Disclaimer: Historia y personajes originales de Suzanne Colins :-)
Wonderful Journey
And life is a road that I want to keep going
Love is a river, I want to keep flowing
Life is a road, now and forever, wonderful journey
I'll be there when the world stops turning
I'll be there when the storm is through
In the end I wanna be standing
At the beginning with you
Concepción
¿Cuánto tiempo llevábamos haciendo esto? ¿Semanas, meses, años? No me importa, cada vez que me tocan sus dedos me parece que fue ayer, la primera vez que nos vimos desnudos, nos acostamos sobre las sábanas, y fuimos uno.
Miro nuestro reflejo en el espejo del armario, Peeta se encuentra sobre mí, besándome el cuello. Se mece en mi interior como una ola, que toca la playa y vuelve al mar, y vacía mi mente con su tacto maravilloso, sus excitantes sonidos. Y su expresión de placer incrementa el mío. Ver sus ojos entre cerrados, las pequeñas gotas que se forman en su garganta, su flequillo mojado, y su pecho desnudo, provocan el aumento exponencial de mi excitación. Empujo a Peeta suavemente y él se deja, le sitúo debajo de mí y le beso profundamente, sus dedos presionan mi cintura mientras me muevo sobre él, y entonces aminoro y me paro, escucho solo su aliento, me resisto a moverme aunque él arqueé la espalda y gruña, como un gatito enfadado. Le miro fijamente y me mira, lleva una mano a mi rostro y yo aprieto mi mejilla contra ella y le digo que le quiero, porque me parece que hace siglos que no pronuncio esas palabras, él sonríe, me abraza, y nos acostamos de lado, sin romper nuestra unión. No quiero moverme, puede esperar, aunque me muera de ganas de llegar con él, quiero parar este momento, sentirle como le siento ahora, sentir que nunca más le perderé, que nadie se lo llevará a ninguna parte. Le beso suavemente los labios, le acaricio el puente de la nariz con el dedo, observo el azul intenso de sus ojos, y sus labios pálidos y delgados que me devuelven el beso y entonces le atraigo hacia mí presionando más el lazo que hago con mis piernas en torno a él. Sopla en mi oído, me estremezco, sus dedos me estimulan de una forma familiar, conocida. El roce de su cuerpo, de nuestra intimidad, los movimientos que ambos sabemos que nos llevaran al culmen. Nos conocemos, nos conocemos de hace años, pero le quiero como si solo hubiera pasado un día, como si ayer le hubiera dicho que es real que le amo.
No suelo pensar en estos términos, la vida pasa de prisa, y siempre hay muchas cosas que hacer. Pronto te acostumbras a tener al amor de tu vida contigo, todos los días, y quizá sea una suerte a veces sentir, que una vez te lo arrebataron, y volverle a amar, como si pudiera irse de tu vida de nuevo. Y sentir como si fuera el primer día, la arrebatadora sensación de que el bien más preciado vive contigo.
Y ahora, mi bien más preciado, respira cada vez más deprisa, con su frente apoyada en mi frente. Miro por última vez el reflejo de nuestros cuerpos acoplados, un raudal de placer me inunda, me remuevo, presa del espasmo, y le llevo conmigo al final, a esa explosión que nos golpea, nos llena de una felicidad sencilla y de un placer tan fugaz como inmenso.
Nos quedamos quietos y relajados, siento como todos mis músculos se vuelven ligeros, mi mente tranquila me invita al sueño. La respiración de Peeta se relaja, se acompasa con la mía, todo su peso me entierra. Noto como se tensa para incorporarse, y prácticamente se arroja a mi lado. Nos arropa a los dos con la sábana y la manta, su cuerpo calentito refugia al mío, me besa la espalda, y así, tranquilos y felices, nos va atrapando el sueño. Y un último pensamiento me acude a la cabeza, si esta vez lo habremos conseguido, si en esta noche, en el interior de mi vientre, mientras dormimos, se concebirá la vida de nuestro hijo.
Siento un repentino temor, mezclado con la ilusión y la imagen de un bebé de ojos azules, o quizá grises, y me remuevo entre los brazos de Peeta.
-Cariño… -murmura Peeta
-Estoy bien- susurro –duérmete –le beso, y antes de que termine de pronunciarlo Peeta ya está sumergido en el mundo de los sueños.
Con la tenue luz de las farolas que se cuela a la habitación, puedo distinguir su rostro. Han pasado diez años, y hasta hace muy poco no acepté la aventura de tener nuestro primer hijo, aunque hace siete que estemos casados. Acaricio su suave pelo, y le observo dormir, mientras se me cierran los ojos. Mi mano se dirige a la parte más baja de mi abdomen, y estoy a punto de perder la conciencia cuando la mano de Peeta cae sobre la mía, y entre sueños, en su cara se dibuja una sonrisa.
