Antes de leer, has de saber que…

Lokki (Lukas): "rulito". Proviene de del antiguo nórdico "lockr"

Magnus (Mathias): "magnífico". Proviene del latín, pero es un nombre muy común entre reyes nórdicos.

Andettan (Arthur):"confesión". Nombre sajón.

Rollo: el de "Vikings". -No me pude resistir a la tentación de añadirlo al fic-

* Holden * lesing *: "sigue leyendo". Equivaldría a los tres asteriscos (***) que aquí no me dejan poner.

Los demás PJs están basados en un libro que estoy leyendo, y todos pertenecen a sus respectivos creados y tal.


Capítulo 1.

—Ahí están… —murmuró Magnus en cuanto divisó la silueta del barco—. ¡Han vuelto! —gritó, feliz. Acto seguido, dejó escapar una fuerte risa, al mismo tiempo que se bajaba de la rama de un solo salto.

—¿¡Han vuelto!? —Rorik se acercó corriendo al danés, como sin creérselo, pero igualmente emocionado.

Magnus asintió con una enorme sonrisa, agarrándolo de la mano sin cuidado alguno y corriendo cuesta abajo, por el camino que llevaba a la salida del bosque.

En la aldea, todo el mundo se disponía a dar palmadas y gritos de bienvenida y victoria a Ragnar el Temerario, junto a sus compañeros Ubba, Halfdan e Ivar. Yo ignoraba a los demás y a descargaba los tesoros de los barcos, tesoros nunca antes vistos por los ojos vikingos. He de destacar que me fijé en una enorme cruz de cuatro brazos, acto tras el cual automáticamente llevé la mano a un lado de mi frente y acaricié mi broche con las yemas de los dedo, pues ambas cruces eran prácticamente iguales.

Rollo apareció de la nada y me arrebató la cruz latina. Nos limitamos, simplemente, a intercambiar miradas despectivas, al contrario de las otras ocasiones, cuando acabábamos en pelea y llenos de sangre, pero nunca conseguíamos enviar a uno de los dos al Valhalla. En resumen: el asunto no avanzaba, pero nuestra rivalidad se agrandaba con cada día que pasaba.

Intentando sacar un cofre de oro, decorado con matices de ángeles cristianos, escuché la voz de un crío que gritaba mi nombre, pero no me inmuté, ya que sabía quién era y le poca importancia le di.

—¡Lokki! —el hijo de Ragnar se aferró a mi pierna.

—Hey, Rorik —le dediqué una desganada sonrisa, pero me agaché y le acaricié la cabeza para no quedar mal delante de su padre, quién rió fuertemente al verlo y lo abrazó.

Divisé a su esposa, Sigrid y a su hija, Ghyta, acercándose a nosotros; y también al danés entre los aldeanos, que descargaban botines y saludaban a sus mujeres e hijos, rebosando de alegría.

—Magnus —le lancé una mirada de superioridad—, espero que no hayas quemado la casa—crucé los brazos e hice un leve y sarcástico movimiento con un hombro.

El mayor parpadeó en mi dirección, sin saber si lo decía en broma o en serio. Desvió la mirada, rascándose la nuca con expresión algo avergonzada.

—Pues… eh… Creo que una de las gallinas se ha escapado.

Alcé la mano y me cubrí el rostro con ella. Aquel tío era un caso perdido.

—Dime que es solo eso, por favor.

Entreabrí los dedos y le vi reírse nerviosamente, dando un pequeño paso hacia atrás.

—Y-y se me cayó una vasija —admitió mientras seguía retrocediendo y riéndose de la misma forma—. Y-y-y-y creo que necesitaríamos conseguir dos platos más y…

Le agarré por el cuello del abrigo y lo zarandeé con fuerza, pero sentí como alguien dio un tirón de mi muñeca, apartándome del rubio de cabellos alborotados.

—Y por último y no menos importante, obviamente, he de agradecer personalmente a Lokki, por habernos acompañado a esta expedición hacia las tierras del oeste —me rodeó el cuello con el brazo y me sonrió. Yo no me moleté en devolverle el gesto—. Terminad de descargar los barcos y pasad el resto de la tarde con vuesta familia y amigos, pero recordad que este no es nuestro último viaje, muchachos.

