Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a la serie Inuyasha de Rumiko Takahashi y he usado parte de La leyenda del Goshinboku para mi fic, con fines no lucatrivos. El resto de la trama es enteramente mía.
Summary: Kagome pierde la vista a causa de un accidente. Luego de días encerrada y enojada con la vida, escucha una extraña voz que le habla en medio de la oscuridad; al seguirla, se encuentra frente al Goshinboku de su templo donde un muchacho, iluminado por una extraña luz, se halla aprisionado. Ella es la única capaz de verlo y él es lo único que ella puede ver. El alma cautiva se trata de un ser de siglos de antigüedad que carga con el pesar de una traición. Con el correr el tiempo la chica irá aceptándose a sí misma gracias a la compañía del antipático espectro que, sin quererlo, irá enamorándose de ella, aún sabiendo que nunca podrán estar juntos.
Palabras del capítulo:2229
N/A: Hacía tiempo tenía ganas de escribir esto, y anoche me quedé despierta terminando algunos detalles de la trama principal y escribiendo el primer capítulo de la historia. Estoy emocionadísima. Ojalá a ustedes les guste.
¡Ojalá les interese saber de qué va el fic así podré seguir publicando!
Tengan un hermoso día lindas/os!
FlorwerGreen
The only one I can see
by FlorwerGreen
Capítulo 1 Accidente
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—Hija, despierta.
—Hmp —Me revolví en la cama y me escabullí más entre las sábanas.
—Hija, abre los ojos.
No pude evitar que una risita cargada de sarcasmo saliera de mi boca. Por dentro, sabía que no era justo para mi mamá, que ella no tenía la culpa. Pero no podía evitarlo, odiaba todo lo que me rodeaba.
—¿Ahora me dirás que el sol está hermoso y hace un día estupendo? —Le dije mordazmente.
La sentí murmurar una disculpa quebrada por su voz. Me sentí mal en ese momento pero solo quería que se fuera… no quería sentirla cerca, no quería sentir a nadie cerca, simplemente quería estar sola.
Nadie que no haya pasado por esto, puede entender lo que se siente abrir y cerrar los ojos y seguir en la oscuridad. El haber experimentado los colores, la luz y la forma, y que un día todo se vuelva negro, es desesperante. ¿Por qué tenía que pasarme esto?
Mi corazón se volvió a romper y empecé a soltar las primeras lágrimas de la mañana. Me toqué levemente los ojos y limpié mis lágrimas. Podía sentir la calidez de esa agua recorrer mis mejillas. Mis pestañas, gruesas y largas, se empapaban a cada pestañeo. Mi nariz se hinchaba levemente y mis manos temblaban sobre mi cuello. Y sin embargo, luego de llorar y llorar, seguía sin ver nada.
Habían pasado tres semanas desde aquella maldita vez. El peor día de mi vida. O mejor dicho, el día donde empezó mi vida de mierda. Lo recordaba perfectamente. Cada día mi cerebro me reproducía las mismas imágenes, una y otra vez, torturándome.
Ese día, Hojo me había dicho que antes de volver a casa, daríamos haríamos un recorrido por la ruta que salía de la ciudad, en su nuevo coche. No podría explicar cómo me he arrepentido y no podré contar las veces que me seguiré arrepintiendo de ello. Hojo nunca había sido un buen conductor, pero nunca había tenido problemas en la calle, hasta ese día.
Borrachos ambos, salimos de la fiesta y Hojo no había parado de acelerar desde que habíamos ocupado el auto. Recuerdo haber sacado medio cuerpo por la ventana, para sentir el aire a esa velocidad. En ese momento, él se inclinó hacia mí, para volver a meterme en el coche y de repente, perdió el control. La frenada llegó tarde y el coche se precipitó bruscamente hacia la banquina. Nos dimos vuelta. El vidrio trizado fue, literalmente, lo último que vi en esa vida.
Sacudí la cabeza, pues no quería seguir recordando el después… por más dolorosos que fuesen, esos eran los últimos recuerdos de mi vida. ¿Cuántas veces habría me habría imaginado cambiando el pasado? Pensando en nunca haber entrado a ese coche, haberle dicho a Hojo que me quedaría un rato más en la fiesta que había organizado Miroku, el novio de Sango, o simplemente, haberle pedido que me llevara directamente a casa. Cualquier cosa podría haber impedido que eso pasase. Pero no. Y todavía no podía aceptar el hecho de que… jamás volvería a ver.
Debería haber muerto. No debería haber despertado para hallarme así. La vida se cagaba en mí.
Palpé al lado de la cama, sobre la mesita de luz, en busca de mi pañuelo. No estaba. Palpé con más fuerza. ¿Dónde mierda estaba mi pañuelo?
Me encontré golpeando la mesa, tirando todo alrededor. ¡Maldito era todo lo que me rodeaba, ¿dónde mierda estaba mi pañuelo?! ¡¿Por qué no podía saber dónde estaba?!
