Esta historia se desarrolla 23 años después de los sucesos acontecidos en la Saga del Agente Perdido, en un "universo" donde la Saga de La Guerra Sangrienta de Los Mil Años nunca tuvo lugar.
El fic narra las aventuras y desventuras de Akito Kurosaki, el hijo de Rukia e Ichigo, así como de muchos otros personajes.
De más está decir que Bleach pertenece a Tite Kubo, y que únicamente algunos personajes presentes en este fic son propiedad exclusiva de mi enferma mente.
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My Living Legacy
Toso con fuerza, dejando que un estallido de sangre y saliva se escape de entre mis labios. Dirijo el dorso de mi mano derecha hacia mi boca, limpiando cualquier rastro de sangre que haya podido quedar en ella.
-¿Estás bien?-me pregunta una voz impregnada por la preocupación y el agotamiento.
Jadeo ligeramente, tratando de recuperar el aliento y dirijo mis ojos a la dueña de la voz.
Como tantas otras veces, me pierdo en sus ojos azules, profundos como el más vasto océano. Puedo ver sus emociones como si leyese un libro abierto: determinación, valentía, seguridad…
Pero debajo de todas esas emociones pugna por escapar una todavía más profunda, que consigue hacer estremecer la boca de mi estómago.
En sus ojos, el miedo está a punto de desbordarse.
Trato de dibujar una sonrisa para calmarla, para decirle que vamos a conseguirlo, que todo va a ir bien…
Para que no note que, en el fondo, yo estoy tan aterrado como ella.
(Karakura Town)
Yuzu Morisawa –Yuzu Kurosaki antes de casarse con Minase Morisawa- tarareaba distraídamente una conocida canción mientras iba de un lado a otro de la cocina.
Faltaban pocos minutos para que el reloj marcase las nueve de la noche, lo que significaba que su marido estaría a punto de llegar a casa después de un duro día de trabajo y Yuzu quería preparar una buena cena para reconfortarlo.
Pese a que Minase era un hombre abierto de mente y le había repetido en numerosas ocasiones que él también quería ocuparse de las labores del hogar Yuzu prefería ser ella la que administrase la vida doméstica. Sólo llevaban seis meses casados, y aún así la chica de veinticuatro años ya conocía lo suficientemente bien a su marido como para saber que cualquier tarea que dejase en sus manos podía acabar convirtiéndose en una catástrofe. Aún estaba fresco en su memoria el recuerdo del día en que había permitido que su marido se encargarse de la cena.
El resultado había sido una llamada urgente a los bomberos.
Yuzu soltó una risita al rememorar este hecho, negando ligeramente con la cabeza.
"Minase tiene mil cosas buenas, pero está claro que no es lo que se dice un manitas" se dijo a sí misma jocosamente. Su historia de amor había comenzado cuando la chica había cumplido los dieciocho años, momento en el que había conocido a Minase en la universidad de Tokyo (en la que, después de tres años Yuzu se había licenciado como maestra de jardín de infancia), enamorándose perdidamente de él casi al instante.
Corremos a través de las calles del Sereitei que solíamos conocer como las palmas de nuestras manos, calles que solían contener a montones de Shinigami yendo de un lado a otro, encargándose de las tareas que sus superiores les hubiesen encargado. Calles llenas de vida, risas y conversaciones alegres.
Lo único que cubre las ahora destrozadas calles son los cadáveres de esos Shinigami, desperdigados por el suelo entre un baño de sangre y escombros.
¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Cómo pudimos permitir que la Sociedad de Almas cayese con tanta facilidad? Por mi rostro no dejan de pasar los rostros de mis amigos, muertos mientras trataban de defender a sus familias y seres queridos: Renji, Kyoraku, Ikkakku, Kenpachi, Matsumoto, Ukitake, Unohana…
¿Cómo demonios hemos podido llegar a esto?
Trato de reprimir las lágrimas, pero no lo consigo.
No había sido fácil persuadir a Isshin Kurosaki, el obcecado y sobreprotector padre de Yuzu, para que diese el visto bueno a su enlace, pero después de varios años de relación estable había acabado dando su brazo a torcer, concediendo la mano de la joven.
Mucho más sencillo había sido la aprobación de Karin (su hermana melliza) e Ichigo (su hermano mayor), aunque Yuzu sospechaba que la aprobación de éste último había surgido en gran parte por los esfuerzos de Rukia Kuchiki, su cuñada.
Yuzu, aunque habían pasado varios años, aún recordaba el "shock" que habían sentido cuando Ichigo decidió hacer público su romance con Rukia durante una cena familiar preparada expresamente para tal momento (en la que Isshin no había parado de llorar de alegría al, según sus propias palabras, "ver cómo su descerebrado e inútil hijo había logrado encontrar a alguien que lo soportase").
-¡La Garganta de Urahara no puede estar muy lejos!-digo, sin dejar de correr.
