ALL WE DO IT'S PLAY IT SAFE

...

La mañana había sido particularmente más fría que las anteriores. El otoño daba paso al invierno con bruscas señales que causaban el incremento de abrigos de lana en las calles y la incorporación de la calefacción a leña en algunas áreas del internado de South Park además de la caldera que existía; pero eso no era lo que hacía de los pasillos y salones un eterno auditorio —a pesar de que lo fue un par de veces—, sino que eran las presentaciones para la inscripción obligatoria a algún taller ofrecido en la lista anual.

Días atrás, sus ojos habían pasado por las líneas escritas varias veces antes de apartarse de ellas para buscar una salida de la cerca humana que se acumulaba a su alrededor. Luego de huir, sentenció que no había nada específico de su interés entre los títulos antiguos ni en los nuevos, otra vez. Aun así debería acatar las órdenes básicas sobre el tema, como acudir a las demostraciones de cada taller y luego elegir como mínimo dos de ellos.

Aquel día el bosque que recorrían destacaba por sus diversos tonos de verde en los árboles, siendo el más predominante el de los pinos: oscuro, casi gris y casi café. Percibía cómo la neblina se adueñaba, algo dispersa, de gran parte de las copas de los árboles, mientras que a su altura se recibía la casi imperceptible llovizna de las capas densas de niebla que opacaban las cortezas de los gruesos troncos y raíces del bosque palpitante en frío; también sentía el gélido tacto del suelo escarchado bajo las suelas de sus zapatillas como si anduviera descalzo sobre él. Ponía especial atención a esto, lo que denominaba "la forma en que el frío se expresa" —frase que alguna vez su antigua profesora de arte mencionó— pues se sentía más seguro así que ignorándolo.

El aire que ingresaba por su nariz con aroma a tierra húmeda y viva era inspirado como hielo por sus pulmones y exhalado en un humo tibio que utilizaba, como era de esperarse, para calentar sus pálidas y tiritonas manos cada vez que podía. Había tenido suerte al ponerse su sweater café de lana sintética, ya que de no haber sido así, estaría congelado como las ramas que aferraban sus dedos torpes para evitar resbalar. Sabía, a juzgar por los sonidos a su espalda, que no era el único que temía aterrizar en el terreno endurecido por una película de escarcha y que, si lo hubiese hecho, tampoco hubiese sido el único en caer.

Le gustaba tan poco el frío como el tener que internarse en el bosque con gran parte de alumnos de distintos cursos en un día nublado para recibir el tour del taller de fotografía, pero no le quedaba nada más que hacerlo, porque era la primera norma de las dos únicas reglas que debía cumplir.

Era el cuarto taller al que asistía, y cada día sentía cómo sus expectativas disminuían al igual que las del año anterior. A esas alturas sólo deseaba que su decisión no terminara siendo por descarte de la peor a la menos peor. Incluso la opción "mala" sonaba mejor que ese criterio al descartar.

Una semana más tarde, pocas horas antes de que se cerrara el plazo y tuviera que apostarle a su suerte el dónde quedaría, su año comenzaba con él escribiendo su nombre en la lista titulada "fotografía", tal como había hecho un par de años atrás, cuando recién llegó al recinto. El resto sería decidido por sorteo.

A sabiendas de haberse expuesto al peligroso destino de quedar en el taller de algún deporte, se retiró despacio, cuidando de evitar las miradas de los demás estudiantes mientras dejaba que sus pies le guiaran a la cafetería para comprarse un sandwich y un café. Se adentró en la masa colorida de gente deseosa de obtener su alimento y depositó tembloroso su billete sobre el mesón. Atendía una chica que había visto en alguna de sus clases, pero cuyo nombre desconocía casi por completo de no ser que le sonaba "algo-wolds".

—Hey, Tweek... ¿qué deseas?

Al parecer, ella estaba consciente de su existencia y de su nombre; eso le ponía nervioso y a la vez avergonzado de no saber nada de ella cuando, al mismo tiempo, recibía una sonrisa amable de su parte.