Los demás pegaron un grito de emoción y siguieron con sus asuntos. Yo conseguí escabullirme, pero alguien me atrapó una vez más, agarrándome por los hombros, a lo que dejé escapar un leve gemido de sorpresa.

—Me gusta como luchas, Lokki —Alff me revolvió el pelo—. Quiero que me enseñes tu técnica de combate.

—Para eso primero debes bajar de peso hasta que se te vean las costillas —bromeé, o tal vez, mientras me peinaba el flequillo y me pasaba la mano por la tripa para intensificar mis palabras—. Aunque dudo que la delgadez te haga lo bastante aerodinámico como para moverte con tanta agilidad como lo hago yo —decidí aprovechar la ocasión para alardear a mí mismo, a lo que recibí una colleja, que me bajó de las nubes a la tierra.

—Yo, al menos, puedo matar a un enemigo con un solo golpe de espada —contraatacó él, lo que me hizo recordar el incómodo momento en el que tuve que darle un montón de tajos al enemigo hasta dejarlo con tantos cortes que comenzaba a parecerse a una cebra para arrebatarle la vida. Y lo peor de todo es que aquello pasó delante de los ojos de todos mis compañeros, que no se podían ni levantar del suelo de la risa.

Miré a mi alrededor disimuladamente mientras me acariciaba una mejilla sin saber qué replicarle a eso, buscando por si alguien más había oído sus palabras, y así era, por desgracia: un par de vikingos nos miraban por encima del hombro mientras echaban unas risitas entre dientes. Me limité a fruncirles el ceño.

—Estamos en paz —refunfuñé, aun con un leve rubor sobre el rostro, que intaba quitar con los frotones sin éxito alguno.

Alff se rió, dándome un par de palmadas bien fuertes en la espalda, a las que puse una leve mueca de dolor e intenté no gimotear. Ya me dolía bastante todo el cuerpo tras la lucha con esos sajones.

—De acuerdo, de acuerdo —rió, librándome de su brazo, y agregó:— ya dejo de ponerte en ridículo, que veo que no te conviene —alzó disimuladamente los ojos hacia los dos espectadores, que ya habían pasado de nosotros . Encogió los hombros y se inclinó para coger el último cofre del barco y lo cargó al hombro, yendo en dirección a la aldea.

Suspiré. Ese gordinflón era buena persona, pero a veces se pasaba con sus chistes, en los que siempre yo era el que salía perjudicado. Decidí olvidarme del tema y sacudí la cabeza. Me metí en el barco e inspeccioné por si el otro se había olvidado de llevarse algún tesoro, dando con un pequeño broche de plata con una esmeralda incrustada en el centro. La cogí y salí el barco. Decidí visitar la casa y aprovechar para descansar un poco, no antes de echar el broche en el enorme montón de tesoros que estaba junto a la caseta de Ubbe. Ahí, volví a cruzar miradas con Rollo.

Los demás ya estaban celebrando el exitoso viaje en el salón del jefe, bebiendo cerveza y comiendo carne de cerdo que trajimos de Inglaterra.

Me dirigí a casa para ver en qué estado estaba, esperando que esta no se haya quemado ni se haya roto nada más de la cuenta. Me prometí que es la última vez que la dejaba a cargo de mi compañero-de-piso-novio-hermano-amigo-primo-coso-r aro-danés, aunque tenía que ser la última quisiera yo o no, ya que Ragnar lo prometió llevar a la próxima expedición.

Gracia a Odín, la cabaña estaba perfectamente. Me adentré y exterminé la granja; conté las gallinas y, en efecto, faltaba una. Suspiré, pero no le di mucha importancia.

