ADAPTACIÓN. Ni los personajes ni la historia me pertenece, está adaptado por Martasnix.
Comenzamos con el libro 5, espero que hasta el momento les esté siendo de su agrado la saga. Este tiene 33 capítulos en total, así que voy a intentar subir de a 11, por eso ahora les dejos los primeros 11 capítulos. Espero les guste.
"Honor Reivindicado"
Capítulo 1
Jueves, 13 de septiembre de 2001.
La agente del Servicio Secreto Lexa Woods abrió los ojos en un lugar en el que nunca habría esperado despertarse: en una cama de doscientos años de antigüedad, en el segundo piso de la Casa Blanca. Una pieza original del famoso ebanista Thomas Sheraton. Y acurrucada a su lado estaba la hija del Presidente de Estados Unidos. La mejilla de Clarke Griffin descansaba sobre el pecho de Lexa mientras su aliento suave y cálido acariciaba la piel de Lexa con la cadencia rítmica del sueño. Lexa rodeó con un brazo los hombros de Clarke y deslizó cariñosamente los dedos sobre el brazo desnudo de la joven dibujando lentas caricias. La habitación estaba a oscuras, con los pesados cortinajes corridos ante las grandes ventanas emplomadas del fondo de la espaciosa habitación. Lexa calculó que aún no eran las cinco y que fuera reinaba la noche. La casa parecía sumida en una extraña quietud aunque Lexa sabía que al final del pasillo dormía el Presidente y que los pasillos del piso de abajo eran un hervidero de agentes del Servicio Secreto y miembros de la Policía Metropolitana que vigilaban las dependencias de la Casa Blanca. Cuando la primera familia ocupaba sus aposentos privados del segundo y tercer piso, el Servicio Secreto no la vigilaba físicamente. Pero, en cuanto el Presidente y los suyos salían de aquel santuario y pisaban lugares públicos, los sensores ubicados en todos los corredores y habitaciones seguían sus movimientos, y los agentes del Servicio Secreto asignados a cada miembro de la familia entraban en acción. Lexa era una de esas agentes del Servicio Secreto, y el miembro de la familia que debía proteger se hallaba entre sus brazos. Un año antes habría rechazado de plano que algo así pudiese ocurrir, pero eso había sido antes de que la trasladasen de la sección de investigación del Servicio Secreto a la de protección y de que hubiese aceptado a regañadientes la responsabilidad de proteger a Clarke Griffin. Clarke se había convertido en el centro de su vida y, aunque protegerla seguía siendo su deber más sagrado, ella constituía el eje fundamental de su existencia. Siempre había entendido la urgencia e importancia de aquel trabajo, pero en las últimas cuarenta y ocho horas aún lo veía más claro puesto que el terror había golpeado a la nación en forma de secuestro de varios aviones de pasajeros que se habían convertido en terribles misiles aéreos. Un ataque simultáneo y casi triunfante al vigiladísimo apartamento de Clarke en Manhattan había puesto de manifiesto la gran vulnerabilidad de la primera hija con desoladora precisión. Lexa estrechó a su amante contra sí en un gesto inconsciente.
-¿Ocurre algo? -murmuró Clarke deslizando la mano desde el abdomen al pecho de Lexa-. Estoy bien.
Lexa apoyó la mejilla en la cabeza de Clarke y cubrió la mano de su amante con la suya apretando los cálidos dedos contra su corazón.
-¿Cómo sabes lo que pienso cuando duermes?
Clarke soltó una risita.
-Me doy cuenta de que se dispara tu fase protectora. Es como si tu cuerpo estuviese preparado para lanzarse ante mí, incluso cuando estamos en la cama.
-Lo siento.
-No tienes por qué. Es una locura, pero me gusta -Clarke besó un pecho de Lexa-. Al menos, me gusta cerrar los ojos y sentirme totalmente segura. No me gusta la idea de que me protejas con tu cuerpo en la vida real.
-Ya lo sé.
No hacían falta más palabras. Lexa se había interpuesto entre Clarke y el peligro en más de una ocasión, y la primera vez casi le había costado la vida. La sensación de culpa de Clarke había estado a punto de separarlas, y seguían viviendo en una especie de tregua frágil en lo concerniente al papel de Lexa como jefa de seguridad personal de Clarke, un puesto que en cualquier momento podía obligarla a sacrificar su vida para salvar a Clarke. En ese momento, después de la tragedia, la posibilidad se había multiplicado por mil.
-No puedo creer lo que ha ocurrido -susurró Clarke-. ¡Dios! Todas esas personas inocentes.
-No -dijo Lexa con la voz impregnada de cansancio y pena-. Yo tampoco. -Suspiró-. Supongo que es más acertado decir que no quiero creerlo. Pero estoy aquí, acostada a tu lado en la residencia presidencial, y solo algo tan catastrófico como un ataque directo contra ti, ¡Dios, en el propio corazón de la nación!, justifica algo así.
