Antes de comenzar, he de agradecer a dos buenas amigas sus ánimos para que publicara esta historia en la página... ¡Gracias chicas!Todoocurrirádespacio en esta primera parte del primer capítulo :) pero luegola cosa cambiará...Si por casualidad os surgiera alguna duda sobre la confusa historia que se irá desarrollando poco a poco, de los nuevos y peculiares personajes añadidos o cualquier otra cosa, espero vuestros mails en ¡Gracias a todos y espero que os guste tanto como a mí hacerlo¡Espero vuestras sugerencias o críticas tanto constructivas como destructivas (pero no o paséisque me deprimo :)!
En aquella montaña hacía mucho frío… un viento helado mecía raudo las hojas de los árboles que allí había. La noche lo hacía todo más bello y se podía ver casi todo el cielo estrellado, sin apenas un hueco oscuro. Aunque hacía alguna hora que dejó de nevar, el suelo estaba cubierto de nieve.
Cerca de aquel eglógico paisaje, se alzaba un templo bastante antiguo. Sus columnas esbeltas, levantaban una estructura aparentemente inexpugnable, y guardaban entre sí la distancia justa como para que el interior del templo no fuera bendecido con todo el esplendor de la luz de luna llena que bañaba aquella noche invernal.
El silencio era sepulcral, y un hombre miraba a la que consideraba su madre. La misma luna que traía la luz en sus oscuras y melancólicas noches. De repente, su tranquilidad fue perturbada por unos pasos firmes. Se detuvieron. En aquella estructura sáxea no había un solo hombre, sino dos. Uno de ellos acababa de entrar. Lucía una armadura de color rojizo, la cual era decorada por pequeños grabados rúnicos. Su cabello, azul, se deslizaba hasta casi rozar su espalda. Aquel hombre, era robusto y parecía buscar algo.
-¿Quién hay ahí?- Preguntó con una voz ronca. -Eso debería preguntarlo yo, ya que esta es mi casa…- respondió el hombre que había estado pensativo hasta hace unos segundos.
-Yo soy Dralan, el último caballero de Artemis.-
-¿Pero no os matamos a todos?- La tranquilidad con la que aquella enigmática persona habló, y lo dulce que sonaba su voz, hizo parecer mentira que de aquella boca hubieran salido palabras tan crueles.
-Maldito sádico, no sólo matas a mis compañeros, sino que también acabas con la vida de mi diosa y lo único que se te ocurre decir es eso…- El humor del caballero de armadura roja empezaba a tornar agresivo. -Pero si no lo hice todo yo, mis camaradas disfrutaron también…- Una sonrisa fue dibujaba en la cara del guerrero que todavía yacía bajo la sombra de su templo.
-¿Por qué lo hicisteis?-
-No es algo que deba contar a alguien tan rudo como tú, que entra en casa ajena sólo para echar una reprimenda…- Y mientras hablaba comenzó a caminar hasta el exterior de aquella pétrea construcción. Paso a paso, se podía ver mejor el aspecto de aquel joven, que lucía una larga cabellera lacia y sedosa de color azabache. Pudiendo apreciarse también una armadura rosada tras cuya coraza, adornada por grabados de un hombre y una mujer colgaba una capa tan oscura como su pelo. El resto de la protección de aquel bello caballero tenía grabados tribales y unas gemas negras en rodilleras y coderas. Pocas zonas del cuerpo quedaban al aire. Salvo su cabeza y una pequeña parte del bíceps de cada brazo, todo estaba cubierto.
-¿Cuál es tu nombre, asesino?- Preguntó Dralan. -Sila, caballero védico del deseo y la apetencia sexual.-
-Parece mentira que un amanerado caballero como tú derrotara a la orden más poderosa de los guerreros de Artemisa. ¡He venido a vengar a todos mis compañeros caídos!-
-Pensaba dejarte con vida, pero ahora que tú me has retado, he de aceptar tu desafío…- Sila invitó a que su compañero abandonara el interior del templo poniendo como excusa el no querer mancharlo de sangre.
Tras la contestación, el visitante lanzó su puño al pecho de su bello oponente, el cual saltó ágilmente gracias a su esbelto cuerpo. Sila se situó detrás de Dralan y clavó su rodilla en la parte más baja de la espalda, aprovechando para coger su cara y empujarlo con fuerza para que cayera sobre el suelo. Una vez derribada la gran mole de músculos que tenía por rival el delicado guerrero, aprovechó para patear múltiples veces su cuerpo, provocando heridas en las zonas que no cubría su armadura.
-No eres muy fuerte… Supongo que ese es el motivo por el cual todos tus compañeros sucumbieron ante nosotros.- La voz de aquel hombre seguía siendo fría. Dralan se levantó. -Mi deber es vengar a todos los caídos.-
-Espero tu ataque, guerrero de Artemis.-
El guerrero de Artemis lanzó otro de sus golpes el cual impactó en el pecho de su contrincante, que ni se inmutó.