Por si a alguien le interesa el porqué vivo solo –bueno, con Magnus, pero es prácticamente solo–, os lo cuento:

Mi madre, según Ragnar, murió al darme a la luz, y mi padre… bueno, viajó a tierras bálticas y nunca volvió. Algunos dicen que los suecos fueron los culpables de su desaparición e incluso muerte, pero yo nunca sentí grandes ganas de conocerlo; ni a él ni a mi madre. Y algunos, segurament,e pensaréis en lo bárbaro que soy por decir esas cosas tan crueles acerca de mi familia. Pues sí, soy cruel y bárbaro, pero entended que nunca llegué a tener ningún tipo de contacto con ella; eran como cualquier desconocido para mí.

Según me dicen, fue mi madre quien me puso el nombre. Al parecer, Lokki no es un nombre muy rebuscado, pues viene de "lockr", que significa "rulito", y a mí me viene que ni pintado.

Mi padre desapareció sin dejar rastro, por lo que mi madre se las tuvo que apañar sola para cuidar la granja, aunque la familia monoparental de Magnus, decían, le ayuaba muchísimo. Ella ya estaba embarazada y me dio a luz en invierno, cuando murió. El padre de Magnus me acogió en su casa, así que prácticamente me crié a su lado.

Crecimos. El padre de Magnus murió, pues ya le era la hora y Odin decidió llevárselo y dejarnos solos, esta vez, de verdad. Nos transladamos a la casa de mi madre y ahí nos apañamos como pudimos para llegar a donde estamos ahora.

En resumen, ni sé lo que somos. ¿Hermanos? ¿Amigos íntimos? Sé que Magnus estaría encantado de tener algo más que una simple amistad o relación fraternal, y esto es precisamente algo que yo NO quiero. Ya es lo bastante pesado vivir con él como para dormir en la misma cama.

Subí a la segunda planta y corrí hasta la cama como si fuera agua, dejándome caer sobre ella y desconectándome de golpe.

* Holden * lesing *

Me desperté de golpe al oír un fuertesimo portazo, como si la única intención del personaje era echar abajo la puerta, y a Magnus no le convenía romper más cosas, así que lo más seguro era que no era él.

Me puse las botas a toda prisa y corrí escaleras abajo, deteniéndome antes de bajar el último escalón. Por primera vez, sentí el peligro en mi propia casa.

Rollo mantenía en la mano e inspeccionaba un trozo de la vasija rota que estaba en la mesa, probablemente la misma de la que me habló Magnus y a la que ignoré al pasar cerca. Me subí lentamente al segundo escalón sin quitarle los ojos de encima, temiendo más por que el suelo estuviera maldito o algo por el estilo. Rollo, al verme, tiró el pedazo al lugar donde estaba y me dedicó una rara sonrisa de malas intenciones.

—¿Estás solo?

Ahí ya me asusté pero bien. La gente normal no entra en casas ajenas, derribándoles las puertas y haciendo este tipo de preguntas, aunque en realidad nadie dijo que Rollo fuera normal.

—¿Qué haces aquí? —fue lo más inteligente que se me ocurrió decir, resistiendo a la tentación de preguntarle si violarme entraba en sus planes.

—Quiero que vengas conmigo.

—A dónde y para qué —comencé a subir lentamente las escaleras, mientras ambos teníamos los ojos clavados uno en el otro.

Él esperó a que pisara el sexto escalón, que ahí fue donde me di rápidamente la vuelta y corrí arriba hasta el segundo piso para tapar el suelo con la pequeña puerta de madera que separaba los ambas plantas, pero el barbudo se acercó dando una gran zancada y me agarró por el tobillo. Me tiró al suelo y comenzó a arrastrarme mientras me sujetaba, con una sonrisa sádica en el rostro.

—No sabía que me tenías tanto miedo, Lokki… Parecían tan valiente…

Le ignoré, aunque esas palabras habían tocado el fondo. Clavé las uñas en la madera del suelo, pero Rollo tiró repentinamente de la pierna, desgarrándomelas. Tal fue el dolor que gemí abiertamente.

Me levantó y me cargó a su espada como si fuera su esclava, aunque en aquel momento me preocupaban más los dedos, que sangraban a mares. Llevé una mano a la boca y ensalivé las uñas, o lo que quedaba de ellas, mejor dicho.

Dejé de resistirme, pues el dolor me desconcertaba totalmente. Aunque no fue para tanto, los dedos escocían a horrores.