—Un... sandwich de ave y un café expreso, por favor...

Una vez obtenida su colación, desapareció en el fondo de la sala, junto a la ventana donde golpeaba la lluvia, para comer.

Durante su estadía en el internado había obtenido la etiqueta de raro y loco. No era el único honrado con aquella definición, claro, pero eso no hacía de su situación algo mejor. El acoso, al menos, se detuvo cuando una voz (tiempo atrás) en medio de sus agresores calificó la acción de algo que "ya no era entretenido". Para su suerte, el resto estuvo de acuerdo y el infierno se suavizó, aunque persistía.

Bebía las últimas gotas de su café justo cuando el chillido del timbre alertaba a los jóvenes para preparar su vuelta a clases. Eso hizo. Tomó su bolso café y dejó caer su vaso vacío en un basurero antes de correr por el pasillo hasta subir las escaleras e ingresar a la clase de matemáticas.

El saludo habitual de la profesora fue respondido por todos menos él, quien temía alzar la voz en un cuarto lleno de gente. La clase transcurrió con sus dedos jugando con un lápiz y su mente maldiciendo al minutero que se negaba a avanzar.

Ecuaciones, factoriales, números, fracciones, primitivas ¿a quién le importa? ¡Las calculadoras pueden hacer eso por su cuenta!, ¿no? No. Así no parecía ser para la mujer de cabello naranjo que llenaba la pizarra de cosas que le aterraban (y aún lo hacen). Cuando ya pensaba que el desesperante aburrimiento le mataría o le dejaría en coma durante largos años de pesadillas con sumatorias y símbolos que no procedían de su idioma —como esa terrorífica curva hacia abajo que era tan vital para la profesora como para él no—, el mismo sonido que le trajo a su tortura le liberó de ella. Sus lápices ya estaban en su estuche, aunque la goma parecía haberse evaporado o haber sido víctima de secuestro mientras él intentaba encontrar la relación entre una operación y una "x" que, según la pelirroja, era simple. Escapó atravesando el aula y el pasillo como un halo de luz matutina. Al menos se trataba de la última clase del día y ya podría descansar en su habitación.

Compartida, para su suerte. Abrió la puerta, comprobó que no hubiese indicios de la presencia de los otros y disfrutó de su privacidad para descansar hasta la llegada de los otros tres subnormales con quienes compartía el cuarto. Pero, ¿quién era él para denominarlos así? Aunque jamás sabrían lo que pasaba bajo esa mata de pelo amarillo. O eso esperaba. Quizás lo hacían ya, pero fingían no hacerlo y esperarían a que estuviera desprevenido para atacarlo por la noche y matarlo para alimentar a los mutantes con su carne y sangre calientes y le sacarían... Oh, ya han llegado. ¡Qué empiece el show!

—Aparta tus sucias manos de mí, pervertido o ... —Kyle hacía su entrada tratando de zafarse de las manos de Kenny.

—¿O qué? —Preguntó burlesco.

—No estorben. Necesito enchufar esto, maldita sea... ¡Quítense! —Chilló Clyde empujando su obstáculo.

—¡Imbécil...!

—¡No tenías que botarnos, retardado!

Tweek los miró sin expresión. Era cosa de todos los días. Además, ¿cuándo podría descansar? Ni la noche era un buen momento para hacerlo debido al show nocturno que parecían dedicarle cada medianoche.

—¡No! ¡Se apagó! —lloriqueó el castaño—. ¡Fue su culpa! ¡Y no me digas retardado, colorado! ¿No ves que ya tenía la respuesta de Bebe? ¡Ahora no me hablará en semanas!

—Tienes razón —afirmó Kenny—. Incluso es posible que no te hable en meses si se consigue a otro mañana.

—¿Qué insinuas, McCormick...? ¿Crees que Bebe iría con alguien como...?

—¿Como yo? —completó soltando una risotada—. Pero, Clyde, si ella y yo ya hemos...