Golpeé el velador, tirándolo al piso. No me importó. Tiré el reloj despertador de un puñetazo; hasta tomé el celular que tenía encima de la mesita y lo estampé hacia algún lugar de la habitación, posiblemente rompiéndolo. ¿Acaso importaba? Si ni siquiera sería capaz de usar nada de eso otra vez. Era una inválida, una inútil.
—¡Kagome!
La voz de mi madre solo me puso más furibunda, la oí subir las escaleras y yo, lejos de tranquilizarme, seguí tirando y rompiendo cosas, incluso me senté en la cama y pateé la mesita de luz, lastimándome el pie.
—¡Mierda! —Grité de dolor —¡¿por qué no puedo encontrar mi pañuelo?!
Al tomarme el pie, en un vago intento de contener el dolor, perdí el equilibrio y caí al suelo.
Debí dar una imagen patética, porque, al entrar mi madre, lejos de darme una reprimenda o una cachetada por el todo lo que había hecho, me ayudó a levantarme mientras lloraba silenciosamente. Podía escuchar su respiración entrecortada. Eso me rompió el corazón por segunda vez esa mañana. Y todavía no había terminado el día.
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—Voy a ir a comprar algunas cosas, ¿sí?
Yo asentí lentamente. Quise centrar los ojos hacia donde estaba mamá, pero la idea de no ser capaz de hacerlo y que los ojos se me desviaran me pareció horrible, así que simplemente me limité a mantener la cabeza gacha.
Me sentía culpable. Mamá había juntado todo el desastre sin decir una palabra, y además, me había hecho manzanas al horno rellenas de caramelo. Aunque no logró que bajara para sentarme en la mesa del comedor —por el mero hecho de que no quería recibir ayuda al bajar las escaleras—, sí logró que las comiera gustosa, calmando un poco el ataque de histeria que había tenido minutos atrás.
Sabiendo que volvería a tener un problema con la mesita de luz, me agaché desde la cama, hasta dejar torpemente el plato, donde había comido, en el piso.
Pensé en volver a acostarme, porque, básicamente no podía hacer otra cosa.
Cerré los ojos para intentar alejar esos pensamientos, y concentrarme en algo más, aunque simplemente no pude. No podía olvidar esa sensación de desarraigo.
Genial. Otra vez volvía a llorar.
—Maldita niña llorona. Ya no puedo soportarla.
Alcé la cabeza, sorprendida, y empecé a girarla por inercia, a varias direcciones, intentando captar de donde había provenido aquella voz.
Me quedé callada, intentando volver a escuchar algo, pero todo se mantuvo en un silencio sepulcral.
—Al fin, algo de silencio.
Volví a mover la cabeza, pero me di cuenta que aquella voz ni siquiera estaba cerca. Era como un susurro en mi habitación. Sentí miedo. ¿Alguien habría entrado a mi casa?
Me armé de valor, y me paré de la cama. Tambaleé un poco y casi perdí el equilibrio. Era la primera vez que me paraba por mí misma, desde el accidente. Caminé a tientas hasta donde yo recordaba que estaba la puerta, y empecé a palpar al costado del marco, donde se suponía que estaría colgada, la cosa que hasta ahora me había negado a tocar: mi bastón blanco.
Cuando logré descolgar el bastón del perchero, me apresuré al abrir la puerta. La voz todavía no había vuelto a hablar. Si estaba en casa, posiblemente me estaría acercando a algún peligro, pero tampoco sentía que tenía mucho que perder. Cuando salí al pasillo, tanteé con el bastón en busca de la barandilla. Paso a paso, caminé lentamente hasta llegar a las escaleras. Bajé con cuidado una a una, apoyando el bastón blanco primero y luego mis pies. Yo sabía que un movimiento en falso y luego no sólo estaría ciega si no que también en silla de ruedas por un mes.
Quizás el recorrido parecía lento y aburrido, pero realmente, para mí era todo un desafío.
Al llegar a la planta baja, me quedé quieta, insegura de seguir avanzando. Traté de agudizar mi oído lo más que pude, pero no fui capaz de escuchar nada dentro de la casa. Doblé en el pasillo que atravesaba a la cocina y me fui hacia la parte este de la casa.
Entonces mi corazón empezó a latir fuertemente; a varios metros de donde yo estaba, pude distinguir una luz.
¿Una luz?
Cerré los ojos y parpadeé varias veces. Incluso me restregué con mi antebrazo los ojos, pero no dejé de ver esa luz.
¿Podía VER una luz?
Alcé mi bastón blanco, dejando de usarlo, y caminé con paso firme, casi apresurado, hasta esa luz.
Podía notarla, me estaba acercando.
—¡AY!
Mi nariz chocó contra un vidrio y el impacto me hizo retroceder, colocando el bastón en el suelo para amortiguar el impacto. Abrí los ojos y pestañeé, con miedo de haber perdido de vista aquella luz. Pero esta seguía allí. Me acerqué, esta vez más precavidamente y toqué el vidrio y la puerta que había al lado. Sí, estaba frente a la ventana que daba al exterior de mi patio, donde estaba el pozo y el Goshinboku del templo. Sin salir de la emoción, retrocedí para abrir la puerta, y me apresuré para salir, casi a los tropezones. La luz se hacía más y más fuerte.
