Soy una mujer independiente, liberal, valiente, defensora de Madre tierra y vivo en el corazón del Amazonas. Mi vida no comienza en este lugar. Hace 15 años fui secuestrada en pleno corazón de Manhattan por una banda de mujeres sin escrúpulos que se dedicaban a robar niñas para reclutarlas a su "buena causa". Llegue sin norte ni sur, sin recuerdos que quisiera recordar. He sido educada para defender esta tierra con espada y con los dientes. El único norte que debía de tener en estos y en todos los momentos de mi vida era defender el corazón de la tierra. Yo y mis hermanas, así como nos hacíamos llamar, nacimos para luchar contra los hombres que querían destruir el único pulmón de la tierra que quedaba en esta era. Era mi único cometido en la tierra. Defenderla y no caminar a la vera del hombre. Tengo 25 primaveras y una vida por delante que sacrificar. Soy y seré una Amazona.

-Sin Paz-

Hacía ya 7 lunas llenas que no nos afrontábamos a ningún peligro en Madre Tierra. Todo estaba en paz. Desde la última batalla contra esos monstruos que se hacían llamar hombres que talaban los bosques de nuestra Gran Madre, apoderándose de todo aquello que creían suyo, nadie había osado entrar en nuestra tierra.

Las Amazonas, nos dedicábamos a cazar lo necesario para sobrevivir. Cuidábamos de los animales heridos por sus presas, de repoblar con plantas las zonas maltratadas por los hombres. Vivíamos en cabañas independientes alzadas en los arboles, hechas de caña y madera. Nos bañábamos en el rio y de él nos abastecíamos de agua para beber y cocinar. Todas vestíamos ropas hechas de piel de animales que fallecían en la misma selva, y cada una elegía la piel que quería vestir, eligiendo el animal con el que se identificaba. Nos apañábamos para coserlas con hilos de caña y para acomodárnosla a nuestros cuerpos.

Cada una de nosotras teníamos tareas diarias asignadas y yo y mi hermana Istar, éramos las encargadas de vigilar las fronteras de Madre Tierra. Realmente era la hermana que nunca tuve.

Todas las noches nos reuníamos junto la fogata para ponernos al día de todo peligro que nos acechaba, de los deberes pendientes de hacer. En consenso decidíamos, ya que no nos dirigía ninguna líder.

-Estamos todas?-preguntó Mar sonriente. Era una de las más antiguas Amazonas. Vestía con una toga hecha de piel de elefante y su pelo era de un rojo radiante que le llegaba a la altura de sus hombros.

-Creo que no…-señalo Istar con su mano en el aire haciendo una mueca de desesperación.

-Bellaluna!- gritaron a coro todas con un grado de cansancio en su voz.

- No entiendo porqué debemos esperarla, ya saben como es su alma!-reprochó Lila a todas las demás tocándose con sus dedos la flor que llevaba en su pelo trenzado y rubio hasta la cadera.

-Aunque sea más independiente de nosotras, es una Amazonas y debemos permanecer juntas siempre- dijo Esmeralda con su suave tono de voz. Era como una madre para Istar y para mi. Su pelo broncíneo, sus rasgos suaves y su alma irradiaban paz y amor en cada rincón. Era la Amazonas protectora de los animales y se encargaba de bendecirlos una vez que morían en manos de sus atacantes. Ella nos había enseñado como hacerlo a Istar y a mi.

-Hermanas! Siento haber llegado tarde, pero…-todas se sorprendieron de mi llegada silenciosa, apareciendo deslizándome de las lianas de una sequoia.

-Si, ya sabemos Bellaluna…-dijo Anaconda, con un tono afilado entre sus dientes.

-Estabas vigilando las fronteras!. Dijeron al unísono con tono cansado

Hice una mueca de inociencia, y me mordí mi labio inferior. En silencio me senté al lado de Istar, que me dedicó una sonrisa.

-Algún peligro nos acecha, Bellaluna?- preguntó seria Aire, las más antigua de las Amazonas, vistiendo una banda de plumas de cacatua en sus pechos y otra semejante como falda.

-De momento, ninguna, podemos descansar esta noche en paz.- dije con una sonrisa en mi rostro autocomplaciendome de lo bien que hacia mi cometido.

- Bien, ahora coman de lo que Madre Tierra nos ha ofrecido esta noche y oren por el alma de este animal.- añadió Mar.