Dos audífonos hicieron de la discusión un paraíso para el rubio. Nada mejor que un poco de música para satisfacer su mente..., aunque otro café no andaría nada mal.

—Hey, Tweek.

Un alborotado nido rojo se asomó por el borde de la cama de la litera. Tweek dejó escapar un grito de sorpresa.

—¿Q-qué quieres? —preguntó arrinconándose.

—Quería saber qué talleres escogiste —dijo suave, calmado, quizás para evitar espantar a la pequeña bolita indefensa.

—¿Por qué querrías saber eso?

Para Tweek no existía motivo razonable por el que Kyle deseara enterarse de sus preferencias de recreación. Y claro, ¿por qué alguien se interesaría en lo que decidía hacer y no hacer? El chico judío no parecía un peligro para él, pero no debía fiarse. Desconocía por completo sus intenciones.

El bermejo se encogió de hombros y descendió a su colchón. Tweek volvió a su posición y se dedicó a observar por el ventanal que se hacía lugar entre ambas literas. Afuera solo aguardaba el bosque y la niebla que lo cubría.

Bajó y esquivó a Kenny para llegar al closet- estante que le correspondía. Puso una diminuta llave dorada en el candado y la giró hasta que liberó la puerta. Ya adentro, sacó un frasco de vidrio que contenía su fortuna. La contó en silencio, tratando de no confundirse con la animada conversación que mantenían los otros tres. Era suficiente. El día libre podría ir al pueblo y comprar lo necesario para el club, y eso sería al día siguiente. Una cámara supondría un gran trabajo, pero probablemente no estaría tan mal. ¿Una Nikon, una Canon? Ya tenía una Polaroid, pero no estaba seguro de si aún funcionaba, pues la pobre máquina había recibido un golpe espantoso cuando alguien decidió que asustar a Tweek sería divertido. No fue divertido. El rubio enfureció y actuó devolviendo un empujón que terminó en riña. Y Tweek sabía pelear. Definitivamente no fue divertido.

Cerró su estante y volvió a la cama llevando consigo libros que leería y de los que tomaría apuntes hasta el aburrimiento antes de cansarse y dormir. Hojeó su libro de biología y recorrió con sus verdes orbes los lóbulos del cerebro y sus respectivos nombres. Sería una tarde larga.

Sus compañeros de cuarto no parecían tener consideración por los intentos de Tweek y Kyle de estudiar biología e historia, cada uno por su parte, y se sentían a gusto riendo escandalosamente mientras apuntaban con ganas las revistas sucias que coleccionaban entre ambos. ¿Esa era Liane Cartman? Eso le pareció ver a Tweak.

La noche cayó más lenta de lo que hubiese deseado. Vio el sol blanco esconderse entre los árboles y las nubes cubrir el cielo de un tono grisáceo oscuro hasta llegar al negro tapizado por aquellos algodones monocromo.

Preparó su bolso con sus cuadernos y se cubrió por completo con las frazadas, esperando a que a sus compañeros se les ocurriera la hermosa idea de apagar las luces para así descansar en paz. Odiaba tener que soportarlos, daría lo que fuese por cambiarse de cuarto.

El celular de Clyde le hizo chillar de miedo a las seis de la mañana. El especial castaño había olvidado ajustar la alarma para limitarse a sonar los días de clases y fue maldecido e insultado por los presentes debido a su macabro error. Debía ser un delito despertar a todos un sábado a semejante hora, sobre todo a aquellos que vivían en el internado incluso los fines de semana, esas pobres almas que sus padres dejaban bajo el encierro del establecimiento educacional más codiciado de South Park.

