Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a S.M, sólo la trama es mía.

Summary: Bella es una negada para los deportes, por lo que la asignatura de Educación Física la tiene en la cuerda floja. Por eso, habla con el entrenador Clapp para que le asigne un tutor, el cual es Emmett Cullen; uno de los hermanos más codiciados del instituto.

Capítulo 1

Bella's Pov.

Se acercaban las vacaciones de verano y yo no hacía otra cosa que estudiar. Eso no es un gran problema para mí, pues a penas tengo amistades que valgan la pena, lo que se traduce a «no tengo vida social». O al menos eso diría la mayoría de la gente de mi instituto. En Forks, no tener vida social ni un Facebook y estudiar era sinónimo de nerd o de ratón de biblioteca. A mí, sinceramente, me daba igual. No tenía amistades ya que la mayoría de las «amistades» de aquí eran de un mes o apenas superaba una semana. Yo buscaba una relación más permanente con una chica de mi edad, que le contase mis problemas y saber que no lo divulgaría por ahí. Ángela era la niña más buena, bondadosa y honesta que te podías encontrar, por eso me encontraba con ella en estos momentos. Ella era como yo; sólo le importaba salir de Forks y tener un futuro asegurado mediante una carrera, sin importar lo que digan de ti en el presente.

―¿Cómo te ha ido con el examen de matemáticas? ―Me preguntó mientras le pegaba un mordisco a su manzana.

―La verdad es que bastante bien. La profesora ha dicho que para mañana tendrá los exámenes corregidos ―Sonreí y me ajusté las gafas sobre mi nariz.

Mi estilo de vestir no era como el de todas las adolescentes normales; es decir, no me ponía vestidos ni premeditaba la ropa que me iba a poner al día siguiente. Simplemente cogía lo primero que encontraba en mi armario; como ese día. Llevaba unos vaqueros y una blusa bastante holgada color beis, acompañada de mis Converses, mis gafas y una coleta que dejaba claro que me la había hecho con bulla. Sí, llevaba gafas y eso para mucha gente puede ser un trauma, pero para mí era todo lo contrario; me sentía segura con ellas. Tenía un problema llamado miopía, patente en la gran mayoría de los adolescentes, niños y en general en todas las edades. Para acrecentarlo, también tenía hipermetropía y astigmatismo. Sólo me faltaba ser ciega. Mis gafas podían ser anticuadas o muy grandes para la mayoría de las personas; eran redondas y me ocupaba la gran mayoría de la cara, eran negras y las patillas eran de pasta y finas.

―¿Y tú cómo las llevas? ―Le pregunté, dando un sorbo a mi refresco.

―Fatal ―Contestó.

―Venga, Áng, pero si luego sacas la mejor nota de la clase ―Repliqué rodando mis ojos.

―Ese puesto te vas más a ti; a mí me dejas con mi Lengua y todos contentos ―Hurgó en su mochila hasta sacar su libro de Física.

―¿No has podido estudiar nada? ―Inquirí, pensando en sus hermanos gemelos de un año de edad.

―Nada es mucho ―Rió con amargura. Apoyó su codo en la mesa y reposó su cabeza en la mano―. Ayer por la tarde estuvieron mis primos, ya sabes lo que tienen seis, ocho y diez años y no veas la que se lió en mi casa. Nada más que le daban juego a mis hermanos y llantos por aquí, risas por allí, «mamá, fulanito no me deja tranquilo» y cosas por el estilo ―Hizo un gesto con su boca quitándole importancia. Ángela te podía contar la peor cosa de las peores en el mundo, pero con cierto humor en ellas y eso me agradaba―. Luego cuando se fueron ya cenados, volví a intentar estudiar pero los peques no se quedaban dormidos y cuando lo hacían, a los cinco minutos se despertaban armando revuelo.

―Qué caos, ¿no? Ya sabes que mi casa tiene las puertas abiertas siempre que quieras estudiar allí. Es un lugar tranquilo en el que apenas nadie habita.

A veces me daba la impresión que vivía sola. Mi padre se iba a trabajar por la mañana muy temprano a la comisaría y no volvía para la hora de cenar, veía un rato la televisión y se iba a dormir. Mi madre, por otro lado, estaba tomando paella por España, en su segunda luna de miel con su nuevo marido, viajando lo que no había viajado nunca en su vida.