-Interesante, pero mi armadura es impenetrable. No podrás ni hacerle una fisura con tu golpe más potente.-
-¡Eso ya lo veremos!- Replicó Dralan con energía mientras se alzaba al cielo con un salto sorprendentemente ágil. -¡Golpe destructor!- En mitad del impulso, se preparó para embestir con todo su poder y su cuerpo. En su descenso, cuya velocidad era sorprendente, Sila consiguió encajar un fuerte puñetazo de forma que realzó su velocidad y lo hizo caer al suelo brutalmente.
Aquel campo nevado había sido arrasado en su parte por el cuerpo de Dralan, que ya casi abatido, levantó empapado y tembloroso.
-Ma… maldición.- Se podía sentir el miedo en su entonación. El guardián del templo, emitió una leve sonrisa irónica. -Querido amigo… creo que deberías olvidar tu némesis y escapar de aquí ahora que tienes la ocasión. Realmente, no sé ni cómo has llegado a este sitio.-
El caballero de Artemís empezó a emitir un cosmos terrible, cargado de violencia e ira, odio y maldad; por el contrario, Sila ni había empezado a emitir el suyo.
-Te he dicho que puedes largarte.- repitió el joven de larga cabellera. -¡Ni loco, maldito!- Sin más remedio, el melancólico, suspiró. -Verás amigo… aunque consiguieras vencerme a mí… cosa que es imposible… habrían, hoy por hoy, ya que no estamos todos aún, tres caballeros más de mi categoría. Además, como habrás adivinado, yo también sirvo a un dios. Créeme, comparado con él, yo no soy gran cosa…- Ese comentario pareció molestar al herido guerrero. -¡Entonces, al menos te mataré a ti!-
Sila sonrió con más ímpetu que antes, y su enemigo saltó a golpearle. Dando una acobática voltereta, el poderoso guardián del templo, dio una poderosa patada que alzó a su oponente por los aires. Al tocar Sila de nuevo el suelo, y cerrando su puño, lo alzó al viento en la misma dirección que Dralan miraba para hacer su temblor aéreo.
En el aire, comenzaron a cambiar las ráfagas de viento su camino para golpear al caballero que allí se ubicaba. Una onda por aquí, otra por ese lado… la hombrera derecha del intruso saltó destrozada al igual que una parte de su coraza. Sin más cayó al suelo. Sila, todavía sonriendo convocó otro ataque más: El aura invernal. Gritando su nombre, todo tornó en hielo, dejando a Dralan adherido al suelo. De repente, comenzaron a caer gotas de lluvia que se solidificaban y se introducían en el cuerpo del retenido caballero destrozando así su armadura, hiriendo y cortando gravemente su cuerpo, abriendo heridas en el, y por supuesto, manchando la pura e inmaculada nieve del color carmesí de su sangre. No podían faltar los gritos de agonía del pobre enemigo azotado por aquel ataque.
Finalmente, dejó de moverse. Sila lo empujó con la sola fuerza de su cosmos hasta hacerle caer por un precipicio de aquellas montañas, El Parnaso.
-No dirás que no te advertí con tiempo…- Aunque el caballero victorioso parecía triste, comenzó a reír sutilmente.
-Sila ¿tenéis problemas?- Una silueta apareció de la nada. Cubierta por una túnica negra que envolvía su cuerpo, consiguió llamar la atención de su receptor.
-Sabes que no.- Aquello sonó realmente prepotente, pero el que lo dijo, se lo podía permitir tras aquel combate.
-Maldición, yo que tenía ilusión de poder calentar un poco.-
-¿Tenéis frío, caballero Letheus?-
-Siempre… ya me conoces…-
-No es mi culpa que todos los estúpidos que perturban a nuestro señor entren por mi templo.- Sila sonrió a su compañero tras decir aquello.
-Hablando de nuestro señor, desea vernos. Al parecer, ha llegado otro más…-
-Interesante, en estos últimos dos años había perdido la esperanza de que viniera algún aliado más… pero en los últimos meses…-
-Vamos, Sila. No hay tiempo que perder.-
Los dos caballeros misteriosos se perdieron en la oscuridad que presentaba aquella noche el templo de la apetencia sexual y el deseo.
Capítulo 1: El amanecer del mar.
Parte 1: Misterio en Aígina
Debían haber pasado dos años desde aquella fatídica noche en la que el último caballero de Artemisa sucumbió. En Atenas, los primeros rayos de luz bendecían el santuario de Atenea. Un joven miraba la gran escultura que fue erigida a los caballeros de oro…
-Algún día llegaré a ser como ellos.- Su sonrisa era amplia. El rostro de aquel muchacho era iluminado por unos ojos de color mar. Lucía una corta cabellera oscura y ondulada que no rozaba más por debajo de su cuello. Su edad debía oscilar sobre unos quince o dieciséis años, y aunque su aspecto era delicado, ya era caballero.
