Hola, este es en esencia un one shot que puede alargarse o no, pues soy poco creativo y esto me estaba envenenando el alma hasta que decidí redactarlo. Para que sepan y puedan huir a tiempo, la clasificación de esta historia es M por diversos motivos, en primer lugar porque este es un Gp o futa, como quieran llamarle. Es decir, una chica con pene. En este caso, será Elsa. Si no te gusta, te da asco y demás, estás invitado a irte y no seguir leyendo, es por eso que estoy advirtiendo antes, porque realmente me da mucha flojera que mucha gente se tome la molestia de comentar de lo mal que ven esto y lo otro cuando, en serio, pueden solo evitarlo e irse a buscar un poco de dulce realidad a otra parte.
Perdonen mi dureza, pero así está la situación. Yo sólo estoy explotando mi creatividad insana aquí, si quieres leer, adelante. Me encantaría que comentaras o que leyeras sin ofender mi vida como escritor, por otro lado, acepto las críticas constructivas aunque aviso que esto no estará basado en nada científico o médico. Y sobre mi ortografía… admito que no le doy una relectura, por lo tanto lamento si les molesta demasiado mis horrores gramaticales.
Otra cosa que me interesa decir es que acepto ideas para escribir más one shots de este tipo o de cualquier otra temática, que se irá anexando a esta "red" de historias que, espero, sigan fluyendo en mi cabeza. Las sugerencias pueden ser de distintas índoles, así que no me molesta –obviamente- que sean peticiones de lemon (hardcore o no) o amor esponjoso mientras sea Elsanna.
No, no soy dueño de Frozen y tampoco de ningún personaje aquí mencionado, dicho esto...
¡Diviértanse!
DarkNear
Red N° 1
El elevador
Sería un eufemismo decir que se odiaban. Desde que Elsa Winter había arrollado a Olaf, el pequeño y esponjoso perro poodle de Anna Andersen, ambas chicas no se podían ver. Era como si se olieran a miles de metros de distancia, así que cuando una sospechaba que se podría encontrar con la otra a la vuelta de la esquina, la primera prefería dar la vuelta a la manzana, aunque este supuesto les hiciera caminar más. En escenas menos prometedoras, se tenían que topar frente a frente sólo para empezar a echar chispas por los ojos y murmurar miles de improperios que ambas fingirían no escuchar. Por demás y, aunque no quisieran verse ni en pintura, se tenían que encontrar algunas veces porque, a decir verdad, vivían en el mismo complejo departamental mediocre desde el último par de años.
No es que Anna fuera una chica con el carácter más agrio y rencoroso, tampoco es que Elsa fuera la mala del cuento, quien casi había matado a un pobre cachorro. Es sólo que las situaciones y demás variantes habían hecho que las vidas de ambas jovencitas fueran puestas en una especie de ring en el que se terminaban golpeando una y otra vez, en rounds infinitos en donde no había ganador. Después del caso "poodle", por supuesto, ambas siguieron con su vida, sin poder evitar tirarse un poco de ácido cada vez que podían ya que, con la mala suerte que cargaban, también tenían amigos en común que hacían todo para que se llevaran humanamente, obviamente fracasando en el proceso, pero llevándose una sonrisa al rostro ante el constante bullying que ambas se hacían.
Por esos azares del destino y la vida que gustaba jugarles malas pasadas, a las tres de la mañana un sábado, Elsa Winter y Anna Andersen se encontraron –por primera vez en dos meses esquivándose- en el elevador que las llevaría al sexto y séptimo piso, respectivamente. Quizá si Anna hubiera tenido menos alcohol en las venas habría optado por tomar las escaleras, pero con cuatro cervezas encima –que era demasiado para alguien con su mediocre tolerancia al alcohol-, decidió ahorrarse los siete pisos porque creía que era algo que Winter debía hacer, al menos para demostrar un poco de "caballerosidad", o "damallerosidad"; cualesquiera estaba bien, después de todo, era el "ente" más apto para llevar a cabo dicha acción.
Y no era por nada, porque a la señorita Andersen no le gustaba entrar en los cotilleos de fin de semana, pero ella sabía algunas cosas que iban y venían circulando como una red sin fronteras desde hace mucho, mucho tiempo atrás. Y no es que le importara, porque realmente Winter no le importaba, pero había algo así… Infinitamente pequeño, congruente y tan curioso en su cabeza que de vez en cuando la hacía pensar algunas cosas en cuanto a la rubia que, para ser sinceros, lucía radiante esa noche en especial.
La leyendo era, o el mito, las habladurías en este caso, que Elsa Winter no estaba en el bando correcto. Que ni siquiera estaba en un bando. La primera vez que Anna lo había escuchado, y que recuerda con una fascinante claridad porque se había atragantado con la cerveza de barril que ingería en un minúsculo vaso de vidrio, había sido completamente fuera de contexto. Hablaban del amor y los romances pasajeros, como todas las universitarias cuando no tienen nada mejor que hacer. El tema de "sexo y alcohol" venían por sugerencia y, por supuesto, eran temas que no le molestaban en lo absoluto; pero gracias –o no gracias- a Meg, su compañera del curso de biología, se había colado a la plática un pequeño gran secreto que ella no habría imaginado ni en sus más grandes sueños. O pesadillas, porque se trataba de la innombrable Elsa Winter.
La anécdota iba en que Elsa era un tanto… distinta –como si no lo supiera de memoria Anna-, y que sus conquistas iban más al bando de las chicas. Totalmente al bando de las chicas. Hasta ahí, no había nada anormal, pues si bien no le importaba en lo absoluto que Winter fuera una lesbiana de clóset –pues se empeñaba en no demostrarlo con esa perfección casi monstruosa y terriblemente sensual-, lo que era raro era lo que vino después de eso. Meg había dicho algo como "ella tiene un pene", con la misma naturalidad con la que diría "hoy está soleado". Anna se había atragantado con su bebida mientras las demás chicas pasaban a otro tema de conversación tan rápido como habían llegado a las conclusiones acerca de su archirrival más grande de la historia.
Así que cada vez que se veían, Anna no podía –lo juraba- evitar mirar hacia abajo, más abajo del vientre de la rubia. No era algo que le interesaba, por supuesto, pero era algo que la había, hasta cierto punto, descolocado. Ciertamente, nunca notó nada fuera de lo normal con sus miraditas de un milisegundo, pues Elsa seguía metida en esa burbuja de irracional perfección como si fuera la modelo de la temporada de invierno que venía asomándose más rápido que el calentamiento global.