Ella y mi padre se habían divorciado cuando yo era muy pequeña, creo que apenas tenía un año. Mi madre no soportaba estar encerrada en un pueblo en el que siempre llovía y mi padre no se quería ir de allí, alegando que todos sus recuerdos de la infancia y de sus padres se encontraban de allí y si se iba, perdería una parte muy importante para él en su vida. Por lo que decidieron divorciarse. Mi madre me llevó con ella y veía regularmente a mi padre; si no venía él a Phoenix, venía yo a Forks y así sucesivamente hasta que ella se volvió a casar con Phil y yo decidí dejarles un poquito de espacio a los dos, para que pudieran viajar sin intentar persuadirme de ir con ellos o preocuparse con dejarme sola en casa cuando no quería ir con ellos. Así que hice la maleta y me vine a Forks con mi padre.

―Ya lo sé, pero tampoco quiero abusar de tu bondad. Así que ahora mismo me voy a la biblioteca a estudiar ―Cerró el libro con rudeza y lo echó de nuevo en su mochila―. Oh, Tanya viene ahí…

―Me es indiferente. Vendrá otra vez con friki, nerd y ratón de biblioteca. No te preocupes, Áng ―Le contesté, haciendo un gesto con mi mano quitándole importancia.

―Pues suerte. Nos vemos luego en Lengua ―Y se fue. Yo cogí su bandeja y la mía y fui a tirar la comida a uno de los contenedores de basura. Estaba dando la media vuelta para irme a un lugar más tranquilo donde poder leer, cuando Tanya me interceptó.

―Hola, friki.

Tanya era la chica modelo a la que todos idolatran y es como una diosa que se siente indefensa cuando ven a una chica más guapa que ella. Era alta ―aunque comparado conmigo todo el mundo era alto―, de un metro ochenta, más o menos. Nada que hacer frente a mi metro sesenta. Tenía el pelo largo, rubio y con destellos rojizos, según la iluminación, dándole un tono incluso dulce. Sus ojos eran fríos, superiores y de un azul que echaban chispas cuando le contestabas una cosa que ella no quería escuchar. Tenía, la mayoría de las veces o al menos conmigo, muy mal genio, pero cuando se trata de chicos, es la persona más dulce, sensible y seductora sobre todo Estados Unidos. Le subían el ego cuando veía a los chicos babeando por ella y haciendo todo lo posible para llevarla a la cama. ¿Una cita en el cine? ¿Para qué cuando en su casa casi nunca hay nadie y tiene una cama grande y fría implorando ser calentada?

No le contesté y seguí mi camino.

―Ya veo que ni educación tienes ―Pinchó.

―Si tanta indiferencia te doy, ni si quiera me saludarías, tal y como hago yo contigo, bonita. Y si algo tengo, es educación ―Un coro del típico «Oh, lo que le ha dicho» inundó la cafetería. Yo la dejé con la palabra en la boca y con una sonrisa dibujada en mis labios.

Dejé que mis pies me dirigieran hacia algún lugar mientras yo iba distraída pensando en otras cosas. En mis cosas. Por ejemplo en que a Tanya le había salido una nueva rival llamada Rosalie Hale. Ella sí que era una rubia despampanante y tan sólo con echarle una mirada, mi autoestima bajó al menos cien. Tenía el cabello de un color rubio intenso, parecido a un tipo de dorado fundido y llegaba a ser hipnotizante. Sus ojos eran más claros y más agradables de mirar que con Tanya. Tenía unas piernas por las que todas las chicas morirían por tener y mucho más por la ropa que llevaba; siempre de marca, el delirio de todas las chicas de Forks excepto dos de ellas. No había cruzado palabra con ella, pues estaba en segundo de bachiller mientras que yo estaba en primero. Llevaba poco tiempo viviendo en Forks, unos cuatro meses y ya se rumoreaba que tenía un pretendiente fijo, pero mis oídos de «nerd» no llegaban a tanto para saber de quién se trataba. Era una estudiante diez, lo que Tanya no era; otra cosa por la que sentir furia hacia Rosalie. Las miradas se dirigían a Rosalie en vez de a ella y eso la envenenaba y carcomía por dentro. Le estaban dando de su propia medicina.

