DESCARGO DE RESPONSABILIDAD: Skip Beat no es mío, ni Ren tampoco, ni cualquiera de sus variantes varias… *suspiro*
Línea temporal: a partir del nº 221, después de Guam. Se suprimen las tramas de Chiori y Saena.
SEGUNDA PERSONA
A tus pies les falta tiempo para pisar suelo japonés cuando bajas del avión. Jelly Woods tiene que pararte en seco, porque tú solo quieres salir corriendo para LME a verla. Ni te das cuentas de que hoy vas de Kuon. Y Kyoko no conoce a Kuon…
Tienes que esperar…
Mientras te están tiñendo de Tsuruga Ren, tú solo piensas en que hace tres días que no la ves. Tres días. Largos. Eternos. Ni un mensaje, ni una llamada, porque eras Cain. Y quieres cumplir tu promesa. Quieres verla, te mueres por verla, y por eso planeaste deliberadamente la excusa perfecta para un encuentro en cuanto llegaras. Tienes que darle el sello original. "Volveré antes de que desaparezca completamente". Tenías que hacérselo saber. Tenías que decírselo de alguna forma. Tu puntuación infinita fue prácticamente una declaración de amor. Escrita a mano. Como una carta de amor de las de antes…
¿Pensará ella en ti?
Yashiro no tiene piedad y te llena el día de compromisos laborales. Más horas que te separan de ella. Luego Lory te entretiene para preguntar por tu 'salud'. Sí, claro. Quiere saber si Ren ha hecho las paces con Kuon. Lo despachas como puedes y te vas para la Sección Love Me.
Y por fin la encuentras. El corazón se te quiere salir del pecho pero te las arreglas para convencerla para una cena esta noche en tu apartamento, así ella podrá ver los vídeos de tus comidas. Segunda excusa. Mientras hablas con ella, tú solo puedes pensar que siete días antes la besaste. Besaste a Kyoko. Besaste a la chica de la que estás enamorado desde hace ya casi un año. Un beso robado, desde luego. Como Corn, no Ren ni Kuon. Pero aún así, un beso real.
Sabes que debes decirle la verdad, antes de que las cosas se compliquen más. Has decidido que esta noche le vas a contar tus secretos. No quieres sombras ni más secretos entre los dos. Y rezas por que no monte en cólera ni entre en pánico. Estás nervioso. Buscas valor líquido porque estás muerto de miedo. Solo una copa. No más, porque necesitas todas tus neuronas.
Ella se sorprende al ver la mesa dispuesta. Has encargado la cena para que ella no tenga que hacer nada y pueda prestarte atención sin las interrupciones de fogones y calderos. Y empiezas a contar tu historia… Le hablas de la vida de aquel niño actor, del joven violento, de la muerte de Rick… Ves en sus ojos arrasados en lágrimas la chispa del entendimiento. Ahora puede imaginar cuáles son tus pesadillas… Le hablas de la invención de Tsuruga Ren. De la máscara que Lory inventó para mantener cuerdo a Hizuri Kuon. Sí, le dices que tú eres Hizuri Kuon. Ella sonríe y te dice "Pensé que Kuon estaba muerto", y de repente da un salto alegre exclamando, "¡Somos hermanos!". Y a ti se te parte el corazón… No tienes valor ni fuerzas para contradecirla. Ella nunca ha tenido hermanos. Ni tú tampoco, para el caso. Solo a Setsu… Y ya sabes cómo acabó aquello…
Con el corazón apretado reúnes el poco espíritu que puedes para decirle tu penúltimo secreto. El peor. Que tú eres Corn. Que su príncipe de las hadas no existe. La matarás. O te matará ella a ti. Lo que venga primero… "Kyoko-chan", dices. Tienes la garganta seca, la voz ronca. Ella se para en seco y te mira. Ves la sorpresa primero y luego el terror. "No", dice ella. "Perdóname", dices tú. "No", vuelve a repetir. "Lo siento", le dices. La ves levantarse, vacilante. Quieres sostenerla, abrazarla, pero sabes que si ahora la tocas, se apartará de ti como si quemaras. Te pones en pie a su lado. Ella alza la cabeza para mirarte. Y entonces las ves. Furias y rencores rodeándola como un halo de venganza. Siempre pensaste que era una exageración. Pero no. Y están aquí por ti. Tú las has provocado. Sabes lo que significa. Kyoko te odia.
