¡Hola a todos!

Esta historia es un regalo para Venetrix, que hace tiempo la solicitó por varios foros de la página. Prometí que la haría en La Sala de los Menesteres y hoy he decidido subir el primer capítulo. Aún me queda mucho por escribir, pero aun así aquí está :)

Este capítulo ha sido beteado por Sherry Furude. Si hay cualquier error solo-solo se me debe a mí, que soy una cazurra.


Cor Leonis

Capítulo 1: Mi nombre es Mary

«Mi nombre es Mary Cattermore y soy una nacida de muggles. Tengo treinta y siete años y he vivido dos guerras que me querían ver muerta por lo que soy, blablablá. Por eso os pido que nos apoyéis, blá, que donéis, que nos ayudéis para que este proyecto de ley salga a la luz. Slytherin lo sabía: no había sitio para él en Gran Bretaña, es hora de que sus alumnos lo sepan también… Pufff»

—¿De qué va esa santita?— bufa Rita al aire recolocándose un par de rizos sueltos.

Y no solo bufa porque ella misma haya llevado los colores de Slytherin y porque aquel proyecto de ley (ridículo, a su propia idea) pretenda echarla del país. Bufa porque sabe de qué va. Con ese pelo recogido como un ama de casa, esa mirada baja de corderito degollado, la falda larga, la rebeca desgastada… Quiere dar pena. Y Rita no puede soportar ver ese grado de manipulación de manos de esa malnacida con pinta de santita.

Tira el periódico sobre el escritorio (uno de esos periodicuchos que se han fundado tras la guerra para hacer la competencia al Profeta y que recogen su último discurso) y mira su pluma con cansancio: quiere hacer algo para rebatirla, que la gente vea que no es más de lo mismo, una sangre sucia (aunque Rita nunca usará esa palabra en público, no es tan estúpida) dolida que pretende vengarse.

—Siempre he pensado que es una hipócrita— asiente una voz femenina unos metros más allá. Rita levanta la cabeza y se encuentra con Evon, una periodista centrada en eventos deportivos. Y, aunque a Rita nunca le ha caído especialmente bien, se relame y la mira fijamente.

—¿Qué sabes?— va directa al grano. Si Evon lo ha dicho es por algo y piensa sacar partido de ello.

—Íbamos juntas a Hogwarts, ya sabes, mismo año, distinta casa. Se creía lo más porque iba siempre detrás de Evans (ya sabes, Lily Evans, la heroína) a todas partes, como si fuera una lapa.

—¿Amiga de una héroe de guerra? Me sorprende que todavía no haya usado eso— replica Rita.

Evon se queda en silencio un par de segundos y se encoge de hombros.

—Ese no es el punto. Solo era que… En mi año también estaba un chico, se llamaba Regulus Black.

Rita frunce el ceño. Black, una familia tan importante como extinta. Sirius Black, Bellatrix Black y Narcissa Black, recita rápidamente. Dos seguidores de Quien-tú-ya-sabes y la heroína que lo traicionó. ¿Quién era ese tal Regulus?

—No me suena su nombre.

—No tiene por qué sonarte, murió poco después de salir del colegio— explica Evon—. Bueno, el punto es que sé que estuvieron liados un tiempo.

—¿Y?

—Fue a Slytherin— replica como si fuera lógico—. Todo el mundo sabía que había tomado la marca.

Rita arruga el ceño. Ella no lo sabía, pero ese no es el caso. Si Evon tiene razón… Bueno, puede meter en un buen aprieto a Mary Cattermore.

—¿Pruebas?— pide arqueando una ceja.

—Les pillé— confiesa Evon sin avergonzarse una pizca— y luego Regulus me amenazó para que no se lo contara a nadie. Cuando él murió… Bueno, pensé que ya no importaba. No tenía mucho sentido. Hasta ahora.