Como estábamos próximos a las vacaciones de verano y solamente quedaba un mes y medio, todos los profesores se habían puesto de acuerdo para poner todos los exámenes al mismo tiempo. Ya seguía manteniendo mis notas, con alguna que otra subida y otra bajada. Todas eran sobresalientes y lo más insospechado es que no me costaba nada estudiar y sacar buenas notas. Eso a mucha gente le cuesta y sacar un cinco es como un nueve para mí. Según mis «compañeros» de clase, no estudio y les hago la pelota a los profesores para que me pongan buena nota. Pero yo no intercambiaba más que unas palabras con los profesores, sólo cuando ellos se dirigían a mí o me felicitaban por la mejor nota de la clase. Ángela me decía que sólo tenían envidia y nada más. Sin embargo, la que tenía envidia era yo de ellos.

A todo el mundo le resulta extremadamente fácil la asignatura de Educación física que incluso no hacen nada y se llevan un notable por eso o por golpear una pelota. Para mí, eso no era posible; cada vez que intentaba golpear la pelota, me caía; jugando al baloncesto, me hago un esguince en una muñeca; a las dos semanas, recién quitada la otra escayola, una nueva escayola para la muñeca opuesta. Y bueno, si no eran las muñecas, eran los tobillos, las rodillas, los dedos e incluso el cuello. Y para darle más emoción, tengo asma. Según mis días, si corro mucho me entra el asma por lo que intento no sobre esforzarme, pero hay días en los que no puedo andar a paso rápido. Sí, miope y asmática. Todo lo tengo yo. Y lo más gracioso de todo, el profesor se cree que me invento los esguinces y que no tengo asma. Es fantástico, ¿verdad? Así es mi vida.

El entrenador Clapp se creía que yo me tomaba a pitorreo su clase, mientras que las demás no. Todos los profesores, cuando se reunían para evaluar a los alumnos, hablaban muy bien de mí, y según mi tutor eso enfurecía al entrenador. Le comenté a mi tutor mi problema y me dijo que se encargaría personalmente de hablar con él y dejar las cosas claras. Eso fue a principios de trimestre, es decir en Septiembre. A día de hoy, a principios de Mayo, estoy esperando a que me crea. Mi padre vino a hablar con él, pero Clapp se hizo el remolón y dejó a mi padre plantado en la silla de conserjería. Guay, ¿eh?

Mi problema de asma sólo lo sabían mi tutor, Ángela, el entrenador Clapp ―aunque no se lo creyese― y por supuesto mis padres. ¿De qué les servía a los demás tener esa información? De nada. En clases, cuando veía que me iba a dar un ataque, me dirigía al entrenador y le pedía ir al baño a ponerme los aerosoles. Con una mirada de desaprobación, no le quedaba de otra que dejarme ir.

Cuando mis pies decidieron parar, me encontraba en la canchas del instituto. Éste tenía un gimnasio donde siempre dábamos las clases de educación física y donde se encontraban la cancha de baloncesto. Afuera, en el exterior, al contrario de las de baloncesto, estaban las pistas de fútbol y de balonmano y una de tenis. El gimnasio era el típico lugar americano de película americana donde siempre se disputa la gran final de las competiciones de baloncesto. En toda la extensión de la pared izquierda, había una gran grada y en frente estaba la puerta que daba al exterior y el cuarto del entrenador Clapp donde guardaba las pelotas, colchonetas y cosas como esas.

En aquél lugar casi nunca había nadie en la hora del almuerzo y me relajaba más allí que en la biblioteca. No me preguntéis por qué, simplemente me puedo concentrar más y pensar con mucha más claridad. Pero al parecer, ese día no era el lugar más adecuado en el cual poder repasar.

Los Cullen y los Hale ―Rosalie tenía un mellizo llamado Jasper― se hallaban allí, en una especie de picnic privado. Sobre el suelo de la cancha había varias bandejas con comida de la cafetería y con una chica y dos chicas y un chico sobre ella. La primera chica era baja de estatura, con un cabello azabache disparado en diversas direcciones. La otra chica era alta y su cabello era como el oro derretido, que era Rosalie. El chico estaba frente a las puertas de entradas y divisé unos ojos azules profundos y pacíficos; también era muy alto, y tenía el mismo color de cabello que Rosalie. No me hizo falta nada más para identificar a la otra chica; era Alice Cullen. Siempre andaba de un lado para otro con los Hale y con sus otros dos hermanos. Una cosa era segura y eso sí que lo sabía con certeza, y era que Alice Cullen y Jasper Hale ―El mellizo de Rosalie, el chico de ojos pacíficos― se gustaban mutuamente, aunque no había nada oficial.