—¿Qué te dijo ese esclavo sajón? —gruñó de pronto mientras salía de casa.

Parpadeé en su dirección. Su pregunta no venía a cuento, pero suspiré al ver que este era el asunto.

—¿Cuál de ellos? Hablé con muchos —murmuré, agarrarando disimuladamente su capa de pelaje de oso—. Y suéltame.

—El sacerdote —aclaró, aunque al darse cuenta de que los únicos esclavos que capturamos eran sacerdotes, agregó:— el rubio de ojos verdes.

—¿Andettan? —le alcé la ceja, a lo que Rollo me devolvió el gesto, extrañado por que supiera su nombre.

—Como sea. Quiero que me digas lo que te contó sobre Inglaterra.

Bufé en respuesta a su insolencia.

—¿Por qué crees que me contó algo sobre sus tierras?

—Porque os oí hablar de eso en el barco de camino a casa —me frunció el entrecejo y decidí obedecerle nuevamente, alarmado—. ¿Y bien?

—Nada interesante —mentí, encogiendo los hombros mientras observaba la pequeña cascada y el río, que dividía la aldea y el bosque, cuya única unión era el puente que justo en aquel momento estábamos atravesando.

Rollo me lanzó una mirada cargada de odio de la cual pasé olímpicamente, mirando la silueta de la ciudad desde su espalda, que se hacía cada vez más pequeña a medida que nos adentrábamos en la arboleda.

Pasamos un rato en silencio, caminando. Yo confié en que aquel monstruo barbudo no me iba a hacer nada malo, no más del que ya hizo, pero me equivoqué al sentir que me descargaba bruscamente y me empujaba contra un árbol.

—¿Tras tu arma, Lokki? —se burló con voz grave, desvainando su espada, que ignoré mientras me incorporaba con expresión de dolor.

—No te atreverás a matarme… —siseé, cabizbajo, mientras me limpiaba la sangre del labio inferior con el dorso de la mano.

—No tengo por qué matarte para que me obedezcas —me obligó a levantar la cabeza tocando el mentón con la punta de la hoja—. Tengo otros planes.

Nos quedamos mirándonos en silencio.

—¿Me vas a violar?

—No tengo nada que me impida hacerlo.

—Ya… —susurré, mirándole por encima de las pestañas.

Bien se sabe que las tres hiladoras que tejen nuestro destino con finas hebras, sentadas bajo el tronco del árbol Yggdrasil, son bien traicioneras. Aunque decidieron abalanzar toda la fortuna sobre Rollo en esos instantes, rápidamente la tornaron en su contra: los dos guerreros, los mismos que le rieron la gracieta a Alff en el puent, habían divisado nuestras sombras a lo lejos; y aunque una sana mente NUNCA sería capaz de adivinar las verdaderas intenciones de Rollo, la espada cerca de mi cuello estaba vista perfectamente.

Vimos como se dieron la vuelta y salieron corriendo cuesta abajo. Rollo alternó la mirada entre mí y la dirección por donde habían huido los canallas, bajando, finalmente, el arma.

—Mátalos —mando, agachándose.

—Mátalos —repetí y le dediqué una mirada desafiante.

Y ahí me di cuenta de que Rollo y yo, desgraciadamente, sí que teníamos cosas en común. Por lo menos, en aquellos momento.

* Holden * lesing *

Arrojamos los dos cadáveres en el hoyo y nos pusimos a taparlo con tierra. A mí se me escapaba alguna que otra mueca de dolor cuando hundía los dedos en el suelo, pero era soportar esa tortura a que encontraran los cuerpos de Hamall y Fiak, cuyos nombres supe después.

Me sentía observado por Rollo de de vez en cuando, pero pasaba de él, sabiendo que se le habían bajado los humos tras lo ocurrido.

Ni Fiak ni Hamall llevaban armas, así que fue bastante fácil acabar con ellos, puesto que Rollo llevaba una espada y yo… bueno, yo fui más rápido que él y los atrapé. Supuestamente, he colaborado.

—Espera —gruñó el mayor de pronto. Yo aproveché para dejarme caer sobre la infétil tierra, exhausto. Me di la vuelta y me puse boca arriba para ver lo que hacía.