La has perdido.
Ella te mira. Los ojos rojos, brillantes, ascuas de ira… "Debes haberte divertido mucho todo este tiempo, Tsuruga-san…". Se encamina hacia la entrada, agarra su bolso y tú solo puedes ver cómo se aleja de ti. Con la mano en la puerta, se para una última vez, y sin mirar atrás, te dice, "No te preocupes por tus otros secretos. Jamás diré nada". Y se va. Sale de tu apartamento. Sale de tu vida.
La has perdido.
Caes sobre el mismo sillón en el que hace dos minutos estabas sentado con ella, buscando su olor en el aire, buscando la calidez que ahora te falta. Y sientes venir el nudo, subiendo por tu garganta, ahogándote, robándote el aire, amenazando con explotar si no es liberado. Y es entonces cuando, por primera vez en siete años, lloras.
Al cuarto día Yashiro entra en tu piso con la llave de emergencia. Porque tú eres la emergencia.
Eres una sombra de lo que fuiste. No te has afeitado, ni duchado, ni siquiera cambiado de ropa. Estás vestido con las mismas prendas que cuando ella se fue de tu vida.
Tu apartamento es un asco. Has arrasado con el mueble bar, hay botellas tiradas en el suelo, basura, papeles, envoltorios de comida, y en la pared frente a ti, cristales de vasos rotos… La casa huele a vómito, a falta de ventilación, a comida podrida… La misma comida que ibas a compartir con Kyoko sigue en la mesa, donde la dejaste, intacta, llena de moscas.
No quieres dormir, porque sabes que soñarás con ella, pero el alcohol siempre te vence y te produce sueños inquietos, macabros, en los que ella es una princesa de cuento, hermosa y feroz, que te destierra de su reino, porque tú eres un monstruo deforme de corazón negro. Porque todo lo que tocas se vuelve negro.
Yashiro te conduce como puede, con súplicas, con gritos, a empujones, hasta la ducha. Te pone bajo el agua fría, así como estás, vestido, con la esperanza de que te serenes y se te pase la borrachera. No pregunta qué ha pasado. No lo hará. Luego, delante de una taza de café caliente, te da la charla. La gran charla. Recurre al chantaje emocional, tira de tu profesionalidad, apela al orgullo. Pero es inútil. Ya no tienes orgullo. Le hiciste daño a lo que más querías, y la has perdido. Ya no te queda nada.
Tres días después descubres que no te has muerto, y te levantas de la cama. Te duchas por voluntad propia y te vuelves a acostar. Al día siguiente sigues vivo. El pecho te duele como si tuvieras un agujero abierto en el medio, como si te faltara el corazón. Treinta y seis horas después, en una de tus duermevelas pobladas de pesadillas, te das cuenta de que puedes soportarlo. Sigue doliendo como hierro al rojo, pero puedes hacerlo. Llamas a Yashiro y le dices que programe algún trabajo ligero para mañana.
Te vuelves a poner en pie.
Tsuruga Ren vuelve al trabajo activo. Una enfermedad, dijeron los medios. Las malas lenguas volaron. Desde drogas a mal de amores, pasando por alguna clínica de desintoxicación, dijeron. Casi veinte trabajos cancelados en esos días en que estuviste fuera de este mundo. Lory gestiona el control de daños en la prensa. Yashiro hace malabarismos para recuperar tus compromisos y tu reputación. Te llena las horas de trabajo y más trabajo, y tú le das las gracias, porque así, al llegar la noche, caes exhausto en tu cama en un sueño sin sueños.