Los otros dos hermanos, que no recuerdo sus nombres ―aunque fueran ultra mega súper populares (léelo con voz pija, por favor)―, estaban jugando a tirar a la canasta que daba a la puerta por la que yo había entrado. El más hombretón daba la sensación de ser un chico malo, con esa espalda fornida y esos músculos que parecían surrealistas. Le estaba sonriendo al otro chico y al hacerlo, se le crearon unos hoyuelos que mandaron a la otra parte del mundo esa fachada de chico malo. Su pelo era negro, como el de Alice, y los ojos eran de un azul grisáceo. Si Rosalie me parecía alta, con este chico ya ni te digo. Le pasó el balón al otro chico que la recibió con una sonrisa. Éste era todo lo contrario a su hermano; era un poco menos alto, pero para mí seguía siendo inmenso y tenía el cabello de un extraño color cobre, con destellos rubios. No sabía cómo describirlo a la perfección, pero estaba revuelto. Sus ojos eran de un verde esmeralda que nunca había visto.

Y con un sonoro «Clic» la puerta se cerró tras de mí, causando que las risas de los dos chicos y la conversación de los otros tres del picnic parasen en seco y sus miradas se fijasen en mí. Yo, muerta de vergüenza y dirigida por mi timidez, salí por donde había vuelto con el corazón revoloteando a causa de las miradas de cinco chicos con los que no has hablado nada. Seguro que ahora me estaría criticando algo sobre mí, eso estaba fijo. En este pueblo nada más que hay superficiales. Pero yo vivo en mi mundo, lleno de libros, estudios y un futuro majestuoso. Como dirían algunas personas, vivo en mi mundo yupi, pero soy feliz así, y así se quedará Bella Swan.

Llegando a la puerta de mi próxima clase, alguien se chocó conmigo, haciendo que yo cayese de culo. Gracias a Dios, a las gafas no le habían pasado nada; el golpe se lo había llevado mi hueso cuqui. Esto me sucedía la mayoría de las veces y acto seguido se reían de mi torpeza o de mí, pero yo seguía con la cabeza alta y una mirada desafiante. Esa vez no iba a ser la excepción, así que mientras cogía mi mochila que había caído a mi lado, esperé a las risas; sin embargo, éstas no llegaron. Ignorando una mano nívea que estaba tendida hacia mí, me levanté; seguro que cuando hubiese cogido la mano me hubieran tirado de nuevo, y no tenía ganas de una segunda humillación.

―Lo siento, ¿te encuentras bien? ―Una voz suave, como de campanillas, llegó hasta mis oídos, sobresaltándome. Levanté la vista y no podía creer lo que veía; Rosalie Hale ―supuestamente la reina del hielo de lo fría que era―, era la que me tendía la mano.

―Sí, sí, no te preocupes ―Me ajusté las gafas, le di una sonrisa tímida y entré directa a mi próxima clase. Al llegar, me senté junto a Ángela―. No te lo vas a creer ―Le dije nada más llegar.

―Ya ni hola, eh ―Fue la contestación de ésta sin despegar la vista del libro de Física―. En fin, ¿qué es lo que te ha pasado? Es muy difícil impresionarte ―Añadió, con el ceño fruncido.

―Verás, me he encontrado con los Cullen y con los Hale en el gimnasio. No sabes la vergüenza que me ha dado, por Dios; me quería morir en ese momento. Qué embarazoso ha sido. Nada más cerrarse la puerta, parecía que se hubiese parado todo y cinco pares de ojos me miraban fijamente como preguntándome «¿Quién eres tú para interrumpir nuestro picnic?» y he salido por patas de allí, antes de que me diera un síncope. Pero lo que me ha dejado así, ha sido que he chocado y…

―¿Otra vez, Bella? Te he dicho millones de veces que mires por dónde vas y deja de soñar despierta mientras caminas ―Me dio un golpe con su dedo índice en mi frente, riendo.

―Tonta, no es eso. Esta vez ha sido que he chocado con Rosalie Hale ―Susurré.

―¡¿Qué? ―Siguiendo mi ejemplo, gritó.

―Shh ―Chisté cuando las miradas de las personas que estaban en la clase se fijaron en nosotras―. ¿Los rumores que dicen que es una persona fría, peor que Tanya, son ciertos?