Mi compañera asiente con la cabeza, tratando de mostrarse segura, aunque sé perfectamente lo que pasa por su cabeza: si ellos han sido capaces de burlar la seguridad del Sereitei e incluso eliminar a gran parte de los Capitanes y Tenientes del Gotei 13 ¿qué les impide cerrar algo tan simple como una Garganta?
Pero no podemos permitirnos la duda en este momento, así que seguimos corriendo hacia lo que una vez fue la muralla protectora del Sereitei, cuyas ruinas elevan volutas de humo hacia el cielo estrellado.
Pese a todo, Rukia pronto se convirtió en una más, contando con el apoyo y el cariño de todos los miembros de la pequeña familia Kurosaki.
Familia que, hacía apenas tres años, se había visto ampliada con el nacimiento del primer hijo de Rukia e Ichigo, el pequeño Akito, causando un revuelo aún mayor que el causado por el anuncio de la pareja (además de otro ataque lacrimógeno de Isshin "¿cómo va a hacerse cargo de una criatura un ser tan inútil?").
-¡Allí está!-casi grito, señalando hacia lo que parece ser una oscilación misma del espacio, una obertura que nos conducirá directamente al Mundo de los Vivos, lejos de esta carnicería sin sentido.
Lo cierto es que odio huir, odio no quedarme para plantar cara y vengar a los caídos…
Pero no tengo otra opción.
Si quiero salvar a la mujer que amo, a uno de los pilares de mi existencia, no puedo dudar.
Dirijo mi mirada hacia ella, que corre pegada a mí. Y, por un momento, ella sonríe, segura de que vamos a lograrlo, de que pronto veremos la cara sonriente de nuestro pequeño de nuevo, que sus manitas volverás a rozar nuestras mejillas con toda la ternura del mundo…
Y yo también lo creo.
Pero al segundo siguiente, el mundo que nos rodea estalla en una explosión descomunal, lanzándonos sin compasión a través del aire. Apenas noto el momento en el que mi cuerpo se estrella contra el suelo, ni el dolor que producen mis heridas abriéndose y dejando escapar hilos de sangre roja por todo mi cuerpo.
Lo único en lo que soy capaz de pensar es en ella.
Tengo que salvarla, cueste lo que cueste.
Me levanto a duras penas, apoyando parte de mi peso en mi Zampakutoh, que clavo en el suelo con fuerza.
¿Dónde está? La busco con la mirada, desesperado, y por un momento llego a creer que la explosión ha desintegrado su cuerpo.
El pánico se adueña de mi pecho por un estremecedor y en apariencia eterno instante.
No es posible, no, no…
Pero entonces la veo, a varios centenares de metros del lugar en el que me encuentro. Salgo corriendo hacia ella, con su nombre pugnando por salir a través de mi garganta en forma de grito desgarrador.
-¡RUKIA!
Cuando llego a su lado, me dejo caer de rodillas y alzo parcialmente su cuerpo con mis brazos.
-Por favor, no, por favor-casi sollozo al ver su nívea piel cubierta de sangre, sus ojos semicerrados, su boca entreabierta-No me abandones, no te vayas, por favor…
Pero entonces ella abre sus ojos, muy poco a poco, fijando su mirada en los míos y alza su mano lentamente hacia mi mejilla, acariciándola suavemente y dejando un pequeño rastro de sangre en ella.
-Lo…siento…-susurra, su voz apenas audible.
-¡No seas idiota! Vas a ponerte bien, ¿me oyes? La Garganta está aquí, iremos al Mundo de los Vivos e Inoue te curará, ¿vale? Así que ni se te ocurra…
Pero ella ahoga mis palabras con un beso, débil y breve, pero lleno de ternura y amor. Un beso que dura un instante, pero que detiene el Universo para ambos.
-Te…amo…-susurra, mientras sus ojos comienzan a cerrarse.
-¡NO, RUKIA!-grito, desesperado, incapaz de retener las lágrimas, que se desbordan de mis ojos y atraviesan mis mejillas como riachuelos.
-…Ichigo-suspira, a la vez que sus ojos se cierran por completo.
-¡RUKIAAAA!
El timbre sonó, sobresaltando a Yuzu, que dio un respingo y casi dejó que el bote de pepinillos que aguantaba se escapase de sus manos.
"Qué raro, ¿se habrá dejado las llaves?"-se preguntó la joven, dejando el bote en la encimera y dirigiéndose a la puerta de entrada.
Mientras lo hacía, se preguntó de qué otra persona podía tratarse. Descartó inmediatamente tanto a Ichigo como a Isshin, que durante los últimos tiempos se habían ausentado cada vez más debido a lo que ellos llamaban "asuntos profesionales". Tampoco era probable que se tratase de Karin, que en aquellos momentos se encontraba jugando la Copa de Asia de fútbol femenino.
