Disclaimer: los personajes de esta historia pertenecen a Haikyuu y a su autor Haruichi Furudate.
Contrato de alquiler
Capítulo I
"¿Por qué tenía que ser él?"
—No. Me niego.
La mandíbula se le deslizó unos cuantos centímetros hasta quedar por completo desencajada. ¿Cómo podía él…? ¿¡Pero qué…!?
Se suponía que era su mejor amigo.
¡Se suponía que era su mejor amigo!
Aquello era traición y no podía ser llamado de otra manera. ¡Él era casi de su propia sangre! Su Iwa-chan lo estaba echando de patitas a la calle como si no fuera nada más que un perro sucio y pulgoso. ¡A él!
—¿Ah? —protestó, dejando caer las maletas a ambos lados de sus piernas, aun varado en el umbral de la puerta del apartamento.
Iwaizumi solo acentuó su ceño fruncido, manteniendo los brazos cruzados con firmeza a la altura de su pecho. Se hallaba al fondo de lo que era el comedor, sentado junto a la mesa que estaba ubicada al lado de la ventana. Sobre la madera de roble reposaba una taza de café, cuyo vapor inundaba las fosas nasales de Tooru, que desde que había salido de la estación de micros no había dejado de pensar en el sabroso desayuno que disfrutaría con su Iwa-chan. Incluso había fantaseado con que su mejor amigo le abriera la puerta en delantal con el saludo de "¡Ah! ¡Tooru, llegaste! ¡El budín aún se está horneando, pero no te preocupes que no debe faltar mucho! Siéntate que ya te sirvo el café. Es Mocaccino. Sé que ese es el que te gusta". Pero el pequeño detalle era que, justamente, se trataba de Hajime.
—Lo que escuchaste, Oikawa. —Su voz era cortante. Su firmeza, inquebrantable. Pudo identificar aquella mirada suya que decía que iba en serio con lo que decía y que no se atreviera a cuestionarlo. Y suavizando el tono de voz, añadió con tranquilidad—: Que tú te la hayas pasado en Europa el semestre pasado no es mi culpa.
—¡Claro que no lo es! —exclamó con la agudeza infantil que su voz era capaz de adoptar. Había avanzado por el comedor hasta donde su amigo se encontraba. Se arrodilló sobre el suelo y apoyó el mentón en la mesa, haciendo un puchero—. ¡Por eso te he dicho que me esperes!
Iwaizumi lo fulminó con la mirada.
—¿Y pagar el alquiler de un apartamento para dos personas durante seis meses? ¿Me ves cara de cagar grueso?
Tooru arrugó la nariz.
—Qué grosero eres, Iwa-chan. Y no, por supuesto que no te habría pedido eso. Te habría depositado el dinero en tu cuenta desde Europa, señor intelectual.
El rostro de su amigo se crispó ante su tonito de suficiencia y lo único que pudo hacer el castaño fue chillar y suplicar por su perdón cuando Hajime tomó su pequeña y delicada nariz entre sus dedos y la abolló como si se tratara de una lata de cerveza.
—¡No tengo tarjeta de crédito, tengo que pagarlo en efectivo, idiota!
Una vez que lo soltó, Oikawa se sobó la nariz observándolo con recelo. Aquella zona en particular le había quedado enrojecida.
—Qué bruto eres, Iwa-chan. ¿Así tratarás a tu novia el día que tengas una?
—¡Claro que no! —respondió, acalorado.
—Pues fíjate que no te creo nada.
—Pues no me creas. Te aseguro que no será idiota como tú.
Oikawa lo observó con burla, admirando el tono enrojecido de sus mejillas. Durante esos meses que no lo había visto, Hajime había crecido. Se podía decir con seguridad que sus años de jovencito adolescente habían quedado en el pasado. Sus rasgos habían madurado: su mirada se había vuelto más afilada y su mandíbula ancha por fin se había asentado en su rostro, que estaba menos redondeado y más anguloso. Su aspecto era más viril. En otras circunstancias le habría dicho que estaba más apuesto, pero en aquel entonces solo se le ocurría decirle que jamás conseguiría novia porque era malo y feo.
—¿Por qué no me dejas quedarme? ¡Dividiremos la cuota! —exclamó, decepcionado.