―Si se ha ganado el mote de «La reina del hielo» es por algo, ¿no? ―Alzó una ceja y me miró con expresión interrogante.

―¿Entonces cómo encajas que me haya tendido la mano, me haya pedido perdón y me haya preguntado si estaba bien? ―Cuestioné retóricamente. Ángela se descompuso, prácticamente.

―¿Eso es verdad? ―Musitó, parpadeando. Yo asentí―. Pues no tengo ni idea. A lo mejor no es tan fría como dicen y sólo es desagradable con quienes le caigan mal ―Argumentó.

―Así le tiene que caer de mal todo el instituto para que haya ganado ese mote.

―Tienes razón ―Asintió y volvió la vista al libro.

El profesor de Lengua entró en la clase y yo me sumergí en otro mundo, en el que me gustaba estar. Al cabo de una hora, mi clase favorita había concluido, dejando atrás un mundo en el que me gustaría vivir para siempre. Nos mandó leer un par de cosas, unos ejercicios y repasar para el examen de la semana que viene. Todos bufaron mientras que Ángela y yo teníamos una sonrisa de oreja a oreja. Recogimos nuestras cosas y salimos del aula. Ahora me tocaba Biología, mi segunda peor materia, la cual me tenía un odio excesivo. Educación Física y Biología me iban a llevar a la perdición y si no las aprobaba las dos, las llevaba claras para pasar a segundo de bachiller. Podría pasar, claro, pero las arrastraría a las dos durante todo el curso siguiente. Y tener pendiente cuatro para hacer la selectividad no entraba en mis deseos para el futuro.

―Oye, Áng, ¿Cómo estás con Ben? ―Al nombrarlo, se sonrojó fuertemente.

―Pues bien, aunque todavía no da el paso para pedírmelo oficialmente.

―No te preocupes, seguro que pronto lo hará. O si no, siempre te queda la posibilidad de dejar clara las cosas con él.

―Eso ni hablar; bastante corte me da estar con él como para pedirle eso. Entonces sí que me entraría un síncope ―Bufé ante su respuesta.

―Nos vemos en mi clase preferida ―Me despedí con sarcasmo. Ángela me guiñó un ojo y me enseñó sus pulgares.

Y así, entré en mi segunda peor pesadilla.

Me senté en el último lugar, como siempre y esperé a que el profesor llegase haciendo garabatos en una hoja limpia de mi cuaderno de Biología. Pensaba que sería otra clase aburrida de Biología por lo que pensé en lo maravilloso que sería tener cuatro horas al día Lengua y dos de Matemáticas. La vida sería tan fácil para mí; aunque claro, a mucha gente le resultaría agradable tener las seis horas diarias de Educación Física, así que mejor me callaba y dejaba las cosas tal y como estabas, haber si ahora iba a tener que aguantar al entrenador Clapp más de lo necesario y la verdad, es que no tenía muchas ganas.

―Bien, chicos, estoy viendo que muchos estáis flaqueando en último momento, y como soy un profesor majete, os voy a dejar que hagáis un trabajo de lo que queráis. Eso sí, eso obligatorio. Da igual de qué lo hagáis, mientras esté en el libro; el número de páginas es a partir de siete ―Las sonrisas de la gente no se hizo esperar. Y la mía tampoco―. Sin embargo, siempre hay un pero. Sé que estáis sentados con la persona que más os agrada o que os gusta o cosas por el estilo, así que durante la semana que viene, pondré una lista de las parejas que deberán hacer el trabajo juntos―Las quejas tampoco se hicieron esperar―. ¡Silencio! He hecho esto porque estoy viendo que algunos necesitáis ayuda, y como es mejor prevenir que curar, prefiero hacer esto a que suspenderos. ¿Bien? Ahora, abrid el libro por la página en la que nos quedamos ayer.

La hora que duraba la clase, se me hizo interminable. El profesor no paraba de charlar acerca de algo, lo cual mi mente no podía retener; sí, había desconectado en cuando dijo la primera palabra del texto del libro. Sabía que con prestar atención y después repasar en mi casa, sería pan comido aprobar el examen; sin embargo, me sucedía eso con las otras materias menos en Biología. No sabía por qué, y tampoco me iba a detener mucho tiempo a pensar la razón. Presentía que el trabajo me iba a servir de gran ayuda a la hora de subir mi nota.