Siguiendo con su triste encuentro esa madrugada después de la fiesta de turno, ambas entraron al elevador sin dirigirse una sola palabra. El pequeño espacio, ciertamente, hacía que los odios pasados se apretaron entre sí y formaran una masa insoluble que iba creciendo con cada segundo un poco más. Contando con el hecho de que Anna estaba "tocada" por el alcohol, y su brillante sensatez se había escapado apenas entraron al edificio, no pudo evitar bufar cuando Elsa oprimió en el tablero el número seis y siete, como si tuviera derecho a elegir a qué piso iba Anna.
Como sea que fuera, exactamente, a Anna le molestaba todo lo que hacía la rubia. Sin importar qué. Odio, odio irracional, y la cojera por tres meses de su pequeño cachorro que terminó por ser adoptado por su madre antes de que el gerente del edificio lo echara a patadas.
En retrospectiva, Winter no habría arrollado al pequeño Olaf si este no se hubiera escapado del departamento de su dueña, quien no tenía permiso para tener una mascota en el edificio. Aunque también, Elsa tenía culpa, mucha culpa, pues lo que había parecido en su espejo retrovisor un pedazo de tela olvidado bajo su auto, terminó por costarle unos cuantos billetes de su bolsillo y varios gritos de su vecina pelirroja cuando descubrió que el aullido en realidad se trataba de una bola de pelos mejor conocida como… Olaf.
Sea como sea, el dinero con el que pagó al veterinario terminó por hacerle perder la oportunidad de ir a la sinfónica que se organizaba en su ciudad. Los gritos de Anna y sus incesantes insultos a su persona, las insinuaciones amenazantes y las bromas infantiles terminaron por regresarle la migraña olvidada. Sus ansias por devolver todo y más, la hicieron convertirse en la reina de hielo cada vez que Andersen se topaba con ella. Así que, de alguna u otra forma, ambas terminaron en un tira y afloja bastante gracioso para sus compañeros. Y su odio, casi tan mítico como el del día y la noche, fue una excusa más para que sus encuentros fueran desagradables y remotos.
Entonces, justo cuando llegaron al cuarto piso y Anna creyó que por fin se había librado de Elsa y esta última creyó que al fin podía dormir después de una noche por demás cansada, el elevador emitió un sonido seco, como si miles de metales se hubieran roto debajo y arriba de ellas. Hubo una sacudida en las que ambas se tuvieron que tomar de los tubos de seguridad y, después de varios parpadeos, un apagón total.
Por las madres que las había parido. Pues sí, estaban atrapadas.
Si la completa oscuridad no estuviera presente, las dos se hubieran mirado a los ojos con un gesto de profundo terror. Si las dos no se odiaran tanto, esto habría sido más bien uno de esos momentos que recordarían por el resto de sus vidas con sonrisas y burlas por decir quién era la que se había asustado más. Y lo recordarían de cualquier forma ahora, claro, pero pasaría por el hecho más desagradable de su existencia desde el asunto "poodle" sin resolver.
Nadie dijo nada los primeros segundos, mientras escuchaban cómo los engranajes del elevador se iban acomodando hasta formar un silencio sepulcral en la cabina oscura, densa y pequeña. Quizá todo se arreglaría, y en un momento más la energía eléctrica regresaría en un santiamén para luego empezar a subir hasta su piso, entonces el suceso quedaría olvidado y seguirían odiándose hasta el final de sus días. O bien, el elevador se quedaría atorado hasta que el velador de la ronda de la noche se despertara de su profundo sueño –a eso de las 7 de la mañana- y se diera cuenta, maravillado, que dos de sus inquilinas se habían quedado a medio camino, entre el cuarto y quinto piso, a un paso del cielo de llegar a sus respectivas habitaciones. Entre los mayores temores de las dos atrapadas, era que ocurriera lo segundo y, entonces, tuvieran que pasar encerradas en ese espacio durante cuatro horas, juntas… en la oscuridad, con el miedo prolongado de que algo sucediera peor de lo pensado y el elevador se desprendiera y cayera cuatro pisos hacia abajo, en donde sus restos descansarían tan o más rotos que la pobre patita de Olaf.
Y quizá estaban exagerando, pero había dos hechos innegables en esa situación de emergencia. Uno era que Elsa Winter le tenía miedo a las alturas y, dos, que Anna le tenía una aversión a la oscuridad tan o más grande que a la que le tenía al frío los días más terribles de invierno. Juntando todo eso, teníamos a dos personas totalmente muertas de miedo, atrapadas a varios metros del suelo en plena oscuridad, odiándose y aún digiriendo lo que ocurría a su alrededor y, de paso, rezando al dios que habían dejado olvidado en el armario empolvado de su abuela.
Haciendo honor a su rivalidad, Anna que no aguantaba un segundo más en esa espesa negrura mientras su cabeza daba vueltas y su estómago luchaba por mantener lo que había ingerido esa noche, sacó su teléfono celular de su bolsillo izquierdo de su chaqueta y lo encendió. La brillante luz iluminó enseguida el lugar. Viendo por el rabillo del ojo, Anna encontró a una Elsa muda, con las manos embutidas totalmente en los bolsillos del pantalón mientras miraba al suelo como si este se fuera a desplomar en cualquier momento. Al menos la oscuridad se podía remediar.
Esperaron como unas completas idiotas diez minutos más, en silencio. Entiéndase bien que ninguna haría nada por rescatar a la otra y, por lo tanto, ninguna haría algún movimiento que la otra no hiciera.
Al final de esos angustiosos minutos en los que ambas sabían que nadie vendría por ellas si seguían ahí al igual que estatuas sin gracia, Elsa se decidió por romper el hielo, pues sus pies se estaban enfriando al seguir pensando que estaba siendo sostenida solamente por el acero de unos cuantos centímetros, frente al vacío que enseguida venía.
—Nadie vendrá —dijo, planamente y sin rodeos. Mientras dejaba escapar un suspiro.
Anna, que seguía al pendiente de su celular, rechazó la idea de tener que contestarle. En realidad estaba cabreada, mucho, cuando se dio cuenta que no había nada de red en el elevador y, por lo tanto, no podía avisarle a nadie que estaba atorada en ese hoyo con una demente e intento de asesina de cachorros.
-Hay que… gritar, creo. Alguien terminará oyéndonos —volvió a hablar la rubia. Anna siguió haciéndose la sorda—. ¿Me estás escuchando siquiera? —bramó un poco molesta ahora, al saberse completamente ignorada.