Detrás de su silueta, apareció un conocido; el que para él era conocido como "maestro".
-Felicidades, Cletus.-
-¡Ma… maestro!- El rostro del muchacho se encendió. Aquel hombre, que no era otro que Milo, caballero del Escorpión, correspondió la sonrisa de su alumno y le agració con un antiguo libro. -En la vida de un caballero, no todo es lucha. Debes aprender a pensar también.-
-Gracias, maestro.-
-¿Qué haces tan pronto despierto con este frío?- Milo procuraba no temblar, aunque no lo conseguía del todo. -No son más de las seis.-
-Maestro, adoro el frío de noviembre.- Milo, sonriente respondió: -Y al fin es día seis, tu cumpleaños. No parece interesarte demasiado…-
-Sí me interesa, pero creo que este amanecer me aporta más que una fecha.- su entusiasmo de siempre había sorprendido a Milo, el cual quedó perplejo de nuevo.
-Creo que eres demasiado romántico, Cletus.- Tras ese comentario empezó a reir amistosamente. -Hoy te daré el día libre aunque le quede poco al amanecer.- Milo comenzó a andar caminando hasta su templo. -Que te diviertas.-
-Maestro¿qué hace aquí tan temprano? Su casa está más allá de todos esos templos.-
-Lo mismo te digo… tu casa también está donde la mía.- Respondió el caballero de Escorpio. Murmurando para sí, el joven comentó: -Ya, pero yo sí que tengo un motivo.- Lógicamente, Milo no escuchó aquello y desapareció yendo hacia su templo.
Habían pasado cinco largos años desde las terribles luchas en el reino de los cielos. Ni Seiya consiguió derrotar a Zeus, el cual llegó a pedir perdón por todo el mal que había causado a la humanidad debido al valor que demostraron todos los caballeros. El dios había devuelto la vida a todos los que cayeron injustamente, así que casi toda la orden de caballeros estaba de nuevo restaurada y como nueva, aunque con algunos cambios.
Finalmente, Pegaso llegó a vestir la armadura dorada de Sagitario. Sus compañeros, eran sucesores de otros caballeros de oro. La orden de guerreros de plata, fue restaurada en gran parte por los antiguos caballeros de bronce entre otros más que también eran aptos. Los nuevos caballeros de bronce, entre los cuales ya no seguían Hyoga, Shun e Ikky, que estaban aparte de éstos, también prometían mucho. Entre éstos, se ubicaba el joven Cletus, que vestía la armadura de la constelación de Calisto.
Marin y Shaina continuaron como guerreras de plata. Su vida no había cambiado apenas. Con el recuerdo de su hermano Touma, Marin, vivía y mejoraba a diario, por el contrario, el amor era lo que encendía el cosmos de Shaina. Seguía enamorada de Seiya.
Mu seguía entrenando a kiki, que finalmente se inició en la senda del caballero. Las técnicas del majestuoso caballero de Aries se habían perfeccionado e incluso añadido nuevas de ellas. Aldebarán siguió viviendo con sus reminiscencias tan misterioso como siempre. Saga y Canon eran las dos caras de una moneda, y ambos guardaban el secreto de la armadura de Géminis. Esa era la verdadera esencia de ambos. Máscara mortal seguía en su oscuro mundo macabro esforzándose por ser el mejor e introduciendo las narices donde no se le llamaba. Aioria, que seguía mejorando aún más, añoraba los tiempos que pasó junto a su hermano y Litos. Shakka no hacía más que meditar. Casi se le había olvidado comer… Shiryu tomó la armadura de libra ya que Dohko prefirió seguir en las montañas esperando su ansiado reencuentro con Shion. Milo, con su carácter impulsivo habitual decidió entrenar a un joven caballero de bronce. Shura deseaba encontrar un alumno, pero no veía a nadie que brillara lo suficiente para convencerle. Camus tenía alguna técnica secreta. Decidió mostrársela al que seguía siendo su discípulo. Finalmente, Afrodita, más narcisista que nunca, dejó de ser el más solitario caballero y se abrió a sus compañeros…
En la cima del santuario, en la que fue la sala del patriarca, Atenea descansaba sobre un ostentoso trono. Se había levantado recientemente, y el sopor era todavía su dueño. La vida se había hecho realmente monótona, pero el sólo hecho de que no hubiera ninguna amenaza a nivel mundial era motivo de la alegría de la diosa.