—Cuéntame todo lo que recuerdes de esos dos…


—Mi nombre es Mary Cattermore— Rita tiene que contenerse por no bufar, la pedorra siempre abre de la misma forma— y soy una nacida de muggles. Y hoy quiero hablaros de nuestra propuesta de ley que se discutirá la semana que viene en el Wizegamot.

Varios flashes iluminan el rostro en forma de corazón de Mary y ella sonríe un poco, casi con timidez. La verdad es que Rita se está conteniendo para no saltar y clavarle su pluma en un ojo. La mujer espera a que terminen, se aclara un poco la voz, y continúa hablando.

—La mayoría de nosotros los sufrimos en el colegio. Sufrimos su acoso durante la primera guerra. Sufrimos el miedo durante la segunda. Todos conocemos sus nombres, se han grabado en fuego en nuestras mentes. Cada uno tenemos nuestra propia lista. Avery, Mulciber, Rosier, Lestrange, Wilkes, Snape, Umbridge, Yaxley…

Hace una pausa para crear efecto y, aunque su expresión es inescrutable, Rita sabe que es todo premeditado. Es una pequeña manipuladora con encanto.

—¿Y Black?— pregunta entonces levantando la voz. Mary levanta rápidamente la cabeza y clava sus ojos oscuros en ella. El resto de periodistas (periodistas de los periodicuchos que han salido a la venta en las últimas semanas) pasan la vista de una a la otra. Como si fueran dos cazadores pasándose la quaffle.

—¿Perdón?— pregunta con voz débil.

—Me preguntaba si el apellido Black no estaría en tu lista— repite Rita con tranquilidad, aunque una sonrisa burlona aparece en sus labios.

—Sirius— hace una pequeña mueca casi imperceptible, como si le doliera decir su nombre—… sí, supongo que podría estar en mi lista. Y Black— añade con un timbre agudo.

Sonríe un poco, como si estuviera nerviosa.

—Esos nombres…

—Pero Sirius Black no fue a Slytherin— vuelve a interrumpirla Rita, esbozando su mejor sonrisa.

—Tienes razón— accede frunciendo el ceño ligeramente—. No fue a Slytherin.

—Yo me refería más bien a Regulus Black— puntualiza Rita. Si esa mujer se cree que es una manipuladora es, más que nada, porque conoce a pocos Slytherin de verdad.

—Esos nombres— Mary pasa la vista al frente y retoma su discurso por donde lo había dejado— son todo de lo que Gran Bretaña debería deshacerse. No son su orgullo, como…

—Entonces, ¿Regulus Black entra en la lista o no?— insiste Rita. Casi se relame cuando nota como Mary cierra uno de sus puños y esboza una sonrisa (falsa, forzada. Una sonrisa que grita: cállate).

—No, no entra— responde con frialdad— y me veré obligada a pedirle que no vuelva a interrumpirme o…

—Yo he oído otra cosa— contraataca Rita sin esperar a que se reponga—. He oído que tuvo un tórrido romance con Regulus Black, un defensor de los derechos de supremacía de la sangre.

Mary se tensa desde su pequeño atrio y reorganiza sus notas sin mirar a nadie. Coge aire, lentamente.

—No son su orgullo, como os han hecho creer. No son mejores. Están podridos, destruirán todo lo que hemos…

—¿Entonces es verdad?

—¿Si es verdad el qué?— replica sin poderse contener, girando la cabeza y clavando sus ojos en ella.

—Que tuvo un tórrido romance con Regulus Black. Es fácil, ¿sí o no?

—No creo que mi vida…

—¿Sí o no?

Mary cierra los ojos y respira lentamente. A su lado, uno de sus asesores se acerca y le susurra algo al oído. Ella asiente, casi imperceptiblemente. Cuando los vuelve a abrir poco queda de la mujer que se hace la asustada y la herida.

Se da la vuelta y sale de la sala con paso firme, los flashes de los periodistas iluminan la habitación mientras que alguien da una vaga disculpa que no tiene nada que ver con Regulus Black.