Andersen, inmiscuida en mensajes pasados que le había enviado a su prima, volteó a verla con cara de pocos amigos y apretó la mandíbula. Su contestación salió en un siseo bastante desagradable en los oídos de Elsa.
-Lo sé, idiota. Grita tú, si quieres, pero no creo que alguien quiera levantarse a las tres de la mañana, con el cuarto piso completamente desocupado y el quinto provisto de una anciana de ochenta años y un matrimonio de drogadictos.
Elsa reprimió un suspiro indignado y se volvió a su rincón oscuro. Ciertamente, la pelirroja estaba en lo cierto. Entonces… ¿Qué hacían? ¿Esperar hasta que alguien los descubriera mágicamente?
-No puedo quedarme aquí –dijo Elsa, rompiendo de nueva cuenta con el silencio- Si este aparato falla, nos vamos directo al infierno, son cuatro pisos, Anna.
Anna no disimuló la sonrisa que adornó sus labios. Se estaba burlando, claro, pero cuando su celular emitió tres pitidos y la luz se apagó completamente avisando que estaba descargado, sus ojos se abrieron en toda su extensión, horrorizados; se mordisqueó los labios, nerviosa.
-Yo tampoco –dijo en un hilo de voz.
Por lo tanto, y con justa razón, Elsa también se burló.
El ceño de Anna se frunció al instante al escuchar la risa de su compañera.
-¿Qué es gracioso? –casi gritó.
-Esto –respondió la rubia- nuestra caída al precipicio puede o no suceder, ¿pero sabes qué es seguro, Andersen? La oscuridad. Esta sí va a estar aquí mientras permanezcamos encerradas.
-Cállate.
Era cruelmente cierto. Más silencio. Y oscuridad, para variar.
Elsa sacó de su bolsillo su celular y lo encendió. Modificó unas cosas para que la iluminación del aparato tardara más y, para sorpresa de Anna, lo dejó en el medio del lugar. En el suelo. Así, iluminó el pequeño cuadrado en el que estaban con una luz difusa y blanca, como si fuera una neblina. Sin embargo, ya no estaban en completa oscuridad.
-No lo hago por ti –dijo Elsa, volviendo a su rincón.
-No te lo pedí.
-Entonces lo voy a apagar –Elsa se inclinó para coger su celular y, justo cuando iba a apagarlo, Anna dio un salto al frente y la miró con esos ojos azul turquesa que Elsa tanto conocía.
-No, sólo… Quizá sea mejor mantener la luz, ya sabes, hay que mantener la presión adecuada.
Elsa entrecerró los ojos y buscó en su cerebro si la luz tenía que ver con la presión atmosférica o alguna cosa por el estilo. Sea como sea, podía servir para burlar a su no compañera más adelante. Anna se encogió de hombros y casi estuvo a punto de sacarle la lengua, si no fuera porque en su contexto eso demostraría que su infantilismo seguía presente. Entre otras cosas, Elsa sí lo hacía por ella, aunque jamás lo admitiría en voz alta porque rompía con todos sus esquemas de odio que hasta ahora se habían forjado. El amor-odio era demasiado ridículo para convivir con ellas en esas épocas y en pleno siglo XXI. Lo hacía porque, a decir verdad, Anna era la primera mujer que la odiaba con tanta maestría y afecto –si es que eso podría llamarse así- y porque, a decir verdad, era a la primera persona que había mirado con curiosidad cuando llegó a vivir a ese lugar. Decir que le gustaba un poco sería dejar pasar la situación con demasiado desenfado. Le gustaba Anna, claro, pero no era el tipo de amor idílico como en los cuentos de hadas, ni el amor dramático de la telenovela coreana que veía su madre; mucho menos era el infantil amor de un niño pequeño que molesta a su compañera de preescolar. Era sólo un "gusto" raro. De esos flechazos que ocurren unas cuantas veces en la vida y que dejas pasar por distintas circunstancias adversas: en este caso, un cachorro arrollado y la sinfónica frustrada. O eso creía Elsa.
Había pasado cerca de media hora cuando Anna cayó al suelo por primera vez, al otro extremo del elevador. Elsa parecía tener más aguante pues no parecía inmutarse ante el cansancio y pereza de estar de pie. Como fuera, aquella perspectiva de estar sentada y tener a la rubia de pie, dejó a Anna divagar entre mil pensamientos que no la llevarían a nada en particular que no fuera lo que se dejaba ver, clara e increíblemente, bajo la tenue luz del celular que cada cierto tiempo Elsa encendería de nuevo. Y eso era, por supuesto, aquel bulto entre las piernas de Winter que entes se había negado a aparecer entre sus miraditas de antaño en los pasillos. La quijada de Anna casi cae al piso cuando descubrió que era realmente cierto todo aquello. Todo. Porque… Lo era, ¿no?
Una risa socarrona salió de su garganta. Era como descubrir algo ridículo y, hasta cierto punto, fascinante. Elsa la miró con una ceja levantada, pero siguió en la misma posición de antes, dejando descansar su espalda en la pared del elevador. Anna intentó por todos los medios esconder su sonrisa tonta mirando al suelo, pero la curiosidad mató al gato y ella, al parecer, resultaba ser un gato muy curioso. Aún más a esas horas, sin que el efecto del alcohol se disipara de su cuerpo y, a decir verdad, nada mejor que hacer. Entonces aprovechó que la rubia ponía atención, muy posiblemente, en la mancha del piso que tenía la forma de una guitarra y dejó vagar sus ojos de nuevo a ese lugar antes no explorado. Y sí, efectivamente, estaba ahí. La posición de Winter y los malditos efectos de la luz lo hacían ver muy, muy claro… Y prominente.
Anna parpadeó tres veces, sorprendida, cuando notó algo horriblemente cierto. Y era que un hormigueo insano había empezado a dispararse por su vientre, siguiendo una corriente que cruzaba su espina dorsal y terminaba en su nuca. Optó por echarle la culpa al alcohol y luego al cansancio, también a la desvergonzada idea de no haber tenido relaciones sexuales en más de seis meses.
Se atragantó con su saliva cuando se dio cuenta que no había dejado de ver en la misma dirección y Elsa la observaba ahora, dándose cuenta de este hecho. El sonrojo que la cubrió después no fue comparado con la vez que tropezó con Hans Isles y terminaron bajo dos litros de pintura azul, mientras hacían las escenas que utilizarían en su obra de teatro.