Ya no vuelves a pasar por los pasillos de Love Me, pero cuando entras o sales de LME, tus ojos escanean el hall con la esperanza de ver de lejos un borrón rosa. O te pasas el tiempo en la ventana del despacho, mirando hacia la calle. Alguna vez la ves. Y aún duele. La observas recoger su bicicleta y marcharse. O la ves salir con sus amigas, las tres chicas Love Me juntas, inconfundibles incluso desde esta distancia. Aún la amas.
Un día te la encuentras de frente al doblar una esquina. Tu corazón brinca dentro del pecho y sonríes. No puedes evitarlo. Sonríes de verdad. A tu "Buenos días, Mogami-san" le corresponde un educado "Buenos días, Tsuruga-san". Su sonrisa formal no llega a sus ojos, pero no ves las furias. Y antes de que puedas iniciar alguna banal conversación, ella ya se ha ido. Te quedas solo, en el pasillo.
Tres meses después, la estrella de Kyoko está en alza. A pesar de las críticas, Box-R tiene buenos índices de audiencia y su Natsu gana popularidad. Le empiezan a llegar guiones y ofertas para comerciales. Tú sabes todo esto por Yashiro, que a su vez lo sabe por Sawara-san. Te alegras por ella.
Se vuelven a encontrar en una entrega de premios. El premio de Mejor Actriz Revelación es para Kyouko. Se te hincha el pecho de orgullo cuando la ves subir al escenario, con la barbilla alta y la mirada dulce. Te olvidas de respirar cuando dice tu nombre entre los agradecimientos, feliz de que te haya recordado. Tsuruga Ren, su senpai… Da igual. Te sigues alegrando como un tonto.
Cuando termina la ceremonia, no puedes evitar gravitar hacia ella. Esperas tu turno, (im)pacientemente, hasta que la tienes delante. La felicitas. Por fin tienes con ella algo más que tres palabras, y hablan de su Hongo Mio y de anécdotas tontas del rodaje. Es una conversación. Vuelve a hablarte. Esa noche duermes como un niño.
Una noche en TBM para una entrevista en Kimagure Rock, ves a Yashiro acercarse en silencio, con la cabeza gacha. No quiere mirarte. Sabes que algo va terriblemente mal. Le obligas a decírtelo. Tras la segunda amenaza, te cuenta que ha escuchado una conversación ajena. Ishibashi Hikaru, uno de los anfitriones del programa que te va a entrevistar, está saliendo con Kyoko desde hace mes y medio. Tu roto corazón vuelve a quebrarse. Son novios, te dice Yashiro. Al parecer él lleva más de un año detrás de ella. Te llaman a escena y finges. Porque para eso eres actor… Y uno bueno, además.
Lo tienes delante, entrevistándote. Al novio de Kyoko. El novio de Kyoko. El novio de Kyoko… Esas palabras no se van de tu cabeza como un eco mientras respondes con jovialidad fingida a las preguntas del trío Ishibashi. Hikaru es el más bajo de los tres. También el más formal. Parece un buen muchacho. Por los azares de la entrevista, te enteras de que tiene un año más que tú. Le lleva cinco años a Kyoko. Y tú preocupado por tus cuatro años de diferencia…
Esa noche, en tu apartamento, cierras la puerta del baño, te apoyas en ella y te dejas caer hasta el suelo, y, por segunda vez en seis meses, lloras.
La vida sigue. Los meses pasan. Tu carrera sigue siendo exitosa, pero estás solo. Se habla en la prensa rosa de que te has vuelto un ermitaño. Apenas se te ve por los eventos sociales del mundillo artístico. Un ermitaño adorable, precisan. Porque para el mundo sigues siendo el caballeroso y amable Tsuruga Ren, pero ya hace tiempo que nadie asocia contigo las palabras donjuán o playboy. Ni falta que hace.
Kyoko ya se ha graduado en Love Me y ha hecho su debut en una película romántica. La fuiste a ver al cine tres días después del estreno. Te vestiste como un chico de tu edad, no como Tsuruga Ren, y entraste cuando apagaron las luces. Estás expectante por verla actuar. Y no te decepciona.