Cuando la clase finalizó, no me sentía lo que se dice precisamente bien, por lo que recogí todas mis cosas con una gran habilidad desconocida en mí y salí pitando de la clase, yendo directamente a los servicios. Decidí tomarme mis aerosoles, pues tal y como había dicho el profesor, «más vale prevenir que curar». No tenía ganas de ver la cara irritada del entrenador Clapp diciéndome con renuencia que podía ir al servicio. Tampoco quería ver cómo mis compañeros se quedaban comentando que en cada clase de Educación Física iba al baño.

Entré precipitadamente en los vestuarios, una vez que me puse mis aerosoles y salí del cuarto de baño. Allí se encontraba Ángela, anudándose los cordones de sus deportivas. Por supuesto, había más chicas, pero no había ninguna Tanya por la cual preocuparse.

―Hey, Áng ―Saludé llegando a donde se encontraba ella.

―¿Cómo te ha ido con Biología? ―Preguntó, elevando una de sus cejas.

―El profesor nos ha puesto un trabajo para hacer y lo más gracioso es que hay que hacerlo en parejas y por lo que ha dicho, va a poner a los inteligentes con los que suspenden. O sea que…

―No tienes de qué preocuparte; no compartes esa clase con ninguna arpía, ni con ningún idolotrador de ella. Así que no tienes de qué preocuparte.

Suspiré y salimos a las canchas de baloncesto. Hoy no sabía lo que tendríamos que dar, pero no tenía ganas de tener una nueva escayola en mi tobillo o en mi pie. Lo último que me quedaba por hacer era santiguarme como lo hacían los jugadores de fútbol cuando saltan al campo para que nada malo le ocurriese. Sí, eso es lo que tendría que hacer. Aunque conociendo mi mala suerte, seguro que me seguirían ocurriendo cosas por el estilo.

―¿Te pondrás conmigo si hay que hacer algo de parejas, verdad? ―Me cercioré.

―Eso sobra hasta preguntarlo, Bella.

Continuamos nuestro camino hasta llegar a las gradas donde se congregaban todos los alumnos de primero y de segundo de bachiller. Sí, éramos dos clases de primero y dos de bachiller. Por lo visto, el entrenador Clapp tenía otro trabajo y para que pudiese trabajar en los dos al mismo tiempo, debían recortarle las horas en un instituto para así tener las horas exigidas por el gobierno. Así que dos cursos de primero estábamos aquí y también dos de segundo. Había otras dos clases de ambos cursos, que también se unificaban. Nos sentamos en la quinta fila, alejadas de todos los alumnos que se concentraban desde la primera hasta la tercera fila. El entrenador Clapp entró en el gimnasio causando que todos los presentes callasen. Empujaba un carrito con pelotas de baloncesto. Gemí. «Bien, hoy toca visita al hospital. Que se preparen los traumatólogos para otra visita de la inigualable Isabella Swan», pensé con sarcasmo. Mientras que yo pensaba en mi próximo esguince, choques de palmas, risas alegres y sonidos de aprobación rondaban por toda la sala.

―Bien, como ya habréis deducido, durante lo que queda de curso practicaremos baloncesto.

Y por si alguien no se había dado cuenta, lo aclaró. Creo que a este hombre no le funciona bien el cerebro. El caso es que hoy daríamos media clase de teoría y media clase de prácticas. La primera parte fue la mejor, pues sólo con estar un poco atenta, lo tendría bajo control, o al menos eso me decía yo para reconfortarme. El caso es que quería obtener toda la información posible para luego poder ponerla en práctica sobre la cancha. Sin embargo, por mucho que me autoengañara, sabía no haría nada con la pelota ―sin contar el esguince, claro― ahí abajo. La gran mayoría de profesores dicen que si ellos ven que te esfuerzas, eso te ayuda a subir tu nota media; pues ellos ven que a pesar de suspender, estás poniendo todo tu empeño en salir de ese pequeño bache en tus notas.

Pero este profesor era corto de mente.

―Y ahora, juntaros por parejas y que uno venga a por una pelota ―Y con esa frase, mi mundo en el cual prestaba la atención suficiente como para tener idea de qué hacer con uno de esos de ahí abajo, se fue.