Tweek no pudo volver a conciliar el sueño, así que se preparó para empezar una pesada mañana seleccionando su ropa para poder darse una reconfortante ducha. Giró las manillas y un agudo estruendo acompañó al agua al salir desde el grifo. Fría. Muy caliente. Muy fría. Caliente otra vez. Demonios. Gastó bastante tiempo regulando la temperatura mientras saltaba de un lado a otro intentando esquivar el agua hirviendo que rozaba sus pies. Ya parecía un sauna su cubículo cuando cerró las llaves y comenzó a secarse. Por la ventana había visto la neblina y Siri le comentó que se esperaría frío, por lo que dejó que sus manos deslizaran un sweater verde con botones cerca del cuello sobre su cuerpo y se amarró un par de bototos café.

Abandonó el camarín cálido y corrió hacia su pieza a dejar su toalla y tomar su fajo de billetes. Ahora dejaría atrás las puertas del internado para seguir la carretera hasta que algún auto le diera cobijo hasta el pueblo, eso si es que tenía suerte, sino, tendría que caminar él solo hasta destino. Ya lo había hecho, y vaya que cansaba.

Llevaba poco menos de un kilómetro cuando dejó caer en unas rocas sintiendo sus pulmones desear aire no tan helado. El primer auto le ignoró por completo en cuánto levantó sus dedos tiesos de frío, pero tuvo más suerte con el segundo, en el que una mujer conducía camino a casa con la calefacción a tope.

—Vaya clima, ¿no? Debes de estar muriendo de frío.

Le gustaba conversar, a Tweek no.

—¿Estudias en el internado? ¿Día libre, verdad? ¿O estás escapando? No tengo ningún problema con que huyas en mi auto, pero–

—Día libre. Bajaba al pueblo a comprar materiales... una cámara, en específico.

—Oh, maravilloso. Me encanta la fotografía. Te puedo dejar frente a la tienda, ¿te parece?

—Gracias.

No hable más, por favor.

El mundo era bueno, pero cruel. La mujer no dejó de conversar y la ansiedad de Tweek fue en aumento.

Agradeció a Dios apenas bajó del auto forzando una sonrisa a la pelinegra.

Se tomó su tiempo eligiendo una cámara que estuviera dentro de su presupuesto y que cubriera los requerimientos que figuraban en el tríptico del famoso taller.

Su resultado fue una Canon cuyo modelo jamás pudo memorizar. Era más aparatosa que su vieja Polaroid y llevaba más botones que cabina de avión, pero se veía profesional y eso le parecía bastante cool. Al menos se vería bien con ella en las manos, eso sumaba puntos, ¿no?

Aprovechó de comprar papel fotográfico para su lesionada cámara; en caso que sobreviviera debería tener suficiente material para poder usarla otra vez. Y es que amaba esa cámara. Era fruto de su temporada de trabajo en el café de sus padres, de toda propina que hubo recibido y de su rápido, pero difícil aprendizaje en materia de no volcar el café en la bandeja.

Esta vez se subió a un camión para volver al internado, iba feliz, el conductor no hizo preguntas y tampoco inició una tenebrosa charla, por lo que sus nervios se redujeron a la paranoia de que el hombre a su izquierda deseara vender sus órganos en el mercado negro por internet.

Volvía a su cuarto cuando un ruido seco rebotó en sus oídos. Se acercó, curioso, y descubrió la imagen de un pelinegro de unas de sus clases reventando la nariz de Stanley Marsh. Se detuvo a observar, tal como hizo una buena parte de los estudiantes. No le gustaba la violencia, pero semejante caos merecía ser visto, y de todas formas estaban justo al lado de su habitación y no le parecía buena idea interrumpir la pelea para cruzar la puerta.

Stan devolvió el golpe y el otro azabache le tomó por el cuello de la polera, amenazante. Algo gritaban, pero Tweek no ponía especial atención a la discusión. Pronto el inspector hizo su aparición y llamó al orden espantando al público y separando a los involucrados en el acto. Instintivamente, al terminar el conflicto, se acercó a la habitación y desapareció por el umbral abierto, dándose cuenta de la presencia de Clyde en el cuarto. Iba a cerrar la puerta, pero Marsh lanzó una patada a esta y se hizo paso, furioso, seguido de su grupo: Kyle, Kenny y Eric Cartman. Detrás de ellos entró el consejero.

