Disclaimer: Dragon Ball es de Akira Toriyama.
—Tenía diecinueve años; ella, veintisiete. Duró muy poco tiempo. Ella me volvía totalmente loco.
—¿Loco?
—Siempre me había gustado…, siempre. Pero cuando empezamos a hacerlo, llegó un punto donde se nos fue de las manos, especialmente a mí.
—¿Por qué?
—Porque la harté.
QUÍMICA
—una cuestión de piel—
I
Ella no lo sabía aún. No sabía así como ninguna persona sabe, jamás, que desde cierto instante la vida jamás volverá a ser la que era; Videl no tenía idea de que esa noche no era más que el preludio de tantas cosas que, sin embargo, un día ya no le dolerían más. Pero mucho tendría que pasar antes de llegar a ese ansiado punto. Por lo pronto, era el preludio del periodo más racionalmente inolvidable de su vida.
Giró hacia él y pensó: vislumbrar la boca en la oscuridad; una acción que se había vuelto costumbre. Tocar la boca, rozarla con la necesidad de sus labios; una acción que se le había vuelto imposible de concretar. ¿Cuándo Gohan se le había convertido en tan inalcanzable ser? Cada noche se preguntaba lo mismo, ante él, ante esa boca que, en el pasado, era parte de sí misma porque siempre, en la soledad, estaba sobre su cuerpo. Ahora, desde hacía tiempo, eso había cambiado. La situación se les iba de las manos.
—Gohan… —susurró. Bien sabía que él ya estaba dormido—. Gohan, oye…
Nada.
Giró en la cama una vez más, dejó de estar frente a él y pasó a estar frente al techo. Suspiró, y pasó del techo al borde de la cama, a la mesa de luz, a la ventana del cuarto, eterna en medio de la pared.
Ya no lo soportaba más.
Conteniendo la furia y las lágrimas, que en ella bien podían ir de la mano por la esencia que portaba, admitió lo que llevaba meses siendo evidente: Gohan y yo estamos en crisis. Ya no hay contacto, ya no hay ganas. Estamos en otra etapa de nuestra relación. Atrás quedaron esos besos que nos dábamos, esa necesidad de amarnos, esa costumbre del contacto y todo lo que éste provocaba en los dos.
¿Se acabó?
Se levantó en cuanto se lo preguntó. Caminó por la casa en penumbras sosteniéndose el adolorido pecho. ¡No quería eso! A sus veintisiete años se sentía demasiado joven para dormirse en la cotidianeidad. Es que todo en su vida había sido, hasta entonces, prematuro: temprano había perdido a su madre, se había hecho cargo de su inmaduro aunque leal padre, se había casado, había sido madre. Muy, muy temprano. Pero aún sentía ese impulso juvenil de vivir y experimentar, de apasionarse. Aún tenía ganas de ser como era diez años atrás. Aún tenía mucho por sentir.
Se secó una furtiva lágrima apretando los dientes. No quería perderse a sí misma. Ella siempre había sido una persona intensa, rebelde, auténtica, de pocos amigos, de peligros y actividades, de entrenamientos y altruismo. Siempre había vivido en la ciudad, intensa tanto ella como el mundo al que pertenecía. Desde hacía algunos años, esa intensidad había menguado: vivía en la calma de las montañas como una responsable ama de casa, esposa de un erudito, hija de un campeón mundial y madre de una hermosa guerrera. Pan, su pequeña, era justo como ella solía serlo: quería entrenar y ser fuerte y vivir su vida intensamente. ¿Dónde había quedado su propia intensidad, entonces? Aún tenía mucho por vivir. No había llegado a su «y vivieron felices por siempre»; no podía estar más lejos de tan utópico sentir.
La historia, para ella, proseguía.
Quería vivir intensamente, como siempre lo había hecho. Quería trabajar, esforzarse, ayudar a las personas. Quería reencontrarse con su esencia innata, aquella Videl testaruda que deseaba aprender y cooperar en pos de satisfacer su energía vital, tan alta desde el primer día.
Quería vivir, no descansar. La tranquilidad no estaba hecha para alguien como ella.
Salió de la casa. Bajo el cielo, rodeada por el espectacular paisaje de Paoz, supo que esa vida no era para ella. ¡No, no lo era! Y qué evidente había sido durante meses la sensación. La asfixia que sentía al verse rodeada de ese entorno se lo dijo al oído: necesitas inyectarte vida, mujer. Necesitas pasión.
—Pasión…
Retornó a la cama y vislumbró, una vez más, la boca de su marido. Dormía; ella no podía sentirse más despierta. Desde la génesis de su relación que era ella quien tomaba la iniciativa amorosa. Al decirse lo que sentían, al empezar a salir, al intimar por primera vez. Ella era la de las iniciativas, y era justamente ella quien ya no tenía fuerzas para ello. Harta de sentirse tan sola en su insomnio, fue a por la boca. Lo besó, primero en una dulce caricia, luego en un voluptuoso pedido: despierta, Gohan.