El nórdico se agachó y removió la tierra con la mano. Acto seguido, la metió y sacó algo que parecía un colgante con una pequeña cruz de plata. Al verla, no pude evitar soltar una pequeña risita, pues me acordé de cuando, por la mañana, él mismo me arrebató la enorme cruz que sacaba del barco.

—Te gustan mucho las cruces, ¿eh? —le expliqué el motivo de mi pequeña diversión antes de que me fulminara con la mirada.

Deduzco que mi patético comentario consiguió bajar la tensión entre nosotros, porque Rollo encogió los hombros con aparente relajación.

—Puede —murmuró, metiendo el medallón en su bolso de cuero, dentro del cual, me fijé, había otros tesoros—. Tú llevas una.

Me acaricié el broche, rezando para que esto no fuera una indirecta, pero vaya que si lo parecía. Me levanté y volví a ponerme a cuatro patas –de cara a él, por si acaso–, terminando de enterrar los cuerpos. Poniéndome en pie, escupí en mi palma y me limpié un poco los dedos heridos de la tierra, aunque a estas alturas ya estarían infectados.

Rollo metió la mano en el saco y volvió a sacar el colgante, observándolo con determinación. Yo le puse los ojos en blanco, preso de mi típica costumbre.

Así pues, la fortuna de Rollo se partió en dos.

Regresamos a la aldea rodeados del típico silencio. Nos detuvimos y observamos a la gente, ocupada con sus asuntos como los bichos; y así durante un buen rato, parados frente al pueblo en silencio sepulcral, con el sonido del arroyo golpeando contra las rocas detrás de nosotros.

—No creas que lo que ha pasado hoy va a cambiar las cosas entre nosotros —murmuró el mayor, sin dignarse a mirarme.

—Me has quitado las palabras de la boca, Rollo —afirmé a regañadientes.

Al mencionar aquella parte del cuerpo, el vikingo miró por el rabillo del ojo mis fruncidos labios en dirección a los aldeanos, y ahí supe que estaba buscando algún comentario inteligente para picarme como de costumbre, pero su cerebro no daba para más y decidió abandonar la idea.

—Ya nos veremos —amenazó, o así intentó sonar, mientras se alejaba de mí. Mi única réplica fue enarcar una ceja en su dirección, sacuendo la cabeza y tratando de olvidarme de ese extraño e incómodo momento.

Mientras me dirigía a casa para buscar a Magnus –ya véis lo desesprado que estaba–, me preguntaba si Rollo era un ergi al igual que yo, pero no; eso era imposible. Sus indicios eran demasiado mujeriegos para que lo fuera. Pasé de la idea.

Ergi era lo que para vosotros hoy día sería ser un tío con pluma, afeminado. Yo lo era, y los demás lo aceptaban; no sufría por ello. Era objeto de burlas algunas veces, sí, pero todos los que se metían conmigo eran los que no me conocían de antes y a todos les aguardaba el mismo destino que a Hamell y Fiak. Como solía decir Magnus, "nada y nadie es perfecto", y era posible cerrar los ojos a una cosa tan diminuta. En cambio, recopensaba lo que era mi afeminado aspecto –y comportamiento, ocasionalmente– con una buena mano de guerra, los demás estaban bastante satisfechos con las vertudes que tenía e ignoraban el hecho de que fuera un ergi. De todos modos, e incluso el propio Ragnar lo decía, yo nunca hubiera sido un buen padre.

Entré en casa mientras bostezaba profundamente, llevando una mano a la boca y acordándome, al inhalar el aroma de la sangre, de que me tenía que echar algo de alcohol sobre las heridas. El que no me dolieran podía significar algo tanto bueno como malo. Rápidamente, me dirigí a una estantería y saqué un cuenco, en el cual eché cerveza y metí después los dedos, mordiéndome el labio por el dolor que volvió a renacer, pero eso significaba que el alcohol comenzaba a hacer el efecto de desinfectante.

Oí pisadas que bajaban velozmente a la cocina y Magnus se lanzó a abrazarme.