—Stan, lo que hiciste fue muy malo, ¿mmkay?

—Es SU culpa. Él me provoca. Es SU actitud.

—mmkay... no creo que sea así, Stanley. Es culpa de ambos. Y no debes recurrir a la violencia por algo tan insignificante como un celular, ¿me doy a entender?

—¿Insignificante? ¡Pagué por eso! Tucker no tiene derecho a–

—Stan, Stan... Craig insiste en que él no lo tomó. Tal vez estás confundido.

—¿Ahora es mi culpa?

—No estoy diciendo eso, ¿mmkay? Sólo digo que–

—No, usted no dice nada. Quiero mi celular de vuelta. Y no quiero volver a ese cuarto con Tucker.

—Stan... —Trató de calmarlo Kyle.

—¿Qué? ¿Acaso no es justo?

Tweek observó al grupillo bajo el silencio sepulcral que tomó lugar. Identificó, sorprendido, el aparato en cuestión entre los dedos del pelirrojo.

—Está bien, Stan. Como esta no es la primera vez que se pelean, ni la primera vez que piden un cambio de cuarto, hoy día mismo van a cambiarse, ¿mmkay? —Hizo una pausa—. Veamos, Clyde, tú tomarás el lugar de Stan

—¿Yo? ¡No!

—Pero Clyde, tú y Craig son buenos amigos.

—Ya he compartido cuarto con él y ya pedí un cambio por lo mismo. No quiere tenerme cerca de sus cosas...

—Mmkay, entonces... Tweek.

—¿¡Qué!?

—Eso es, tú no te metes en problemas. Podrás con Craig, estoy seguro, ¿mmkay?

—¿Puedo cambiarme también con Clyde? Ya me aburrí del marica de Butters.

—Mmkay, sólo por esta vez —accedió—. Tweek cambia con Stan, Eric cambia con Clyde.

—E-espere... ¿Quién más está aparte de Craig y yo?

—Nadie, Tweek. Nadie ha querido tomar esa pieza.

Carajo.

No conocía a Craig, pero había oído rumores y no le daba buena espina.

—Ya deberían tomar sus cosas, ¿mmkay? Y Stan, te necesitan en la oficina del director.

—Demonios.

El consejero y el estudiante dejaron la habitación. El grupo restante se miró en silencio, hasta que...

—Buen lío has armado, Kahl.

—¿Yo? Fue tu idea. No vuelvo a ceder ante tus planes, culón.

Kenny rio.

—Tú tampoco estás libre de culpa.

El bermejo lanzó el celular a manos de Kenneth. Donovan rio.

—Más vale que tu novio no se entere.

—Cállate, Clyde. Y no es mi novio.

—Como digas. —Siguió riendo.

—¿Y por qué me pasas la responsabilidad a mí?

Kenny dejó el smartphone en la cama.

—Tweek. ¿Podrías tú pasárselo a Stan? —pidió Kyle.

—¿Q-qué? ¿¡Por qué yo!?

—A ti no te va a romper la nariz, de seguro —afirmó el rubio.

—No.

—Vamos, Tweek. Te daremos algo a cambio.

—No.

—Quedaste en basketball, ¿sabías? —le informó Cartman.

—¡Gah! ¿¡Cómo lo sabes!?

—Yo estoy en el equipo, Tweek.

Por supuesto que Kyle estaba en el equipo.

—Y él es el único que puede sacar tu nombre de esa lista —concluyó Cartman.

No estaba para nada seguro de que pudiera confiar en esos chicos, pero tampoco podía confirmar que lo que decían no era cierto. No se encontraba en posición para negarse.

—Bien. Se lo entregaré yo... pero, ¿qué le digo?

El grupo se lanzó una mirada cómplice.

—Dile que lo encontraste por ahí.

—Eso. Dile que lo dejó en la cafetería y tú lo tomaste.