Todas obedecimos a Mar, aunque entre nosotras no hubiera jerarquía, todas sabíamos que debíamos respetar a las mayores Amazonas, por su sabiduría que habían adquirido en todos estos años.

Acabamos de cenar, y todas nos disponíamos a partir a nuestras chozas, cuando la menuda Istar, me hizo señas para reunirnos en su choza. Entré en la suya, era más grande que la mía, decorada con plumas y con una hamaca hecha de lianas que usaba para dormir.

-Que te ocurre?- me preguntó con su mirada de preocupación, y su carita reluciente como una estrella.

-Nada, tengo sueño, me voy a dormir, no he parado de saltar entre árbol y árbol todo el día.-dije sin casi a penas fuerza en mi voz.

- No me mientas, sabes que puedo sentir lo que sientes solo con mirarte a los ojos, y tu últimamente estas triste hermana.- me reprocho con ternura.

La miré sorprendida. Cierto era que durante tres meses lunares había desaparecido por las noches a mi rincón intimo, que nadie conocía para pensar en la vida.

-Istar-me miró serenamente-nunca te has preguntado porque nosotras?

-Si- sabia a lo que me refería- y se que nos escogieron por nuestras almas.

-Ya. Pero hay muchas más almas allí fuera más valientes que nosotras.

-Ninguna alma es igual a otra…nosotras tenemos más que valentía.

- Istar… tengo ansias de vivir más. Tengo el corazón dormido. Pero no necesito otra guerra contra los hombres…mi alma es libre pero mi corazón ansía…

-No! No lo digas, ni lo pienses. Nosotras solo amamos a lo que nos rodea! Nuestro corazón pertenece a este lugar, Gran Madre Tierra, a nadie más. Ellos no saben amar.

Me levanté silenciosamente y caminé hacia la puerta con la mirada fija a una liana que colgaba de los árboles y que me haría llegar a mi cabaña.

-Buenas noches hermana. Que el sol nos alumbre por la mañana!-sin mirar atrás me lancé al vacio y entre mis manos y mis pies me colgué de la liana para poder llegar a mi choza.

Me senté en la alfombra de nenúfares que había hecho en el suelo de mi choza, mirando con los ojos cristalinos alrededor. Las paredes estaban decoradas con hojas en forma de estrella, y en todo lo ancho llacia una especie de cama hecha de piel de jaguar, regalo de mis 25 primaveras por Esmeralda.

Me levanté, porque no me apetecia encerrarme, y saltando hacia afuera me fui colgando de lianas para llegar hasta mi rincón. Ya no podía pensar más. Solo allí podía descansar mi mente, con el ruido de los animales, del viento entre las hojas de los árboles, de el croar de las ranas sentadas en los nenúfares del pequeño estanque, donde las libérulas azules volaban apaciguadamente acariciándote la piel. La luna llena.

Me dispuse a darme un baño, porque mi piel estaba pegajosa de todo el día a 37 grados a la sombra. Metí mis pies en el agua y sentí que mis pies me decían gracias por todo los kilómetros corridos durante todo el día. Me levanté y decidí quitarme mis ropas, una especie de top con una tira cogida al hombro, y una banda ancha que hacía de falda en mis piernas, la cual llegaba hasta la mitad de mis muslos, hecha de piel negrazualada de pantera. Deje primero mi arco y mis flechas hechas por mí, en la orilla, y cuando cogi con mis dedos el filo de mi falda, oí un extraño ruido. En silencio, recogí mis pertenencias y con el arco y una flecha ande hacia el sonido de las hojas. Casi en cuclillas agachada y caminando cerca del suelo, salté hacia el matorral, atrapando a mi presa entre mis piernas y apuntando en su corazón con la flecha.

Mi corazón se desvocó como el corazón de un puma perseguido por su atacante al ver lo que pretendía cazar. Me levanté rápidamente, aún apuntándole al corazón. No pestañeaba en ningún momento. Todo quedó en silencio. Ni los arboles, ni los animales, ni el agua del estanque…solo escuche el fuerte latir de un corazón…o eran dos?

Se quedó quieto y a los pocos segundos alzó ambos brazos a la altura de su cabeza. Nuestras miradas chocaron y pude ver en él el reflejo de la luna llena, mostrándome un intenso color verde en sus ojos. Fue la primera vez que había tenido a un hombre tan cerca y mi mano no dejo que lanzara la flecha. Se levantó muy despacio aún con los brazos en alto y sin dejar de mirarme a los ojos.