¿Eso era… un muchacho?
Un cuerpo que emanaba luz, se hallaba suspendido frente a mis ojos. Debía estar soñando.
Me acerqué un poco más, para quedar parada justo a metros de él. No sabía qué me impresionaba más, si el hecho de estar viendo nuevamente, o estar viendo un chico luminoso suspendido en el medio de la oscuridad. Sí, definitivamente estaba soñando.
Me maravillé al ver lo guapo que era. Tenía el cabello largo y plateado, sus ojos eran de un profundo color miel, los cuales me miraban como extrañado. Su ropa era extraña y completamente roja. Y encima de su cabeza se hallaban… ¿orejas de perro?
—No puede ser… no puede estar viéndome —Dijo el extraño muchacho, frunciendo el entrecejo.
Yo estaba tan absorta, contemplándolo, entre intrigada por su aspecto y feliz de poder volver a distinguir colores otra vez, que simplemente le ignoré.
—Qué cara de idiota pone, solo por ver un árbol.
Ahí reaccioné a lo que me había dicho.
—¿Qué dijiste, imbécil? —Le exclamé, saliendo de mi ensoñación.
El muchacho se quedó callado, y se me quedó viendo. No pude evitar sonrojarme al ser recorrida por su mirada.
—¿Puedes escucharme?
—Por supuesto que puedo, de otro modo, no habría venido hasta aquí —Le espeté, todavía algo indignada. No conocía a ese chico y ya me desagradaba.
Volvimos a quedarnos callados, yo todavía analizando qué clase de sueño era ese y él… bueno, él simplemente me miraba.
—¡¿Qué haces ahí parada, Kagome?! —La voz de mi madre sonó detrás de mí, e instintivamente me di vuelta, esperando verla. Pero solo había oscuridad.
—¿Kagome? —La voz del muchacho me hizo volver a voltearlo. Ahora él me miraba con el ceño fruncido y una expresión de desagrado.
—¿Mamá?
—¿Cómo llegaste aquí? Oh, Kagome, ¡te podrías haber caído!
—Ma, ¿es que no lo ves? —Le pregunté volviendo mi cabeza hacia la oscuridad, de donde su voz provenía.
—¿Ver qué, hija? —La voz de mi madre sonó confundida y preocupada.
—Ella no puede verme ni oírme —Le dijo el muchacho con una expresión de burla—, ¿es que no te das cuenta, tonta?
Ignoré al maleducado chico.
—El chico —Le dije señalándolo. Hubiera pagado por ver la expresión de mi madre en ese momento—. El chico suspendido en el aire, está justo aquí.
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Me acomodé en el sofá y tiré mi cabeza hacia atrás, en un vago intento de sentir más amena la conversación.
—¿Kagome?
—Hmp.
—¿No quieres hablarme de lo que pasó ayer?
Otra vez, el psicólogo me estaba increpando con eso. No sabía si decirle la verdad o no.
—Tu madre dijo que habías visto algo.
Y lo había visto. El muchacho seguía ahí en el árbol, incluso había reparado en verlo antes de ser arrastrada por mi madre hasta la oficina del psicólogo, en la escuela. ¿Por qué tenía que ir precisamente con el psicólogo de la escuela? ¿No había algún otro para elegir?
Cuando me había ido de casa, el chico ni siquiera me miró, me ignoró olímpicamente. Y yo tampoco podría correr hacia él en frente de mi madre, eso le haría preocuparse más. Si ella no podía verlo, cualquier persona en su lugar, pensaría que yo estaba perdiendo la razón. Algo que hasta yo misma empezaba a creer.
—Bueno si no quieres hablar de ello, no hablaremos.
Relajé los hombros un poco y suspiré.
—Dime de qué quieres hablar.
—De nada.
—Quizás sí quieres hablar de algo pero todavía no estás preparada para eso.
—¿Significa que ya me puedo ir?
La risa del psicólogo Suikotsu se expandió por toda la habitación.
—Pero acabas de llegar, Kagome. Tú sabes que esperamos tu regreso.
—No voy a regresar.
—¿Por qué no? Todos tus amigos están aquí.
—No hay nada que pueda hacer aquí, no puedo tomar apuntes y no puedo ver ni el pizarrón —Una conocida ira comenzó a apoderarse de mí. No supe en qué momento había alzado la voz —¡Ya no puedo hacer nada!
Otra vez, la amargura. No podía estar dos minutos sin sentir autocompasión por mi estado.
—Hay alternativas, ¿sabes? Es necesario que atravieses esta etapa de enojo. Enójate con todo lo que te rodee, entristécete. Pero al final del día nada habrá cambiado. Aprender a aceptar tus nuevas condiciones de vida hará más fácil que te adaptes a ellas.
Cuando me di cuenta, mis lágrimas habían empezado a salir. No quería llorar frente al señor Suikotsu, pero tampoco podía dejar de hacerlo.
—No sé… como podría adaptarme a esto…
—Para eso estamos yo y todas las personas que te rodean —Me dijo en tono conciliador.
Me tapé la cara y me sentí el doble de miserable. No quería adaptarme a nada. No quería vivir así.
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