Quiero dejarles por aquí el primer capítulo de esta historia. Ya lo he subido en otras páginas, pero no lo he compartido acá, así que hoy me decidí a hacerlo. Espero que les guste y dejen reviews para saber que opinan de esta locura mía.

El hombre metió su mano en el bolsillo de su pantalón, rebuscando con concentración las llaves de su mugroso departamento. Después de mucho batallar, por fin salió victorioso en la búsqueda. Se puso entre los dientes la bolsa llena de víveres que trajera en su otra mano para dejarla libre, y sujetando la manija de la puerta, insertó la llave, dándole dos vueltas para abrirla. El viejo recuadro de madera chirrió sobre sus goznes al abrirse y el hombre se interno en la casa.

Cerró nuevamente la puerta con todo y pasador, intentando darle más seguridad al lugar. Sacó su varita y la ondeo, encendiendo todas las velas, iluminando así la estancia. Suspiró quitándose la bolsa de la boca y llevándola entre sus manos a la cocina. No era que se pudiera llamar "cocina" como tal, pues el sitio con el paredón y la estufa, estaba separado de la sala por un muro que parecía poder desmoronarse al primer golpecito.

Sacó los víveres de la bolsa, fijándose en que estuviese completa su compra; a veces se perdía por el camino alguna que otra lata, y esperaba que esta no fuera la ocasión. Cada vez tenía menos dinero de sus ahorros y el trabajo era algo que no llovía para él desde digamos… nunca.

Las latas y paquetes de comida estaban completos, y eso le arrancó una triste sonrisa; había que ver como un mago tenía mala suerte a veces, o en su caso, desde siempre. Ordenó todos los alimentos en los destartalados gabinetes y fue a sentarse al único sofá que adornaba su sala; se había visto obligado a tirar a la basura los otros sillones que tenía, debido al estado deplorable en el que se encontraban después del último mes.

—¿Cuándo terminará esto?—murmuró, restregándose los ojos.

Un lince plateado entró por la ventana y se posó suavemente frente a él, hablando con la inconfundible voz de Kinsgley Shacklebolt:

—Reunión en Grimmauld Place. Dumbledore espera.

Había esperado poder dormir temprano esa noche; pero, como siempre, el deber llamaba. Se puso de pie con algo de pereza y volvió a salir de su departamento.

Cuando hubo cerrado con llave la puerta, se desapareció rumbo al lugar donde el patronus de Kinsgley había señalado, apareciendo con un suave crack sobre la acera, frente a una cuadra llena de casas muggles. Allí estaba Dumbledore, acompañado de unos cuantos magos más, entre los cuales estaban los Weasley casi en su totalidad, Ojoloco Moody y Kinsgley. Solo había una mujer completamente desconocida para él.

Se acercó al grupo y saludó con un tenue "buenas noches".

—¡Que gusto verte! —dijo Dumbledore con una enorme sonrisa.

—Igualmente, Albus.

—Ya conoces a todos los presentes ¿no? —dijo el anciano, aún sonriente. Después pareció reparar en la mujer —Oh, no. No conoces a Nymphadora Tonks.

—Tonks —corrigió la mujer. No era más que una chica de unos veintitantos, con el pelo de un llamativo color rosa —Encantada —añadió ofreciéndole su mano.

—Mucho gusto —dijo él, estrechando la mano de la chica.

—Bueno, ya que estamos todos… lee esto —Dumbledore comentó animadamente, pasándoles un pergamino.

Cuando todos leyeron el pergamino, fue su turno de enterarse de lo que estaba escrito. Leyó lo que parecía una dirección: Numero doce de Grimmauld Place.

—Ya muévete, Lupin —el ojo mágico de Ojoloco giraba en todas direcciones —. Aquí somos presa fácil.

Ignorando el comentario del ex auror, miró hacia las casas esperando ver el número doce, el cual, para su sorpresa, comenzó a surgir apretujándose entre el número once y el número trece. Por fin la vieja casa hizo presencia completamente y en medio de muchos "oh" y "uh", el grupo comenzó a avanzar hacia el lugar. Subieron los escalones y Dumbledore abrió la puerta, logrando entrar todos apretujados en el recibidor.

