Hola~ aquí vengo de nuevo con otro AU Fantástico xD Pero este va muy en serio; ya saben, un universo paralelo de cuento de hadas, y así, así que esperen lo imposible e inesperado .w. (?)
Prólogo (parte I)
Hace nadie sabe cuánto tiempo, hubo una tierra bastante mágica, muy diferente a todas las otras. En ella vivían un sinnúmero de criaturas diferentes, luchando por coexistir unas con otras, siendo la especie dominante el humano común y corriente a pesar de todo, controlando a casi todas las demás. Pero aun así existía la gente que estaba considerada "fuera de lugar". Magos, hechiceros, brujas, gente con dones.
Pero estos eran los extraños, poco comunes, los marginados.
Considerados francamente peligrosos, sufrían lo indecible, por lo que tenían dos opciones:
Uno: Esconder sus poderes, y vivir como un ser humano normal de la mejor manera posible, aun así arriesgándose a ser descubierto por accidente.
Dos: Vivir aislado del resto del mundo.
Tres, la no mencionada pero más probable: Morir en la hoguera.
Arthur Kirkland había optado por la segunda.
Prefería mil veces más el destierro, antes que a verse obligado a apartarse de algo que tanto le fascinaba. ¡La magia! ¿Cómo podría dejarla?
Pero nadie pareció entenderlo, y casi llegó a costarle la vida.
Después de varios años de lucha y búsqueda, había hallado su paraíso personal.
Una vieja casa, en un recóndito lugar de un bosque. Cuando llegó, se estaba cayendo a pedazos. Por suerte, con sus conocimientos de magia, que apenas comenzaba a cultivar, había logrado convertirlo en un lugar habitable.
Medianamente, al menos.
Y no solo eso, si no que había encontrado que no era el único que había usado el bosque de refugio. Decenas, cientos de criaturas mágicas también lo habían escogido como hábitat.
En muy poco tiempo, ya había trabado amistad con casi todas las especies, hasta el punto de que muchas empezaron a vivir con él, o por lo menos cerca. ¡Era tan feliz ahí! No necesitaba nada más. Adoraba a las criaturas mágicas, y ellas lo adoraban a él. Los únicos inconvenientes eran, por ejemplo, los gritos de las mandrágoras, las inocentes –a veces no tanto- travesuras de las hadas, o el gusto de los unicornios por las hojas de papel. Pero eso era lo de menos; siempre y cuando no se tratara de sus libros.
Por qué cuando no estaba practicando magia, una de sus otras actividades favoritas –cuando le quedaba tiempo– era leer.
Tenía estantes repletos de libros, que a su vez estaban llenos de cosas útiles, o relatos interesantes.
Excepto por los libros de cuentos.
Por razones sentimentales, y muy, muy personales, cada vez que se decidía a tirar aquellos viejos cuentos infantiles, se detenía, con la mano a medio centímetro de agarrar el primero. Luego se frustraba, y enojaba consigo mismo, saliendo de la casa a grandes zancadas y murmurando entre dientes.
Un día, decidió que tenía que ver cuál era el contenido antes de decidirse a tirarlos. Era lógico, ¿no?
Repitiéndose lo mismo una y otra vez, tomó un libro al azar con mano temblorosa, y se sentó en una silla. Abrió el libro con cuidado, mirando en derredor para asegurarse de que la única presencia en el lugar fuera la suya, a pesar de creerlo imposible.
Pero al empezar a leer, en lugar de embargarle la nostalgia, su ceño se frunció.
—…Había una vez, en un reino muy lejano, un par de reyes que recién habían tenido una hija. Pero la niña era tan bonita, que una malvada hechicera… argh, típico… le puso una maldición. ¡Vaya, siempre lo hacen ver como si todos los magos fueran malos! —Dejó de leer por unos momentos, intentando avivar sus memorias. No recordaba si quiera haber leído eso alguna vez. ¿O lo había hecho, y no lo recordaba? En cualquier caso, siguió leyendo— Desde ese momento, la niña cambiaba de forma de día y de noche… bla bla bla. De día seguía siendo una preciosa princesa, pero de noche, se transformaba en una criatura diferente… ni si quiera dice qué. Sus padres la encerraron en una torre, y custodiada por un dragón… espera, ¿qué? ¿Qué clase de padres hacen eso? En fin, la dejaron en la torre… y solo hasta que alguien lograra rescatarla, y le diera el… beso de amor verdadero, se rompería el hechizo.
Sin más, cerró el libro abruptamente.
—Qué historia tan mala.
¿Por qué demonios aún no había tirado toda esa bazofia de libros? Maldijo su propia debilidad, pero encontró una buena excusa cuando levantó la mirada.
Ah, claro.
Solo viendo la inmensidad del librero empolvado se le quitaban las ganas. Pero el desafortunado libro en sus manos, dado que lo acababa de revisar, no iba a tener la suerte de salvarse. Lo tiró sin miramientos.
No había nada rescatable en el dichoso "cuento de hadas".