Ángela se levantó a por él. Se lo agradecí interiormente. Ella sabía mejor que nadie que cuanto menos tiempo le viera la cara a ese intento de hombre, sería mucho mejor para él y para mí. Una vez que Ángela cogió uno cualquiera, bajé de las gradas y me uní a ella en la cancha. «Por Dios, que no tenga otro esguince». Los enfermeros y doctores de urgencias ya me reconocían y me llamaban por mi nombre de pila en vez de «Señorita Swan». Incluso se tomaban la libertad de hacer bromas conmigo mientras me enyesaban la parte del cuerpo que ese día requiriese de su atención. Si no pisaba el hospital tres veces al mes ―incluso cuatro―, no lo pisaba nunca.

El entrenador Clapp nos ordenó que nos pasáramos la pelota de la forma más básica que había, según la clase de teoría anterior. Recordé cómo el profesor había puesto sus manos y se la pasaba a un alumno de segundo. Parecía fácil. Le hice una señal a Ángela para que me la pasara y lo hice. La recibí bien, y eso ya fue todo un milagro para mí. Se la lancé de vuelta. Milagrosamente, hasta que el profesor no silbó con su silbato, no hubo ningún accidente por el cual lamentarse.

Asombrosamente, terminé la clase sin ninguna lesión que lamentar o que hiciera falta ir al hospital. Me sentía orgullosa de mí misma; el haber cogido una pelota y no romperme uno de mis dedos, era todo un éxito para mí.

―Oh, vaya, pero la nerd de turno hoy no ha salido lesionada ―La voz irritante de Tanya llegó hasta mis oídos, causando un escalofrío de lo tan chillona que era. Quería llamar la atención, y tanto ella como yo sabíamos que tenía toda la atención puesta sobre ella.

―¿Qué te he dicho hoy, Tanya? ―Le contesté, siguiendo mi camino―. Si tanto dices que me ignoras, ¿por qué no lo haces? ―Y con eso, me metí de nuevo en los vestuarios, dejando a Tanya, en medio del gimnasio echando humo y más con los comentarios que hacían todos. Volvían a ser los mismos de la cafetería, a fin de cuentas.

No me tomé la molestia en cambiarme de ropa, así que me despedí de Ángela y salí rumbo a mi casa. No tenía otro remedio que ir andando, a no ser que me llevase Ángela. Pero ella vivía en la otra punta del pueblo y no quería que se tomara las molestias de hacerla ir a mi casa para luego ir a la suya. No hoy, la verdad. Además, tenía a sus hermanos pequeños y su madre tenía que irse a trabajar, así que Ángela siempre tenía que ser puntual en eso de llegar a su casa cuanto antes. Me coloqué mis auriculares y seguí mi camino. La verdad es que no tenía mucho tirón desde el instituto hasta mi casa; quince minutos andando, menos en coche, como es lógico.

Cuando llegué, no había nadie, como siempre. Así que decidí hacerme una ensalada para almorzar algo y después me pondría a estudiar para el examen de Español que tenía mañana. Terminé y fregué el cuenco y el tenedor; luego, saqué el libro y me puse a repasar. Para mí, esto no era nada comparado con Educación Física; la mayoría de las veces, sólo con atender en clase, se me quedaba grabado a fuego en mi mente. Pero por si las dudas, repasaba y repetía los ejercicios que habíamos hecho de todo el tema. Sobre las siete y media, decidí dejarlo y empecé a preparar la cena para Charlie. Nada muy elaborado, unos filetes de pollo con algo de sofrito.

Estaba exhausta, así que cené, me tomé una ducha con agua caliente y me metí directa en la cama.


¡Hola!

Bien, bien; aquí vuelvo al ataque con una nueva historia. La verdad es que no sabía si subirla o no, pues últimamente no me he sentido realmente bien conmigo misma (paranoias mías xD), y como yo siempre estoy pensando en todo -a veces lo odio y termino enfadándome conmigo misma- he llegado a pensar en dejar de escribir. No sé por qué. Paranoias mías, lo que digo.

Pero ayer me dije: "¿Por qué no subirla? Quién no arriesga no gana." Así que aquí estoy.

Esto se me ha ocurrido durante las vacaciones y con una experiencia personal. Solo que yo la he exagerado un poco. El caso es que espero que os guste y me dejéis reviews para saber si continúo subiendo o no.

Robert Ashley Cullen Swan (:

¿Reviews? :)