Capítulo 1: La Pesadilla Comienza
Lo poco que se puede apreciar en corredores oscuros son sombras creadas por nuestro propio temor a medida que tomamos velocidad por el camino sin fin del terror y la muerte.
Corriendo y corriendo por los oscuros pasillos y callejones, esquivando la basura y otros objetos que se le atravesaban en el camino, se acercaba de a poco a su presa. Su respiración era agitada y ruidosa, pero aún así no se detuvo, la emoción y la adrenalina eran drogas que recorrían todo su cuerpo y lo mantenían activo.
No había ningún tipo de luz, los bombillos de los postes se encontraban rotos, como si alguien los hubiera destruido a pedradas. No había ni una sola alma en todo el lugar, sólo el depredador y la víctima.
Los sonidos de sus pasos hacían eco por entre las paredes, hasta llegar a una bifurcación. El odio. El odio lo movía con una fuerza increíble, el rencor y el dolor. Deseaba hacerle sufrir, deseaba demostrarle todo el mal que le había hecho, y que ahora iba a pagar. Su pecho se inflaba y desinflamaba bajo su túnica negra, mientras que sus cristales precedidos por un destello dorado brillaban en la oscuridad. Su cara inexpresiva miraba de un lado a otro intrigado de cual era el camino que debiera tomar. Su víctima no estaba lejos, lo sabía, y quería atraparlo antes de ver la luz del alba. Deseaba destruirlo, despellejarlo, inducirle todo el dolor que sentía en aquel momento, y que había sentido durante toda su vida. Por causa de esa espantosa criatura, él estaba sufriendo aún más, nadie le apoyaba, le creían loco. Pero ya no, ya no más. Eso estaba a punto de terminar, saliendo él triunfante.
Optó finalmente por ir hacia la izquierda. En aquel momento se guiaba por sus instintos, los cuales le ayudaban a la perfección. Era un simple joven, ¿y qué? Eso no significaba que él no podría hacer la diferencia.
Siguió corriendo tan rápido como lo permitían sus piernas, hasta llegar a un pasillo más largo y espacioso que los demás, y adelante… Nada, sólo oscuridad. Sonrió con malicia; a partir de aquel punto no había vuelta atrás, ni otros caminos, ni ningún método para escapar. Comenzó a caminar lentamente, disfrutando de cada paso hacia su victoria, pero con el irrefutable mal hábito de ser como era; estaba pensando.
Más que pensando, se encontraba recordando, todo aquello que experimentó en su maldita y larga vida. Recordó a los seres que amaba, como éstos se le escaparon de las manos y cómo todo el mundo le odiaba. Él era alguien totalmente cuerdo, y era capaz de ver cosas que los demás no, y por ende le creían demente e incluso con un daño cerebral severo. Todos lo decían. No tenía amigos, y su familia estaba rota. ¿Qué más podía pasarle?
Aquella sensación que tenía le intrigó bastante, y siguió caminando hasta llegar a un tipo de arco que se adentraba a un cuarto oscuro. No sabía lo que le esperaba allí adelante, sólo sabía que tenía que continuar.
Dio unos pocos pasos cuando logró sentir una respiración débil por encima de él. Sonrió nuevamente. "Está aquí". Se quedó quieto por unos minutos esperando notar algún tipo de movimiento. Y fue cuando logró percibir un movimiento rápido y un leve sonido metálico arriba suyo, y logró saltar justo a tiempo para evadir el ataque de su enemigo. Aún en el aire, sacó su arma del saco y apuntó hacia la oscuridad dando tres disparos. Cayó al suelo con habilidad, mientras un golpe seco se escuchó a unos pocos pasos frente a él. Un gemido de dolor se hizo presente, mientras la luz del alba se hacía cada vez más clara. Logró notar un pequeño río de sangre a medida que se acercaba a su víctima. Lo vio tirado en el suelo retorciéndose de dolor por las heridas. El joven cazador sonrió con una malicia que ni él conocía.
Vaya, vaya. ¿Quién lo diría? Finalmente te atrapé – su víctima no decía nada, sólo trataba de aguantar el dolor – Eres sólo basura intergaláctica.
Lo miraba con desprecio. Cómo lo odiaba, con intensidad. Y viéndolo allí tirado, su mente volvía a trabajar a toda velocidad notando recuerdos que él sólo quería olvidar. Palabras que él había tratado de ignorar, pero no lo había logrado.
"Demente", "Tonto", "Cabezón", "Inútil", "Loco", "Imbécil", "Gusano", "Adefesio", "Deshecho"… Todas aquellas palabras que había recibido a lo largo de su vida le habían dolido, pero en aquel momento le quemaban en la sangre como si de un fuego ardiente se tratase. Se estaba descargando en la criatura que se hallaba a sus pies, y cómo lo disfrutaba. Aquella sensación nunca la había sentido, pero sabía lo que era; satisfacción. También sabía que estaba mal, pero en aquel momento no le importó.
La criatura dejó de hacer ruidos, pero no se levantó y tampoco le miró.
Trataste, sé muy bien que trataste, y tus planes no eran tan malos, el idiota eras tú. No sirves para nada, nunca lo hubieras logrado. Yo estaba aquí siempre, y siempre estaré para detener a otros como tú. – tomó con fuerza la pistola y la colocó en la sien de la criatura, notando como ésta temblaba ante el contacto frío del cruel metal – Adiós… para siempre.
El sonido del disparo fue en parte amortiguado por la piel de la víctima que sólo dio un pequeño grito con el impacto. La sangre no tardó en correr a borbotones por el suelo, manchando el cuerpo de su dueño y las botas del causante. Éste retiró lentamente el arma tratando de disfrutar del momento, pero no pudo. No sentía nada, lo cual se demostraba a la perfección en su inexpresivo rostro. La luz del amanecer iluminó la habitación con su resplandor, haciendo que el cuerpo del joven brillara de un modo antinatural mientras hacía sombra a la patética figura que ahora se hallaba inerte en el suelo.
Finalmente he logrado acabar contigo… Zim…
La oscuridad lo envolvió de golpe al igual que una ola de frío mientras un grito fuerte le despertaba. Trató de calmar los acelerados latidos de su corazón mientras nivelaba su respiración. Sus ojos abiertos miraban la pared contraria del lugar mientras se daba cuenta de que se hallaba en su habitación. Limpió el sudor de su frente con el dorso de su mano, mientras analizaba lo que acababa de soñar. "He matado a Zim". Aquel pensamiento le dio escalofríos, pero trató de ignorarlos. No sabía por qué había soñado aquello, y esperaba no volverlo a hacer. Miró el reloj de su escritorio y notó que faltaban unos veinte minutos para alistarse e ir a la escuela. Decidió levantarse de una vez y dirigirse hacia el baño donde se lavó el rostro y se preparó para aquel día. Su reflejo en el espejo le devolvió una mirada preocupada. Se sacó los lentes y los limpió con cuidado.
"Definitivamente no quiero tener ese sueño de nuevo. Necesito una vida".
