Bueno, aquí vamos. Les traemos el primer capítulo de esta historia nueva en la que nos animamos a explorar una trama alterna para el episodio 4x11, "Till Death Do Us Part" (mejor conocido como el de la boda de Ryan). Tomando como punto de partida la inolvidable escena en la que, por breves momentos, Kate teme que Rick haya invitado a otra mujer a la recepción, en este fic exploraremos la posibilidad de que ese malentendido dure un poquito más, despertando en Kate celos y temores que la llevarán a determinaciones muy interesantes y a un resultado que a todos nos hubiera gustado ver en pantalla. Esperamos que les guste tanto leerla, como a nosotros escribirla. Acompáñenos en esta nueva aventura.

Desde ya, gracias por el apoyo que le den a esta historia que será de amor de inicio a fin.

Con cariño,

Isabel y Valeria.


CAPÍTULO I

"Bella, inteligente, divertiday cada vez que sonríe me derrite el corazón".

Las palabras dichas por su compañero, aderezadas por una sonrisa boba y una mirada embelesada, siguen resonando en la mente de la detective Beckett, dejándole un regusto amargo. Ni siquiera tenía idea de que Rick fuera a llevar una invitada –una cita- a la boda de Ryan. Maldición… De hecho, en algún recóndito rincón de su mente, Kate mantenía la secreta esperanza de que Castle, eventualmente, le pidiera a ella que fueran juntos a la recepción. Esperanza misma que su escritor echó por tierra al decidir que iba a invitar a alguna de sus múltiples pretendientes en vez de invitarla a ella. Por Dios bendito, ¿en qué demonios está pensando ese hombre? ¿Es ciego, tonto? ¿O es sólo que se volvió poco perceptivo en el momento más inoportuno?

Porque… ¿Cómo no percatarse de que Kate se muere por que él sea su acompañante durante toda esa noche? ¿Qué acaso no tienen un trato? Sí, ese que pactaron silenciosamente aquel día en los columpios, hace apenas unos meses. Ella lucharía por recuperarse en todos sentidos; él esperaría y la ayudaría a que las barreras se derrumbaran y después… después Beckett le confesaría su amor, su omisión, conseguiría su comprensión y su perdón y construirían una relación con la que los dos llevan años soñando, ¿o no? Se pregunta Kate en qué momento voló por los aires la promesa –no dicha- de que no habría terceras personas interponiéndose entre ellos a lo largo del camino por el que avanzan hacia la consumación de ese amor que, definitivamente, es evidente para cualquiera que los conoce. Terminó con Josh porque se sentía desleal estando con el médico y sabiendo que Rick la ama…tanto como ella a él. No ha permitido a ningún otro de sus múltiples pretendientes que se acerque más de lo estrictamente necesario. Por Dios santo, si casi que ha dejado claro para todo el que se le planta enfrente que sus sentimientos ya tienen un dueño; y que es ni más ni menos que su compañero, su sombra, su mejor amigo, el hombre con el que pasa muchas de las horas del día y a quien dedica las sonrisas más sinceras, las miradas más dulces, las caricias más furtivamente significativas. ¿Qué parte de que deben ser exclusivos el uno para el otro es la que no entiende Castle? ¿Es que acaso todo el mundo se da cuenta de lo que sucede entre ellos dos menos el escritor?

Para colmo, hace tres días que Beckett se enteró de que Castle llevaría a alguien más a la boda de Ryan, y hoy –dos días antes del evento- es fecha que ella todavía no sabe quién es la feliz afortunada que, ahora mismo, es objeto de su envidia, de sus celos y de su aborrecimiento. Como por burla del destino, justo cuando le acababa de preguntat a su compañero por ese dechado de atractivos de la que hablaba, Espo los interrumpió anunciando que una nueva escena del crimen los esperaba; todos se movilizaron –Castle el primero-, y ella se quedó con la duda atascada entre unos celos enfermos y una curiosidad perniciosa que llegaron para quedarse. No sabe muy bien a qué santo le rezó ese hombre, pero no hubo manera de volver a tocar el tema de "su cita" en los subsecuentes días; al menos no sin ser demasiado obvia. Aunque casi que le pesa ahora no haberlo sido; haber, simplemente, mandado al demonio su preocupación por dejar traslucir las poderosas emociones que la invaden, y preguntarle otra vez quién es esa a la que llevará a la fiesta en lugar de brindarle a Kate el placer de su compañía. No, si es que el remedio tenía que haberlo aplicado a modo de prevención; debió proponerle a Castle ser su pareja para asistir a la recepción desde hace semanas. Si hubiera sido más audaz que cobarde, no estaría ahorita pasando por este mal rato. Y vaya que lo que siente ahora mismo no será nada comparado con el trago amargo que se tendrá que beber completito una vez que llegue el momento de la velada; ya se imagina sentada en la mesa de los solteros mientras ve a su Rick departiendo con…con quién sabe quién. Esto va a ser un calvario, y ni bailar con Esposito, ni emborracharse con Lanie, ni Dios con su santa ayuda, van a poder amortiguar este golpe seco. Maldita la hora en que el amor la volvió susceptible a los celos, al anhelo, al miedo.

