Aviso: Fanfic slash para mayores de edad.
Ese trabajo es parte de La Gala del Dragón 2016
Si hubo una cosa que Draco Malfoy aprendió en la guerra fue a observar a su alrededor y leer a las personas. Su difunto padrino estaría orgulloso, él pensó, con una mezcla de cariño y rabia, ya lo había perdonado por sus mentiras y juegos, ya que ayudaron a que Voldemort cayera después de todo, pero creía que eso era porque estaba muerto. Si hubiera sobrevivido, Severus tendría que lidiar con su resentimiento y sus desplantes antes de que lo perdonara. Eso si realmente lo hubiera amado, dudó de eso por un tiempo, y aún tenía momentos de descreencia. Cuando supo que papel jugó su padrino en la guerra nunca perdió oportunidad de insultarlo, pero Potter le azotó contra una pared en el Ministerio antes del juicio, al oírlo llamar traidor a Severus, y decir que le usó con inmensa acritud y desprecio. El-Niño-que-Vivió fue muy elocuente para tirar en su cara los recuerdos de Severus que ayudarían a salvar su "culo blanco y magro" de Azkabán, el poder y el prestigio no pudieron dar al cuatro ojos algo de clase, eso estaba claro. Mientras reflexionó sobre eso, no sacó los ojos del otro mago que estaba en el cementerio aquella noche, la oveja negra de la familia pelirroja, aquel que no era como los demás: Percy Weasley.
- Parece que no soy el único que viene por las noches, Severus. – Draco murmuró al viento, sin sacar los ojos de la figura triste.
Un hecho que era raro. Ya hacía más de un año de la batalla, el aniversario fue veinte días antes, pero Draco jamás se dejaría ver en la calle por esos días, menos aún en el cementerio donde estaban los caídos en la batalla, dónde él estuvo del lado derrotado. A él le sobraban las sombras de la noche, con los fantasmas tristes de aquel lugar y el viento frío, pero un Weasley no necesitaba eso, podría venir a la luz del día a honrar a sus muertos, aunque sabía que el único que aquel pelirrojo lloraba con sollozos audibles era a su hermano. Sintiéndose un invasor, aunque estaba allí antes que él llegara, Draco dio una última mirada en la lápida de Severus, en la cual había puesto lirios, sólo porque sabía que a su padrino le daría un ataque por su cursilería. Le gustaba pincharlo aunque estuviera muerto, le dio una sonrisa pícara y le dijo mentalmente su adiós. Ya se había alejado cinco pasos para dar privacidad al pelirrojo, pero oyó voces alteradas. ¿Acaso habían organizado una puta fiesta en el cementerio y nadie le había dicho?
- ¡Vamos George! Estás borracho, déjalo en paz. – El rubio reconoció la voz de su weasel, no, dijo a sí mismo, del weasel de su año, porque lo primero sonó muy feo.
- ¡No tiene el derecho de estar aquí! ¡Lo mató, maldita sea! ¡Es su culpa! ¡Déjame, Ronald!
Draco no necesitaba ser un genio para saber que aquello no iba a terminar bien, su instinto le decía que debía salir pitando de allí, pero recordó cómo Percy Weasley fue el único en el Ministerio, aparte de Potter, que lo miró como si fuera humano y no basura antes de su juicio. Fue ese hombre que le llevó libros y le permitió bañarse mientras estuvo prisionero allí, sólo por eso, y no por algún impulso de bondad o por recordarse como suspiró por él en las celdas del Ministerio, Draco giró sobre sus talones y fue hacía el pelirrojo mayor. Suspiró por lo descuidado que el hombre era, pudo acercarse totalmente antes que lo mirara con aquellos ojazos azules hinchados y llenos de lágrimas.
- Señor Malfoy, pero qué…
- Lo siento, pero tenemos que salir de aquí. Tu hermano viene por ahí y no creo que esté feliz.
Percy siguió la mirada de Draco y vio como George venía hacía ellos después de tirar a Ron en el suelo. Por la manera que el gemelo caminaba, estaba borracho nuevamente y tenía la varita en la mano.
- ¡Aléjate de él, traidor! No mereces siquiera venir a su tumba. – George gritó, caminando con dificultad hacía ellos.
- Vamos, te llevaré a tu casa. No estás en condiciones de aparecerte. – Draco dijo y le agarró el brazo para aparecer a los dos en una calle oscura del Callejón Diagon.
El rubio se quedó parado por unos momentos, Percy estaba con las manos cerradas fuertemente en sus brazos, sosteniéndose.
– Lo siento, Weasley, pero no sabía dónde vives. – Dijo, mirando a la calle, no le gustaría ser sorprendido por un gemelo Weasley borracho y enojado. – Creo que debes ir a tu casa, y sólo por las moscas sube tus protecciones.
Draco supo que el hombre no estaba bien porque no lo soltó ni si movió. Se quedó allí, con los ojos brillantes de lágrimas, y aunque con la poca luz, el rubio sabía que estaba muy afectado por la escena en el cementerio.
