El cliente echó una curiosa mirada por encima del mostrador e inmediatamente el pequeño AllMate le llamó la atención, la bolita de pelo que descansaba enroscada en un rincón de la tienda observaba cómo su dueño atendía a la clientela y no intervenía más que para buscar datos en internet cuando su dueño se los preguntaba.
-¿Ese es tu AllMate? Si te interesa, tengo un viejo modelo en casa que te puedo vender a un módico precio… Es viejo, pero no tanto como el que tienes ahí.
Aoba volvió la cabeza y miró a Ren, su viejo Allmate de forma canina. No podía hablar de él como si fuera un objeto y mucho menos de sistituirlo.
-Esto… gracias.- contestó Aoba, confuso por no ser él quien intentaba realizar la venta, lo cual sería lo habitual.- No estoy interesado, Ren funciona perfectamente y no tengo intención de sustituirlo. Pásese la semana que viene, las piezas de repuesto habrán llegado.
El muchacho asintió y se marchó de la tienda conforme con su pedido. En cuanto la puerta se cerró, Aoba expulsó un largo suspiro.
-¿Estás bien, Aoba?-preguntó con su grave voz Ren.
-Sí, no te preocupes, es sólo… que no entiendo a las personas como el chico de antes, ¿Cómo pueden cambiar tan fácilmente a sus AllMates? Para mí eres un compañero, a un compañero no se le cambia por otro.
-Me alegro de que no sea más que eso, por un momento creí que habían vuelto las migrañas.
Entonces Ren calló en la cuenta, ¿se alegraba verdaderamente? Claro que no, era tan sólo una función que estaba programada y hacía que expresase sentimientos humanos; Pero era sólo eso, un programa.
El ruido del teléfono hizo que Aoba diera un respingo en su silla, lo cogió y contestó. Conforme fue avanzando la conversación, Ren advirtió que era una llamada más de los tipos de clientes que molestaban a Aoba, clientes que extrañamente más que interesarse por comprar algo se interesaban en Aoba y especialmente en su voz. Lo único bueno de todo aquello es que el vendedor solía sacar tajada y encasquetarles una o dos cosas para que las compraran.
La llamada se fue alargando, y Aoba contestaba cada vez más secamente y repetía frases como "¿ha terminado ya su pedido?" pero su interlocutor no desistía.
-¡Ya está, se lo mandaremos mañana mismo! – Cortó el muchacho.- Estamos agradecidos de que haga negocios con nosotros.
Y colgó de sopetón, más fuerte de lo que seguramente pretendía. Se frotó durante unos momentos las sienes con ambas manos, ahora sí habían vuelto los dolores de cabeza.
-Deberías tomar la medicación, te aliviará el dolor…- sugirió Ren, en tono alarmado.
Aoba no contestó, miró a través de la ventana que ya había anochecido, luego el reloj para comprobar la hora y se puso a recoger y apagar todo para cerrar la tienda. Cogió a Ren justo antes de salir y lo metió dentro de su mochila, donde solía esperar pacientemente a que Aoba lo sacara.
-¡Noiz! ¿Qué haces aquí?
El muchacho se sorprendió de la repentina aparición de Noiz, llevaba sin verlo varios días y se alegraba, la última vez le plantó un beso en la tienda y fue bastante vergonzoso. Todavía se ruborizaba al recordarlo y justo en esos momentos que tenía a Noiz delante le daba aún más pudor. En cambio, él estaba totalmente impasible.
-Mañana vamos a la playa, estate preparado para cuando Koujaku vaya a recogerte.
-¿Cómo que mañana vamos a la playa? ¿Quiénes? – Esperaba que Mink no, no se terminaba de fiar de él.- Le tendría que pedir el día libre a Haga-san.
-Está todo solucionado. Prepara lo que necesites para mañana y listo.
Pocas explicaciones iba a recibir de Noiz, que estaba fastidiado por ir a hacer de mensajero, con lo fácil que hubiera sido que le mandaran un mensaje al móvil, y no, le mandaban a él.
Al día siguiente Aoba se encontró con una escena pintoresca en la playa. Koujaku no se desprendía de su kimono a pesar de estar sudando a mares, Clear llevaba un bañador pero no olvidaba combinarlo con su inseparable máscara, y por último Noiz lucía un bañador verde fosforito de lo más llamativo en conjunto con todos sus piercings. Vamos, que Aoba era el que menos destacaba entre ellos.
-Nos lo vamos a pasar bien, ¿verdad, Ren?
El pequeño no compartía el optimismo, con todos ellos allí habían altas probabilidades de que algo inesperado ocurriese.
-Claro que sí, Aoba.- contestó, conformándole.