En ese instante, la puerta de aquella sala se abrió. Seiya apareció como cada mañana para dar los buenos días a su compañera. -Buenos días, Saori.- La princesa le miró detenidamente y con cariño le sonrió.
-¿Seiya, no añoras los tiempos pasados?- Aquella pregunta hizo pensar al caballero dorado que en aquel instante no llevaba puesta su armadura.
-Quizá nos haría falta acabar con algún dios, hace mucho que no derroto a ninguno.- Tras ese comentario, ambos comenzaron a reír.
-Es mejor así, Seiya. Ahora gozamos de paz.- La princesa Saori lucía un traje tan albo como la suavidad de su voz.
-Lo de la paz es relativo, te recuerdo que no hace más de una semana los caballeros de plata se tuvieron que esforzar al máximo para acabar con Meises. Aquel guerrero que decía ser tan fuerte como nuestra orden dorada.-
Era cierto que aunque con paz a diario, de vez en cuando aparecía algún enemigo al que podían reducir los caballeros plateados e incluso los de bronce en ocasiones; y cuando no eran enemigos del santuario, había disputas entre guerreros por ver quién era el más poderoso en la arena. No era la primera vez que, aunque con los caballeros de plata como favoritos, ganara uno del rango inferior. Se decía que ésta era la generación más poderosa que se recuerda a excepción de Seiya y los suyos cuando sus armaduras no eran divinas.
Finalmente, acabó de amanecer. Desde donde Camus estaba, un breve destello le hizo mirar al cielo. Aunque estaba a plena luz del día, pudo comprobar cómo lo que parecía una estrella fugaz recorría las alturas y se perdía en las cercanías.
-Tengo una mala sensación… esto me recuerda algo…- Mientras articulaba esas palabras, recordaba cómo en tiempos pasados los espectros de Hades se introducían en el santuario. Justamente se avisaba de su llegada con una estrella fugaz. -Quizás deba avisar a la señora Atenea.- Sin pensarlo dos veces, el guerrero de oro abandonó su templo para ir a donde la encarnación de la diosa estaba.
El silencio amistoso que había en la sala dónde estaban Saori y Seiya fue perturbado por un guerrero sin rango.
-Señora Atenea, nos ha llegado otra carta del gobierno Griego.- La cara de la diosa dejó de reflejar la sonrisa que tenía dibujada. -La segunda carta en un mes…- Su tono de preocupación era más que evidente. -Dice que en unas ruinas de la isla Aígina ha aparecido otro caballero. Un escuadrón de la armada fue derrotado en poco tiempo. Que ellos no son capaces de detenerlo. Y piden ayuda al santuario para que tratemos de derrotarle, ya que el pánico se podría apoderar de los ciudadanos.-
Cuando la diosa tomó el trozo de papel en su mano, su cara palideció. -Los caballeros de plata aún no se han recuperado¿cierto?-
-No. Están todavía heridos algunos por lo que se comenta.- respondió aquel soldado.
-¿Quién irá, Saori?- Parecía como si el mismísimo Seiya quisiera ir a aquel lugar. La princesa, pensativa, se quedó en silencio unos segundos.
-Creo que esta vez mandaremos algún caballero de bronce.- Sagitario, sorprendido discutió con Atenea: -¿Pero no recuerdas lo que pasó a los guerreros de plata?-
-Seiya, ellos son también caballeros de este santuario. ¿Acaso no recuerdas cuando estabas en su misma situación?- Finalmente, Seiya aceptó la decisión.
-¿A quién enviaremos?- Preguntó el soldado. En ese momento, Camus, que entraba y había oido parte de la discusión les interrumpió.
-¿No podrían estar relacionados los últimos enfrentamientos con un extraño haz de luz que ha iluminado el cielo a estas horas?- Preguntó. -Lo cierto es que los espectros de Hades llegaron al mundo de esa forma…- Continuó con su reflexión.
-Comienzo a pensar que algo malo está sucediendo…- La princesa Atenea se levantó agitada y pidió a Camus que se presentaran todos los caballeros dorados cuando antes. Tendrían una reunión para decidir cómo actuar ante la carta del ejército y la supuesta estrella vista aquella mañana. Sin más, el caballero dorado de la vasija, abandonó la estancia para realizar aquel encargo.
Shun despertó. Aquella mañana el frío era intenso, y el caballero de Andrómeda se levantó con pereza, aunque de buen humor. Su compañero Hyoga leía sentado en una silla de aquella habitación del templo de Sagitario.
-¿Qué tal, Hyoga?- Preguntó el somnoliento joven. -Como siempre, amigo. Pasando el tiempo con mi libro…- El recuerdo de la madre del cisne todavía merodeaba su cabeza. De vez en cuando, iba a verla; y gracias a las frías aguas del ártico, su cuerpo se conservaba como si del primer día se tratase.