Un hombre de pelo negro hizo aparición. Una enorme sonrisa permanecía dibujada en sus labios.

—Bienvenidos al nuevo cuartel de la orden del fénix —dijo alegremente el hombre del cabello negro.

—Gracias, Sirius… me quitaste las palabras de la boca —sonrió Dumbledore.

—Sigan, sigan… a la cocina —Sirius comenzó a guiarlos animadamente.

Una vez en la cocina todo el mundo tomó asiento frente a una gastada mesa de madera. Los chicos Weasley observaban el lugar con una mescla de asombro y curiosidad, mientras su madre fruncía los labios, pareciendo un poco incomoda.

—¿No saludas, Remus? —inquirió Sirius mirándolo divertido.

—Creí que no habías reparado en mi presencia, Sirius —dijo Remus, levantándose de su silla y estrechando al hombre en un fraternal abrazo.

—Lupin, Lupin… no te he visto en un par de semanas y te ves como si te hubiese pasado una aplanadora por encima —se burló Sirius.

—Fue duro el último mes —respondió Remus, recordando su agotada provisión de poción matalobos.

—Oh, Remus. Severus te ayudará con eso —vaticinó Dumbledore distraídamente, sacando unos planos sabría Dios de donde.

—Gracias, Albus —Remus sonrió, sintiéndose incomodo en el fondo.

Volvió a tomar asiento.

Quiso descubrir quien estaba sentado junto a él y dirigió sus ojos hacia su izquierda, sorprendiéndose al encontrarse a la chica del cabello rosa. Había estado tan ocupado saludando a Sirius que no se fijó en qué momento la muchacha se sentó a su lado. "Tonks. Dijo que se llamaba Tonks", pensó.Le dedicó una cordial sonrisa y la chica dejó caer el salero con el que había estado jugueteando.

—Lo siento, lo siento —se disculpó la mujer, sacando su varita y ondeándola para recoger el salero del suelo.

En el proceso casi le saca un ojo a Remus, quien se tuvo que echar hacia atrás para escapar de la punta de la varita.

—Oh, Dios… déjalo. Tranquila. Lo limpiaré después —dijo Molly Weasley un poco alarmada.

Los ojos de los muchachos Weasley estaban fijos en Tonks, quien parecía bastante azorada en ese momento.

—Sí… lo siento —repitió Tonks —¿Te golpeé o algo? —preguntó a Remus en un susurro.

—No. Tranquila —respondió Remus, tratando de sonar amigable.

—Q-que bueno —se veía nerviosa.

Había que ver lo extraña que era esa chica. Se preguntó de dónde demonios sacaría una poción para teñirse el pelo de esa forma tan inusual.

Albus tomó la palabra, haciendo que todos se olvidaran de Tonks momentáneamente. Aparentemente la totalidad de los miembros de la orden no estaba presente; así que solo discutirían el tema ligeramente para permitir que los Weasley se instalaran.

Miró de reojo a la muchacha: No estaba mal. Bueno, no era una top model, pero era bastante agradable a la vista… Se reprendió mentalmente por estar mirando a su nueva compañera de organización ¿A él qué demonios le importaba si no estaba mal?

Soportó el resto de la reunión solo por la importancia del tema tratado: Tenían que sacar a Harry de casa de sus tíos en solo unos días, así que debían darse prisa para organizarse. Al final, decidieron que la chica del pelo rosa engañaría a los familiares muggles del chico con una carta de un supuesto concurso al césped mejor cuidado, de esa forma, irían todos (incluidos algunos de los que faltaban) en un compacto grupo, sacando a Harry de Privet Drive de la forma más rápida posible.

Como todo estaba listo y acordado, al terminar la reunión decidió irse a su casa para poder dormir un rato por lo menos. Se despidió de todos y se dirigió a la salida.

—¡Hey, Remus!—llamó Sirius.

Remus, quien tenía la mano en el pomo de la puerta y estaba a punto de abrirla, giró el rostro mirando inquisitivamente a su amigo.

—Dime —dijo sin quitar la mano de la puerta.

