aquello último hizo que el viejo no abandonase la sala. ¿Lo que sea? Fue lo que se preguntaba mientras se daba la vuelta y miraba al doctor. Este otro pudo ver a través de los ojos de aquel viejo que se traía entre manos. Se quitó las gafas y negó con la cabeza, sabiendo que aquello era peligroso.
-Si lo que dice es cierto, podemos probar el ADN con él.
-No, Okita –Dijo el doctor mientras se colocaba las gafas de nuevo–, eso es lo que tú quieres pero sabes que hay un setenta por ciento de posibilidades de que no salga bien.
-Eso es poco. –Contestaba el viejo mientras se quitaba el sombrero otra vez–. ¡Ven aquí Ben!
Ben estaba nervioso, no sabía de qué hablaban, más que nada porque no se enteraba muy bien. De todas formas aquello le dio esperanzas. Ben Jones era un joven estudiante de Inglaterra que había estado doce años en un internado de Japón. Sus padres lo despreciaban y no se mantenían comunicados, excepto para mandarle dinero, y muy poco. No le gustaba relacionarse con los demás y acabó marginado. Se dedicaba a estudiar y a jugar al fútbol, solo. Gracias a sus estudios consiguió entrar en un proyecto que le había informado un compañero de clase. Quería alejarse de la escuela y vivir una vida jugando al deporte que más le gustaba.
-¿Qué ocurre señor? ¿Lo ha reconsiderado?
-Sí, serás útil para el futuro de la humanidad –Contestaba el hombre feliz, mientras ponía su sucia mano en la cabeza de Jones.
El doctor giró la cabeza y mediante un gesto avisó a dos técnicos que se encontraban por la zona. Estos trajeron al rato un carro con un recipiente y una jeringuilla. El recipiente contenía un líquido azul, más transparentes que los ojos de Ben. El doctor colocó el cuaderno en una silla que tenía detrás y se puso unos guantes de usar y tirar. Cogió la jeringuilla y extrajo un poco de aquel líquido azulado. Tras esto miró a Ben mientras sostenía la jeringuilla con su mano izquierda y el brazo izquierdo del joven con su derecha.
-¿Estás seguro de esto, joven? –Preguntaba el doctor, al cual se le podían ver los ojos tras los cristales de sus redondas gafas.
-No tengo nada que perder. –Contestó Ben con un aspecto triste y hundido, dándose cuenta de que su vida no era nada relevante para los demás.
Ben sintió un pellizco en su antebrazo y notó mucha presión en su cuerpo. El doctor terminó de inyectarle el líquido y se volvió hacia aquel viejo. Lo miró de reojo y volvió a por su cuaderno. Tras eso ordenó a Ben a que volviese al campo, él solo. Ben Jones estaba mareado, pero obedeció y se acercó al centro del campo, donde le aguardaba un balón de fútbol. Un portero se colocó en la portería.
-Bien, Ben. –Decía el viejo quitándose el sombrero y sosteniéndolo con su mano derecha–. Veamos si funciona o no. -Una pequeña sonrisa apareció en la cara de aquel calvo.
El chico no sentía dolor alguno. Únicamente estaba mareado, ya que no le gustaban las inyecciones. Se dio una pequeña bofetada en la cara para calmarse y se acercó al balón. Controló el esférico y se aproximó con él a la portería. Cada vez sudaba más, jadeaba más, comenzaba a sentirse extraño.
-¿Estás bien, chico? –Preguntaba el portero. Se había fijado que Ben Jones no paraba de mover los dedos extrañamente mientras corría.
-Sí, no te preocupes. –Mintió Ben-. Estoy bien. –Cuando llegó al área de la portería enemiga, comenzó a sentir un dolor punzante en la cabeza. Se paró y se agarró su verde cabellera. Gritó con todo su dolor.
El portero comenzó a temblar.
El chico se puso de rodillas. Continuaba tirándose de los pelos y gritando mientras los demás lo observaban. El blanco de sus ojos pasó a ser rayas negras que hacía que Ben parpadease cada dos segundos. Un aura humeante comenzó a ascender de su alrededor. Todos los chicos y técnicos, excepto el portero se retiraron del campo. El gimnasio acabó con cuatro personas: El hombre calvo y viejo, el joven científico, el valeroso portero, y Ben.
-Han aparecido las rayas negras en la esclerótica de sus ojos, Okita. –Gritaba el doctor preocupado. –Hay que abandonar el gimnasio.
-Maldita sea… Tendremos que volver a la isla a por más jugadores.
Ben Jones seguía gritando, y comenzó a sangrar. De su boca comenzó a caer un poco de sangre que manchó el césped artificial del gimnasio. Tras esto, el portero se quedó paralizado. No sabía qué podía hacer. Ben alzó la vista y corrió hacia el balón, lo elevó muy alto y saltó con todas sus fuerzas. En el aire, justo antes de chutar se desmayó y cayó al césped. El portero gritó y se fue corriendo de la sala.
-Al final no ha chutado. –Dijo el doctor.
-¡Ja,ja,ja! –Rio el viejo-. Y se hace llamar delantero cuando siquiera puede chutar el balón. –Tras dejar de reír, se puso el sombrero nuevamente y se dio la vuelta-. Llama a los asistentes y diles que se lleven al chico a la isla, yo iré luego.
-Como quieras.
Ben abrió los ojos. Estaba tirado en el suelo del gimnasio mirando de lado como el hombre viejo se retiraba de la sala. Su cuerpo no le respondía, y sus lágrimas comenzaron a bañar el césped, al igual que la sangre que salía de su boca. Había fracasado, ''Mi vida es un fracaso'' pensó. Cerró los ojos, dejó de llorar y continuó escuchando el choque de las gotas contra la cubierta.