- Me odia, me iba a atacar nuevamente. – Murmuró, pero ya sin mirar a Draco, era como si estuviera hablando sólo. – Puso un hechizo en la tumba de Fred para saber cuándo iba… les dejé solos cuando fueron ellos, pero tenía que ir.
- Oye, We… Percy. ¿Por qué no vamos a mi casa a tomar algo? – Draco propuso, aquella mirada vacía era algo que conocía bien, no era bueno estar sólo en aquel estado de ánimo.
- Yo…
- Por favor, no es un buen día para mí. – Draco dijo, mintiendo sin pizca de vergüenza. Claro que le daba añoranza y amargura visitar la tumba de su padrino, pero nada parecido con lo que veía en la cara del pelirrojo. – Y mis padres no están, se fueron de viaje por las fechas, son peligrosas para nosotros.
El pelirrojo asintió y Draco pasó el brazo por su cintura, apareciéndolos en Malfoy Manor, pero no en el salón, sino que directamente en las cocinas. Casi nadie conocía aquella parte de la mansión, y eso incluía a sus padres, los elfos ya no estaban allí, pero con sólo sentirlo llegar, Mink apareció.
- ¿El amito necesita alguna cosa? – Mink preguntó, era la elfina mayor, la que cuidaba de las cocinas y cocinaba. – El amito trajo una visita a las cocinas. – Chilló, tirando de sus orejas. – La ama se pondría muy enfadada.
- Por eso no le vas a decir nada, vamos, sólo es un amigo, le haré un té. – Draco dijo.
- ¿Un amigo? ¿Puedo hacer el té? – Mink preguntó, con esperanza.
- No, lo haré yo. Tú, vete a dormir, te lo ordeno. – Draco dijo, con más firmeza.
La elfina refunfuñó, pero desapareció. Draco indicó una silla para Weasley, y después que el pelirrojo se sentó, puso la tetera en el fuego que prendió con un pase de varita.
- ¿Sabes hacer té? – Fue lo que Percy preguntó, con voz débil.
- Puedo hacerte una comida de diez platos si te apetece. – Draco dijo. – Estudio culinaria en Francia.
- Sé hacer macarrones. – Percy dijo, con una sonrisa de auto desprecio.
- Esto ya es muy bueno. – Draco dijo, cogiendo las hojas de té y preparando la infusión con calma, sin hablar nada. Le tendió la taza a Percy cuando terminó la preparación y le puso enfrente el azúcar, el limón y la crema.
- Gracias. – Percy dijo. – ¿Por qué me ayudaste?
- ¿Por qué me ayudaste tú? – Draco dijo, sentándose. – Era un Mortífago, habías perdido a tu hermano en la guerra.
- Pero no te ayudé. – Percy dijo. – Sólo… cualquiera lo hubiera hecho. Eres sólo un niño.
Draco sonrió.
- Te garantizo que nadie pensó en mí como un niño además de ti y mis padres. – Dijo, con una sonrisa.
El pelirrojo le miró con atención por primera vez en la noche.
- Te ves muy bien.
- Nada como quedarme libre de cargos e irme a Francia para curarme. – Draco dijo. – Aunque, si te refieres al dorado de mi piel, es porque fui a Italia para trabajar un mes en un restaurante allí. Tengo un amigo que no sabía hacer nada más que hacerme quedar en su piscina en aquel sol maravilloso en todos mis momentos de descanso, que no eran muchos, debo decir. Los chefs son unos insensibles sin corazón, todos ellos.
- Entonces deseas ser un cocinero. – Percy dijo, sólo para hacerle rabiar a aquel niño pijo. Elección interesante para un Malfoy, podía hacer cualquier cosa y elegía eso.
Draco soltó un bufido de indignación e hizo una cara de horror.
- ¿Cocinero, Weasley? Seré un chef, es muy diferente. – Esclareció, para que no quedara duda. – Cualquiera puede cocinar, pero haré más que eso, mis creaciones harán que la parte mágica de Inglaterra vuelva a tener restaurantes dignos de estrellas Circe.
Percy lo miró apreciativamente.
- Lo harás bien, cocinar y hacer pociones son cosas muy parecidas. Supe que heredaste los talentos y los libros particulares de tu padrino.
Draco asintió, rígidamente. Es verdad que aún no había sacado nada de Spinner's End o de Hogwarts, y sabía que debería hacerlo, los libros, los diarios y las pociones de Severus eran un patrimonio intelectual imposible de valuar para los pocionistas del Mundo Mágico, pero aún no estaba seguro de poder hacerlo sin prender fuego a algunas cosas en una crisis de rabia. Era tonto y una niñería, pero sentía que su padrino había elegido a Potter por encima de él, y peor, había muerto, sentía como si lo hubiera abandonado.
- No abrí su casa aún, pero es todo mío, sí. – Draco dijo.
- Los libros tienen que ser cuidados, la casa tiene hechizos, pero es muggle. – Percy dijo, con la severidad que usaba en los pasillos de Hogwarts. – Esos lugares tienen todo tipo de infestación… cielos, pueden haber insectos comiéndose las recetas del mayor maestro de nuestro país.