Eso ha sido un sí, sin lugar a dudas.


«Confirmado: Mary Cattermore, principal impulsora de la propuesta de ley doscientos cuatro (Slytherins fuera de Gran Bretaña) tuvo un desliz con Regulus Black. ¿Defensora de la justicia o despechada? Descúbrelo entre las páginas 12 a 14».

Mary deja caer con molestia el periódico sobre la mesa. Quiere gritar que es mentira, que es una clara estrategia para desacreditarla. Pero no puede, las palabras no salen, se quedan atoradas en su garganta y se mueren antes de llegar a sus labios.

—Cariño— Reginald acaricia una de sus manos—, no dejes que te afecte.

Mary sonríe un poco, solo para tranquilizarlo, y se echa el pelo hacia atrás.

—No me afecta. Simplemente no sé de dónde lo han sacado. Esto no es más que una… una…

—Lo sé— la tranquiliza sonriendo—. Solo es un rumor, un chisme. El Wizegamot no lo tendrá en cuenta para votar.

Mary asiente mientras se mira las manos. Sabe que sí lo tendrán en cuenta, que votarán y fallarán en su contra. Que el daño ya está hecho y que es irreparable. Y lo peor es que poco le importa.

Que todo lo que quiere hacer es alargar la mano y comprobar qué demonios dicen de ella. De ella y de Regulus. Pero tiene demasiado miedo como para hacerlo.

—Nadie, nunca más, va a tener que pasar por lo que tú pasaste— le promete en vano. Mary sabe que no es verdad, que es una promesa vana y vacía. Los fuertes siempre se aprovechan de los débiles, es el orden de las cosas.

Ninguno de los dos dice nada durante un rato. Reginald le sirve una taza de té caliente que ella abraza con sus manos y respira lentamente. Huele a limón y a menta.

—Reg— susurra sin mirarlo a los ojos—, ¿puedes leerme lo que dicen?

—Claro, cielo.

«Su nombre es Mary Cattermore y es una nacida de muggles. Es la imagen de una ley que está removiendo los cimientos de nuestra sociedad. Es la imagen de una mujer que tuvo que huir del país con su esposo y con sus hijos para poder sobrevivir. Nadie se había atrevido a remover en su pasado y descubrir su lado más oscuro. Nuestra flamante periodista, Rita Skeeter, lo ha hecho. Y… ».

—¿En serio quieres que te lea esta porquería?— protesta Reginald apartando la mirada del periódico. Mary se estremece, pero aun así asiente. La voz de Reginald es suave y la arrulla, la mece hasta otro tiempo que se ha esforzado en olvidar y en ocultar.

Un tiempo que creía haber olvidado.


Su nombre es Mary Macdonald y es una nacida de muggles. Tiene dieciséis años, el pelo castaño y corto y un rostro en forma de corazón y de pómulos altos. Está intranquila, mucho más de lo que lo ha estado nunca. Están en guerra.

No es que sea algo nueva: el mundo mágico lleva estando en guerra desde siempre, pero sí se está volviendo más brutal. Los manifiestos que aparecen en el Profeta día sí y día también sobre la pureza de sangre y el mal que suponen para la sociedad mágica la gente como ella, los hijos de muggles, hacen que se le erice el vello de la nuca.

No entiende qué ha hecho para que tantos la odien. Ella solo es Mary, la hija del verdulero. La bruja de la familia. Mary, con el pelo ondulado y una sonrisa en los labios. Mary, que sacó un extraordinario en su TIMO de Astronomía y se puso tan nerviosa en el de Transformaciones que tuvo que salir a mitad del examen porque le había entrado un ataque de risa.