—Te necesito…
Gohan despertó sonrojado. La frenó, delicado en sus ademanes. Un caballero.
—Videl, ¿qué pasa?
Demasiado caballero.
—Yo… Yo quería… —Desesperada, fuera de sí, intentó quitarle el pijama; Gohan la detuvo. Ella, verbalmente, insistió—: Gohan, hace mucho que…
Él, con los ojos rebalsados de paciencia, de entendimiento, de respeto, la detuvo una vez más. Entornando una sonrisa, dijo:
—Lo sé, hace mucho que no… —Se sonrojó aún más—. Discúlpame. Han sido días intensos, lo sabes…
—Es que, Gohan… —Como pudo, sabiendo que se estaba comportando como una niña, Videl intentó contenerse. Estaba colérica. Consigo misma, no con Gohan—. Somos jóvenes. No es sano que permanezcamos tan lejos del otro. No mantenemos nuestra relación. ¡Y te extraño! Te extraño muchísimo…
Gohan actuó automáticamente nada más escucharla: le hizo rememorar el pasado al hundir la boca en su voluptuosa piel de mujer. Por un momento, la vida se acomodaba, se armonizaba. Por un momento, nada más.
—Perdóname, mi amor. Prometo que este fin de semana me encargaré de esto. Dejemos a Pan con mi madre y salgamos. ¿Qué dices?
Sintiendo las cosquillas que Gohan le provocaba en el escote, Videl asintió. Aún había esperanza; aún no se había terminado.
—Me encantaría.
—Así será, entonces.
Así fue.
El sábado por la mañana, Gohan le comunicó los planes: la iba a llevar a cenar a un precioso restorán de Satán City, situado ante la Torre Satán, el lugar favorito de Videl de aquella ciudad donde había vivido toda la vida. Luego, irían a un bonito hotel en las afueras. Entusiasmada, pues hacía siglos no salían los dos, Videl se arregló con inaudito empeño. Ella jamás había sido la más femenina de las mujeres, pero esta vez quiso esforzarse; la situación lo ameritaba.
Los dos eligieron ropas formales. Listos, al anochecer, se despidieron de Pan, a quien dejaron con Chichi, y se marcharon en una nave. El viaje transcurrió con calma, así como la cena en el restorán. Bebieron un poco de vino espumante, brindaron por ellos y charlaron de la vida y de Pan, sobre todo. Videl creyó sentirse cómoda hasta ese punto de la velada. Cuando se quedaron en silencio, cuando ni uno ni otro supo qué decir, entendió que algo no estaba cuadrando. Durante meses había sentido la falta de contacto, sí, pero ahora que lo pensaba, ¿sólo era falta de contacto físico? ¿Acaso había más? Entendió que sí al pensarlo: ya no hablamos, ya no compartimos cosas juntos, ya no tanto que nos unía en el pasado.
Estamos madurando y la maduración nos está separando.
Un poco más de vino, y ella pidió salir del restorán. Iba a esforzarse, ¡tenía que hacerlo! La desesperación tiñó su cristalina mirada. En el hotel, en una hermosa habitación de anticuada ornamentación, Gohan la desnudó lentamente, como un muchacho a una muchacha.
Y hacía años que no eran tales.
Gohan sonrió más emocionado que excitado ante la lencería que ella había elegido, la negra con encaje rojo que, sabía ella, era su favorita, y cuando ya no tuvieron más prendas puestas, y cuando él le abrió las piernas en medio de la cama, y cuando él entró en ella tan, tan despacio, Videl lo entendió: sí, se había terminado.
Ya no sentía la antigua atracción por él. Ni por su cuerpo, ni por su mente, ni por su alma, ni por su corazón. El amor acababa de terminar de marchitarse.
Y ella, con él.
Se dejó hacer el amor con toda la ternura del pasado, siempre debajo de él. Gohan entraba y salía de ella enternecido, movido por las enormes emociones que toda ella le inspiraba. Videl se dejaba en total apatía.
Quería otra cosa.
Quería algo más.
—¿Qué es lo que quieres? —le preguntará aquel que todo lo arruinará, que todo lo renovará.
—Gritar.
Al final del sexo, el ímpetu que Gohan le puso a las embestidas logró estimularla lo suficiente como para permitirse disfrutar un poco más que al principio. Cuando él terminó y se desplomó sobre ella y no tardó en dormirse, aferrado como tantas veces a su cintura, ella lloró sin emitir sonido. Las lágrimas resbalaron solas. Iba a tener que luchar por este matrimonio, para sentir ella y para inspirarle a él todo lo que alguna vez tan intensamente habían sentido. No iba a separarse, ¡eso jamás! No iba a rendirse, no siendo como era ella, tan sanamente obstinada. Iba a hablar con él, iba a decirle lo que le pasaba e iban, juntos, a buscarle solución, una que evidentemente debería ser más profunda que una cena y un cuarto de hotel por una noche.
