Bien, este es mi primer fic en esta página, así que tengan piedad de mí. Esta es una historia que salió de mi loca cabeza alguna ocasión en la que (para variar) no hacía nada de provecho. Algunas aclaraciones es que este fic va a ser relatado en primera persona por los personajes y que lo estoy publicando simultáneamente en otra página así que NO es plagio, de hecho mi nombre de usuario es el mismo. Espero que lo disfruten.
CAPÍTULO I: Ese mayordomo, intrigado.
-Buenos días, señorita. Ya es hora de levantarse.
Escuché el ruido de las cortinas al abrirse y sentí el calor de los rayos de sol en mi cara. Subí las cobijas hasta cubrir mi cabeza, realmente no tenía ningunas ganas de levantarme. La voz de mi mayordomo me alentaba alegremente a comenzar mi día. No me quedaba otra opción, así que me senté en la cama resignada.
-Buenos días, Emile.- dije desperezándome estirando los brazos.
-Al fin decidió levantarse. Bien, las citas de hoy son…
La verdad es que poco escuchaba la voz de mi mayordomo. Me había puesto enfrente el desayuno: algunas tostadas con mermelada, jugo de naranja y, por supuesto, té de Jamaica. Si hay algo que yo amo en este mundo, es la comida en todas sus presentaciones. Las citas que él ahora me dictaba eran de muy poco interés. La gran mayoría eran sólo para cumplir con la sociedad, ¿realmente tenía que esforzarme tanto por agradarles a todos? ¡Qué fastidio!
-Cancela todas mis citas de hoy.
-¿Señorita?- Emile me miraba con esos ojos rojos que yo tanto adoraba un tanto sorprendido.
-Estoy cansada de hacer siempre lo mismo, ¡es tan aburrido! Esta vez daremos un paseo por el centro de Londres.- sonreí con seguridad.
Emile sonrió seductoramente, como era habitual en él.
-Como ordene, señorita.- dijo haciendo una leve inclinación ante mí, haciendo que unos mechones de su largo cabello negro y lacio cayeran sobre su rostro.
Me dio la espalda rebuscando en mis cajones la ropa que habría de usar ese día. Lo observé atentamente. Era realmente encantador, el cabello siempre recogido en una media coleta bastante floja que dejaba libres algunos mechones, sus ojos carmesí que hipnotizaban a cualquiera y lo distinguido de su forma de hablar y comportarse. ¡Sin duda era único!
Claro que lo era, Emile London era un demonio, un demonio con el cual había hecho un contrato vendiéndole mi alma a cambio de… Bueno, no importa. Lo que importa es que entre nosotros había una relación muy especial; más allá de la diplomática ama – empleado. Muchas veces no era necesario cruzar palabra, con una simple mirada bastaba, aunque siempre era obvio que él sabía más de lo que decía y que me conocía mejor de lo que yo misma me conocía a mí misma. Lo cierto es que éramos muy íntimos. No había una persona en el mundo en la cual yo confiara más que en él.
-Bien, mi señorita, será mejor que comience a alistarse, iré a preparar el carruaje.
Emile sonrió y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Había escogido un lindo conjunto para mí: un vestido sencillo de encaje de color salmón, elegante y hermoso. Me miré al espejo de cuerpo entero mientras me vestía. Mi piel era muy blanca, el cabello ondulado y negro caía como una cortina por mi espalda hasta media cintura; los ojos de color púrpura resaltaban en mi rostro de finos rasgos aristocráticos. En fin, se me estaba haciendo tarde.
La ciudad de Londres era realmente hermosa, me divertía observando los escaparates de las tiendas o sencillamente observando pasar a las personas, preguntándome qué clase de vida tendrían; por supuesto, mi confiable Emile se la pasaba detrás de mí, escuchando mis comentarios y respondiendo alegremente. De un momento a otro, justo frente a mi pasaba la persona que estaba buscando, alguien que me sacaría de la rutina; parecía un lord, pero había algo peculiar en él: se trataba de tan sólo un niño, vestido elegantemente, con una actitud algo altanera… y para mi desgracia iba acompañado por un mayordomo, quería hablarle a solas.