Tantos planes tirados por la borda gracias a que Rick simplemente decidió no seguir esperando por ella. El vestido que eligió, pensando en él y sólo en él; las horas que planeaba pasar en su compañía durante la boda y después de ella; la oportunidad gloriosa de perderse entre sus brazos al compás de la música… Todo eso ahora no es más que una fantasía hecha pedazos con la que Kate no tiene ni idea de qué hacer. Su parte más optimista la incita a pensar que una acompañante para un evento social no significa nada más que…eso. Que el hecho no implica que Castle esté pasando página o renunciando a esperarla. Es sólo una inofensiva cita ¿cierto? Sí…una cita que tiene todo el potencial de acabar en algo más. Bueno, es oficial, lo que se prometía como una maravillosa noche, como una oportunidad única para ellos dos de acercarse aún más, se ha convertido ya en una especie de agobiante realidad alterna de la que Kate daría todo por poder salir.

El no estar lista todavía para sumergirse completamente en una relación con el hombre que ama; el no ser capaz de derrumbar más rápido esos desgraciados muros que la separan de la posibilidad de amarlo y entregarse a su amor sin reservas, son las causas que la tienen hoy justo donde está: a punto de verlo alejarse –por segunda vez- del brazo de alguna otra que esté dispuesta a ofrecerle mucho más que esperanzas vagas de un futuro indefinido. Quizá nunca se sienta lo suficientemente entera para dar el paso; tal vez no haya un momento perfecto para lanzarse a esa aventura que desea con alma y vida, pero hay más que suficientes mujeres ahí afuera –demasiadas para su gusto- dispuestas a aceptar encantadas lo que ella no tiene el coraje suficiente para retener. Evitarlo o permitirlo es decisión exclusivamente suya; y la primera advertencia le ha sido hecha. La encrucijada está de frente: luchar o verlo partir.

La detective levanta la cabeza, abandonando la posición en la que ya tiene sabrá Dios desde hace cuánto tiempo, con sus codos sobre su escritorio y la frente apoyada en las palmas de sus manos. Sobre la pulida superficie, a pulgadas del teclado de su computadora, descansa aún la última taza de café con que la abasteció Rick antes de irse pocas horas antes con un inocente "nos vemos el domingo, detective"; la silla –por el momento vacía- que ocupa el lugar de honor junto a su mesa de trabajo, le dibuja en los labios una sonrisa melancólica al llenarle la cabeza con la imagen amada y, ahora mismo, añorada. Un gesto de determinación se presagia en las pupilas castañas al tiempo que se pone de pie, se enfunda en su abrigo y dirige sus pasos hacia el elevador a través de una comisaría solitaria de viernes por la noche. Una sola idea presente en la asombrosa mente de Katherine Beckett. Puede ser que gane la batalla; puede ser que la pierda. Pero lo único cierto es que no va a claudicar sin antes haber dado pelea. Richard Castle merece librar por él todas las batallas. Y el próximo domingo durante esa boda, con o sin la acompañante del escritor en medio, Kate está decidida a conquistar lo que sabe suyo.


Richard Castle está agotando todos los intentos de que esa tarde le resulte inspiradora. El portátil sobre sus rodillas, las manos preparadas para empezar a teclear una nueva escena del trabajo que debe entregar en pocas semanas; frota suavemente las yemas de sus dedos, mientras los ojos siguen la leyenda "Deberías estar escribiendo". Una y otra vez. Una y otra vez. Nada está dando resultados. Ni el whisky que se ha servido, ni las notas de sus cantantes favoritos que le acompañan, llenando el silencio de la estancia, ni sentarse en el sillón como último recurso. Quizás mañana tenga más suerte. Cierra la tapa, coge el vaso vacío y se levanta, sin demasiadas ganas, para poder dejar el ordenador sobre su escritorio de madera. Fija la vista en el cuadro de William Curtis Rof. Staircase. Le encanta. Tanto como Beckett. Lo más curioso es que parece haber sido hecho precisamente para ellos; para explicar lo que ha sido su vida desde que se conocieron. Vueltas y más vueltas para no llegar a ningún sitio. Da un pequeño golpe con sus nudillos en la mesa de madera, animándose a volver a la realidad, dirigiéndose a donde reposa la botella de cristal tallada a mano para permitirse un par de dedos más. Sale a la pequeña terraza que colinda con su despacho, apoyando sus antebrazos en el murete mientras sostiene con las dos manos al amigo que debe ayudarle a ver claro lo que tiene qué hacer para cambiar las cosas. Contempla, sin ver, cómo la actividad diurna -comercial, turística y de negocios- de la ciudad avanza con rumbo hacia el movimiento frenético de la noche neoyorquina; las luces de los neones, de los leds, de la sirenas que se reflejan de mil formas diferentes en el líquido dorado que hace girar rutinariamente.

