L'amour est le symbole de l'éternité, élimine tout sens du temps, détruit toute mémoire du principe et annule toute la crainte d'une fin.
El amor es el símbolo de la eternidad, elimina todo sentido del tiempo, destruye todo recuerdo del principio y anula todo el temor de un final.
Esta es la historia de joven con sueños e ilusiones desgarradas, con un corazón herido que hallaba el amor necesario en los senos fraternales de la inconsciencia y en delirios de grandeza. Un joven que desde la más tierna infancia tenía todo cuanto pedía, dormía en sábanas de seda y lino, recibía la mejor educación de la época junto a su pequeña hermana, nunca la faltó nada o eso quería creer; sin embargo siempre hubo algo en él que defraudaba a sus mayores, a su padre, a su madre, a sus tíos. Quizás era su espíritu rebelde, su miedo por los espacios cerrados o su encanto magnético lo que le volvía potencialmente peligroso para la fama de Mickael, su padre. En su infancia siempre procuraba perfeccionar sus técnicas en todos los aspectos, siempre buscando la aceptación, siempre buscando el cariño que creía merecer; es su búsqueda aprendió a tocar el piano, la equitación, el esgrima, la literatura, el latín, el griego, el arte de manipular y la caza.
No obstante todos sus intentos resultaron fallidos desde el momento en que, por defender a su hermana, desautorizó a su padre, y fue aquello lo que en principio le costó muchas torturas. Siempre había sido mujeriego, egoísta con su felicidad y arrogante con ciertas personas... pero jamás había deseado el mal a nadie hasta ese momento... jamás había querido que aquello sucediera de tal modo. Y ahora que todo había acabado, que ni siquiera pretendía volver a recordar su vida como humano, no era capaz de recordar el más mínimo atisbo de humanidad: solamente era capaz de sentir por ella y por sí mismo. Pero en el duro proceso, también la había olvidado a ella, cegado por el deseo de sangre.
Dis moi qui tu hantes, je te dirai qui tu es.
Dime con quién andas y te diré quién eres.
Era un cálido verano, el joven De Pointe tendría unos 16 o 17 años cuando su padre decidió llevar sus negocios a un nivel más alto, comerciando con Asia sobre algunas especias. Aquella tarde el primogénito volvía a caballo con algunos de sus amigos, traían varios faisanes atados de cabeza a largas varas de madera que sostenían sobre sus hombros. Llegando ya al gran jardín de entrada atisbó a su bella hermana platicando fluidamente con un hombre de origen asiático, ambos sentados sobre los mueble encuerados del corredor principal. Bajó del caballo sin apartarles la vista, dejando la rienda en manos de un criado de piel oscura y se aproximó allí casi con enojo. Mae le presentó al asiático, un tal Fujiwara. Se trataba comerciante Japones, natural de Kyoto. Aquel mes, Fujiwara, sería invitado de honor en la mansión De Pointe. Alexander se sintió encantado con él, no solamente por su forma de actuar y sino por su magníficas habilidades con la espada.
Las semanas corrieron rápidamente pero uno de tantos días Alexander quedó con Fujiwara para beber algo de alcohol y divertirse con las chicas del la ciudad -cosa que Mickael De Point le tenía prohibido, al ser un joven de alcurnia no debía dejarse ver ebrio o coqueteando con jóvenes solteras o casadas-. Alexander confiaba en su amigo asiático sin embargo le tendieron una trampa y fue encontrado por su padre con las manos en la masa. Aquella tarde, lo último que vio fue a Fujiwara, sonriendo tras las espaldas de su padre, sonriendo como el bastardo traidor que era; como si disfrutara de ver cómo los criados se llevaban a Alexander a rastras al interior de una carroza. El moreno se arrellanó entre los cojines de seda, sabiendo que aún si lograba escapar tendría que volver o lo que es peor, le buscarían, el castigo sería mucho peor pero en aquel momento nada importaba. Él odiaba a Fujiwara, odiaba a los asiáticos y siempre los odiaría en adelante. Los esclavos le transportaron a la mansión y, tras esto, al calabozo de la misma.
Antes de darse cuenta ya le obligaban a bajar de la carroza.
-¡Suéltame, negro inmundo!- exclamó, apartándose bruscamente-. Puedo ir solo.
Unas grandes puertas de madera con relieves de acerco se abrieron ante él, le condujeron por los amplios pasillos de aquella mansión y cuando finalmente llegó, las escaleras le parecieron demasiado cortas. En el piso inferior se encontraba el Negro Kahir, llamado así por obvias razones, esperando para que el señorito De Pointe fuera llevado allí. Alexander tembló; tembló de miedo, de cólera, de rabia y de odio, les odiaba a todos, menos a Mae y a su señora madre. Pero a Mae la amaba y a su madre no, porque no podía amar a un ser que amase incondicionalmente a un hombre que maltrataba a sus hijos y que además les humillaba. Entonces le empujaron hasta llegar a una especie de sala de tortura, una mazmorra donde le desnudaban el torso y le ataban de manos y pies para luego guindarlo a una viga. Entonces todo estaba listo para que El Negro Kahir le azotara con el látigo.