—¿Dónde estabas? —pregutó, dándome un fraternal beso en la frente—. Los demás se pusieron a repartir los tesoros y te estaban esperando —pausó—. Así que les tuve que decir que me habías enviado de tu parte.

—Estaba con Rollo —contesté mientras me limpiaba las heridas, omitiéndole la parte del secuestro y la muerte de los dos vikingos.

Magnus pareció asombrado con aquella respuesta, ya que me miró y parpadeó, confuso. A continuación, echó una breve ojeada a mi sucia ropa, deteniéndose en el cueco y en mis dedos lesionados. Así pues, optó por no hacer preguntas estúpidas, ya que mi apariencia mostraba lo que le convenía saber al rubio.

—¿Qué te llevaste tú? —cambié de tema en cuanto sentí que el silencio se alargaba.

El danés sonrió ampliamente, abriendo un inmenso baúl gris.

—¡Te va a encantar! —las palabras "lo dudo" se refugiaron en mi mente—. Me llevé un cofre, un par de brazaletes, muchas monedas… —se puso a enumerar las cosas que me entraron por un oído y salieron por el otro—, dos cruces…

«¡Cruces!», chillé mentalmente, sacando la mano del cuenco y acariciando la mía. Toquetear el broche cada vez que oía aquella palabra era un tic irrenovable. Bajé la mano y proseguí desinfectando las heridas mientras refunfuñaba maldiciones por lo bajo en nórdico-noruego.

«Krysser overalt».

Magnus seguía alardeando de los tesoros y mostrándome objetos, el muy pobre ignoraba el hecho de que le estaba dando la espalda y no entraba en mis planes ecucharlo, pero que le dediqué una sarcástica sonrisa por encima del hombro.

—¡Ah, y también me llevé a un esclavo!

Me salpiqué sin querer al oír eso, aunque disimulé lo mejor que pude.

—Un… ¿esclavo? —pregunté en tono cortante, dándome la vuelta y apoyándome en la mesa—. Me darás una buena razón por haberte llevado a uno, espero.

Tener a más de una persona en casa era un infierno para mí. No podía ni soportar a Magnus, con quién vivía durante toda mi vida, pero tener que convivir con un extraño esclavo anglo-sajón cristiano sacerdote pasaba por encima de mis límites.

El rubio me sonrió, feliz en su propia ignorancia.

—Necesitábamos a alguien que cuidara de la casa —argumentó—, ¿recuerdas? La próxima vez, iré con vosotros a Inglaterra.

Le clavé la mirada, como si era la primera vez que decía algo lógico. Oh, espera: sí, era la primera vez que decía algo con sentido.

—Me impresionas, Mag —bufé, peinándome el flequillo con los dedos y haciéndome el interesante.

—Eso intento, peque —me guiñó un ojo antes de subir al segundo piso.

Le seguí con la mirada durante un buen rato, esperando. Al ver que no aparecía, subí tras él.

El sajón, que resultó ser el mismo con el que conversé y al que saqué información sobre Inglaterra en el barco, estaba atado y vistiendo esa larga y negra túnica tan fúnebre, que hacía que era imposible diferenciarlo de los demás esclavos. Al vernos, se levantó del suelo y bajó la cabeza dócilmente.

—Este es —Magnus lo señaló con la mano.

Hice mis mejores esfuerzos para no mostrarme demasiado impresionado con su elección.

—Podías haber elegido a uno mejor —opiné, acercándome y agachándose delante del sacerdote, quién se apegó un poco más a la pared, mirándome con ojos de cachorro asustado.

—Era el mejor de los que tenían —Magnus encogió los hombros—. Habla nuestro idioma —enarcó una ceja hacia nosotros—, ¿verdad?

—S-sí… —balbuceó el sajón, sin quitarme esos verdes ojos de encima. Al parecer, se acordaba de mí.

Fruncí los labios en una dura línea al ver lo cobarde que era. O eso, o éramos nosotros demasiado temibles. Yo prefiero pensar lo segundo.

—Nombre —ordené, aunque lo recordaba perfectamente.