Lleva tres días rara. Callada. Pensativa. Sin brillo en los ojos, con sonrisa melancólica, sin espontaneidad en sus respuestas y sin ganas de discutir. Eso sólo puede significar que la ha fastidiado otra vez con ella. Y conoce exactamente la razón: está decepcionada. Algún día madurará y se dejará de jueguecitos con Beckett. Dejará de tentarla continuamente con provocaciones que no les llevan a ningún lado. Se prometieron –no hace mucho- que iban esperarse mientras ella acaba de solucionar sus problemas y él... Se trata de Alexis, Kate. Voy con Alexis. Se pasan las horas desafiándose, insinuándose, pinchándose y no sucede nada. Un día más, nuevas bromas. Pero cuando en la ecuación entran terceras personas, los celos activan en ella comportamientos erráticos, tan incontrolables como indeseables. Lo más curioso es que, en el fondo, le gusta que sienta envidia de cualquiera que se le pueda acercar -no deja eso de ser una buena señal-; pero por otro, le duele la imagen que ella pueda tener de él.

Niega con la cabeza mientras cierra los ojos, respirando el aire fresco que le rodea; disfrutando de la brisa que, de vez en cuando, golpea sutilmente su cara, desplazando su flequillo hasta hacerle una especie de leves cosquillas en la frente. Se siente bien ahí a pesar de todo. La incógnita sobre la identidad de su acompañante a la boda debió haber durado un par de minutos y sin embargo, llevan tres largos e incansables días arrastrando las consecuencias. Espo y los asesinatos siempre tan inoportunos. Y por más que él ha intentado acercarse y explicarse, ella ha encontrado la manera de escurrirse habilidosamente en cada ocasión. Le ha evitado tanto como ha podido. Es Alexis, Kate.

Sus recuerdos vuelven a trasladarse a unos días atrás, al salón del loft. Una tarde como tantas otras, compartiendo una copa de vino con su madre, hablando de la boda de Ryan y Jenny; de cómo iría vestido, qué les regalaría, quién le acompañaría. Papá, ¿puedo acompañarte? ¿Puedo ser tu pareja? Ni tan siquiera sabía que estaba en casa con ellos, y de repente, sus planes de proponer a la inspectora que fueran juntos se veían pospuestos hasta la siguiente boda. Con la seriedad que se toman las cosas Espo y Lanie, con suerte pasarán años. Bufó. Recuerda la ilusión en la cara de su hija al pedírselo. ¿Cómo le iba a decir que no? Un sorbo… Más vueltas al vaso y a sus pensamientos. Más vueltas a la escalera del Staircase y a su historia con Kate. Y ahora Lady Gaga, piensa. Todo al traste y encima sin pareja.

Le da un último trago a su whisky, aguantando el líquido en su boca, tragándolo lentamente. Queriendo captar hasta el último de los matices del preciado licor. Notando cómo se escurre cuello abajo. Interiorizándose. ¿Qué vas a hacer, Rick? Inclina el vaso, siguiendo el recorrido de una gota por la base. Y cambia el ángulo. Todo movimiento tiene sus consecuencias y a menudo son las que se esperan. Como el recorrido de esa gota de whisky de Malta. Pues intentarlo, claro. O me lo voy a echar por cara siempre. Mira la hora en el reloj de muñeca. Seguramente Kate ya no está en la 12a. Se acercará hasta ahí para confirmarlo, pero está seguro que tendrá que pasar por su casa. No piensa llamarla antes.

Entra de nuevo en su despacho, cerrando la puerta de la terraza. Dejando el vaso, junto a los otros del juego, boca arriba, indicando que ha sido utilizado. Toma la chaqueta del armario de la entrada, se la pone y se arregla el cuello de la camisa. Sólo falta acomodarse el pelo y salir a buscarla. Salir a deshacer el entuerto y a pedirle que, aunque sea sólo para evitar la mesa de los solteros, sea su acompañante. Si bien sabe –tanto como lo sabe ella- que no es esa la única razón.


Gracias por leer y comentar. Nos leemos en el próximo. Un abrazo,

-I&V-