—E-está bien.

Los maldijo internamente. Estaba casi convencido de que le mentían, pero no había nada más que hacer. Tomó el celular y lo guardó en su bolsillo, luego se paró, buscó una de las cajas que guardaban bajo los escritorios y empezó a meter sus pertenencias allí. No tardó mucho. La mayoría de sus cosas estaban reducidas a paquetes y guardadas en un orden donde era imposible perder algo.

Terminado el quehacer, agarró la caja, se despidió y escuchó a todos desearle suerte con su nuevo compañero de habitación. Los maldijo una última vez en su mente y abandonó el lugar. Caminó por el pasillo algo perdido, subió las escaleras y halló el número correspondiente a su nuevo hogar. Esperaba que se encontrara desocupada la parte superior de la litera, mas no hubo litera. El cuarto estaba conformado por dos escritorios, unos estantes flotantes, dos closet y dos camas separadas por un pequeño pasillo. Era más amplia de lo que creyó posible en el internado, pero no se quejaba, para nada. La ventana quedaba al medio, así que no tuvo nada en contra de la habitación.

Lanzó el móvil sobre la cama desocupada —al parecer Stan ya había recogido sus cosas— y se dispuso a guardar objeto por objeto, prenda por prenda. Llegó a su última adquisición y jugó con ella intentando averiguar en qué consistía cada función. Esos botones le atemorizaban, pero también le atraían.

En eso se encontraba cuando la puerta se abrió de súbito.

—¿Y tú quién eres?

Tweek pegó un salto y volteó a ver al pelinegro con gasas pegadas en el rostro.

—S-soy Tweek Tweak. Me cambiaron de –

—¿Nuevo compañero? Pensé que Stan sería demasiado orgulloso como para irse.

El tono de Craig inspiraba temor, pero este se sentó en su propia cama tocándose los moretones sin parecer una amenaza para el rubio.

—Hey, ¿esa es una Canon?

Asintió nervioso.

—¿Sabes usarla?

—No. Es nueva.

—¿Puedo verla?

—Claro...

De inmediato el pelinegro se paró y se posó en la cama de Tweek, tomando entre sus manos la cámara. El de ojos verdes lo observó con atención mientras este tocaba los botones y hacía que la maquinita respondiera con zumbidos.

—No sé mucho de cámaras, pero mi hermana tiene una.

Su voz ahora sonaba interesada y no asustaba ya.

—¿Ves este botón? Con este disparas. Esto de aquí es para el zoom. Con esto enfocas. Esto... No sé para qué es esto, pero lo de aquí hace que...

Tweek se perdió en su voz mientras sus ojos viajaban con rapidez sobre las zonas que Craig tocaba con sus dedos. Finalmente sintió el flash sobre sus ojos y volvió al mundo real.

—Tiene buena resolución, mira aquí.

Se acercó y vio su propio rostro aparecer en la imagen. Bufó. No le agradaba que tomaran fotos de él.

—Bien, creo que eso es lo básico.

—Gracias.

Craig se sentó en la cama y pronto sus dedos rozaron el frío aluminio del iPhone que descansaba sobre el cubrecama.

—Esto...

Lo miró por unos instantes.

—¿Lo tenías tú...?

Le atacó con una mirada fría.

—¡N-no es lo que parece! Ellos... ellos, Kyle dijo–

—Olvídalo —gruñó.

La amistad que parecía estar empezando se cortó como un elástico que rebotó en pleno rostro de Tweek. Estaba jodido. Probablemente no le volvería a hablar, pero quizás era mejor así.

El silencio invadió el ambiente como el frío que lograba filtrarse por la ventana cerrada, helado y amenazador. Pensó en lo terrible que había resultado el día, pero trató de tranquilizarse pensando en que no quedaría en el taller de basketball. Eso sí que sería un infierno. Se imaginaba intentando hacer rebotar esa pelota naranja entre un tumulto de chicos más altos que él y siendo golpeado penosamente por ella hasta caer al piso mientras todos le miraban desde lo alto. Horrible en todo sentido.