-¿Ya se marchó Seiya? Cada día se va más temprano¿no?- Comentó Andrómeda mientras se abrigaba.
-Como siempre. Me dijo que le esperáramos para entrenar hoy.- En ese momento, el caballero que hablaba miró hacia arriba cómo si buscara el cielo, el cual no encontró debido a que estaba en un espacio cerrado. -¿Y por qué no empezamos nosotros?-
No demasiado lejos, en la casa del escorpión, Milo ya lucía su brillante armadura. Frente a él estaba su joven alumno.
-Maestro, no puedo estar un día sin entrenar.- El joven parecía aburrido. -Aunque sea sólo esta mañana me gustaría prepararme un poco más.-
-Cletus¿ya te has aburrido de mirar el sol?- El tono sarcástico de Milo era notorio. -Te doy un día libre cada eternidad, y decides sacrificarlo…-
-Lo sé, pero es que no tengo nada que hacer. Me encantaría aprender esa técnica que me quería enseñar ayer.- Pensativo, el muchacho continuó. -¿No era la restricción?-
-Tu voluntad es increíble… a veces me sorprendes. Hoy ya lo has hecho un par de veces. No creas que eres tú el único que aprende aquí.-
-¿Me enseñará algo más?- Las ansias de Cletus eran inmensas. A veces, su carácter brusco era semejante al del caballero dorado. -En ocasiones soy muy blando contigo. Bien… hablaremos de la restricción del escorpión.-
Milo dio un par de pasos al frente. Tras concentrarse un poco, Abrió los ojos bruscamente, y cuando eso sucedió, unas ondas de pálido color surgieron de la nada acompañadas de un sonido parecido al del viento.
-¿Has observado bien? Ese ataque se basa en el veneno del escorpión. Las ondas que has visto no son más que una fragancia imperceptible que aturde los sentidos del enemigo dejándolo paralizado un tiempo.- Asombrado, Cletus preguntó: -¿Cómo hago para hacerlo?-
-La clave está en la concentración. Debes encontrar el fluir de tu veneno y saber utilizarlo. No lo vas a dominar en breve, así que da por concluida la demostración de hoy. De todas formas, intenta hacerme la técnica.-
-Pero…- El muchacho no quería atacar a su maestro. -Hazlo, para mí esa técnica no tiene secretos. No me harás daño en caso de ejecutarla correctamente.-
-Como usted quiera.- Cletus se concentró. Trató de sentir el veneno tal y como Milo le había advertido. Por más de un minuto, hubo un silencio sólo interrumpido por el canto de algunos mirlos, que como el fluir del agua, se introducía por el interior de aquel templo bañado por el frío del invierno. Tras la espera, Cletus reaccionó realizando a la primera una perfecta restricción. Como el viento, la fragancia de parálisis abrazó a Escorpio, el cual la eludió sin problemas.
-¡Lo has hecho… a la primera! Y pensar que yo tardé más que tú en perfeccionarla…- Milo de nuevo, estaba sorprendido… -¡Has vuelto a dejarme perplejo!-
-¿Qué será lo próximo que me enseñe, maestro?- Cletus lucía una sonrisa de satisfacción.
-Verás… aunque hayas aprendido una técnica más, has de dominarla. Confiarte nunca te servirá de nada.- El caballero dorado estaba más serio de lo normal porque veía demasiada auto confianza en su alumno. Corría el riesgo de ser un inconsciente cegado por su propia habilidad.
-Si usted lo dice por algo será… Pero dígame, maestro ¿Qué será lo próximo que me enseñe?- El tono del muchacho estaba algo más apagado que el de antes, aunque no parecía menos confiado. -Creo que ya estás preparado para aprender la aguja escarlata.- La respuesta de Milo fue algo escueta. En ese momento, hizo aparición el caballero gélido.
Al sentir su presencia, El guardián de la octava casa miró a las sombras, de las cuales surgió Camus tal y como lo había sentido.
-Milo, Atenea ha decidido reunir a todos los caballeros dorados en sus aposentos en el plazo más corto posible. Al parecer alguien está atacando en una isla griega.-
-¿Otra vez¿No son muchos los ataques que han acaecido últimamente?-
-Así es. No se por qué, pero esto me da muy malas vibraciones…-
-Me presentaré en breve.-
-Hasta entonces, Milo.- Camus desapareció para poner rumbo a los otros templos.
Rompiendo el silencio y tras despedirse de su alumno, el dorado guerrero partió sin más dilación a donde se requería su presencia.
Mientras algunos caballeros ya se dirigían al lugar en que se les había apelado, Camus siguió cumpliendo el encargo de la diosa de forma que antes de que hubieran pasado dos horas, ya estaban todos presentes allí.