—Lily— murmura sin apartar la vista del pergamino. Están en la biblioteca (últimamente Lily solo está en la biblioteca o con Potter) y lleva más de veinte minutos mirando al vacío, intentando empezar una redacción sobre encantamientos desilusionadores. Lily, a su lado, se dedica a ampliar apuntes con distintas lecturas que le han recomendado sus profesores—, ¿crees que…?

Se le traba en la garganta. Ni siquiera sabe qué es lo que le va a preguntar. Se muerde los labios y baja la mirada, intentando controlarse.

Lily sonríe y acaricia su mano. Lily, que siempre se ha portado así con ella o, por lo menos, desde el intento (fallido) de ataque de Mulciber, es como la hermana mayor que siempre quiso tener. La sobreprotege. La mima. La quiere.

La hace sentirse como en casa cuando algún Slytherin la aparta de un empujón y se ríe de ella.

—Vamos a estar bien, Mary. Ya lo verás— susurra antes de apartar la mano.

Mary sonríe un poco e intenta concentrarse de nuevo en su pergamino vacío. Rasga suavemente el pergamino, casi sin darse cuenta, dibujando una pequeña flor.

—Creo que hoy no tengo un buen día de estudio, voy a volverme a la sala común.

Pero la verdad es que no lo hace. A medio camino decide que hace un buen día demasiado bueno como para pasarlo encerrada y se da la vuelta. Baja hasta los terrenos del castillo y busca uno de esos lugares secretos (que no son tan secretos) para disfrutar del día.

Escoge un pequeño jardín interior relativamente descuidado y se sienta en uno de los bancos. Hay un par de alumnas de Ravenclaw riéndose en una esquina y un chico de Slytherin que no deja de mirar su reloj. La verdad es que cuando lo ve, Mary se plantea darse la vuelta y marcharse.

Después lo reconoce.

Es Regulus Black y va a su clase. Siempre le ha parecido uno de los mejores de su casa o, por lo menos, de los más callados. Hay veces que piensa en eso como sinónimos, si tiene que decir la verdad.

Así que, como nunca han hablado y duda que lo hagan alguna vez, se queda en su sitio sintiéndose bastante más segura de sí misma. Saca con cierta parsimonia el pergamino con la florecilla y, apoyándose en su libro de Encantamientos, empieza a dibujar.

Le encanta dibujar. Si no hubiera sido bruja habría entrado en un instituto especializado en arte. Dibuja un tallo para la flor, y, con movimientos seguros, lo enreda en una columna que tiene enfrente. Dibujar con tinta nunca ha sido su especialidad, pero no le está quedando nada mal. Pasa la vista por los bancos y ve a las dos chicas de Ravenclaw. También las dibuja, al fondo, una inclinada sobre la otra. Riéndose.

Dibuja el resto del patio. Piedra por piedra, banco por banco. Dibuja más flores (aunque en la realidad no haya ninguna) para que decoren los bordes. Las paredes, las columnas. Las dibuja porque le gustan. Porque puede.

Arruga el ceño cuando Regulus Black vuelve a mirar el reloj. A su dibujo le falta algo, él. Él está allí, pero en su dibujo solo hay un agujero en blanco esperando ser llenado. Lo duda, duda antes de volverse a agachar tanto sobre el pergamino que casi lo toca con la nariz.

Empieza por su perfil: la nariz, fina y recta, quizá un poco larga, pasa a sus pómulos, el pelo negro que le cae sobre los ojos (y Mary aprieta tanto la pluma que casi agujerea el pergamino), la forma de sus orejas, su cuello, los hombros… Y cuando levanta una vez más los ojos para fijarse en la caída de sus hombros, en su postura, ya no está. Mary parpadea un par de veces, preguntándose cuándo se habrá ido, antes de mirar su dibujo inconcluso.

No se lo piensa, se vuelve a inclinar y lo termina antes de que se ponga el sol.


—Lily, ¿puedo pedirte un favor?— susurra Mary sentándose junto a ella en la biblioteca (para variar).