Hajime suspiró, dejando la taza de café a la que le había dado un sorbo.
—El contrato no me deja traer a nadie más a vivir aquí. La ubicación es buena, y considerando el precio me siento afortunado de haber podido conseguir estos metros cuadrados. No quiero arriesgarme a que el dueño me de una patada en el culo. ¿Entiendes?
—Ya… —Viéndolo desde ese punto de vista, Hajime no se veía tanto como un ogro. Incluso casi que comenzaba a arrepentirse de haber pensado que era malo y feo—. ¡Pero aun así pudiste haber..-
—O pudiste haberlo hecho tú ¿Quizás? —sugirió, abatido—. Ambos somos mayores de edad, Tooru. No tengo por qué encargarme de todos tus asuntos.
Bajó la mirada, sin saber qué responder. En parte porque tenía razón, y pese a que le costaba admitirlo, Hajime siempre había sido el maduro de los dos y no tenía por qué seguir cargando con él de esa manera. No era lo justo ¿Verdad? Mucho menos ahora que ambos se encontraban en la universidad y se suponía que por fin estaban encaminando su vida para poder ser alguien el día de mañana. Era el curso natural de las cosas, y no podía continuar pensando que seguiría enlazado a su mejor amigo hasta el final de los tiempos por mucho que lo deseara. Pero por otro lado lo que no lo dejaba hablar era el miedo. Tenía terror de salir de su zona de confort que se resumía en Hajime, su familia, el volley y Miyagi, y enfrentarse con el mundo exterior y todo lo que eso conllevaba.
No quería salir de ahí.
Por favor, que no lo obligaran a salir de allí.
Ese era el lugar donde se sentía a salvo, seguro.
Tokio y la universidad estaban en el otro paquete, en aquel mundo exterior que todavía no podía controlar, ni sentirse seguro dando los pasos solo.
—No tengo a dónde ir… —musitó.
Iwaizumi lo observó durante unos segundos. Tooru no lo observaba, sus párpados caídos dejaban entrever sus ojos del color del chocolate, que se enfocaban en su taza de café pero sin mirar. Se veía realmente deprimido. Ese idiota…
—Tsk. ¡Pero que conste que lo hice porque sabía que eras un tarado! —Golpeó la mesa con el puño y saco del bolsillo de su jean un papel. Ante la mirada confundida de su amigo, explicó—. Como sabía que vendrías y que no tendrías un lugar donde quedarte te he conseguido un apartamento. No tengo idea de cómo es, pero en tu situación no estás en condiciones de ser muy quisquilloso. —Le dirigió una mirada severa—. A la tarde tendrás que dirigirte a este sitio, allí se encontrará el dueño. Yo que tú, aceptaría. No tienes donde ir ¿Cierto?
A medida que hablaba la sonrisa de Oikawa se iba ensanchando y la emoción se hacía latente en sus ojos brillosos. ¡Lo sabía! ¡Sabía que Iwa-chan jamás podría echarlo así sin más! Incluso se había tomado la molestia de buscarle y conseguirle un apartamento.
Y con una mueca pícara, añadió:
—Te ves muy guapo cuando te preocupas por los demás, Iwa-chan.
—Repite eso si eres muy macho.
Hasta que se había hecho la hora, Tooru se había puesto más o menos al tanto con su mejor amigo. No hubo budín recién horneado ni mocaccino, pero se sintió feliz del café sin azúcar que le sirvió y de las pocas galletas sobrevivientes del paquete que le convidó. Hacía mucho tiempo que no lo veía desde que se había ido de viaje a Europa, por lo que se había encargado de describirle de manera resumida su experiencia y darle los obsequios que le había comprado. Por supuesto, tanto él como Hajime sabían que deberían verse nuevamente para continuar conversando, porque el tiempo se les había quedado corto. Lo había echado muchísimo de menos, y había sido la primera vez que se había separado de él por un tiempo tan prolongado. Y pese a lo arisco que podía ser su amigo, sabía que en el fondo también lo había extrañado. Y eso era fácilmente comprobable: todos los días, a la misma hora, Hajime le había enviado un mensaje de buenos días preguntándole cómo iba todo. Por supuesto, sin emojis ni florituras, bien seco como era usual en su persona. Pero el gesto allí estaba, presente, todos los días de su viaje. Y eso en el lenguaje de Iwa-chan era un "Te echo de menos y me preocupo por ti. Por favor, mantenme al tanto de tu situación".