-¿Algo interesante? –murmuró Elsa con molestia, con el mismo sonrojo furioso que ella, pero mitigado por la oscuridad que predominaba en su propio rincón. Se sentía una especie de fenómeno en exposición.
Anna, que nunca se había caracterizado por ser la mujer más elocuente en determinados casos, abrió la boca varias veces antes de soltar todas las idioteces que se habían acumulado en su cerebro los últimos momentos, desde el momento en que Elsa había entrado al levador con ella.
-No, nada interesante, ¿qué podría ser interesante en ti? Estaba pasándola tan bien esta noche y luego sólo llego y estás tú aquí, y el maldito elevador se atora y ahora estamos juntas mientras tú le temes a las alturas y yo le tengo terror a esta maldita oscuridad que me está sacando de quicio, en conjunto con todo el aire que me estás robando para respirar y… ¿me preguntas si encuentro algo interesante? Rayos, ¡en verdad lo tienes entre las piernas!
La boca de Elsa se entreabrió, quizá tratando de entender qué había dicho realmente Anna o quizá tratando de hacer que el elevador se desplomara de una vez y evitara todo lo que sea que pudiera suceder si se quedaban por más tiempo en ese reducido espacio; porque si de algo estaba segura, es que si antes no se habían asesinado, de esa noche no pasaría.
-¡¿Estabas mirando mi entrepierna?! –rugió, sin saberse demasiado indignada, enfadada o… Madre suya, excitada.
Anna se paró de un salto, en defensa propia aunque, ciertamente, no había mucho qué defender.
-¿Estás mostrándomela al propósito? –dijo en un chillido.
El maldito alcohol…
-¿Qué? –inquirió Elsa sin creérselo. ¿Por qué rayos querría mostrarle su anatomía a Anna Andersen después de todo lo que habían pasado?- ¡Por qué rayos querría seducirte, Andersen!
-¡No lo sé! Estoy sola en un elevador contigo, ¡indefensa! ¿Por qué no lo harías?
Anna cerró el pico tan rápido como lo había abierto. ¿Estaba invitando a Elsa a hacerlo, a seducirla? Oh, cielos, eso había sonado tan pero tan mal incluso para su estado etílico. Por su parte, Elsa empezó a reír como si le hubieran dicho el chiste más gracioso del mundo, mientras escondía sus dientes perfectos en la palma de su mano derecha.
-¿Es en serio? ¿Indefensa? Andersen, tienes una cinta negra en karate, yo soy el ratón de biblioteca de la licenciatura, ¿por qué carajos te sentirías indefensa conmigo? No soy igual que un chico –casi gritó, cansada de dar esas estúpidas explicaciones cada vez que alguien se enteraba de su situación peculiar.
Para suerte de la rubia-fresa, Elsa parecía no haberse dado cuenta de la infame invitación que antes había lanzado Anna.
-Quizá sólo estás esperando el momento en que esa luz se apague y…
-No voy a aprovecharme de ti –Elsa dijo con fastidio- ni siquiera me gustas. Eres tan… -iba a decir "molesta", pero recordó la sonrisa de Anna cuando realmente estaba de buen humor y la palabra cambió a "hermosa", pero al final terminó por modificarse estúpidamente hasta que se convirtió en-: pelirroja.
Anna, que había cruzado los brazos y ahora la miraba de frente, frunció el ceño ante el pseudo insulto de la rubia.
-¿Pelirroja? ¿En serio? ¿Me odias por ser pelirroja?
Elsa se lavó la mirada hosca que tenía encima y la cambió por una sorprendida.
-No te odio por ser pelirroja. Te odio porque me odias, y porque arruinaste mi fin de semana en la sinfónica más famosa del país.
-¡Arrollaste a Olaf!
-¡Pensé que era un trapo sucio!
-¡No tienes perdón!
-¡¿Crees que quiero el tuyo?!
El elevador emitió un ruido muy fuerte, como si se estuviera quejando de los gritos que habían empezado a pegar, a continuación, se movió unos centímetros hacia abajo, como un aviso de que en cualquier momento se desplomaría. Elsa dio un salto hacia adelante, en donde chocó con el cuerpo de Anna, quien pateó el celular sin darse cuenta cuando el cuerpo de Elsa la abrazó en su totalidad.
-¡No quiero morir! –Elsa gritó, aterrorizada y sin despegarse un ápice del cuerpo de Anna.
El elevador se había dejado de mover por completo, en dado caso, no estaba amenazando con caerse, sólo se había acomodado en su totalidad. Y por suerte, las luces de emergencia se habían encendido. No ayudaban gran cosa, pero ayudaban.
-¿Qué rayos crees que haces? –gruñó Anna, al sentir la mejilla fresca de Elsa sobre la suya. Sus brazos la tenían rodeada sin que pudiera moverse incluso para corresponder el abrazo, cosa que no sucedería jamás, claro.
-Si nos movemos, esta cosa va a desplomarse –lloriqueó Elsa, borrando por completo aquella imagen de perfección que Anna tenía de ella.
Andersen iba a empujarla, pero haciendo un recuento de lo que sucedía y lo infantil que podría llegar a ser incluso su compañera, terminó por empezar a reírse.
-Esto no se va a desplomar, Elsa. El elevador estaba acomodándose.
-¿Cómo lo sabes? ¡Joder! ¿Qué rayos le hiciste a mi celular?
Anna volteó a ver atrás, sin poder despegar los brazos de Elsa de su cuello. El aparato electrónico estaba brillando aún, pero se podía ver perfectamente el cristal roto. Lo había pisado y no sólo empujado como creyó. Hizo una mueca que se iba a convertir en un "lo siento", hasta que sintió el aliento de Elsa en su oreja, entonces prefirió levantar las manos para darle manotazos a los brazos de la rubia hasta que esta la soltó.
-Saltaste encima de mí, ¡qué esperabas!
Elsa murmuró algo en voz baja y se inclinó a recoger su celular. La reparación saldría bastante cara, seguramente.
-Esto es por lo del Poodle, ¿no? –dijo Elsa, mirando a su celular moribundo.
-No lo vi. Repito, estabas encima de mí, inmovilizándome.
-Ya quisieras –dijo sin pensar Elsa.
Anna abrió la boca, completamente ofendida.
-¿Qué intentas decir? Jamás podrías gustarme, ni siquiera en un millón de años. Aún si no existieran más chicas y chicos en este mundo y lo único que quedaran fueran cucarachas. ¡Eres incluso peor que ellas, eres un monstruo!