—A-Andettan, señor…

Me pasé un rato más observándolo. Al final, me puse en pie, y el sajón me siguió con la mirada.

—Yo soy Lokki —me presenté, poniendo una mano en el pecho—, y el imbécil de ahí es Magnus —lo señalé con la cabeza. El muy bobo sonrió otra vez.

—Sí, señor… —Andettan asintió varias veces obedientemente.

Me quedé contemplándolo sin saber muy bien qué hacer con él, procurando parecer un experto en esclavos, aunque verdaderamente jamás he tenido uno.

—Bueno… —murmuré, llevando una mano al cuello y moviéndolo, pensativo.

El sajón me miraba con sus enormes ojos esmeralda, como un perro asustadizo esperando órdenes, pero aquello me hizo sentir aún más incómodo, cuando en realidad debió de halagarme.

Magnus se acercó a mí y me pasó el brazo por el hombro, casi asfixiándome, mueca que no conseguí ocultar. El esclavo dejó escapar un leve gesto de preocupación, aunque no muy atrevido.

—Andettan, tú te quedas a cargo de la casa —el recado del danés pareció sorprenderle, al igual que a mí— mientras Lokki y yo nos vamos por ahí.

—¿Por ahí? —arqueé lentamente una ceja hacia él.

El rubio borró su sonrisita y me miró, parpadeando, como si la cuestión fuera demasiado obvia.

—De putas —respondió simplemente. No sé como pudo mantenerse serio ante aquella bromita, por lo que comencé a pensar que tal vez no fuera coña.

Me arrastró fuera de casa, a la que le eché una tétrica ojeada como si fuera la última vez que la iba a ver. Y así es como me sentía: era como si hubiera perdido todo su calor hogareño de golpe con la presencia de ese asqueroso anglo-sajón. Suspiré, malhumorado por ello. En un momento de baja guardia del danés, me quité su brazo del hombro.

—¿Hm? —me agarró de la muñeca antes de que me pudiera alejar de él—, ¿a dónde vas? ¿Pero no íbamos de putas?

Chasqueé la lengua, algo harto de su constante entusiasmo e estupidez, fingida o real.

—Acabo de volver de la expedición, me he peleado con Rollo y tengo los dedos infectados de microgusanos. ¿De verdad crees que estoy como para ir "de putas"?

El muy imbécil me puso un puchero.

—¡Pero… pero…! ¡Yo quiero ir de putas contigo, Lokkiiiii! —sollozó.

—No eres el rey de Escandinavia, Magnus —puse los ojos en blanco, siguiendo mi camino e ignorando sus súplicas—; no voy a hacer siempre lo que me digas.

—¡Oye! —chilló desde la lejanía, señalando el cielo con el dedo—, ¡algún día lo seré! ¡Dioses recordarán mis palabras! —le oí vocear algo incomprensible—. ¡Lokkiiiiii!

Apresuré el paso para alejarme de él y desaparecer de su campo de visión. Me detuve junto a una cabaña y apoyé el hombro en ella, mirando las destrozadas uñas y acordándome de pronto de que Sigrid, la esposa de Ragnar, manejaba muy bien las hierbas medicinales, así que probablemente iba a tener algo para aliviar el dolor.

Sin perder ni un instante más, me dirigí a la casa del jefe, pero las hiladoras decidieron darme un último desdichado golpe y me crucé con Rollo en mi camino. Otra vez.

—¿Te pasa algo? —normal que me preguntara eso, pues no había máscara capaz de ocultar mi gesto de mala leche; bueno, más de costumbre. Lo que sí que me sorprendió fue el que él me lo haya preguntado.

Negué repetidamente, restándole importancia al asunto, aunque mi primera reacción iba a ser algún comentario cortante. No estaba de humor ni para eso. Rollo puso una leve mueca de insatisfacción por mi desganada respuesta.

—Ven —me rodeó el cuello con el brazo, justo como lo hacía Magnus, pero decidí no resistirme a este ser.

—¿A dónde?

—Sigrid sabrá como curarte esas heridas —lanzó una breve mirada a mis manos, las cuales escondí detrás de mi espalda, incómodo.