Yuzu alargó la mano hacia el picaporte, lista para abrir la puerta, pero se detuvo repentinamente a causa de un fuerte escalofrío que recorrió toda su columna vertebral.
Algo malo había sucedido.
Nunca había tenido la capacidad de sus hermanos en lo referente a habilidades extrasensoriales (Yuzu llevaba mucho tiempo siendo conocedora de que su familia era capaz de contactar con los espíritus de la gente muerta, ya que ella misma era capaz de hacerlo), pero no le cabía la menor duda de que su presentimiento era acertado.
Abrió la puerta con fuerza, preparada para enfrentarse a quien fuera que se encontraba tras ella.
Pero al ver a la figura que esperaba en la entrada de la casa, el corazón le dio un vuelco tan fuerte que temió que fuese a detenérsele. Y no necesitó que el recién llegado dijese una sola palabra, ni tuvo que fijarse en sus ojos, llenos de una tristeza tan profunda como un abismo.
-Lo siento mucho, Yuzu-chan –susurró Isshin Kurosaki, con el pequeño Akito entre sus brazos.
La furia brota de algún punto dentro de mi interior como si se tratase de un volcán en erupción, sepultando bajo el magma el resto de las emociones que se congregan en mi corazón.
La he perdido.
No he sido capaz de salvarla.
Se ha ido.
-¡Condottiero, el fugitivo está aquí!-grita una voz a mis espaldas, y no tardo en percibir la presencia de un gran grupo de esos seres acercándose a mí.
Coloco el cuerpo sin vida de Rukia Kurosaki –antes Rukia Kuchiki- en el suelo.
La he perdido.
Cuando el primero de ellos llega, preparado para atacarme, mi espada le atraviesa el pecho, matándolo en el acto.
No he sido capaz de salvarla.
Los demás llegan, puede que sean más de cuarenta. ¿Qué importa? Me abandono a la pelea o mejor dicho, abandono mi cuerpo a la pelea. Mi mente y mi corazón se encuentran tan lejos de este sitio que parezco un mero espectador disfrutando de una obra teatral donde la sangre y los gritos cobran todo el protagonismo. En medio minuto la mitad del grupo ha caído bajo los envites de Tensa Zangetsu. Los pocos que quedan comienzan a retirarse, mostrándose indecisos, asustados.
Se ha ido.
Apenas percibo la llegada de un nuevo contendiente, pero su Reiatsu es tan grande que sería imposible pasarlo por alto.
Y entonces el mundo vuelve a estallar, pero esta vez yo soy el epicentro de la explosión.
Tardo unos momentos en darme cuenta de que estoy en el suelo, tumbado y rodeado de sangre.
Mi sangre.
-Kurosaki Ichigo, el Shinigami Sustituto, ¿cierto?-pregunta una voz neutra que llega hasta mí como si atravesase una pared de agua, distorsionada y débil.
Elevo mi mirada hacia esa voz, tratando de distinguir la figura a la que pertenece.
Se trata de un hombre desgarbado, de alta estatura y cuerpo fibroso. Viste lo que parece ser un largo abrigo blanco, que le cubre hasta los pies. Un curioso sombrero de pico arroja sombras a su rostro, ocultando sus rasgos excepto su afilada barbilla, cubierta por una leve perilla.
No respondo.
-Y esa debe ser Ruki…
-No…te atrevas…a decir su…nombre-digo con una voz que no parece ser mía, notando la sangre en la garganta.
El hombre guarda silencio, y parece alejarse unos pasos.
Rukia…Rukia…No…
Algo se desliza a mi lado, tapando mi visión.
No consigo reconocerla al principio, pero entonces mi visión se aclara.
Rukia se encuentra a mi lado. Alguien la ha depositado junto a mí.
-Vámonos de aquí-dice la voz perteneciente al hombre del sombrero.
-Pero señor, el fugitivo…
-No irá muy lejos, soldato-y aunque sé que es imposible, percibo en su voz algo demasiado semejante a la tristeza.
Al cabo de unos instantes percibo como se marchan, dejándonos solos.
Deslizo mi mano lentamente hacia la pequeña y frágil mano del amor de mi vida, entrelazando nuestros dedos.
-Te amo…-susurro, mientras mis ojos comienzan a cerrarse paulatinamente.
Lo último que veo antes de que la oscuridad me rodee es una imagen, parecida a una fotografía.
En ella, Rukia sostiene en sus brazos a un pequeño bebé, tumbada en una cama y con una sonrisa inmaculada en su rostro.
El bebé me mira, con unos ojos marrones llenos de curiosidad y con pequeños mechones de pelo negro azulado cayendo por su frente.
No es una fotografía.
Es el recuerdo del nacimiento de nuestro hijo.
Sonrío en la oscuridad.
Es el recuerdo de mi legado viviente.