-¡Otro ataque en Grecia!- La voz de Aldebarán fue la última que llegó a la sala de reuniones que precedía a los aposentos de Saori. En la sala ya estaban reunidos todos los caballeros dorados a excepción de Seiya. Todos ellos debatían y divagaban con sus palabras sobre lo que podía estar pasando. La duda era tan grande que ya había quien se preparaba para pelear.
-¡Ja¡Yo mismo me encargaré de esa amenaza en menos de cinco minutos!- El caballero de Cáncer seguía siendo tan presuntuosos como siempre. -Tranquilízate, amigo. Debes tomarte las cosas como yo…- Afrodita con su característica serenidad respondió a aquel caballero, evocando alguna carcajada, sobre todo en Mu, que aunque preocupado, parecía bastante alegre.
-¿Qué te sucede, caballero de Aries¡No te he visto tan feliz desde que reviviste!- Aioria cargó su comentario de ironía. -Ya sabes que no es útil la tristeza en un caballero de nuestro rango.- Camus, que había oído el comentario discrepó: -Yo no estoy de acuerdo. Para ser un caballero de nuestro rango hay momentos en los que es necesario suprimir los sentimientos, ya sean de alegría o tristeza.-
-¿Estamos en una de esas situaciones?- Preguntó Aries. En el momento más interesante de la conversación se abrió la puerta y la diosa se introdujo en la estancia acompañada del caballero de Sagitario que se reunió con sus compañeros y comenzó a prestarle atención al igual que ellos.
-Caballeros dorados, el motivo de esta repentina reunión no es otro que la aparición de un nuevo enemigo en una isla del mar mediterráneo muy cercana a Grecia.- El silencio fue roto por Máscara mortal: -¡Y para eso tanto¿No podías haber enviado a un caballero y punto?
-¡Vigila tus modales ante Atenea!- La voz de Shiryu parecía invitar a que se callara.
-Por favor, no os peleéis. Recordad que estamos aquí para lograr la paz.- Atenea, con su conmiseración consiguió que la cosa no ascendiera a más. -Además, no os he reunido aquí sólo para eso. Hay más temas que tratar…- Dando un par de pasos al frente, la diosa sacó la carta del ejército griego y la leyó ante sus súbditos con un tono agravador.
-Así que nos piden ayuda…- La dulce voz de Mu inundó la estancia. -¿Pero no han aparecido muchos enemigos últimamente?- Añadió.
-A eso quería yo llegar.- Me da la sensación de que ese grupo de caballeros que ha atacado diversas regiones de Grecia podría aspirar a algo más bélico que un simple ataque a ciudadanos.-
-¿Recordáis cuando los espectros de Hades invadieron el santuario? Hoy he visto una estrella fugaz que manaba la misma sensación.- Camus perfeccionó la intervención de Saori con esa frase. -Pero que hayas visto una estrella fugaz no indica nada…- La respuesta de Shura de Capricornio fue concisa. Canon defendió su argumento exponiendo que la había visto a plena luz del día.
-¿Y pensáis, señora Atenea, que podían estar más organizados de lo que parecen esos pseudo caballeros de tres al cuarto?- Milo como siempre, respondió arrogante. -Así es.-
-En ese caso, yo sé quién detendrá a ese caballero que ha aparecido en la isla.-
-¿Quién, Milo?- La curiosidad de la diosa era latente. -No os preocupéis por eso. ¡Sólo dos billetes de ida a esa isla y tema resuelto!- A la vez que sus palabras, Milo chocaba su puño derecho contra la palma de la mano izquierda en señal de lucha.
-¿Te piensas quedar allí, no Milo?- Aioria no se tomó a Escorpio muy a pecho.
-No¿por?-
-Deberías incluir los billetes de vuelta¡y que no se te olviden los souvenires!- Tras su actuación más amistosa que seria, puso su mano en el hombro del caballero con el que hablaba y tornó algo más centrado. -En serio, compañero. Ten cuidado. No sabemos ni a qué nos enfrentamos.- Tras poco más, la reunión se disolvió y cada caballero regresó a su templo.
Tras caminar por el santuario y dar finalmente el primer paso sobre su suelo, el caballero Milo fue recibido por su joven alumno.
-¿Cómo fue esa reunión?- El chico parecía bastante interesado en todo lo que se había podido estar comentando. -Pues… tengo algo que decirte.-
-¿Qué es?- Cualquier cosa que el dorado contara a su alumno era motivo de interés para el joven, y se notaba por el brillo en sus ojos, que casi parecían dorados. Juntos, caminaron bajo la sáxea protección del techo en la entrada de aquella octava casa del escorpión. Desde la imponente estructura de rocas pudieron observar cómo se desataba la lluvia que en unos segundos abatió al silencio que antes reinaba allí. Mirando al horizonte, se podían ver las casas inferiores del zodiaco, y mucho más allá, un paisaje bañado por el verde apagado de un otoño, a su vez iluminado por aquel gris pluvial. Las vistas hacían del santuario casi un lugar para los dioses.