Por suerte sabía que al otro día volvería a encontrárselo ya que, a pesar de seguir carreras distintas, ambos iban a la misma Universidad, y por lo menos podrían arreglar para verse en algún intervalo o en el peor de los casos a la salida.
Técnicamente le faltaban un par de materias y finales para pasar a tercer año, pero por culpa de su viaje se había atrasado. No era que se sintiera mal al respecto, no se arrepentía de su experiencia, pero el pensar que Hajime se encontraba en las clases de tercer año lo hacían sentirse un poco ansioso. También se sentía un poco intranquilo por su futura situación: era la primera vez que alquilaría solo, en Tokio. Los años anteriores lo había hecho con Iwa-chan, pero por culpa de la alta demanda de alquileres que necesitaban los universitarios, conservar el mismo alojamiento una vez que se regresaba de las vacaciones era tan imposible como tocar el cielo con las manos.
Cuando finalmente llegó a la dirección que Hajime le había escrito, dejó las maletas en el suelo, tomando un descanso. Soltó un suspiro y se pasó la mano por el cabello. No pudo evitar soltar una mueca de desagrado al sentir la textura con la que le había quedado.
«Tonto Iwa-chan y su champú barato. Me dejó el pelo más duro que la paja de una escoba. Pobre de mí y mi precioso cabello.»
Observó el edificio que se hallaba en frente. Revisó la dirección un par de veces y comprobó que era ese. Se trataba de una edificación antigua, de esas cuyos techos eran demasiado altos para la arquitectura oriental moderna y cuyas paredes gruesas eran lo suficientemente frías y húmedas como para saber que la calefacción allí, durante el invierno, seria precaria. Se dirigió a la entrada y cuando conversó con el encargado le explicó quién era y a qué había ido.
—Oh, claro. Sí, el cuarto piso. ¿Eres universitario?
—Exacto—. Forjó una sonrisa, de esas falsas que tan bien sabía dar. Estaba seguro que aquello no le había sentado demasiado bien al hombre, ya que los universitarios solían tener la fama de dar problemas. Pero él había dejado de ser de esa clase de estudiante hacía un buen rato ya. A veces se lamentaba de haberse vuelto tan ñoño y aburrido.
—Por allí —Le indicó con el dedo índice unas escaleras.
Oikawa le dedicó una sonrisa que no era más que una pequeña curva en sus labios y que, de alegría, no tenía nada.
—¿Perdón? — ¿Acaso había oído bien? ¿Pretendía que subiera cuatro pisos por escalera y con maletas?
El encargado le sonrió, soltando una risa que resonó entre las paredes húmedas del lugar de una manera casi diabólica.
—A menos que quieras llegar a tu apartamento, las escaleras están por allí.
Tooru se mordió el labio inferior, pero no se sumó a las risas del hombre con complicidad porque en aquel entonces nada le resultaba gracioso. Aquel edificio era demasiado antiguo.
Tras subir los cuatro pisos de unas escaleras cuyos escalones eran demasiado altos incluso para alguien como él, logró llegar a salvo junto con su pesado equipaje.
Oyó unas voces al final del pasillo, y él no hizo más que seguirlas pero sin prestarles demasiado atención en realidad, puesto que aún estaba ensimismado en sus pensamientos y maldiciendo la antigüedad del edificio y sus malditas escaleras. A lo mejor había sido por eso, que, cuando se tuvo que enfrentar con la situación que tenía en frente, su cuerpo no hizo más que paralizarse y sentir un sacudón que lo recorrió de arriba abajo como si le hubieran arrojado un baldazo de agua helada.
—Su compañero de apartamento llegará pronto.