-No dispares, te lo ruego- dijo con una voz que fluia como ondas de agua en un estanque.

-Calla-dije sacando valentía en un instante, acercándome a él y rodeándolo aun apuntándole a su cuerpo. Le analicé sus ropas. Llevaba puesto unos pantalones largos verde bosque, y unas botas de montaña, y una camiseta de mangas de sisa blanca, arañada en el torso y sucia por completo, la cual dejaba ver su escultural pecho.

Cogí la flecha con una mano y la puse en su corazón, notando como vibraba entre mis manos por su estruendo latido en el corazón. Sin dejar de mirarlo a los ojos, empecé a cachearle en busca de alguna arma. Me puse de cuclillas ante el sin dejar de apuntarle ni de apartar mis ojos de sus ojos y encontré entre sus botas y su pantalón dos cuchillos y los tiré al suelo.

Me alcé ante su mirada y mis manos soltaron la flecha y fueron a su cabello. Toqué seda entre mis dedos y me sorprendí de su color bronce en ellos. Él me miraba con curiosidad cuando bajaba sus brazos al lado de su cuerpo muy quieto. Alzo una de ellas y se posó en mi mejilla cuando recorrió un rayo en todo mi cuerpo.

Me giré y me disponía a correr cuando él habló de nuevo.

-No quiero hacerte daño, no me dejes solo- parecía sincero. Me giré para verlo recorrer mi cuerpo con su mirar.

-Siento haberme entrometido en tu hora del baño, solo estaba buscando un lugar para pasar la noche- no entendía bien lo que hacía en aquel lugar inaccesible. Ni sus hermanas sabían dónde estaba…Mis hermanas! Amazonas! No…no podía matar a aquel hombre, su alma le decía que no, su corazón le decía que no, aunque ese era mi cometido.

-Lárgate por dónde has venido y no vuelvas o tendré que matarte- sonó rudo pero esa era la verdad.

-Y porque no lo has hecho ya?- le miré fijamente con los ojos muy abiertos.

Cogí mi flecha y mi arco y le apunté de nuevo, pero una libélula se poso en la punta de ella como si de una señal de la tierra se tratara. Baje el arma y me puse a caminar entre la frondosa selva dejándolo atrás. Este hombre era testarudo o no estaba dispuesto a vivir más porque en pocos segundo me estaba persiguiendo.

-No te vayas, siento haberte enfadado- gritaba sin aliento. Realmente no sabía lo que hacía, iba a despertar a Madre Tierra. Me giré y tropezó conmigo cayéndonos los dos, yo encima suyo.

Madre, suplico que me ayudes, porque nunca había estado en el cielo, y ahora encima de él es eso lo que se sentía, estar en el cielo cuando sabes que es tu propio infierno.

-No me sigas, ni chilles, aléjate o morirás- le dije despacio y calmada, aun sabiendo que estaba encima de él.

-No puedo, ni quiero- me rozó su aliento sabor canela.

-Si me sigues, tendré que matarte, si nos oyen, tendré que matarte, si no te vas y te descubren, tendré que matarte.

-Entonces…mátame.-me dijo despacio y cauteloso mirándome a los ojos. Me quedé sin palabras. Me embrujaba la luz de sus ojos. Sentí que me cogía con las dos manos de la cintura, donde no llevaba pieles y otro rayo me atravesó.

Me puse de pie, y le guié entre los arboles de nuevo hacia el estanque, el único lugar donde permanecería a salvo de todos y de todas. Me sentía en paz, sin peligro, como si hubiera encontrado a un cachorrito.

Me senté en la orilla y él me acompañó.

-Que buscas?-me miró sorprendido.

-A nadie-dijo rápidamente en un susurro.

-A nadie? Yo te he preguntado que buscas no a quien… no mientas, el ruido de tu corazón te delata.

-A mi madre.-lo miré desconcertada- fue secuestrada cuando yo nací y las pistas me han llegado hasta aquí.

-Vas a tener que pedir suerte a la Diosa Madre.-le dije sinceramente.

-Creo que ya me la ha dado- le mire curiosa- no me has matado.-me dijo con un tono dulce acariciando con su aliento canela mis mejillas.

-Al amanecer me iré, si no te mueves de este lugar no correrás peligro. Debo de explicarlo a mis hermanas.