-A veces, un caballero ha de hacer cosas quiera o no…- El tono de Milo se había endurecido.
-¿Y por qué me dice eso?- La duda comenzaba a apoderarse de Cletus. -He elegido algo… por ti.- Y el maestro, señalando con su diestra mientras hacía un movimiento de derecha a izquierda por todo el horizonte dejó a su alumno, impresionado. Éste esperó a que le dijera algo.
-Todo esto… ha de ser protegido.- Y poniendo sobre el hombro del muchacho la misma mano que movió con anterioridad le dirigió unas serias palabras: -Y esta vez, te corresponde a ti hacerlo.- Fue previsible; los ojos de Cletus se abrieron, y su cuerpo comenzó a temblar, no de miedo, pero sí de exaltación. Su corazón dio un vuelco. -¿Qué sucede para que me diga usted esto¿Qué demonios pasó en esa reunión?- La tranquilidad no era precisamente la dueña del joven aprendiz del caballero dorado.
-¿Sabes dónde está la isla Aígina?- El joven, pensativo, respondió no muy seguro de sí mismo: -Creo saberlo…-
-Pues bien, hay alguien que podría estar amenazando a la gente que allí vive en paz.-
-¿De quién se trata, un caballero?- Cletus se puso más juicioso de lo normal. -Aun no lo sabemos, pero iremos a comprobarlo… Tú y yo.- El chico bajó la cabeza pensativo. -¿Y… entonces cuándo partiremos?- Milo, mirando al chico, le dijo que se comenzara a preparar puesto que sería esa misma tarde la que tomaran como día del viaje.
-Siento estropearte el día que tenías para descansar, pero ya tendrás la ocasión cuando vuelvas.-
Sin mediar palabras, el joven se dirigió a lo que había sido su habitación en aquel templo del escorpión desde hacía ya tres años. Apenas había salvo una claridad oscura que envolvía la pequeña estancia y la iluminaba tenuemente. Una cama, un armario y poco más salvo algunos libros, entre los cuales el que aquella mañana había cogido de manos de su maestro. Sin más dilación, comenzó a preparar una bolsa con ropa para el viaje que les esperaba. Tan sólo le llevó unos minutos, durante los que no pudo dejar de pensar e incluso sentirse nervioso a pesar de que aquel no iba a ser más que otro combate no tan distinto a los que había librado hasta ahora. ¿Pero y si las cosas se complicaban¿Y si no le resultaba tan fácil? Las dudas llenaron su cabeza hasta que de nuevo, y de la nada, apareció el guerrero dorado.
-¿Ya estás preparado¡Qué rápido!- Ahora su voz era más tranquilizadora que antes cuando le hablaba. El los últimos años, Cletus no era el único que había aprendido cosas, Milo se había dado cuenta de la importancia que tenía madurar y dejar de lado su carácter irascible e irónico hasta cuando le fuera necesario su uso. Ahora él consideraba que era uno de esos momentos de quitar peso a la situación…
El tiempo pasaba lentamente, y el muchacho lo aprovechaba segundo a segundo repasando todo lo que sabía. Era una de sus costumbres siempre y cuando tenía tiempo antes de un combate. Incluso llegaba a premeditar sus acciones de forma que pudieran surtir efecto eficazmente aun sin conocer a su rival… Esa era una de sus virtudes. Solía calcular hasta el más mínimo detalle y hasta aprovechaba el territorio en el que se desplegaba el enfrentamiento. Por el contrario, su fuerza física no era excesiva.
Milo, desde sus aposentos, notó la concentración de su alumno y se percató de lo que pretendía. Eso ya lo había visto en alguna ocasión, pero recordó una en concreto. La primera vez que le sorprendió.
Ya habían pasado tres largos años desde entonces. Cletus entrenaba bajo la tutela de un caballero de plata llamado Tadeus muerto recientemente. No habían pasado ni tres atardeceres desde que el trágico accidente de su maestro le marcó, pero recordaba sus consejos. Un "todo no es la fuerza" le alentaba combate tras combate. El día en que aquello ocurrió, el muchacho se encontraba en una explanada entre templos del santuario luchando contra otro caballero de bronce que parecía más fuerte que él. Al parecer, había ofendido el honor de su difunto maestro.