- Ya, aún puedes sermonear como McGonagall. – Draco pinchó. – ¿Ella enseñó eso a todos los prefectos?
- Profesora McGonagall. – Percy lo corrigió con una sonrisa pícara, que hizo que Draco deseara verla más veces. – Y eso lo aprendí de pasar mucho tiempo en su despacho, te lo garantizo.
- ¿El perfecto Percy en el despacho de su jefa de casa? Sólo para tomar el té, seguro.
La sonrisa cayó de la cara del pelirrojo tan rápido, que Draco tuvo ganas de patearse.
- No soy perfecto. – Dijo, con la voz casi inaudible. – Mi familia me odia, no tengo empleo, y maté a mi hermano.
- Los Mortífagos lo hicieron. – Draco dijo, conocía toda la historia.
- Si no lo hubiera distraído…
Draco suspiró.
- Si yo no hubiera dejado que los Mortífagos entraran en la escuela, puede que eso no pasara. Soy más culpable que tú.
Percy negó.
- No lo entiendes.
- No lo hago, es verdad. Nunca tuve hermanos, sólo a mis padres. – Draco dijo. – Pero sé cómo es sentir culpa por algo de lo que no tienes control, apesta. Hay que superarlo, o te mata de dentro para afuera.
- Suenas como un viejo rogándome una plaga. – Percy dijo con una sonrisa nada alegre, más auto despreciativa que otra cosa.
- Soy viejo, las serpientes nacemos así. – Draco dijo, inclinándose para quedarse más cerca de él. – No como ustedes, leoncitos, que se quedan tiernos por tanto tiempo.
- ¡No soy tierno! – Percy protestó, indignado.
- Sí, lo eres. – Draco pinchó nuevamente, le gustaba verlo con las mejillas un poco infladas, los labios apretados… sí, definitivamente, le gustaría sacar más reacciones así del pelirrojo. Estaba atraído por un Weasley, si era sincero, desde que le cuidó en el Ministerio. Su padre tendría un ataque… de risa. El viejo adoraría que el Weasley expulsado fuera su yerno, lo restregaría en la cara de Arthur por años. – Un tierno león de corazón noble y ojos de niño.
- Eres muy atrevido, deberían azotarte para sacarte la mala actitud. – Percy dijo, bromeando y tomando un poco más de té, incapaz de enfadarse por las pullas de su anfitrión. No era tonto, sabía que lo hacía para animarlo.
Draco rió.
- Eso me lo dicen desde hace años. – Contestó, interesado en explorar su atracción hacía él, pero no era idiota para hacer algo esa noche. Sería demasiado cruel, el hombre necesitaba tiempo, estaba demasiado expuesto.
- Pero un niño bueno, gracias por hacerme el té. – Percy agradeció, terminando su bebida.
- Eso no me lo dicen casi nunca. – Draco completó, mordiendo su lengua para contener las ganas de decir que a él le gustaban los niños buenos como Percy, no que era uno.
El pelirrojo dejó la taza en la mesa y se levantó.
- Gracias por cuidarme, lo siento por las molestias. – Percy dijo, claramente avergonzado. – Normalmente no soy tan... emocional. Discúlpame por…
Draco levantó un dedo e hizo mala cara.
- No me agradezcas por eso, Weasley. Te lo dije, lo hiciste por mí antes y me merecía que me escupieras en la cara. No sé cómo funciona para los leones, pero para las serpientes, eso significa que eres de los míos. Siempre cuido de los míos.
Percy lo miró con una cara rara, pero con la mirada muy seria.
- Creo que hace tiempo que no soy de nadie. No pertenezco a ningún lado.
- Tonterías. – Draco dijo, tendiéndole la mano. – No es mucho, la verdad es que mancillaré tu reputación si aceptas, pero… ¿podría llamarte amigo?
Percy apretó su mano con una sonrisa.
- Muy bien, Malfoy, creo que puedo ser tu amigo.
- Excelente. – El rubio dijo, con una sonrisa perversa. – Para que sepas, siempre exploto a mis amigos. ¿Qué te parece hacerte cargo del inventario de Severus?
El mayor rodó los ojos.
- Ya deja de hacer burlas, ya es muy tarde. Tengo que irme.
Draco tenía ganas de pedirle que se quedara, sabía cómo eran horribles las noches solas y llenas de tristeza, plagadas con recuerdos y culpa.
- Entiendo. Te llevo a la chimenea, hay que sacar las restricciones. – Explicó.
Después que el pelirrojo saliera, Draco se fue a dormir. No podía creer que su fin de semana para visitar la tumba de su padrino terminara así… tal vez, sólo tal vez, a Severus le gustaron los malditos lirios cursis y le envió una ayuda del otro lado. Si así era, se quedaba feliz de finalmente cuidar sus cosas, con algo de suerte podría incluso hacer cosas más interesantes que sacar polvo y recetas ocultas de Spinner's End.