Si Anna hubiera sabido que esas palabras en verdad afectaron a Elsa, habría callado a tiempo. Porque si bien no la soportaba, tampoco resultaba ser una perra malvada que gustaba ver sufrir a las personas. Elsa hizo acopio de su paciencia, porque realmente había recibido insultos peores, así que se mordió la lengua y prefirió seguirle el juego a la señorita Andersen pues, si quería jugar, ¿por qué no seguirla?
-¿Crees que no te he visto observándome por los pasillos?
-¿Qué? –Anna dijo.
-Oh, sí, Anna Andersen, la señorita perfecta que no me soporta siempre está de curiosa viéndome los pantalones. Si tanto te resulta monstruoso, ¿por qué eres tan curiosa y estás siempre con toda esa vista periférica sobre mí, eh? Tal vez, en realidad, sí te gusto, pero estás tan inmiscuida en este odio infantil que prefieres negarte a la idea y seguir ofendiéndome mientras no puede medir ni tus palabras porque sabes que te encanta…
Hubo un ruido seco.
Elsa sintió un ardor en la mejilla izquierda, y sus ojos que miraban a Anna con furia, ahora se habían desviado unos noventa grados de su trayectoria inicial. Andersen, completamente fuera de sí, le había dado una cachetada que luego le dolería más a ella. Sus grandes ojos miraban lo que había hecho y ahora mismo se estaba arrepintiendo una docena de veces antes de poder decir algo medianamente coherente, porque… ¿A quién engañaba? Elsa Winter era horrible, sí, y la mujer más odiosa que había conocido en toda su vida, pero era la única que la había hecho replantearse mucho acerca de su sexualidad y mil temas más que tenían que ver con el ridículo amor y la vida futura.
Valiéndose de ello, y de los ojos maravillosamente azules e inyectados en furia que ahora la observaban, Anna dio un paso grande hacia adelante, completamente inconsciente –consciente- de lo que hacía y unió sus labios con los de Elsa.
Si hubieran estado en otra situación, todo hubiera sido más amoroso, esponjoso y sublime; casi perfecto. Pero estaban en medio de una penumbra casi total, apretadas en un elevador que apenas daba espacio para respirar, encolerizadas, con todos los sentimientos a flor de piel y sintiéndose demasiado estúpidas y aterrorizadas por el ambiente como para pensar en sentimentalismos pasajeros que mañana olvidarían.
Sólo se besaron como si eso ayudara a respirar correctamente. Elsa había tardado exactamente cinco segundos en salir de su aturdimiento, antes de darse cuenta que, literalmente, Anna se había echado encima de ella y ahora estaba moliendo sus labios con los suyos como si se tratara de esos sueños que no se atrevía a recordar después porque, resultaban, ser demasiado bochornosos. Sus respiraciones se agitaron como mil mariposas aleteando a su alrededor, por si querían algo romántico, pero también parecían respirar como dos lobos apunto de comerse y pelear por un dominio inexistente, pues terminarían muy muertos al momento. Anna mordió el labio inferior de Elsa, y al segundo que lo hizo la rubia atrajo a la otra chica más a su cuerpo, hundiendo la lengua en su boca cálida y húmeda. Anna gimió ante el contacto, y al instante se maldijo en alguna parte de su todavía coherente cerebro, la otra parte menos pudorosa hizo que sus brazos se enredaran en el cuello de la chica más alta y que su lengua buscara con urgencia la otra que empezaba a parecerle demasiado caliente y escurridiza.
Dieron pasos torpes hacia atrás, hasta que la espalda de Elsa chocó con el tubo de seguridad del elevador y el golpe le valió un gemido de dolor que Anna escondió con un beso aún más feroz que el anterior. Sentían que se estaban ahogando, las respiraciones agitadas hacían que todo se calentara como si se tratara de una piscina bajo un sol intenso en el verano más cálido de la historia. Anna se separó un poco, sólo un poco, abriendo los ojos en la acción sin saber que encontraría los de Elsa, hundidos en las profundidades de la oscuridad en donde parecían más bien de un tono gris y no del tono azul y centelleante que ya conocía. El gris era un tono que de verdad le estaba gustando y que hacía que el cosquilleo en su vientre se aumentara diez veces más.
Se miraron, limpiando la neblina que las empañaba. Un encogimiento por parte de Anna y un "al diablo" por parte de Elsa valieron para que ambas siguieran lo que sea que habían empezado.
-Mañana… -dejó escapar Anna, empezando besar la mandíbula de Elsa y a prodigar pequeñas mordidas por el cuello pálido y expuesto-. Esto no ocurrió.
-Se- seguro… -Elsa respondió con los ojos muy cerrados, más insegura que nunca.
Cada vez que los labios de Anna topaban su piel era como si una moneda muy, muy caliente marcara cada parte de su cuello. Sus besos se combinaban a la perfección entre lo fantasmagóricos y radicales; su áspera lengua viniendo y desapareciendo por su clavícula era una completa tortura. ¡Era como si la pelirroja tuviera mil manos! En algún momento había desabotonado la parte superior de su blusa y prodigaba un trabajo maravilloso en la parte expuesta. Todo eso hizo que su cerebro se desconectara por un momento efímero, sólo para regresar al mundo real con un tirón cuando sintió que su miembro se endurecía en sus pantalones. Un sonrojo furioso apareció en su rostro, uno que Anna no pudo ver por estar escondida entre su cuello, pero que valió para que su corazón se disparara y su pulso empezara a correr una maratón fantástica que la pelirroja sí pudo notar pero que ignoró muy bien hasta que…
-Oh, cielos… -Anna levantó la cabeza, sus labios hinchados y más rojos de lo común por tantos besos.
-Qué… sucede.
Hubo un titubeo por parte de la pelirroja. De pronto, Elsa tuvo miedo, por primera vez en muchos años, tuvo miedo al rechazo. Y le hubiera restado importancia si no hubiera sido el de Anna.
-Pues… Esto es tan raro –Anna dijo, como si nadie se hubiera dado cuenta ya-. Eres… Es decir… puedes…
Anna buscaba las palabras adecuadas para abarcar todo ese asunto. Elsa, por supuesto, siempre adelantándose a todo, sabía exactamente a lo que su compañera pecosa se refería.
-No puedo embarazarte, Anna. Ni a ti ni a nadie. Sobre todo porque creo que este asunto se ha acabado.