Lily tarda casi tres minutos enteros en levantar la cabeza. Está muy concentrada leyendo un tomo de transformaciones avanzadas que se empeña en aprenderse de memoria antes de que termine el cuatrimestre.

—Sí, claro, dime.

—Necesito que me dejes la redacción de Encantamientos sobre hechizos desilusionadores que escribiste el año pasado— farfulla algo avergonzada; sabe que Lily no aprobará su petición. Es (casi) como hacer trampas y ella siempre ha estado en un plano moral superior. O algo así.

—Lo siento, no puedo— responde arrugando ligeramente el ceño y volviendo a su lectura.

—Por favor— pide Mary—, te juro que la tenía hecha, pero… La he perdido.

Lily levanta la cabeza y suspira.

—No es porque no quiera (que no quiero), es porque no la tengo. ¿Qué le ha pasado a la tuya?

Mary entierra la cabeza entre sus brazos y suspira.

—Perdí mi libro de Encantamientos con ella dentro. Creo que me lo dejé en clase, pero cuando volví a ver si estaba… había desaparecido.

Lily se muerde el labio inferior y agita la cabeza.

—Ofrece una recompensa— propone Lily.

Y aunque duda un poco de que vaya a funcionar, Mary asiente y lo hace. Cuelga carteles por su sala común y en el campo de Quidditch, convence a una chica para que deje uno de los carteles en la Torre Ravenclaw y le paga cinco sickles a otra para que haga lo mismo en Hufflepuff. Se plantea hacer otro tanto para que los pongan en Slytherin, pero luego rechaza la idea.

Son capaces de no devolvérselo sólo para molestarla.

Durante los siguientes dos días distintos alumnos de séptimo aparecen con sus viejos manuales de encantamientos intentando conseguir la recompensa (cinco galeones, todo lo que tiene ahorrado), pero a Mary no le sirven. Ella necesita su redacción de encantamientos, casi que el libro es lo de menos. El jueves está tan desesperada que está dispuesta a subir a diez galeones y quedarse sin salidas a Hogsmeade para el resto del año.

El libro no aparece.

Cuando está dispuesta a marcharse aparece un chico. Lleva el uniforme de Ravenclaw y un libro en las manos.

—Me han dicho que estabas buscando esto— dice con expresión hosca enseñándole el libro.

Mary levanta la mirada de su libro de Defensa y alarga una mano. Se ha entrevistado con cerca de veinte muchachos que juraban tener su libro, sabe diferenciar a la legua cuando es mentira. Y en seguida se da cuenta de que aquel chico la está intentando engañar.

Entonces él aparta el libro de sus manos y arruga el ceño.

—Primero el dinero.

Mary vuelve a bajar la mirada sin inmutarse.

—No lo quiero— replica—. No es el mío.

—¿Qué? ¿Cómo que no?—repite lentamente, entrecerrando los ojos. Mary se fija un poco más en él. En el redondel oscuro que está justo debajo de sus ojos y en su expresión crispada. Y en seguida se acuerda de dónde lo ha visto: en la biblioteca. Siempre está en la biblioteca.

Como Lily.

Algunos chicos de séptimo y de quinto, los más tontos (en opinión de Mary) tienden a comprar sustancias que les permiten aprender más rápido o dormir menos. Sustancias que, por regla general, son muy caras y no funcionan. La idea de que quizá aquel chico necesite algo de oro la inquieta.

—No lo quiero— insiste recogiendo sus cosas.

—¡Oh, no! Tú has puesto el anuncio. Prometías cinco galeones por un libro de encantamientos, bien, ¡aquí lo tienes!

—Por mi libro— protesta Mary levantándose y colgándose la mochila del hombro.

Hace ademán de irse, pero el muchacho la agarra por el brazo y sus ojos brillan peligrosamente.

—Me has prometido cinco galeones y me los vas a dar— sisea sin parpadear.

Mary jadea con sorpresa, intentando zafarse.