Está magnífica. Se come la pantalla. La película es ella. Un guión mediocre, como tantos otros, que solo por su actuación se hace notable. Ves a la gran actriz que siempre supiste que sería. Tu orgullo de senpai te llena el pecho, pero…
La ves dar su primer beso en pantalla. La ves besarse con Murasame Taira…
Y te dan ganas de rasgarlo en pedazos como Cain le juró que haría si se acercaba a Setsu…
Y según cruza tu mente ese negro pensamiento, te das cuenta de que no tienes ningún derecho sobre ella. Ella no es nada tuyo, no es tu novia, no es tu hermana, ni siquiera es ya tu kohai… El vértigo del vacío te asalta de nuevo. Clavas las manos con fuerza en los reposabrazos de la butaca hasta que te recuperas. Te escapas de la sala en cuanto aparecen los títulos de crédito.
La identidad real de Cain Heel ya es pública. Y te empiezan a llover los papeles de asesino. No, gracias, una vez fue suficiente. Pero entonces un guión captura tu atención. Este es distinto… La historia de un hombre que se adentra en el mundo de las peleas clandestinas para mantener a su familia, y poco a poco, va embruteciéndose, va perdiendo su humanidad, hasta que el amor de su esposa finalmente lo rescata. El guión está lleno de acción, de combates a puño desnudo. Conoces bien la historia. Prácticamente la has vivido. Incluso la parte del amor como fuerza redentora. Solo que no estabas casado con ella. Pero sí, el amor te salvó. Y es por eso por lo que aceptas este papel. Un papel que puede hundirte de nuevo, pero que también puede salvarte, puede ayudarte a enfrentarte a los fantasmas y demonios que aún pueblan tus noches.
El día de la lectura en frío del guión se reúne el director con todos los actores para realizar las presentaciones y darles instrucciones sobre sus personajes. Estás allí, conversando con alguien, esperando a que comience, cuando oyes a Yashiro ahogar un gemido detrás de ti. Te giras y la ves. Kyoko. Tu corazón se salta un latido como siempre hace cuando te la encuentras. Ella viene con Kotonami-san, charlando despreocupadas, hasta que te ven. Kyoko te sonríe. Dios mío, te sonríe… ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que te sonrió así? Y tú no puedes evitar responder a su sonrisa con la tuya… Se realizan los saludos de rigor entre los cuatro, como si hubiera sido ayer la última vez que se vieron, hasta que Kyoko te suelta la bomba: "Tsuruga-san, estoy ansiosa por actuar junto a ti. Voy a ser tu mujer". Todos tus años de experiencia delante de las cámaras jamás pudieron prepararte para esta noticia. Tu cara de sorpresa es auténtica. Oyes otro gemido de Yashiro, y con el rabillo del ojo, ves a Kotonami-san clavarle un codazo, para que se comporte. Y respondes, "Será un placer actuar junto a ti de nuevo, Mogami-san. Hace mucho que no trabajamos juntos", y ella te responde, "Estaré a tu altura, Tsuruga-san, daré mi mejor esfuerzo", y tú le sonríes, con tu sonrisa de senpai, y le dices, "No esperaba menos de ti, Mogami-san… No esperaba menos…". Esa noche sueñas con los niños que jugaban junto al río hace doce años.
El rodaje comienza.
El chico Ishibashi viene a recogerla, al terminar el día, y los ves irse juntos. Ella abana con la mano una despedida en tu dirección. Tú haces lo mismo. Ella parece feliz. Se merece ser feliz. Aunque no sea a tu lado.
Detrás de ti, escuchas los susurros rápidos de Kotonami-san y Yashiro. Pones los ojos en blanco. Algunas cosas no cambian nunca…
Ahora la ves a diario. Hablas con ella, ríes con ella. Eres feliz. No puedes evitar sonreír.
Hasta que la oscuridad de tu personaje empieza a alcanzarte.