Tras tres cuartos de hora sentenció que el silencio le provocaba demasiada ansiedad y que sería mejor salir a probar la cámara... y de paso entregar el celular a Stan.

Lo de Stan no salió tan mal como esperaba, el pelinegro agradeció el gesto y la disculpa de Tweek e incluso se creyó la excusa sobre que no sabía de quién era hasta que le preguntó a Kyle. Y lo de su salida al bosque iba bastante bien hasta que decidió alejarse del camino principal y se perdió por lo que le parecieron horas, tan solo dando vueltas en círculos. Ya rindiéndose, sin ver el suelo, cayó de bruces y se desplomó sobre un tronco y, desde allí, adolorido, observó el crepúsculo sin decidirse a tomar una foto de él.

Pasaron infinitos minutos cuando escuchó su nombre a lo lejos. Se levantó apagando la cámara y respondió gritando su respuesta. Poco tiempo después, junto a un chasquido entre las hojas, apareció la clara cabellera de la chica de apellido ¿Costwolds? No, algo parecido.

—¡Tweek!

El aludido corrió hacia la castaña, pero tropezó.

—¡Te busqué por media hora! Craig dijo que debías de estar por el bosque.

—Bien, a-aquí estoy. ¿Sabes cómo volver?

—Eso creo. ¿Estás bien? Estás lleno de barro y esa caída...

—Estoy bien.

¿Qué hacía la hermana de Mark ahí en el bosque corriendo a su rescate?

Pero la ayuda no fue de la mejor, la chica Cotswolds no tenía idea de cómo volver al internado y mientras más caminaban, más se perdían en el espesor del bosque y más oscuro se tornaba el cielo. Era un ciclo sin fin.

Sin luz, se sentaron entre los árboles intentando ver el cielo. La castaña no parecía ser de esas chicas engreídas y de las que se reían de él... era simpática y estar perdido con ella le producía calma.

Más entrada la noche fue cuando su verdadero rescate vino. La brigada estaba compuesta por Wendy, Annie, Nichole y Mark. No era como si se llevara de lo mejor con ellas, pero nadie les pedía que fueran amistosas con él, así que trató de ignorar sus voces y también intentó no escuchar las risotadas del castaño que le dedicaba ante el relato de su hermana. Pensó que tal vez ella trataba de burlarse, pero esta le sonreía a medida que relataba la aventura.

Se puso sus audífonos y caminó a la retaguardia del grupo. En algún momento llegaron a las puertas del recinto y la castaña se atrasó para poner entre sus dedos un papel antes de despedirse. Las chicas se fueron por un lado y Mark lo guio hacia el otro. Era hora de enfrentar el silencio que le hizo llegar a ese estado en primer lugar. Sería fuerte.

O tal vez...

Entró sin decir palabra y evitando cualquier contacto visual. Tomó sus cosas rápidamente para salir a lavarse los dientes y volvió como un flash directo a la cama; al menos no había sonidos molestos salvo por el parlante que retumbaba suave al otro lado de la pared, pero esa luz... Se removió en la cama buscando la mejor posición para dormir en esa cama sin que la luz llegara a sus ojos, pero esta era como un foco, y eso que su lámpara estaba apagada. No le quedaba otra.

—¿Craig? ¿V-vas a usar por mucho tiempo la luz? —su voz se ahogó a medida que pronunciaba las palabras.

Craig miró a Tweek y luego miró su historieta sobre su cama, miró al rubio otra vez y una última vez a la luz.

Tweek aguardaba una respuesta nervioso.

—No. Ya la iba a apagar.

No supo qué responder.

—Buenas noches.

—Buenas noches —respondió el pelinegro terminando de leer la página.

Y apagó la luz.

Ese era un buen reinicio. O eso creyó Tweek. Lo que no sabía era lo complicada que resultaría su vida desde la primera vez que decidió tener a Craig Tucker como amigo.