Disclaimer: Stranger Things no me pertenece.

Nota: una pequeña historia contada mediante capítulos cortos, la he estado publicando en Wattpad, pero creo que Fanfiction necesita más historias sobre la preciosura de ship que es el WillMax. Aunque el Lumax sea canon, eso nunca me detuvo ni me detendrá a la hora de shippear.


CERO. Gracias, Byers.


Max odiaba las mudanzas, el proceso de hacer nuevos amigos y re armar su vida la tenía cansada, sin embargo, según su papá esta era la última vez que se cambiarían de casa, por lo que intentó poner su mejor cara al llegar al que sería su hogar permanente.

Al bajar del auto, mirar alrededor para ver si no era una broma y mirar a Billie, supo que ella y su hermano tenían la misma impresión: era antigua. No podía decir más, no era ni bonita ni fea, era antigua. Y lo antiguo siempre está en medio de todo: no es horrible, pero tampoco es una belleza. Se llenó de valor y entró. Las telarañas y el tapiz descascarado estaban por donde miraras, se palmeó mentalmente al pensar que sus padres no habían restaurado el lugar antes de mover a sus dos hijos allí. Aunque no le sorprendería, puesto que sus padres, a decir verdad, eran algo tontos. En el sentido de que eran chapados a la antigua y no tenían intención de aceptar el futuro y sus nuevas costumbres. Y eso incluía hacer lo que siempre hacían cuando se mudaban: no restaurar la casa y...

—¡Arreglarla en familia! —Exclamó su entusiasta madre, sacando varios papeles tapices de cajas que, se suponía, eran destinadas para los álbumes familiares y algunas baratijas que les daban como recuerdo a los cumpleaños que asistían cuando más pequeños.

La pelirroja rodó los ojos, fastidiada, habían viajado por dos días, abandonando la gran ciudad para vivir en un pueblito. Estaba cansada y quería dormir hasta que tuviera dieciocho, pero no, la mente de su madre era inexplicable y parecía no recordar lo difícil que era la adolescencia. Más aún moviéndose de estado a estado cada cierto tiempo por culpa del trabajo. Bufó y aceptó de mala gana el papel que su madre le ofrecía para redecorar su cuarto.

Mientras quitaba el viejo papel tapiz de las paredes de su nueva habitación, descubrió que debajo de este había una ventana, una sonrisa se instaló en su cara, miró hacia el pasillo, no había nadie. Con la sonrisa aún bailando entre sus labios, tomó su skateboard y salió por la ventana, ya que no estaba lejos del piso, cruzó el patio trasero y salió a las calles de Hawkins, tratando de memorizar el camino. Le resultó facilitar dado que las casas de su zona estaban todas enumeradas y recordaba perfectamente que la suya estaba entre la 134 y 136.

Admitía que el pueblo era bonito, pero no era lo mismo a la gran ciudad, nada llamaba su atención y parecían no haber muchos niños de su edad alrededor, quizá porque era un sábado a las nueve de la mañana. Pasó al lado de una pareja de un chico y el que parecía ser un chico metido en un vestido, no se detuvo a ver mejor, no era de su incumbencia, después de todo.

—¡Oye, tú! —el repentino grito la hizo dar un salto en su lugar y parar el skate, miró a todos lados, encontrándose con un chico de probablemente su edad con un brazo vendado—. No te conozco.

Maxine rodó los ojos con fastidio y se puso en marcha de vuelta a casa, el extraño la rodeó y otro muchacho se puso detrás suyo.

—Lindo skateboard —no sabía si sentirse halagada o darle una patada en su zona débil.

—¿Grac...? —el chico la cortó con brusquedad.

—Dámelo.

Los ojos de Max se abrieron de par en par y le soltó una cachetada al extraño.

—¡Atrevido! —exclamó.

El chico de atrás la empujó, logrando que cayera de boca. Maxine se dio vuelta rápidamente y le acertó una patada en su zona débil al lisiado y luego a su amigo que tenía su skateboard.

—¡Déjala, Troy! —de repente, interrumpió un chico un poco o más bajo que Max y con apariencia de ser un debilucho.

El lisiado, ahora de nombre Troy, se rio ante la inesperada valentía de su rival.

—¿O qué, Byers? —cuestionó con burla y veneno a partes iguales.

La pelirroja miraba aún desde el suelo la escena, le parecía amable que ese chico se metiera a defenderla, incluso cuando podía salir más mal parado que ella.

Miró a todos lados, buscando algo con qué defenderse, encontró una rama tirada por allí y la alzó con rapidez, amenazando al bullie con ella. Su rival se rió y Will aprovechó para golpearlo en el yeso con toda la fuerza que disponía, arrancándole un alarido de dolor. El ayudante de Troy huyó despavorido, indignado, este le acertó un golpe en el ojo al chico antes de huir y jurar vengarse.

—¿¡Estás bien!? —preguntó una preocupada Max, ayudándole al chico a pararse. Él asintió—. Muchas gracias por la ayuda...

—Will Byers, me llamo Will —completó. La chica miró a Will y notó que sus mejillas estaban sonrojadas. Por el golpe y el calor del momento, supuso. Lo ayudó a pararse y a sacudirse el polvo, mientras veía como a la lejanía Billie empezaba a caminar en su dirección.

—Gracias, Byers —murmuró, dándole un corto y casto beso en su ojo morado como recompensa. Tomó su skateboard y se fue dándole las gracias una vez más. Will se quedó allí, con un mar de emociones en su interior. Miró a la chica irse, murmurando algo entre dientes.

—No me dijiste tú... Tu nombre —murmuró con desgano. Suspiró y sacudió un poco más su chaleco antes de tomar su bici y seguir su camino hacia la tienda, dónde se suponía que iba hasta que vio a Troy molestando a la que parecía ser la chica nueva del vecindario.

Generalmente no era así de impulsivo, pero no podía permitir que sin siquiera haber desempacando sus cosas, el idiota de Troy ya le estuviera haciendo la vida difícil. Hoy por ella, mañana por mi. Se dijo Will, mientras pedaleaba con el ojo morado y las rodillas raspadas, conteniendo una sonrisa de felicidad. El débil pero valiente chico sabía que no iba a ser la última vez que vería a Max, era de esas cosas que simplemente se saben.