« Hey. Los derechos a Hisaya Nakajo (por cierto, que nombre más mono~).

Senri Nakao (Yang Yang en la versión taiwanesa del dorama) es el idol antes de que Mizuki llegara al internado. No pensé que, si hacía un fic de Hanakimi, sería de esta pareja (¿es ESTO una pareja? Yo no le veo nada de romance, pero bueno, yo qué se). De todos modos, me gusta mucho (sólo apoyo, tan borde). Así que si lees, por favor comenta.


Red cloud

«Tú no eres el cielo ni el infierno,

Tú te limitas a ser»

El cielo es rojo, sangra herido. Atardece. Mizuki está sentada en el suelo, caída, como una muñeca rota vestida con ropa de soldado deshilachada. A veces piensa que Senri lo sabe pero luego se dice que no, que no es así. Y lo mira y él sonríe con esa timidez, con esas pocas ganas de admitir que es una persona fantástica, algo más que un idol de cara bonita y boca apetitosa. Los ojos de Mizuki caen sin querer en esa parte de él, y torpemente parpadea. Atontada. Pareciera que las nubes pesaran, sábanas cargadas de jugo rojo, y que fueran a desplomarse en el suelo en cualquier momento.

—Oye, Mizuki... —dice Senri.

Y ella. Él. Lo mira. Si sigue así acabará con doble personalidad, pero es necesario porque cuando él (él, la razón para cruzar un mar y mentirle a medio mundo) la mira y sonríe, Mizuki cree que ni siquiera si pudiera saltar tan alto como él se sentiría más feliz, con ese vértigo en el estómago y las mejillas rojas y las puntas de los dedos picándole. Tiene que tocarlo pero no puede porque estar cerca de él tiene un precio —ese es ser un chico y no poder amarlo—. O sí, tal vez... tal vez. Porque, a su manera de verlo, eso a Senri (y a Minami Nanba, o por eso ruega Senri) no le importa en absoluto. «No soy gay», le dijo una vez, jugueteando con el adorno de su celular, «es sólo que el superior es la persona que amo».

Es una buena política. «No estoy loca», dirá un día Mizuki ante sus padres, o la directora del colegio, o un juez, «es sólo que mi alma gemela vive muy lejos». Si te lo piensas bien cruzar océanos y travestirte no es nada comparado a lo que ganas (una sonrisa). El mundo entero, vamos, cómetelo.

—¿Qué?

—¿Has besado a alguien alguna vez, Mizuki?

Se le corta la respiración y piensa en un beso con sabor a licor inconsciente y labios suaves, tan cálidos. Tanto calor y tanto frío. Lágrimas que no atienden razones y no esperan a que te escondas para suicidarse. Mizuki se siente avergonzada y, de todos modos, no fue un beso de verdad (porque Sano no se acuerda y porque se lo ha dado a miles de otras personas).

Así que miente.

—No.

Y Senri se inclina. La besa. Tan fácil como eso. No le mete la lengua en la garganta y no apoya las manos en sus hombros, Mizuki siempre tan pequeña, torpe, cayéndose luego de tropezar con sus propios zapatos y sin poder levantarse porque de repente el peso del mundo y de su pequeña trampa, se le viene encima. No la toca, no más que en ese roce casi despectivo y que tiene toda la compasión del mundo. El cielo está herido y Mizuki está cansada. A veces se pregunta si todo vale la pena (sí, por supuesto que la vale) ¿pero hasta cuándo? (Hasta siempre).

—Te veías tan triste hace un momento —dice Senri, cruzándose de brazos—. Vamos, levántate, que no tengo todo el día. Si el superior Minami nos llama, debe ser algo importante.

Probablemente sea una tontería. Mizuki sonríe porque no quiere llorar, con el flequillo sobre los ojos.