—De acuerdo —Asintió el muchacho. Se encontraba de espaldas, pero podría reconocer aquella nuca aunque se encontrase en el otro lado del mundo y no supiera que él también se hallaba allí. Se trataba de alguien lo suficientemente alto como para imponer una presencia envidiable cuando ingresaba a la cancha –aunque no tanto como él-, pero con un aura de misticismo que, una vez fuera de ella, lo hacía inmiscuirse con el resto de las personas ordinarias. Lo suficientemente descuidado como para llevar puesta esa campera deportiva mal combinada con sus pantalones oscuros. Y lo suficientemente odioso como para saber que se trataba de él.
—Oh, creo que ya ha llegado —habló el sujeto, posando su mirada en su persona.
Entonces fue su turno para darse la vuelta y sus temores se confirmaron.
Sus miradas se cruzaron y no le pasó por desapercibido cómo sus ojos se agrandaron con sorpresa al verlo. Él, que había tenido la ventaja de haberse preparado unos segundos antes, se encargó de mantener su expresión jovial y relajada de siempre. Jamás se perdonaría si le mostrase que se encontraba afectado por su presencia.
—Tobio-chan, tanto tiempo —saludó con burla, acompañando con su mano el gesto.
El muchacho parpadeó varias veces y lo vio tragar saliva antes de hablar.
—O-Oikawa-san.
Tooru lo notaba nervioso en su manera invisible de revolverse en su lugar, y en la forma en la que tensaba sus hombros, en un vano intento por encogerse. A pesar de haber crecido, aún seguía sobrándolo en altura, y era una cualidad que le gustaba resaltar. Porque siempre era importante destacar lo suyo que Tobio carecía.
Le gustaba ser más alto que él.
Le gustaba ser más que él.
—O-Oikawa-san —entreabrió los labios—, ¿Qué..-
—¿Qué haces aquí? —le robó las palabras de la boca. Pero devolviéndoselas con todo el veneno que era capaz de transmitir oculto en su altiva sonrisa.
Cuando su antiguo kouhai estaba a punto de hablar, lo volvió a interrumpir:
—Vengo por el apartamento —murmuró, avanzando hacia el sujeto que pretendía ser el dueño del lugar, encargándose de no dirigirle la mirada ni una vez cuando pasó por su lado. A lo mejor, de esa manera, se daría cuenta de que su presencia no le era grata y que no le apetecía ponerse a conversar acerca del tránsito de Tokio y de cómo el clima se había vuelto más fresco—. Así que lamento comunicarte que Iwa-chan me lo consiguió primero para mí. Yo que tú andaría buscando otro sitio.
Desde el rabillo del ojo pudo verlo fruncir el ceño, y sintió ganas de mofarse de Tobio al ver que no había cambiado nada su actitud para con él. Pese a los años, lo seguía observando de la misma manera: con los labios apretados en una fina línea, y el rostro un poco agachado, cosa que sus ojos azules tuvieran que verlo a través de su flequillo.
El dueño del apartamento hizo acto de su presencia, aclarándose la voz.
—¿Acaso se conocen? —preguntó con una escueta sonrisa, como si la tensión del aire existente en el ambiente no estuviera. Debía rondar por los cincuenta, o alguna edad aproximada, ya que las arrugas de su rostro y su atuendo anticuado lo delataban.
Oikawa observó a Kageyama de soslayo.
—Es solo un antiguo Kouhai —explicó.
«Y la causa de mis mayores problemas.» Pero eso prefirió omitirlo.
El hombre sonrió complacido juntando las palmas de las manos.
—¡Oh! Eso será magnífico para la convivencia. —Sonrió—. Siempre es mejor cuando dos personas se conocen ¿Cierto?
Kageyama aguardó en silencio, no era tan tonto como para no darse cuenta de que, si el ambiente ya se encontraba tenso, ahora mismo se quebraba solo de lo tirante que se encontraba.
—¿Convivencia? —repitió Tooru acercando levemente la cabeza como si no hubiera oído bien.
—Claro, esto es un apartamento para dos personas —le respondió con seriedad—. Sé que tu amigo ha llamado por ti. ¿Acaso no te lo ha dicho?