Todo lo que pudo haber sentido Elsa, se había apagado en el instante que vio la duda recorrer las facciones de Andersen. No sabía cómo entenderlas, ni siquiera estaba segura si Anna quería verla o… si había olvidado el verdadero problema ahí. Cuando hizo el movimiento de apartarse del cuerpo de Anna, la pelirroja se apretó más a ella y volvió a besarla, esta vez más lento.
Anna no tenía nada en claro. Nunca en su vida había tenido algo completamente claro, empezando desde su sexualidad y terminando en su elección de esa noche. Sería tonto no aceptar que tenía un poco de miedo por lo que hacía, quizá no era miedo, quizá era inseguridad hacia ella misma, pues algo muy dentro en su cerebro le estaba diciendo que nada de lo que ocurriera esa madrugada sería borrado con tanta facilidad. Sobre todo cuando se trataba de Elsa Winter. Pero estaba en un dilema, había invertido mucho tiempo odiándola como para caer así como así entre sus redes –que ella había tejido realmente-, y por otro lado, estaba esta necesidad insana de querer probar a su compañera en todos los aspectos posibles, incluyendo el tema de "no sexo", aunque el tema en ese preciso momento era, en la práctica, "follar en un elevador". Todo tan romántico y no al mismo tiempo. ¿Y si al amanecer Elsa la ignoraba? ¿Y si ella ignoraba a la rubia después? Ojalá hubiera un interruptor para apagar a sus pensamientos.
Lo hubo, por supuesto, cuando sintió a Elsa –o una parte de ella- haciendo presión en su entrepierna. Anna gimió en el beso que había terminado con Elsa devolviéndole las caricias que ella le había dado hace un rato.
-Anna… -la voz ronca de Elsa llegó a sus oídos. Si antes sentía que se estaba consumiendo como si fuera un carbón en una caldera, con eso se sintió una mecha bastante corta que estaba por terminarse para por fin explotar en una bomba- Si no estás segura…
Anna se separó, cansada de su idiotez y la inseguridad de ambas. Tomó a Elsa de las mejillas y la miró un instante, luego le dio media sonrisa mientras una sola de sus cejas se levantaba. Se lamió los labios y sus manos bajaron al pantalón de la rubia. Elsa dejó de respirar cuando sintió los dedos de Anna haciendo presión para poder desabotonar la prenda.
-Estoy segura –suspiró Anna en su oído y, a continuación, bajó sin problemas la cremallera del pantalón.
El cuerpo de Elsa se tensó al instante y un calor infernal nubló su mente.
Anna se arrodilló. Sin despegar la vista de Elsa, quien estaba a punto de hacer erupción. Anna estaba respirando entrecortadamente, era la primera vez que hacía eso y, si bien no le importaba que esa fuera la "primera", sí le importaba lo que Elsa podría pensar porque no estaba segura si antes alguien había… La sola idea de que alguien había mantenido sexo oral con Elsa hizo que un parte de ella se sintiera molesta, algo que se borró de su mente al momento en que descubrió los bóxer blancos de la rubia bajo el pantalón. Ahora sabía porque nunca había notado la existencia del amigo de Elsa, y era porque los bóxer estaban, quizá, un poco apretados; y porque la holgura de las prendas de Winter no ayudaba en lo absoluto.
Anna tragó saliva y mordisqueó su labio inferior, escuchó perfectamente la respiración irregular de Elsa. Estaba muy excitada, podía sentirlo en la humedad de su ropa interior y no recordaba cuándo fue la última vez que un ser humano le causó tal conflicto. Quizá nadie le había causado lo que Elsa estaba logrando con su cuerpo en ese momento.
Levantó una mano y tocó el miembro semi-erecto de Elsa. Incluso con la tela separándolos, podía sentirse lo caliente que se encontraba y el leve temblor que emitía. Escuchó su nombre proveniente de arriba, Elsa se había impacientado. Anna sonrió para sus adentros y tomó esta guerra en sus manos; bajó los pantalones de la rubia completamente y luego la otra prenda de vestir. Su respiración se cortó al instante, pues aunque no sabía qué esperaba realmente ver, estaba segura que no esperaba ver aquello tan…
No era enorme, nada que pudiera salir en los record guiness pornográficos, pero sin duda tenía un buen tamaño que Anna no habría considerado hasta ahora. Si lo pensaba bien y se desligaba de lo "masculino" del asunto, quizá incluso el pene de Elsa era demasiado estético y femenino, lo que hizo que se riera sin querer y que el rubor de la rubia aumentara muchas tonalidades más.
-¿Te estás burlando? –dijo desde arriba.
-No –Anna argumentó en serio-. Me resulta ridículamente natural que incluso en esto seas tan perfecta. Otro punto para odiarte.
-¿Per-perfecta? – Elsa preguntó aturdida, estaba segura que nunca le habían dicho eso. Quizá "excitante", "morboso", e incluso "guay" habían sido los vocablos más usados.
Antes de que pudiera intervenir más, Anna la acarició. Elsa dio un gritito ante el toque, pues no lo esperaba justo en ese momento.
-Alguien está muy despierto… -soltó Anna, haciendo énfasis en su vocablo más sexual del momento.
-Deja de jugar.
-¿Y quitarle lo divertido al asunto?
Parecía que Elsa corría en las grandes ligas con todo el aire que estaba pasando por sus pulmones. Anna había tomado su pene en una mano y había empezado a acariciarlo de arriba abajo haciendo que jadeara totalmente perdida ante el tacto un poco frío de la palma de la pelirroja. Al segundo en que Elsa creyó que Anna pararía por un determinado movimiento que hizo, sus palabras terminaron ahogándose al fondo de su garganta cuando los labios de Anna rozaron su glande. Se miraron por un segundo a los ojos, antes de que los nudillos de Elsa quedaran totalmente blancos mientras se sostenía del tubo del ascensor y la boca de Anna cubriera completamente la punta de su miembro con su boca. Anna tomó la base del eje y empezó a hacer movimientos rítmicos hacia arriba, amasando la carne caliente y ahora completamente dura de Elsa.