Las pesadillas vuelven, fuertes, despiadadas y brutales… Te despiertas ahogado en sudor, mirándote las manos, casi esperando ver la sangre ajena en tus puños. Entonces decides no volver a dormir. No quieres.
Pero cada noche te despiertas con la angustia atenazándote la garganta, porque ves al monstruo que fuiste, siempre sediento de sangre, siempre queriendo venganza por los insultos, reales o imaginarios, da igual. Porque una parte de ti disfrutaba con la sensación de control sobre el otro, de jugar con él como un gato con su presa, sabiendo que al final no podrá escapar de ti. No… Nunca escapaban… Y nunca intactos…
Tus ojeras empiezan a comentarse en LME. Lory te llama a capítulo y te repite por enésima vez que nunca debiste haber aceptado ese papel. Porque despertaría en ti ecos del pasado y haría que volvieran a sangrar tus heridas. Tú lo sabes, es cierto, pero si no te enfrentas al pasado ¿cómo saber si lo has superado?
Pero una noche ya no puedes más... A las tres de la madrugada, con el móvil en la mano, escribes dos simples palabras. "¿Estás despierta?". Dos minutos eternos después, llega una respuesta. "Ahora sí". Te quedas mirando el teléfono, incapaz de creer lo que has hecho. La has despertado. No eres nadie para estarla molestando a esas horas. Pero lo has hecho. Estás pensando en mil formas absurdas de disculparte cuando llega otro mensaje. "¿Pesadillas?". Tus dedos responden rápidos, "Sí". Y luego el silencio. Ya no hay más mensajes. Un rato después, cuando estás pensando en recurrir al whisky para que te ayude a dormir, suena el timbre de tu puerta.
Y al abrir la ves. Kyoko, en tu puerta, con el rostro cuajado de sueño. Lleva un pantalón de chándal y un abrigo sobre la camisa del pijama. Sin palabras, te haces a un lado y ella entra. Va directamente al salón. Tú aún no te crees que esté aquí, en el mismo sitio del que hace un año se fue encolerizada.
Está sentada en el suelo delante de tu inmensa colección de cine. Se gira, te mira y dice "¿Por qué tienes puestas las lentillas tan tarde?". Te las quitas. Al volver, ella le sonríe a tus ojos verdes. Los ojos de Corn. Sigue buscando entre tu colección de cine. Tú te sientas en el sillón y solo la miras. Ella saca un estuche, "¿Box-R? ¿La edición especial?", pregunta incrédula. "Sí. Tengo todos tus trabajos…". Ella sonríe aún más… "Como era de esperar de un buen senpai…". Y tú sonríes, aunque no quieras, solo porque ella aún te reconoce como algo en su vida.
Tientas tu suerte y le preguntas, "¿Por qué estás aquí?". De nuevo se gira, te mira, sus ojos dorados fijos en los verdes tuyos. Tú contienes el aliento, como el que espera sentencia ante su juez. "No podía odiarte para siempre", te dice. Y tú por fin respiras. No te odia. Ya no te odia. Se decide por el dorama de Sagara Kyoshiro, protagonizado por Otou-san, su padre y el tuyo, de sus tiempos como Hozu Shuuhei, antes de recuperar su nombre real.
Se sienta junto a ti en el sillón y le da al play. Comienza el capítulo.
No te odia. Ya no te odia.
A los tres minutos estás dormido.
Cuando te despiertas, estás solo, aunque puedes ver que te ha dejado la cafetera preparada y una sopa ligera de miso. Sonríes. No lo puedes evitar.
Ella sigue viniendo cada noche, ya tarde. Hablan un rato de cualquier cosa, o simplemente ponen algo en la tele, hasta que te duermes en el sillón. Y entonces se va. Nunca le preguntas qué opina su novio de sus salidas nocturnas. Nunca le preguntas por qué sigue viniendo noche tras noche. Prefieres seguir pensando que es porque significas algo para ella en vez de pensar que lo hace por lástima. Solo quieres disfrutar de estar junto a ella. Lo demás, francamente, te da igual.