—No, no lo ha hecho —negó, sin dejar de mantener su sonrisa que no era más que una mueca tensa. Todos los pensamientos malos que había tenido de su mejor amigo aquella mañana reaparecieron de golpe. No podía creer en la situación en la que el destino pretendía que se metiera. Debía hacer algo. Lo que sea para salir de esa situación. Y debía ser rápido—. Y me temo que no podré aceptar algo como esto —soltó una risa un tanto forzada—. Lo siento por ti, Tobio-chan –en realidad no-. Pero tendrás que buscarte otro apartamento porque este me lo quedaré yo. ¿Cuánto está la cuota?—inquirió, regalándole al dueño una de sus mejores sonrisas—. Podré duplicarla.
El hombre se removió nervioso.
—Esto no estaba en los planes, jovencito. Además Kageyama-kun ya ha dejado su seña —le respondió con contrariedad—, y no puedo echarlo de aquí sin más.
«¡Eres un tonto, Tobio-chan! ¡Siempre interfiriendo en mis planes!»
Oikawa lo fulminó con la mirada y este solo frunció aún más el ceño, apartando la vista. Se hallaba apoyado contra la pared, con lo que parecía ser una maleta que no era ni la mitad de tan solo una que llevaba él. ¿Acaso esas eran sus pertenencias?
—Sé que esto no es lo que usted esperaba, pero no puedo darle mejores noticias que estas. Si no quiere usar un apartamento compartido hay otras ofertas rondando en Tokio —le sugirió con amabilidad, aunque la consternación brillaba en sus ojos. Definitivamente no esperaba que el encuentro desembocara en ello, a lo mejor había creído que se limitarían a firmar el contrato y ya.
—¿Irme a otro sitio? —preguntó Tooru más para sí mismo que como verdadero interrogante. Aquello no podía ser, no tenía dónde ir e Iwa-chan lo mataría si se enteraba que había rechazado la oferta. Tenía demasiado equipaje como para dormir en alguna estación, y también se encontraba muy cansado como para no asentar ningún destino fijo. Además, las clases comenzarían al otro día y no tenía mucho tiempo para andar sin rumbo. Debía acomodar su vida cuanto antes—. No, no puede ser. Mañana comienzo las clases y no tengo en mira ningún otro apartamento —y tampoco sabía cómo tenía que hacer para encontrar uno. Depender de Iwaizumi tenía sus desventajas: no tenía idea de cómo moverse por su cuenta—. Tengo que quedarme con este.
Escucharse a sí mismo pronunciando esas palabras fue como oír su propia sentencia de muerte. No por la frase en sí, sino por todo lo que esta conllevaba. Aceptar eso era someterse a una convivencia con alguien con el cual no tenía la más mínima intención de relacionarse. Sin mencionar que era una persona a quien no veía desde que había egresado del Seijoh.
El dueño alzó las cejas.
—Entonces ¿Entramos a ver las instalaciones? —sugirió, un poco más animado de que hubieran más chances de firmar el contrato.
—Sí —asintieron ambos.
Quería terminar con aquel numerito bochornoso, entrar a su habitación, vaciar sus maletas y echarse a dormir. Eso sí, antes se encargaría de mandarle un mensaje a Iwa-chan diciéndole lo malo que era con él.
—Y este es el baño… Que bueno, claro, es compartido. ¡Pero dado que se conocen no creo que haya mucho problema! —se reía jocosamente el dueño del sitio. Justamente, el problema era que sí se conocían. El solo pensar que compartiría el mismo vaso donde poner el cepillo de dientes con su kouhai le daba dolor de cabeza. Y eso que no estaba mencionando otras situaciones más comprometedoras a la hora de usar un baño.
¿Cómo se le había ocurrido a su amigo averiguarle sobre un apartamento que debería compartir con Tobio Kageyama? Había solo dos opciones: o no lo sabía, lo cual sería una sucia acción del destino; o estaba enterado de ello pero le importó tres cominos lo que él pensara al respecto. Y ciertamente se inclinaba más por la última. A diferencia de él, a Hajime jamás le cayó mal Tobio-chan y siempre que había podido, había interferido en sus planes a la hora de hacerle alguna maldad años atrás.
—Y esta es la cocina… —a medida que les iba mostrando el lugar, ambos asentían y sonreían por puro compromiso. A lo mejor soltaban algún halago y nada más. Por parte de ambos había una incómoda sensación en que la que ninguno sabía cómo moverse. Evitaban mirarse lo más posible y no se dirigían la palabra.
