Recomendamos escuchar la siguiente canción watch?v=I-hfAynkdiA&feature= mientras se lee el fanfiction.
Porcelana fría
Estoy aquí, no sé hace cuanto tiempo estoy aquí, pero lo estoy. No puedo hablar, gritar, ni correr. No tengo movilidad ni amigos con los que conversar. Oh, ¡sí! tengo, o al menos me gusta pensar que los tengo pero ellos tampoco pueden hablarme. Me gusta escuchar el sonido de sus ojos. El constante crujir de la porcelana me hace pensar que quieren hablarme.
Hoy ha llegado otro, u otra, la verdad no sé. Cuando eres uno de nosotros no importa lo que fuiste, sino cómo te quedaste. Cuando la vi pasó lo mismo de siempre, la pizarra, la tiza, tal y como tallaron la lápida de mi abuelo cuando falleció. Entonces pensé que podría intentar decirle que no entrara, que no todo es lo que parece y que la curiosidad sí puede matar al gato. No todos pensamos así. Hay algunos que ya llevan tanto aquí dentro que sólo desean que más niños y niñas nos vengan a acompañar, a acompañar para siempre. Beherit es así, ella y su hermana Felicia pueden comunicarse, estoy seguro. A veces pienso que la forma en que pestañean es su código y saben algo más que todos nosotros. Cuando rechinan sus muñecas juro que puedo escuchar cómo me llaman a jugar, a jugar para siempre.
Bueno, ellas fueron, ellas abrieron la puerta...siempre lo hacen. Entró Alma y ahí supe que su destino estaba escrito.
Fue entonces cuando, por impulso o por la corriente de aire que entró desde afuera, caí a los pies de la niña y pedalee lo más rápido que pude, pero ella solo me miró confundida. Después me apresuré hacia la puerta, quizás esta era mi oportunidad. Ingenuo, Felicia ya había empujado la puerta desde atrás para volver a cerrarla. No entiendo por qué es así. Ese día fue el último en el que me pude mover, pude andar en mi bicicleta, tuve una sensación de poder volar, y salir. Recuerdo que estaba ansioso, tan ansioso por salir, que al sentirme atrapado no pude más que azotar mi cabeza contra la puerta, no tenía miedo, quería que se quebrara en mil pedazos. No me di cuenta cuando ya había sucedido, un nuevo par de ojos vidriosos con miedo a cerrarse. Esa sensación que tienes cuando estás en la oscuridad y, aunque no veas nada, no puedes perder una de tus ventanas al mundo.
No pasó mucho tiempo cuando escuché los pasos. Al principio pensaba que eran los latidos de mi corazón que volvían a llenarme de vida desde el interior de mi cuerpo petrificado. Pero no, yo ya no tengo corazón, y si existe debe ser más parecido al relleno de un almohadón. Distinguía sus pasos porque no sonaban como nuestras extremidades cerámicas, sino que retumbaban como los tambores de guerra. La Sombra se acercó lentamente, alargando su mano, impaciente pero gentil, cogiendo su nuevo tesoro. Deslizó sus dedos entre los cabellos de Alma y ajustó sus zapatitos. Siempre lo hacía. Acomodó a la muñeca en la repisa y arrastró el cuerpo por el piso, aún estaba tibio y, cuando lo arrojó a la nieve, se disolvió en la gélida blancura. Me gusta pensar que cuando nieva caen pequeños vestigios de nuestras almas: la sonrisa de mamá, mi juguete preferido, la calidez de los brazos de papá…