-Sois más?- preguntó sorprendido y con ilusión en su mirada

-Crees que soy como Tarzán, y vivo con orangutanes?- dije irónicamente severa.

-Como podéis sobrevivir aquí?-parecía un niño de 4 años preguntando los por qué de todo.

-Pertenecemos a este lugar, es nuestra casa

-Bonita casa, aunque deberíais de domesticar algunos animales de compañía que andan sueltos- indicó con una sonrisa y con su dedo apuntando al rasguño de su pecho.

-No hemos invitado a nadie, normal que te ataquen si andas haciendo ruido como un elefante invadiendo su hogar-le mire de nuevo a los ojos y tuve que apartar mi mirada porque me dolía del mismo placer al verlos.

Toque con mis dedos el rasguño en un intento de apartar mis ojos de los suyos y se retorció del dolor.

-Como te lo has hecho?-pregunté con curiosidad

-Me atacó un puma, pero al ver que no hacía nada para defenderme de su ataque, estando estático y en silencio, se marchó, y me dejo con la marca de sus pezuñas en mi pecho. Un bonito recuerdo de tu hogar.-tenía sentido del humor, y sentía su valentía y su respeto en su alma.

-Déjame verlo- quería curarle, era como un animal inofensivo, necesitaba protegerle.

Inclinó la cabeza y me sonrió, dándome un sí como respuesta. Se quito la camiseta y no pude apartar mi mirada de su cuerpo. Estaba bien formado, era duro como la roca, su piel nívea resplandecía con la luna. Me acerque hasta su herida y la contemplé, toque con las yemas de mis dedos y de nuevo se apartó dejando un ssshhh en sus labios reprimiendo el dolor.

-Túmbate y no te muevas-y así lo hizo sin más que decir. De nuevo puse las piernas a los dos lados de las suyas y acerqué mi boca a su herida. Notaba sus ojos clavándose en mis labios. Le miré de nuevo y sin dejar de hacerlo empecé a lamer y a besar la herida.

Noté como se tensó su cuerpo creyendo que era de dolor, y su boca se entreabría temblorosa con cada caricia de mi lengua y mis labios. Su corazón y el mío estaban desbocados y sonaban acompasados. Era la única forma de sanar la herida.

-Por tu bien, no sigas- dijo entrecortadamente. Paré por un segundo pero volví hacerlo.

-Por favor…

-Es normal que te duela- le dije sin parar

- Ahora me duelen dos cosas- y fue cuando note un bulto entre sus piernas. Me aparté, porque nunca había visto a un hombre, aunque sabia como eran. Me ruboricé.

- Lo siento, yo …yo lo he hecho con todas mis buenas intenciones y…

-No lo sientas. Es la primera herida que me sanan de esa manera, y tu no sabías que podía pasar…ha sido…- se acerco lentamente a mis labios, peligrosamente, como puma a su presa y entonces mi instinto animal salió a la luz y me aparté.

Me puse en pie mirando a sus ojos, a sus labios, estaba volviéndome loca. Eran sus ojos los que me hipnotizaban, su cuerpo el que influía gravedad hacia mí, sin hacerme darme cuenta que estaba amaneciendo y ya solo se veía el lucero en el cielo.

-Ha llegado la hora, quédate aquí. No te muevas, haz que confíe por una vez en un hombre, solo te pido eso.

-No me iré a ninguna parte-dijo levantándose y cogiéndome de la mano, y otro rayo se cruzo en mi cuerpo verozmente. Levantó mi mano y la besó sin quitar los ojos de los mios- no tengo a donde ir…mmm…tu nombre…

-Bellaluna

-Bellaluna- dijo dulcemente- Bellaluna.- y ahora pensativo, aun cogiendo mi mano.

-Como debo de llamarte a ti? – pregunte curiosa e hipnotizada de nuevo por su mirada. O me iba rápidamente o iba a tener problemas con mi entereza.

-Edward.

-Edward-dije en un susurro y me aparte de él suavemente- volveré a por ti. Descansa hasta la noche.

-Hasta la noche? Puedo volverme loco…-dijo nervioso. Y me reí abalanzándome entre los árboles con una sonrisa en mi rostro y dirigiéndome a mi choza hipnotizada como si todo aquello hubiera sido un sueño.

Solo llegar me tumbé en mi camastro de piel de jaguar y comencé a soñar…