Desde abajo, Anna podía ver su pecho subiendo y bajando, sus ojos entrecerrados, completamente ennegrecidos y brillando bajo la luz amarillenta. Los huesos de su clavícula se marcaban con cada bocanada y jadeo y, por un instante, sintió que tenía una especie de control en ella. Así que cuando chupó y succionó el pene de la rubia con más ahínco, no pudo evitar la risita que se anudaba en sus labios. Se separó de ella nuevamente y empezó a recorrer con su lengua la punta, por todo el tronco hasta los testículos, mojándolo con su saliva. Elsa había empezado a gemir sin parar, y estaba conteniéndose para evitar que sus caderas de movieran hacia adelante cuando Anna volvió a enrollar su lengua en el glande y la hundió más y más en ella, sólo para salir de nuevo y repetir el proceso cada vez más rápido. Los labios de Anna se sentían suaves y su lengua levemente áspera hacía que empezaban a formarse pequeñas convulsiones en ella, sin hacer que llegara al punto culminante.
-A-Anna… voy a … ¡joder!
Y como una burla horrible, Anna se separó completamente.
Elsa abrió los ojos sin creer que Andersen fuera tan bruja como para dejarla al punto de no retorno, completamente excitada. La sonrisa de Anna estaba confirmándoselo, pero enseguida cambió a una seriedad indomable cuando la pelirroja vio su cara de frustración. Anna empezó a desvestirse sin más. Elsa parpadeó para saber si estaba en lo cierto. Lo estaba, claro.
Se había quitado la chaqueta y luego el pantalón de mezclilla que enmarcaba perfectamente su figura; las zapatillas habían quedado atrás. Elsa no podía dejar de ver cuando Anna acarició su abdomen y su blusa verde se levantó un poco para dejar ver su estómago plano. Bueno, definitivamente era mejor que en sus sueños. También se quitó el sostén, pero conservó su blusa del algodón.
Anna tomó sus manos entre las suyas y las llevó detrás de sus caderas, acercándose a ella. Elsa jadeó cuando sintió el aliento de Anna golpeando debajo de su oreja, inhalando y exhalando lentamente. Sintió su aroma embriagador, como a melocotones y fresas recién cortadas. El aroma del verano y el pasto bajo sus pies; todo en ella era una adicción. Sus senos se tocaban y su pene, ya completamente erecto, estaba haciendo fricción con la ropa íntima de Anna. La pelirroja empezó a besar su cuello, Elsa apretó más las manos en sus caderas y gimió ya sin disimulo cuando su cuerpo empezó a frotarse con el de ella. Estaba segura que iban a fundirse en algún momento, se sentía como lava saliendo de un volcán.
-Yo doy las órdenes aquí –dijo de pronto la pelirroja, haciendo que su lengua dejara un camino húmedo hasta el lóbulo de su oreja- y si no las cumples, recuerda que soy cinta negra en karate, Elsa Winter.
Sólo pudo asentir como un cachorro bien educado, sintiendo que su pene palpitaba furiosamente ante el contacto de la piel de Anna restregándose.
Anna se separó de nuevo y se posicionó a un lado de ella. Sus manos tomaron el tubo del ascensor y la miró directamente a los ojos. La garganta de Elsa se secó al instante con esa visión de la joven pelirroja mordiéndose el labio inferior mientras la miraba con los ojos entrecerrados y la voz completamente grave.
-Esto es sólo sexo… -dijo Anna, esperando a que se quitara su chaqueta y terminara de sacarse los pantalones. Ambas conservaban sus respectivas blusas aunque, claramente, la de Elsa ya sólo era un montón de tela arrugada encima de ella.
Elsa se posicionó detrás de Anna y llevó sus manos hasta los pechos de la pelirroja. Soltó un largo suspiro en el cuello de la chica al sentir la textura aterciopelada de su anatomía. Anna levantó la cabeza, lo que permitió que Elsa accediera más a la abertura entre su cuello y hombros. Cada vez estaba más insegura si realmente se trataba de sólo sexo, su corazón confundido estaba rogándole y explicando que no estaba jugando con eso, que era sólo una parte de lo que había estado deseando en verdad con Anna.
-Anna…
-Sólo sexo, Elsa –volvió a reprender Anna, evitando caer ante todas las sensaciones que estaba sintiendo cada vez que las manos delgadas de Elsa oprimían sus senos y se detenían en la punta de sus pezones.
-Yo…
-Elsa…
-Lo sé, no es que me intereses –gruñó, mordiendo suavemente el hombro de la pelirroja.
-Tampoco me interesas –gimió Anna con el corazón en la garganta y el big-bang formándose en su vientre y más abajo.
Las blusas estaban estorbándoles, pero si se las quitaban habrían cedido a todo y una parte de ellas creían que sería más rápido ponerse sólo el pantalón que todo el conjunto en cuestión, por si de pronto el elevador se dignaba a funcionar.
Elsa empezó a mover las caderas poco a poco, haciendo rozar su pene en toda la extensión del sexo de Anna que aún llevaba las bragas encima; se estaba arrepintiendo por no apresurarse a sacárselas cuando pudo. Sea como sea, la pelirroja estaba claramente muy húmeda.
-Elsa –gimió e intentó regular su respiración- No hay tiempo, deja de jugar.
-¿y quitarle lo divertido al asunto? –repitió Elsa, haciendo burla de sus líneas anteriores.
Anna gruñó con molestia, pero se calló y cerró los ojos al instante cuando la rubia acarició su abdomen con las yemas de sus dedos, totalmente frías, y luego descendió hasta su vientre, en círculos y raspando levemente con las uñas, hasta traspasar la barrera de su ropa y llegar a su clítoris completamente hinchado. Ahogó un gemido mordiendo con fuerza sus labios, y su respiración desigual se volvió como si fuera un pez buscando un poco de agua; Elsa usó el dedo medio para oprimir el botón enrojecido de Anna y luego hizo movimientos ascendentes y descendentes, jugando con la lubricación que emanaba de su abertura. La rubia tragó saliva al sentirlo sobre sus dedos, no podía creer que estuviera logrando esos efectos en la pelirroja, ni que esos sonidos que producía su garganta la tuvieran al borde de venirse en ese instante. Apretó el ritmo, masturbándose por encima de la ropa de Andersen; Anna gimió y lloriqueó sin cesar, sintiendo un fuego abrazador por todas partes, por cada centímetro de piel por el que surcaba la de Elsa. Todos los sentidos parecían maximizados, excepto por el auditivo, pues ni siquiera podía escuchar sus propios gritos excitados. Incluso su espalda estaba quemando, al sentir los pezones de Elsa rozando con agonía entre sus blusas. Todo, todo, iba a explotar y salir volando de ese edificio.
-Basta, basta –jadeó Anna-. ¡Joder, Elsa! Deja de hacer eso…
-¿O qué? –murmuró Elsa, con ese tono de voz que Anna jamás había escuchado e hizo que se encendiera como un pedernal con muchas ganas de hacer una fogata.