-En realidad, es triste que algo así nos permita estar juntas en casa de mi padre -Clarke frotó la mejilla contra el pecho de Lexa buscando consuelo-. El amor no bastaba, tuvieron que morir miles de personas. Ahora a nadie le interesa que tú y yo seamos amantes.
-No le interesa a nadie hoy -precisó Lexa con un deje de amargura-, pero dentro de una semana o de un mes sí interesará. Cuando la histeria de los medios sobre los últimos acontecimientos remita, tu vida personal volverá a salir en los titulares.
Clarke se apoyó en un codo y se esforzó por ver el rostro de Lexa en la penumbra. No estaba acostumbrada a notar frustración y rabia en la voz de su amante y sabía, a pesar de que no veía los cincelados rasgos de Lexa, que el verde oscuro de sus ojos sería casi negro debido al dolor. Era raro que Lexa no lograse disimular su angustia. Siempre se enfrentaba a la realidad, por muy dificil que fuese, con la cabeza fría y mano firme. Pero ellas, como todos los ciudadanos de Estados Unidos, habían sufrido el tremendo impacto de los acontecimientos del 11 de septiembre. El desquiciante viaje desde Nueva York y la evacuación posterior a Washington no les había dejado tiempo para asimilar las consecuencias. Lexa había perdido a un agente en el asalto al apartamento de Clarke, su segundo al mando -Marcus Kane- había resultado herido de gravedad, y otro agente de su equipo había participado en el intento de asesinato. Clarke había visto a Lexa asumir muchas veces la responsabilidad de cosas que no podía controlar. Era uno de los aspectos que más le gustaba de ella y, al mismo tiempo, uno de los que más la fastidiaban. Le dolía que Lexa se culpase y sufriese.
-Lo que ocurrió en Nueva York no fue culpa tuya.
-Clarke -dijo Lexa con ternura. La besó en silencio. Quería explicar que uno de los miembros de su propio equipo había estado a punto de matar a Clarke, pero no deseaba resucitar aquel terrible recuerdo en la conciencia de Clarke cuando aún estaba tan fresco. Sabía que el horror del momento todavía no había acabado para ellas, pero tenían que afrontar asuntos más urgentes. Igual que había surgido un traidor en su equipo, podría haber más. Y la seguridad de la nación tampoco estaba garantizada; podría producirse otro ataque. Tanto Lexa como los demás miembros de la comunidad de servidores de la ley debían ocuparse de una cosa, tan solo de una cosa: procurar que la nación y las personas fundamentales para su supervivencia estuviesen a salvo. Su papel oficial consistía en proteger a Clarke. Su obligación privada era encontrar al responsable del intento de atentar contra la vida de su amante.
-Tendrás que quedarte aquí una temporada.
Clarke se puso rígida.
-No vivo aquí. Mi casa está en Nueva York. Y mi lugar a tu lado.
-Tu seguridad es lo que importa, y en este momento este es el lugar más seguro del mundo para ti.
-¿Y dónde estarás tú, Lexa? ¿Dónde vas a estar tú mientras yo permanezco aquí secuestrada, con gente que vigila todos mis movimientos las veinticuatro horas del día? ¿Cuándo tendremos tiempo para estar juntas? ¿Dónde disfrutaremos de intimidad para tocarnos? -Clarke no alzó la voz, pero hablaba con verdadera furia-. ¿Es eso lo que quieres, que estemos separadas?
Lexa deslizó los dedos bajo el abundante cabello rubio que cubría la nuca de Clarke y masajeó los tensos músculos que rodeaban su columna. Habló con voz suave, tranquila, porque sabía que la rabia de Clarke nacía del dolor.
-Sabes que no es eso lo que quiero. Te amo. Quiero dormir contigo todas las noches, abrir los ojos y verte a mi lado cada mañana. Eso es lo que más quiero en la vida.
-¡Oh, Lexa! -exclamó Clarke apoyando la frente en la de su amante-. Lo siento. Solo que lo último que deseo en este momento es que ... desaparezcas.
-¡Por Dios, no pienso hacerlo! -con un rápido movimiento de cadera Lexa empujó los cuerpos de ambas hasta que Clarke estuvo debajo del suyo, con las piernas entrelazadas. Se colocó sobre Clarke, apoyándose en los codos, y bajó la cabeza para besarla. Solo pretendía infundirle confianza, pero su primer contacto con los labios de Clarke provocó un estremecimiento de deseo en todo su ser. Un caleidoscopio de imágenes surgió en su mente: Green apuntando al corazón de Clarke con su pistola automática, una lluvia de balazos rodeándolas en el callejón que había tras el edificio de Clarke, Parker y Marcus desangrándose en medio de los charcos carmesí. «Estuvieron a punto de matarte. ¡Dios! Casi te perdí.» Lexa gimió con una queja apagada que transmitía el miedo a la pérdida y apretó su cuerpo contra el de Clarke, hundiendo la lengua en la profundidad de la boca de su amante. La necesitaba, necesitaba sentir los latidos del corazón de Clarke en cada célula de su propio cuerpo. Clarke sintió la llamada de la pasión de Lexa y su sangre se encendió al instante. Estaba lista para recibir a Lexa: lista para abrazarla, tomarla, entregarse a ella; lista para satisfacer aquella necesidad que brotaba entre ellas. Siempre había sido así, desde el primer momento en que se tocaron. Los dos últimos días habían luchado solo por sobrevivir, sin saber cuándo ni de dónde vendría el ataque siguiente. Clarke había visto morir a agentes, que no solo eran sus protectores, sino sus amigos. Había visto a su amante recibir una bala destinada a ella. De pronto asumió la realidad de todo lo que podía haber perdido y hundió las manos entre los cabellos de Lexa en un intento desesperado de eliminar todas las barreras que las separaban. Un gemido que podría haber sido un grito brotó de su garganta y se convirtió en jadeo cuando Lexa deslizó una mano entre los cuerpos de ambas, entre las piernas de Clarke y dentro de ella. Clarke echó la cabeza hacia atrás.