El apartamento estaba bien.
Más que bien.
Era grande si se tenía en cuenta que solo eran dos personas las que vivirían dentro y que se hallaban en Tokio, donde el espacio era reducido y cada centímetro era aprovechado al máximo. El comedor no era muy espacioso, y tenía un gran ventanal en el medio donde se situaba una mesa al lado con sus respectivas sillas. El televisor parecía aún más anticuado que el edificio, pero por su parte no emitió quejas. Mientras tuviera conexión a internet el cable se podía ir al demonio. Por fortuna, encontró que tendrían bastante privacidad a la hora de estar en sus propios dormitorios ya que estos estaban enfrentados de un lado al otro de la casa. Ambos tenían el mismo tamaño: ni muy grande ni muy pequeño. El suficiente para que entrara una cama, un escritorio y el ropero que ya venía incluido. Seguro se encargaría de personalizarlo un poco luego, ya que viéndolo tan blanco e impoluto le causaba una sensación deprimente.
La cocina era un tanto pequeña, y sus instalaciones no parecían muy modernas. Pero Tooru apenas sabía cocinar, así que daba por sentado que viviría a ramen instantáneo.
En resumen, era un sitio muy bonito, pero aun no podía darse el lujo de disfrutarlo porque había cierta mirada en su nuca que lo hacía sentir incómodo.
—Espero que haya sido de su agrado y cualquier molestia no duden en llamarme —habló una vez que terminó el recorrido. A continuación se limitó a darles un par de indicaciones de seguridad y de cómo debía ser el modo de pago—. ¿Alguna objeción? ¿Todo ha quedado claro?
—¡Sí, señor! —exclamó Kageyama un poco más efusivo de lo normal. Tenía los puños apretados, los finos labios trazados en una línea y sus ojos abiertos. Lo observó ladeando la cabeza con un tinte de mofa pero no dijo nada al respecto.
—¿Podemos ir a los papeles? —sonrió.
Ambos tomaron sus contratos y los leyeron con atención. Estos constaban de numerosas hojas a las cuales, Tooru habría botado la mitad por decir cosas sin relevancia. Oikawa se salteó lo que a él no le resultaba importante y fue directo al tiempo de caducidad del trato. Este decía que se comprometían a pagar mensualmente durante el tiempo de seis meses. Un semestre, lo cual le pareció lógico. Sin embargo, el leerlo le fue una pequeña patada en el dedo chiquito del pie.
Seis-meses-conviviendo-con-Kageyama.
Era una locura.
Se obligó a no pensarlo demasiado, porque en caso contrario, se obligaría a botar aquel papel, tomar sus valijas y regresar a Miyagi a ser un parásito con su vida.
Cuando le entregó la copia de su contrato, vio que Kageyama hacía lo mismo con la suya.
—¡Todo listo! —Tomó ambas copias y las guardó en sus respectivos folios para luego meterlas en su maletín—. Creo que es momento de irme. Espero que la convivencia sea buena y el sitio de su agrado.
Tooru lo acompañó hacia la puerta, asegurándole que todo iría de maravilla y agradeciéndole por su buena atención y colaboración de manera pomposa. Cuando cerró la puerta puso el pestillo.
Se mordió el labio con fuerza y cerró los ojos tratando de conservar la calma. Al darse la vuelta, unos ojos azul marino le devolvían la mirada con cierta inseguridad.
Se habían quedado solos.
¡Hola a todos! Este es mi primer intento en este fandom. En un mundo donde reina el Kagehina y el Iwaoi decidí emparejar a estos dos y ver qué sale jaja. Espero que puedan darle una oportunidad a esta pareja no muy popular y disfruten de leerla tanto como a mí me resultó escribirla. La pareja principal será Oikage, pero habrá menciones a secundarias que podrán ser tanto heteros como yaoi, espero que mi elección no ofenda a nadie, fue algo hecho al azar y cómo a mí me resultó más cómodo a la hora de escribir este relato. :)
Gracias de antemano por darle una oportunidad a este montón de palabras.
Ojalá les guste, y si no es mucha molestia, podrían hacerme saber qué les parece.
¡Besos!