-Estás tan dura… - Anna sintió que Elsa se tensaba, parecía que no esperaba aquello. Bueno, ella tampoco esperaba decirlo.
-Voy a joderte –susurró Elsa, como si en verdad le estuviera diciendo que la amaba y la luna ahora era de ella- Voy joderte hasta que empieces a gritar mi nombre, Anna Andersen.
Anna sintió cómo se deslizaba sus pantaletas por sus muslos y cómo la voz de Elsa se volvía como una danza erótica en sus oídos; suave, atrapante, hipnotizante. Nunca en su vida había esperado que las palabras de alguien se cumplieran al pie de la letra, hasta ese momento. Su espalda se arqueó cuando sintió el glande de Elsa buscando su abertura y luego se movió para recoger un poco de fluido, pasando y repasando por sus labios y regresando hacia abajo. Sentía la suavidad del eje del pene y, al mismo tiempo, la firmeza y el calor que emanaba, sólo un poco más frío que su propio sexo. Estaba temblando, y estaba segura que si Elsa no estuviera sosteniéndola con un brazo firme en ese instante, sus piernas la hubieran traicionado hace mucho, pues ahora parecía una gelatina humana.
En un segundo, su respiración había sido atrapada en sus pulmones. Elsa la haló más hacia su cuerpo, acomodándola a su disposición y ahí, justo ahí, se iban las amenazas de patadas karatekas y demás. Empezó a penetrarla con suavidad, deslizándose fácilmente en ella. Anna cerró los ojos con fuerza y se concentró en la dureza del miembro perforándola lentamente; abrió los ojos y jadeó cuando sintió un pequeño malestar que no pasó desapercibido por la rubia.
-Anna… Anna, ¿estás bien?
-¡Sí! –se adelantó, antes de que Elsa dejara de moverse dentro de ella- es sólo… que no había tenido nada tan grande dentro de mí –apuntó, con un severo sonrojo que no tenía nada que ver con la excitación-. Soy lesbiana… era lesbiana… sigo siéndolo, espera, ¿qué? Deja de confundirme.
Elsa soltó una risita y luego se inclinó para besar su mejilla, gesto que hizo que Anna sintiera que su cara no podía quedarse más roja. Había tenido una pareja formal en toda su vida, con la que había terminado hace más de un año; además, nunca había "arriesgado" mucho cuando se trataba de sexo. Ni siquiera le gustaban los juguetes. Era una pelirroja aburrida, poniéndolo en términos más cristianos.
-Sigues siéndolo; recuerda que yo no soy nada –Elsa le susurró, y parte de su flequillo hizo cosquillas en la mejilla de Anna, quien trató de tragarse sus palabras e hizo presión hacia atrás, hundiéndose más en su miembro palpitante. Ambas gimieron, Anna sentía que su corazón estaba en todas partes, todo estaba danzando y saltando como un duendecillo muy travieso.
-Más… Más rápido –dijo agitada.
Elsa le hizo caso y empezó a moverse hacia adelante y atrás, hundiéndose en ella completamente y luego saliendo hasta casi la punta; trataba de buscar el ángulo perfecto, aunque para Anna ya todo estaba jodidamente excelente. Sobre todo cuando Elsa entraba dentro de ella y sentía todo su vientre completamente lleno, como si toda su anatomía fueran extensiones autónomas y estuvieran actuando por sí solas, recogiendo placer por todas partes. Por su parte, la rubia intentaba tomar respiraciones en cada una de las penetraciones, pues las paredes apretadas de Anna sobre su pene la estaban volviendo loca. Era todo tan caliente y resbaladizo; y parecía que se acoplaba perfectamente a ella.
-Elsa… -Anna soltó entrecortada.
Elsa sonrió y siguió con el ritmo, para luego detenerse poco a poco y empezar a penetrarla con más fuerza, hasta que el aire empezó a cortarse por el sonido de todos los fluidos mezclados, golpeando contra el interior de Anna y su pene.
-Elsa… Elsa… Joder… Más…
Anna había olvidado cualquier promesa de odio, sólo estaba rendida a la merced de Elsa y lo que sea que le pudiera brindar la rubia, como sus manos sosteniéndola y acariciando su cuerpo al mismo tiempo, mientras se burlaban de su blusa y se introducían dentro de ella para presionar sus pechos y pezones. Sus dientes mordisqueaban la carne expuesta de Anna mientras se escuchaba jadeos entre ellas. No quería imaginar lo que era capaz de hacer la lengua de Elsa en el mismo lugar en la que ahora se encontraba otra parte de su cuerpo. Anna estaba perdiendo al mundo; y Elsa estaba follándola con la misma fuerza en la que la había visto en sus más oscuros sueños. O era mejor, porque podía sentirla en cada uno de sus poros, dentro, muy dentro de ella, haciendo esa presión maravillosa en cada uno de sus puntos débiles.
-¡Anna! –Elsa parecía igual que ella, sus flexiones empezaron a ser más torpes en un momento, y sus ojos cerrados indicaban que estaba a punto de venirse.
Anna lo sintió, y con la siguiente embestida su vientre se tensó para que, luego, una electricidad poderosa viajara por cada nervio de su cuerpo en un orgasmo feroz en el que convulsionó, haciendo que sus paredes vaginales oprimieran el miembro de Elsa con cada choque. Un momento después, cuando Anna seguía en el éxtasis gimiendo bajo su cuerpo, Elsa sintió su propio orgasmo viniendo con fuerza y, cuando se iba a apartar de ella para no eyacular en su interior, Anna tomó sus brazos e hizo que la abrazara, oprimiendo sus muslos para que se viniera dentro. Eso sólo hizo que los sentidos de Elsa se volvieran más fuertes y terminara con más fuerza de lo que alguna vez pudo haber ocurrido.
Ambas estaban sudorosas y jadeantes; pero incluso en esa situación Anna dejó deslizar la palma de su mano derecha en el brazo de Elsa que la sostenía y subió la otra mano para acariciar su cuello, casi con… ternura.
-Es sólo sexo… -Anna jadeó, sintiendo que los parpados le pesaban cada vez más y más.
Elsa no contestó, y en su lugar volvió a besarla en la mejilla, más despacio y por más segundos de lo que ambas hubieran querido.
Cuando el portero logró rescatarlas a las 7:35 de la mañana, nadie sospechó lo que había ocurrido varias veces en ese viejo elevador.
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Paz (Y)