-¡Oh, Dios! -sujetó con fuerza la muñeca de Lexa, que se movía ágilmente-. Para o harás que me corra.
-Sí -la voz de Lexa sonó áspera, pero su mano era pura ternura mientras se hundía cada vez más, acariciando a Clarke-. Sí, sí.
Aunque Clarke hubiese querido contenerse, no habría podido porque la inesperada fuerza del deseo de su amante derribó su control, y su cuerpo cabalgó hacia el primer orgasmo. Pero no quería contenerse. El deseo de Lexa era su propio deseo, la pasión de Lexa su pasión. Dieron y recibieron, pidieron y correspondieron, sin nada entre ellas, salvo el susurro de las pieles al rozarse. Estaban tan unidas como podían, tan fundidas la una en la otra que no había nada más. Cuando Clarke se corrió, hundió el rostro en el cuello de Lexa y sus labios percibieron los latidos del corazón en la garganta de su amante. Su grito de alivio fue de placer y asombro, y mucho después seguía sintiendo a Lexa en sus entrañas.
-Te amo -murmuró al fin.
-¡Cuánto te amo! -gimió Lexa-. Te amo.
-¿Lexa?
-¿Qué? -Lexa yacía sobre el cuerpo de Clarke con los dedos hundidos en los cálidos músculos, aún vibrantes, de su amante. No quería moverse. Cuando estaban así, unidas de forma tan estrecha, olvidaba todo lo que le agobiaba. N o había peligros, amenazas de pérdida ni soledad. Solo existía la felicidad de estar con aquella mujer. Suspiró y apoyó la mejilla en el hombro de Clarke.
-Acabamos de hacer el amor en la Casa Blanca.
-Hummmm -Lexa se puso rígida-o ¡Dios mío! -alzó la cabeza e intentó ver algo en medio de la luz grisácea que se filtraba por los bordes de las cortinas. Solo distinguió la alegría que brotaba de los ojos azules de Clarke-. Creo que he cometido un delito de Estado.
-Varios.
Lexa movió la cadera y apretó la pelvis contra la mano hundida entre los muslos de Clarke.
-¿Lo hacemos otra vez?
Clarke parpadeó al sentir la repentina presión en las entrañas. Su risa se convirtió en un suave gemido.
-Oh, sí.
-Hagámoslo más despacio en esta ocasión -Lexa se apartó un poco para deslizarse hasta el pecho de Clarke y se dedicó a lamer un pezón pequeño y terso con la lengua.
-¿Por qué? -Clarke cerró la mano sobre la nuca de Lexa y hundió la boca de su amante en su pecho-. Nunca me ha molestado ir rápido.
Lexa la mordió ligeramente mientras acariciaba con los dedos el calor húmedo de Clarke.
-Ya lo sé, pero quiero ...
Sonó el teléfono de la mesilla, y ambas se quedaron quietas. Un segundo después, cuando Lexa hizo ademán de retirarse, Clarke murmuró:
-Espera -y extendió el brazo hacia el teléfono.
-Clarke -dijo Lexa en tono apremiante-, podría ser tu padre. No puedes hablar con él mientras estamos ... así.
Clarke cogió el auricular y lo apretó contra el pecho para que no se oyese la conversación.
-¿Y por qué no?
Lexa se apartó con cuidado y respondió en un crispado susurro.
-Porque va contra el protocolo.
-¡Oh, comandante, cuánto te quiero! -Clarke acercó el teléfono a la boca-. ¿Diga? -Miró a Lexa y arqueó una ceja-. Hola, papá ... Pues sí, está aquí.
Lexa se quejó.
-Sí. De acuerdo ... ¿A qué hora? .. Allí estaremos.
Clarke colgó el teléfono y se volvió hacia Lexa, contra cuyo cuerpo se apretó rodeando su cuello con los brazos.
-Tienes veinte minutos para acabar lo que habías empezado.
-¿Y luego qué?
-Tenemos una reunión con el Presidente.
-Dios, para que hablen del miedo a hacer mal el amor.
-Pues no hablemos.