—Ahora mismo me dirigía a su casa —musité en voz baja, sintiéndome como un crío bajo la protección de su padre.

—Vale.

Le fruncí el entrecejo, pero sabía que era inútil pelear con él. Nos detuvimos para dejar pasar a una pequeña manada de ovejas, nuevamente en el dichoso silencio. He de admitir que los únicos silencios que me incomodaban eran los que se producían últimamente entre él y yo.

—¿Cuándo decidiste apiadarte de mí?

—Tú siempre dabas pena.

—No me refería a eso… —jadeé. Lo único que me faltaba eran comentarios de este tipo. Rollo pareció suponer que no tenía que haber dicho eso.

Anduvimos en silencio.

—No te necesito a ti —dijo, tras un buen rato—, sino a tu esclavo y la información que trae.

—Y por eso me estás haciendo la pelota —comenté en susurro, sintiendo una pequeña sonrisa aparecer en mi rostro. Por primera vez, yo tenía algo que Rollo no tenía. Eso me hacía sentir poderoso, pero mi alegría se cortó en cuanto mi consciencia recordó que no fui yo el que eligió a ese esclavo, sino Magnus. Fruncí el ceño ante el pensamiento.

—Tal vez.

—¿Tal vez?

Rollo me dedicó una mirada cargada de odio.

—Necesito a tu esclavo —murmuró cerca de mi rostro, apretando más su brazo al que me agarré para intentar aflojarlo—. Y tal vez también a ti.

—¿A mí? —amplié la sonrisa, mezclándola con una leve mueca de dolor por el estrangulamiento.

—Tal vez.

—¿Tal vez?

—Quieres jugar, ¿verdad, Lokki? —aflojó un poco el agarre, mirándome fijamente.

—No más de lo que quieras tú, Rollo —le sonreí de forma infantil e inocente.

Me seguía acosando con sus intensos ojos, pero yo le seguía sonriendo tontamente, feliz. Estaba ganando terreno.

Silencio.

—Vendrás conmigo en la próxima expedición.

Estallé en una escandalosa carcajada al estilo Magnus, sintiendo el aflojo por su parte y escabulléndome de su agarre.

—¡Ni en el Valhalla! —conseguí gritar a través de la risa, doblándome casi por la mitad. Ahora que lo pienso, no sé qué fue lo que me hizo tanta gracia.

Rollo observaba como me retorcía en el suelo, agarrado de la tripa y casi asfixiándome. Parecía como si en cualquier momento, la gota iba a culminar el vaso y el vikingo estaría dispuesto a desvainar el arma y a mandarme al Helheim, pero no.

—Vendrás conmigo en la próxima expedición —repitió con voz grave antes de alejarse y desaparecer entre la multitud, que parecía más bien una orden y un grito de los dioses predeciendo el futuro, y aquellas palabras ya no me hicieron tanta gracia, literalmente. Me levanté lentamente del suelo, con la mirada clavada en la dirección por donde se había ido el otro.

«¿Qué acaba de pasar?». Aquellas palabras suyas podían haber significado cualquier cosa, y la única certeza era que no traía consigo buenas intenciones. ¿Amenaza? Posiblemente. Nada del otro mundo, pero Rollo hacía que cualquier se veía más terrible de lo que ya era.

Y ahí temí por mi vida.


/Autora:

¡Por fin! Hace taaaaanto tiempo que no escribía~

Me costó bastante comenzar el primer capítulo -y salió peor de lo que esperaba OTL-, pero ¡aquí está! Y solo espero mejorar este coso a medida que avance la historia :'D

Y os pido por un porfaplis muy grande que comentéis este excremento (?), que por favor me digáis qué tal os ha parecido el comienzo, qué tal escribo y qué debería añadir/quitar -descripciones, acciones, diálogos…-

Que me deis críticas, vaya -pero no destructivas, pls, que mi pobre kokoro norteño no aguanta-.

Y eso~ No seáis crueles con esta muchachita, behage.

Dagmar sier farvel!~

(P.D.: Tampoco me pude resistir a añadir la parte de la "casi-violación", pero todas habéis soñado con que Rollo os violaba. No lo neguéis (?))