Walugi había hecho el gran esfuerzo de ayudarla en algo tan trivial como aquello aun sabiendo que se arriesgaba a recibir golpes del mismísimo Bowser.

Pero inclusive con su ayuda nada había servido para llamar la atención de la tortuga monstruosa fuera de Peach y su castillo.

De su vestido rosa con volantes de tonalidades cada vez más claras que al andar parecían pétalos bailando.

O de su largo cabello rubio…

Hubo un tiempo en el que Daisy había decidido dejarlo crecer para atraerle… Falsas creencias claro.

Bowser no era idiota como podía parecer: sabía de Daisy, sí, pero para él había caído ya en el olvido. Más que nada, su comportamiento tan competitivo, dinámico y, en esencia, fuerte, le hacía dar dos pasos adelante y cien atrás.

Walugi lo sabía, aún no se estaba de ayudarla y darle apoyo (una pizca sarcástico) mientras las lágrimas y la tristeza se apoderaban de ella.

Daisy ahora también lo sabía: las princesas no son duras, ni enérgicas, no son fuertes en esencia o carácter y, por ello, jamás ningún príncipe se le acercaría y la enamoraría…

Ni ningún monstruo dejaría de lado a un pétalo fácil de romper para coger un tronco…

Tenía que ser un pétalo, o sino, todo el mundo se olvidaría de ella… Pues las princesas son siempre flores delicadas.

No crecen hasta convertirse en árboles…

No. Nunca.

-Lo solucionaremos-decía el varón morado a su costado, fregando amistoso su espalda. Pero ella sabía que lo que se rompe es difícil de reparar…