Una noche empiezan a llamarse por sus nombres de pila. Tú no cabes en ti de gozo, porque sabes que eso significa que te ha perdonado y has recuperado su confianza. Pero no te puedes estar calladito y vas más allá. "Kyoko…", y te recreas al decir su nombre, "¿Puedo pedirte un favor?", "Hum… Sí, claro…", te responde. Tomas aire y lo dices: "Cuando estemos a solas, ¿podrías llamarme Kuon?". Ella abre los ojos en sorpresa, "¿Kuon? ¿Estás seguro?". Y tú, "Sí. Estoy intentando hacer las paces con mi pasado, y debo asumir quién soy hoy y quién fui, al menos ante una persona". Ella te sonríe y te dice, "Muy bien, Kuon", y jamás te has sentido mejor por ser Kuon.
Y llega el día de tu primer beso con tu 'mujer'. Oh, habrá más besos en esta película. Pero este es el primero…
Tú estás nervioso. Muy nervioso. Las mariposas en tu estómago baten incesantes sus alas. Es un beso de ficción. Lo sabes. No es real. Pero es Kyoko. Vas a besar a Kyoko. Tu Kyoko…
Empieza la escena. Están en sus marcas. Dicen sus frases, te acercas a ella y la besas, y tus labios sobre los suyos se mueven como si no quisieran irse. Un airado "¡Corten!" te trae de vuelta al mundo real. Un NG al beso… ¡Un NG! El director, de mal humor ese día, te dice, "Demasiado intenso, Tsuruga-san. Has de ser más frío, como si ella no te importara nada…". ¿De veras? Besar a Kyoko y ser frío... No, esas dos ideas son incompatibles. Besar fríamente a Kyoko es imposible para ti. No puedes. Pero debes. Actúas. Y la besas otra vez. El director lo da por bueno. Cuando te despides de ella para ir a tu camerino, la miras. No hay rubores en Kyoko. Ni nervios, ni te desvía la mirada. Su voz es firme. Y en tu camerino, mientras Yashiro te cuenta compromisos que no estás escuchando, tú solo piensas que los besos ya no la ponen nerviosa. Porque ya habrá besado mil veces. A su novio…
Un día cualquiera llegas al plató y ves un revuelo de chicas soltando grititos excitados y dando saltitos de entusiasmo. En medio de esa turbamulta distingues a Kyoko justo en el centro. Frunces el ceño. Intuyes lo que pasa. Lo sabes. Era solo cuestión de tiempo. Sí, lo sabes. Preparas tu mejor sonrisa de Tsuruga Ren, la que tanto has ensayado frente al espejo. Aunque eres perfectamente consciente de que Kyoko reconoce la falsedad de tu sonrisa de plástico. Según te acercas, vas oyendo a las muchachas. "¿Y para cuándo es la boda?", "¡Qué anillo más bonito!", "¡Te casas!", y varios "Oooh" y "Aaaah" que te revuelven las tripas. Te obligas a buscar la voz. Al final has llegado ante ella, y lo dices, aunque por dentro te sangre el pecho. Sí, lo dices. "Felicidades, Kyoko-san". Ella te sonríe, feliz, al responderte, "Muchas gracias, Ren-san". "¿Y para cuándo el feliz evento?". "En cuatro meses". "¿Tan pronto?". "Sí, por cuestiones de agendas, más que nada. Aunque yo hubiera preferido esperar un poco más".
Te alegras por ella. Lo sientes por ti. Quieres que sea feliz. Quieres que sea feliz contigo… No, eso no… Ya no te sigues engañando. Al final de todo, y por encima de todo, quieres que ella sea feliz, aunque no sea contigo.
Pero ella sigue viniendo cada noche.