OoO
La situación en el "pueblo" iba cada vez peor. Últimamente había demasiada vigilancia por parte de los gobernantes. Con tantos espías, la gente desconfiaba entre sí. Y acababa de colocarse un nuevo anuncio, que, aparentemente, no tenía razón alguna para su aparición repentina, pero aun así se encontraba colgado cada quince metros o menos: Se ofrecerá una recompensa a cualquiera que encuentre un ser "mágico", humano, animal o planta, y lo entregue a las autoridades.
Y la cantidad prometida no era poca.
Esto empezó a causar más estragos entre la gente, quienes ya inventaban cualquier cosa, con tal de probar que lo que sea que llevaran a las autoridades tenía alguna habilidad sobrenatural.
Fue eso lo que ocasiono que un pobre –y llorón- jovenzuelo se viera amarrado, y caminando directo hacia un lugar del que probablemente nunca saldría. No por sus piernas, al menos.
El chico, cuyo nombre era Feliciano, poco faltaba para que empezara a sollozar. La temperatura todavía era alta, pese al sol del ocaso, y la cuerda que amarraba sus manos le escocía, y la fila no avanzaba lo suficientemente rápido. Demasiadas personas al mismo tiempo se encontraban haciendo cola para poder recibir la afamada recompensa. Pero Feliciano solo veía como iban acercándose más, y más...
Todo por ser huérfano, y haber sido visto por la desagradable mujer que "le cuidaba" repitiendo unas palabras extrañas que recién había visto recitar a alguien, justo en medio de la calle, sin saber lo que significaba.
Feliciano hubiera dado cualquier cosa por estar de vuelta con su familia. Apenas y recordaba muy vagamente, como si sus memorias estuvieran envueltas en una bruma, vestigios de momentos que debió haber pasado con ellos. ¿Con su abuelo, o su tío? Ese amable hombre del que solo recordaba su sonrisa, y un hermano del que solo recordaba su parecido, y rastros de su nombre.
En cambio, en vez de esa felicidad que podría estar viviendo, estaba ahí, a punto de ser acusado de brujería.
—¡Ve~! ¡No, por favor! —Trató de permanecer en el mismo lugar, pero la mujer lo arrastró en la fila— ¡Yo soy bueno! ¡Me portaré bien! ¡Señora, per favore!
—¡Cállate! ¡Llevas todo el día hablando!
—¡Nooo! ¡De verdad me portaré bien, pero no me venda!
—¡Eres un inútil que no sirve más que para comer!
—¡Lo siento, lo siento!
Estaban demasiado cerca, y en un momento estaban de frente a un hombre con muy mala cara, sentado frente a una especie de mesa. Y sobre la mesa destacaban papeles, tinta, la pluma que llevaba en la mano, y una gran bolsa de cuero repleta de monedas doradas.
Incluso el mismo Feliciano se distrajo por un momento, viendo el contenido de la bolsa abierta. La mujer aprovechó para hablar.
Nunca le había tomado mucho cariño a Feliciano precisamente.
—Este chico estaba recitando unos... conjuros —Dijo desdeñosamente, torciendo el gesto por el disgusto— Vi aparecer un... un... ¡Cállate, Feliciano! —Le dio un tirón a las cuerdas, lo que hizo que los quejidos de éste aumentaran en vez de disminuir.
El hombre los miró, con mala cara.
—¡No es verdad! —Feliciano levantó la mirada, con ojos brillantes, sintiendo sus muñecas arder cada vez más— ¡Yo no hice ningún hechizo, yo soy bueno! ¡No tengo poderes, por favor...!
—¡Que te calles!
La discusión continuó, hasta acabar con la paciencia del líder de los guardias, que eso era el malcarado hombre. Pero, en un golpe de suerte para Feliciano, el sonido como de una explosión interrumpió todo. Todos se giraron, hasta él mismo, viendo como alguna criatura mágica y peligrosa lograba escapar. Feliciano, notando el shock en las expresiones tanto de la mujer como de los guardias, por una vez en su vida demostró cierta agilidad mental. Salió disparado hacia a un lado, lo que le arrancó la cuerda de las manos a su ex cuidadora, y puso pies en polvorosa.
Los presentes apenas y reaccionaron, salvo por el jefe de los guardias.
—¡Atrápenlo!
Pero evidentemente nunca había visto correr a un italiano, y aunque hicieron el esfuerzo de perseguirlo, cuando se dieron cuenta, el chico ya llevaba unos sorprendentes metros de ventaja.
Feliciano siguió corriendo, de forma muy cómica y con las manos amarradas, dejando escapar de cuando en cuando una especie de sonido que sonaba a una oveja asustada, algo así como "¡Veh!".
Se metió directo al bosque, sin otra opción, aunque sin conocer los peligros que en el habitaban.
Como Arthur Kirkland, por ejemplo.
OoO
¿Shrek? ¿Dónde? Naah, como creen (?)
Esta historia nació de una noche en la que le conté un cuento -válgame la redundancia- a mi imouto (creo que casi siempre la menciono en mis fics, pero bueno) y ella me ayudo con algunas cosas de la "trama" xDD resultó que nos desvelamos con la historia, que salió bastante bonita, a nuestro parecer xD Ah, y no habrá yaoi, lo siento .w.
La historia ya está "terminada", de hecho, solo falta escribirla como Dios manda (?) ¡Espero les guste!
Los reviews ayudan, y son muy bien recibidos :3