-Emile, ¿puedes encargarte?- pregunté mirando suplicante los ojos de mi acompañante y tomándole las manos.
-Por supuesto que sí, mi señorita.- sonrió y besó mis manos y se esfumó.
Aquel niño estaba solo, y no, no soy un pedófilo, es sólo mera curiosidad. Era como ver un adulto en el cuerpo de un niño. Estaba sentado en un banco que había fuera de una de las grandes y lujosas tiendas. Bien, aquí voy.
-Buenas tardes, joven lord.- dije sentándome a su lado con una sonrisa sutil.
-Buenas tardes, señorita.- respondió como analizándome con la mirada, uno de sus ojos estaba cubierto por un parche, pero el ojo que quedaba libre era de un azul intenso y maravilloso. Era un chico muy apuesto, a decir verdad.
-Dime, ¿qué hace un niño como tú solo en Londres?
-Son asuntos de negocios.
-¿Negocios? ¡Pero aún eres muy joven para pensar en esas cosas!
-Disculpe el atrevimiento, pero ¿quién es usted?
El chico era astuto y directo, con la seguridad de cualquier hombre mayor. No me había equivocado al elegir.
-¡Pero qué modales los míos! Discúlpame. Soy Constanza de Midfort; mejor conocida como Lady Conny.- sonreí ampliamente haciendo una leve reverencia.
-Yo soy Ciel Phantomhive.- dijo escuetamente.
-¿Phantomhive? ¿No eres el dueño de aquella empresa juguetera tan famosa?
-Así es.
-Entonces, debería tratarle desde ahora como es debido, Conde Phantomhive.
-¡Lady Conny! Creo que es momento de marcharnos.
Mi pequeña conversación había sido interrumpida por los dos mayordomos que regresaban a toda prisa. Sólo cuando estuvieron frente a mi caí en cuenta: tenían algunos rasgos en común, casi podría jurar que eran parientes. El pequeño conde y yo nos levantamos de la banca quedando frente a frente y al lado de nuestros respectivos mayordomos.
-Sebastian, ella es Lady Constanza de Midfort.- anunció el conde con propiedad.
-Es realmente un placer conocerla, my lady.- dijo el mayordomo inclinándose hacia mí.
Nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos eran tan rojos como los de mi propio mayordomo… Ese rostro... Lo había visto en otra parte… En un sueño lejano tal vez. Un escalofrío agradable recorrió mi espalda.
-Bueno, es hora de marcharnos, disculpen. Fue un placer conocerlo, Conde.
Di media vuelta y caminé hacia el lugar donde habíamos dejado el carruaje. Emile me alcanzó y yo me tomé de su brazo.
-¿Está todo bien, señorita?- preguntó alzando una ceja una vez que habíamos subido al carruaje.
-Son personas muy interesantes, ¿no lo crees, Emile?
-¿Desea que haga les haga la invitación a cenar a su mansión?
-No, no. Sería demasiado precipitado. Dime, ¿qué hay de ese mayordomo?
La curiosidad me mataba, tenía que saberlo todo de él, y saber por qué me parecía tan familiar y la sensación que tuve al verlo.
-¿Qué pasa con él, señorita? Parecía algo perturbada por su presencia.
Los ojos de Emile brillaron. ¿Ya les mencioné que él siempre sabía más de lo que decía? Pues esta era una de esas ocasiones. Él sabía perfectamente qué pasaba con ese mayordomo, sólo se estaba haciendo el tonto.
-Quiero que me digas lo que sepas de él.
-Pues bien, es un demonio, al igual que yo; tiene un contrato con el Conde Phantomhive; y… ¡oh, sí! Se me olvidaba, es mi hermano.
Sonrió casualmente, ¡Cómo si olvidar que tienes un hermano fuera lo más natural del mundo!
-¡Oh, querido Emile! ¡Quiero volver a verlo! ¡Quiero conocerlo, saberlo todo sobre él! Sé que él sabe algo que hace falta en mi rompecabezas.
-Volverá a verlo, señorita. Tal vez más pronto de lo que cree.
Emile volvía a sonreír misteriosamente.