Una de esas noches, cuando al rodaje le quedan pocos días para terminar, ella entra rezongando y refunfuñando algo que tiene que ver con la boda. No le entiendes apenas, pero captas las palabras "occidental" y "tradicional". Con mucha paciencia, le vas sonsacando la historia. Resulta que ella quería una boda tradicional japonesa. Ella soñaba con cruzar el atrio del templo con su tocado ceremonial, luciendo el virginal kimono blanco, en procesión con sus seres queridos, el Taisho y la Okami-san, tras ella, hasta llegar al altar donde la esperaría su futuro esposo. Y después, ya casada, vestir el hermoso uchikake, el kimono de recién casada, rojo para la buena suerte, estampado de mil flores. "Pero nooo… tenía que ser una boda occidental, porque su mánager quiere proyectar su imagen de chico moderno al mercado internacional del sudeste asiático", dice ella con furia. "Kuon, ¡es mi boda y no tengo ni voz ni voto!". Tú solo puedes consolarla.
El rodaje termina, y ella ya no viene por las noches, pero gracias a Dios, se siguen viendo. Toman un té, meriendan en algún sitio, alguna vez van a cenar. Sales más con ella ahora que cuando estaba soltera y sin compromiso.
Llevas días reuniendo valor para decirle que te vas. Que huyes de ella. Aunque claro, esas no son las palabras que dirás. Le dirás que te ha surgido una oportunidad magnífica para trabajar en Corea, por un año, para dos doramas y tres películas, más varias campañas de modelaje. Sí, algo así le dirás. No le dices que es porque su felicidad te duele. No, eso no…
A ella se le llenan los ojos de lágrimas. Eres un inútil, Kuon. La has hecho llorar. "Todos se van. Todos me dejan…". Y tú, estúpido de ti, te das cuentas de que te ha puesto en el mismo saco que la fría de su madre y el imbécil del Shotaro. "No", la corriges. "No te dejo, Kyoko. Es solo trabajo, volveré. Además, puedes llamarme cuando quieras". Y sigues, "Kyoko, yo nunca podría dejarte… No llores, por favor…". Ella entierra la cara contra tu pecho, sollozando, "Un año pasará rápido", le dices. La abrazas. Aunque tú sabes, por experiencia propia, que los días sin ella se eternizan interminables. "¿Lo prometes?", te pregunta. "Lo prometo. Nunca te dejaré". Y tú sabes que es verdad. Nunca la dejarás.
Tu vuelo para Corea sale la misma noche del día en el que se casa el amor de tu vida. La felicitarás, le desearás prosperidad y buena fortuna en su matrimonio, porque eso es lo que debes hacer por ella. Tienes un año para aprender a volver a vivir sin ella. Pero sabes que es inútil. La buscarás en cuanto regreses porque la necesitas para seguir cuerdo. Compartirás sus alegrías y sus penas, la acompañarás a cada paso del camino, te alegrarás por sus triunfos, jugarás con sus hijos… Serás el amigo leal que nunca falla. La verás casarse con otro…
Dos días antes de la boda y de tu viaje, viene por sorpresa a tu apartamento. Entra lanzando sapos y culebras por la boca… Ignorando tu propia seguridad, te acercas a ella. Esperas. Cuando esté lista te lo contará.
- Ya han decidido dónde viviremos. En el centro de Tokio. Mi opinión no importa.
- ¿Y Hikaru?
- Agh, Hikaru es adorable, un encanto... Pero no mueve un dedo por mí.
Tú callas.
- No lo aguanto más, Kuon… Entre su familia y su mánager me tienen planificada toda mi vida, cuándo casarme, dónde vivir, cuándo empezar a tener hijos… Por Dios, ¡si hasta están acosando a mi mánager sobre qué papeles debo escoger! Porque no quieren que mis personajes influyan negativamente en su popularidad, es lo que me dicen. ¿Y sabes qué es lo peor? ¿Lo peor de todo? Que nadie me ha preguntado nada a mí. Ni una sola vez. No existo. Como si yo no fuera más que un factor en su carrera, una cosa, y no su futura esposa.
- ¿Y tú qué quieres?