—¿Te importaría acompañar a Tonks a que se desaparezca? Siempre se va con Ojoloco, pero él se queda un rato más hoy.

—Eh… claro. No hay problema —asintió Remus. En realidad no le importaba acompañar a la joven, siempre y cuando se diera prisa.

—¡Tonks, muévete! ¡Remus tiene algo de prisa! —dijo Sirius en voz alta.

La chica del cabello rosa apareció sonriendo amistosamente. Emprendió camino hacia la salida para alcanzar a Remus, pero antes de dar cinco pasos, tropezó con una especie de paragüero que adornaba el recibidor. Cayó boca abajo con gran estrepito y unos espantosos gritos resonaron por toda la casa.

—TRAIDORES A LA SANGRE. SALGAN DE LA CASA DE MIS ANCESTROS… RATAS ASQUEROSAS, SANGRES SUCIA… —esas palabras fueron las que Remus alcanzó a entenderle a quien fuese que estuviera gritando.

Puso cara de horror ante tales alaridos y, soltando el pomo de la puerta, se dirigió a ayudar a levantar a la chica.

Le dirigió una mirada interrogadora a Sirius.

—Mierda. Maldita bruja —gruñó Sirius —.Es mi madre. Su retrato más bien… voy a callarla.

El hombre se marchó enfurruñado, varita en mano, gritando maldiciones.

Remus arqueó una ceja y sacudió la cabeza, mientras se agachaba junto a la chica para ayudarla. Le ofreció la mano para que se incorporase apoyándose en él, pensando en que o la casa era muy mala con ella, o la chica era torpe en tamaño familiar.

Tonta, tonta, tonta. ¿Cómo podía ser tan torpe? En el nombre del cielo ¿Cómo podía siquiera sobrevivir diariamente si se estrellaba con todo? Siguió maldiciendo para sus adentros, sintiéndose profundamente avergonzada con el hombre de cabello castaño, mientras escuchaba los gritos de la señora Black. Remus le tendió la mano con una sonrisa alentadora. Dudó un segundo, mirándolo a los ojos con una extraña sensación de vacío creciendo en su interior. Al final tomó la mano del hombre, siendo levantada de un tirón.

Se sacudió el polvo de los pantalones, incapaz de mirar de nuevo a Remus.

—¿Lista para salir? —inquirió Remus suavemente.

—S-sí… claro… sí —respondió Tonks, sintiéndose más tonta que antes.

—Bueno, después de ti —dijo Remus sobre los alaridos de la madre de Sirius.

El hombre mantenía la puerta abierta y Tonks pasó frente a él, intentando no trastabillar y caerse de nuevo. Bajó los escalones fijándose muy bien donde pisaba; no quería parecer una retrasada mental frente a aquel hombre tan cautivador. ¿Cautivador? ¿De cuándo acá a ella le parecían cautivadores los hombres? Sacudió la cabeza, sintiendo en su nuca los ojos de Remus.

—Bueno… yo… ya me voy —Tonks se volteó para quedar frente a Remus, pero clavando los ojos en el viejo abrigo que el hombre llevaba puesto.

—Que te vaya bien entonces, Tonks —se despidió Remus.

Ella levantó la mirada tímidamente, encontrándose de nuevo con sus castaños ojos. Le gustaba como pronunciaba su apellido; lo hacía de una forma diferente a los demás. No podía explicar en que se diferenciaba que él dijera su apellido a que lo dijera otro, pero para ella sonaba diferente. ¿Qué le estaba pasando? Ese día había cometido más estupideces que ningún otro, y siempre le pasaron cuando él miraba hacia donde ella estaba. Rememorándolas, fueron cuatro metidas de pata: dejó caer un salero, casi rompe el plato de la cena cuando se le cayó el tenedor, derramó su vaso de jugo cuando el hombre le pidió la sal, y derribó el paragüero, despertando a la madre de Sirius. Era toda una ganadora: La ganadora de las burradas.

—Que pases buena noche, Remus —intentó parecer casual.

Giró sobre sí misma y desapareció en la noche rumbo a su departamento. Esperaba no destrozar nada en su hogar en cuanto llegase, aunque conociéndose, lo dudaba seriamente.