No hacía más que encajar los golpes que aquella masa de músculos le propinaba y apenas podía defenderse. Ciertamente, casi ni le daba tiempo a respirar en los instantes que no tenía un puño o una pierna chocando contra su cuerpo. Cuando todo parecía perdido, el joven, que por aquel entonces no era más que un niño, estaba arrinconado. El caballero de Escorpio se quedó a ver qué pasaba. En ese momento, Cletus esquivó un puñetazo que fue recibido por una columna justo detrás de él mismo. Aprovechó que su oponente no podía defenderse a causa del dolor para encajar un potente golpe de viento en la axila del que le había estado agrediendo; la parte más sensible del cuerpo y a la vez menos protegida. Cuando el que tan poderoso parecía cayó al suelo, Milo se dio cuenta de que todos los golpes recibidos no eran sino una estratagema para atraerlo a aquella columna y tener una posibilidad de atacar para derrotarle de un solo golpe. Tras escuchar su historia sin dudar, el dorado le propuso ser su nuevo maestro y aquel chaval aceptó con una magullada sonrisa en su faz mientras caía rendido a los brazos del dorado.
Más abajo del aquella casa que evocaba recuerdos, un lugar oscuro era custodiado por el toro de oro que junto a Mu, pasaba su tiempo. La lluvia seguía azotando el suelo, el frío se iba acrecentando conforme el día pasaba.
-El invierno se acerca.- El caballero del carnero dorado habló con seguridad. -Esta lluvia tiene poco de real.-
-Así que te has dado cuenta… Es casi imposible que se desate un temporal así en unos segundos. Además, el día no invitaba a llover.- Aldebarán estaba apoyado sobre una columna de forma que reposaba sobre su espalda. -Oye¿tú crees que lo que tiene pensado Milo funcionará?-
-Sinceramente, no lo sé, pero desde que luché junto a él en el castillo de Hades, sé que no nos fallará así por las buenas…-
-Veo que confías plenamente en él.- El corpulento guerrero se había dado cuenta desde hacía ya algunos meses, pero no lo dijo hasta que no tuvo esta oportunidad. -Así es¿acaso no deberías hacer tú lo mismo?-
-Supongo, pero no puedo dejar de sentir miedo. Desde hace unos años, entendí que no todo se basa en el color de la armadura o en el poder en sí. Temo que nuestros enemigos tengan un verdadero motivo por el que luchar. Supongo que recuerdo la primera vez que vi a Seiya.- Tras una sutil carcajada del caballero de larga cabellera, insistió en quitar importancia al tema.
-Vamos, tú sabes que el motivo que tenía nuestro joven amigo era digno del poder que desató, además, no olvides que ahora nosotros somos poseedores de esa fuerza…- Y tras aquel comentario, se dio media vuelta y miró por primera vez durante toda la conversación a su amigo.
-Porque contamos con la diosa Atenea.- Su sonrisa casi llegaba a iluminar el oscuro habitáculo de Tauro.
Otro sentir en otra vida, otros ojos en otro lugar. Quizás maldecido por la demente maldad del regente que guiaba sus pasos, Sila, como siempre, estaba pensativo en su maravilloso templo. Al fin se veía algo más que el negro de la noche en sus dominios. Las rocas que los formaban, grisáceas, bañaban de soledad y tristeza el lugar, profundamente profundo. Desde la columna en que descansaba su cuerpo, a la derecha y bastante lejos, se podía ver una puerta gótica y ostentosa de dimensiones considerables, cuya altura rebasaba los tres metros de los más de diez que aquellas columnas levantaban del suelo. Esa era la segunda mitad del templo, donde no había pilastras erigidas y no llegaba sino la luz del exterior. Casi en el mismo lugar, perpendicularmente a dicha puerta y esculpida en los mismos vastos muros de ambos lados que sostenían la estructura, un atlante abrazaba a una cariátide. La misma pose en ambos lados. Puede que fueran deidades védicas, o puede que tan sólo humanos enamorados, el caso es que aquel lugar estaba inmerso en la melancolía de todos los que habían sucumbido ahí.
-Sila¿cuánto tiempo llevas apoyado en esa columna?- Era la misma voz que le avisó dos años antes, en una fría noche ya pasada. -¿Otra vez tú, Letheus? Casi me atrevería a decir que pasas más tiempo en mis aposentos que en los tuyos- La arrogancia del muchacho de cabellos negros era la misma. -Siento molestarte, pero ya somos cinco. Sólo falta uno de los guerreros de Soma para que estemos al completo.-
-Maravilloso. ¿Y quién es el afortunado que pasa a formar parte de la guardia del señor Soma?- La ironía guiaba las palabras del confiado caballero. -Su nombre es Agni. Es todavía bastante pronto para hablar, pero creo que promete bastante. Sus habilidades son terribles. Antes llegó incluso a emular una de mis técnicas a la perfección.- Por el contrario, el entusiasmo era lo que guiaba a Letheus. -Vayamos a conocer a ese joven.- Añadió. Y todo, sumido en la tranquilidad oportuna del silencio, bailó al son del viento, que cual gélido mensajero, fue partícipe de lo que a continuación verían…