- Yo quiero una casa con jardín, árboles y flores. Quiero tener hijos cuando vengan, sin tener que mirar una agenda. Quiero elegir papeles que me supongan un desafío. Quiero sentirme orgullosa de mí misma… Quiero un marido que me apoye y al que apoyar… ¿Tan difícil es eso?
- ¿No le quieres?
- Hmm… No… A ver, no te confundas… Claro que lo estimo. Le tengo mucho cariño, de hecho…, sí, se podría decir que le quiero.
- ¿Pero no lo amas?
- No.
- ¿Y por qué te casas con él?
- Porque nadie más querrá…
No puedes creer lo que oyes. No puedes creer lo que ha dicho. No puedes creer lo que sale de tu boca.
- Yo te quiero…
- Sí, Ren, ya sé que me aprecias. Yo a ti también. Pero tú no te casarías conmigo.
- Ahora mismo si quisieras.
Y ella se queda de repente quieta, como congelada, intentando saber si hablas en serio o no. Tú sigues hablando.
- Kyoko, yo te he querido siempre. Te amo.
Ella reacciona y te mira.
- ¿Me amas?
- Sí.
- ¿Y por qué me sueltas ahora una bomba así? ¡Dos días antes de casarme! ¡Dos días antes de irte por una eternidad!
Tú te encoges de hombros, en ese gesto que ella tanto aborrece.
- Quería decírtelo al menos una vez.
Ella se fue, sin estar segura siquiera de cómo reaccionar. Tú te sientes extrañamente liberado, porque le has revelado tu último secreto. No va a cambiar nada, pero al menos se lo has dicho. Al menos una vez le has dicho que la amas…
La mañana de la boda, mientras Kyoko se está casando, decides seguir haciendo y deshaciendo las maletas para no pensar en ella. Yashiro vendrá a buscarte a la tarde para acompañarte al aeropuerto. El día antes le dijiste que no ibas a asistir a la boda. Cuando te preguntó por qué, le dijiste la verdad. "No pienso quedarme para verla casarse con alguien a quien no quiere. No será feliz".
No, no quieres verla condenarse a un matrimonio sin amor. Si ella le amase, irías con gusto, solo por verla feliz, por verla compartir su alegría. Pero sabiendo lo que sabes ahora… No… No acabará bien.
Suena el timbre y piensas que Yashiro llega muy pronto. Debería estar en el banquete nupcial.
Pero no es Yashiro.
Tu boca se abre, de estupor, sin poder creer lo que estás viendo.
Kyoko, vestida de novia, ante tu puerta.
Antes de poder reaccionar, entra como una exhalación blanca de seda y organdí, y te habla.
- Yo era el pollo.
- ¿Eh?
- Me acabo de dar cuenta…
- ¿Cómo?
- Me acabo de dar cuenta, Kuon… Yo no sabía que era yo… La chica de secundaria de la que te enamoraste. La chica de la que me hablaste. Bueno, a mí no, al pollo… Kuon… Yo… yo no sabía que me querías hasta hace dos días…
No te lo puedes creer…
- ¿No te has casado?
- No.
No se ha casado.
Está aquí, contigo…
Ella era el pollo…
Increíble.
Y te empiezas a reír… porque todo esto es de risa… Kyoko, tan ciega como siempre… Ella se te queda mirando como si te hubieran salido dos cabezas, hasta que se da cuenta de lo que acaba de decir y se empieza a reír contigo.
Están los dos, doblados sobre sí mismos, partidos de risa. En algún momento, cuando las risas van cesando, tú tomas sus manos en las tuyas y lo vuelves a preguntar.
- ¿No te has casado?
- No.
Y es entonces cuando sabes cuál será tu futuro.
Los meses pasan y tropecientos vuelos a/desde Corea más tarde, le pides que se case contigo.
Y un día de verano, tres años después de aquella terrible noche en que la perdiste, la ves atravesar el atrio del templo, con la mirada baja, hermosa, y alzar la vista justo cuando llega a tu lado en el altar. Esos ojos dorados que tanto amas.