Pasara lo que pasase, tenían que resistir.
A la madrugada, antes del amanecer, volvieron a Paoz. Gohan se acostó; Videl le dijo, fingiendo calma y alegría —dos cosas que lejos estaba de sentir— que lo acompañaría en un momento. Gohan cayó en un pesado sueño y nunca se enteró de qué pasó después. Ante el tocador, el cuarto sumido en una oscuridad sólo interrumpida por la luna llena que se colaba por la ventana, Videl se miró, como pudo, al espejo. Así como no era la mujer más femenina, ella nunca había sido enferma de su apariencia, nunca hacía caso a las modas, nunca perdía tiempo en aquellas alienadoras patrañas; ella no era superficial. Al verse en el reflejo, pese a estar difusa, a no poder apreciarse en totalidad, vio su edad. No; vio más que su edad. Veintisiete años, esos tenía; cuarenta, cincuenta, esos se vio. Tragó saliva, se quitó la ropa y se puso pijama y bata. Tenía veintisiete y vivía sumida en la tranquilidad de las montañas, rodeada de silencios, genuinamente ocupada de su familia, pero sin tiempo ni energías para ocuparse de sí misma, de la salud de su amor por su marido, de su propio y nada egoísta (cuidarse es quererse) bienestar. No pensaba nunca en ella, ¡porque ya no era ella! Era, ahora, una versión defectuosa de sí misma, un foco sin luz, la nada. ¿Dónde se había ido aquella esencia que tan genuina sentía en su juventud de aquella joven valiente y decidida con destellos de rebeldía? Su carácter, sus respuestas, su alma. ¿Dónde? ¿Quién era esa mujer avejentada sin sueños ni esperanzas, sin amor propio, sin pasión? ¿Dónde estaba la respiración que atestiguaba su existencia?
¿Dónde estaba Videl?
Fue hacia la casa de sus suegros intentando no derrumbarse en el transcurso. Quería llevarse a Pan con ella; la necesitaba. Quería acurrucarse junto a ella en la camita de niña y dormir y consolarse con el calor único de su hija. No llegó, sin embargo, a entrar a la casa de al lado: a mitad de camino, frenó ante una imagen: Goten se arrastraba hacia la puerta totalmente borracho. Trunks lo ayudaba como podía.
Trunks.
—Dime que no sientes nada y me iré…
Aquel que no le permitiría, de allí en más, hacer todo cuanto se había prometido: resistir, luchar.
Sacar adelante su matrimonio.
Cuando se vieron, el cielo en el principio mismo del amanecer, él palideció, así como cada vez que esos ojos se interponían en su camino para recordarle su eterna fijación. Goten cayó al suelo como desde que se había emborrachado le venía pasando. Trunks intentó ayudarlo. Goten se reía como loco. Trunks lo abandonó del todo y, enderezándose, hizo un gesto de respeto hacia la mujer.
Era ella. Al fin.
—Lo… ¡Lo siento, Videl! —dijo Trunks, nervioso, ante la imagen petrificada de la cuñada de su mejor amigo. Respiró profundo, intentando acumular confianza para que sus palabras salieran de él con más entereza—. Es que Goten se ve que no comió bien y lo que tomamos no le…
Videl, aun cuando sólo sentía angustia en su pecho y pese a no notar lo que provocaba en su interlocutor, pudo reír.
—¿Goten, comer mal? ¡Debes estar bromeando!
Carcajadas venidas de la necesidad de alejar el dolor, no de lo divertido de la situación, escaparon de ella. Trunks se dejó llevar y estalló en risas también.
—¡Lo sé! ¡Estoy diciendo tonterías! Goten, si hay algo que siempre hace bien, es comer. Ok… —Trunks se rascó la nuca, apenado—. Tomó todo lo que había en la fiesta, incluyendo el agua de los floreros, casi. Lo siento, tuve que haberlo vigilado y…
Videl no dejó de reír. Dijo:
—¡No es necesario que me des explicaciones! Relájate, Trunks. Lo ayudaré a ir a su cuarto y ya. No le diré a nadie, lo prometo.
Trunks suspiró, aliviado.
—¡Gracias, Videl! Es que la señora Chichi se enfada y la tierra tiembla…
—Lo sé, lo sé…
Goten, sentado delante de la puerta, empezó a dormitar. Trunks dio dos pasos hacia Videl.
—Por cierto, no es necesario que lo lleves tú; yo puedo hacerlo.
—No es necesario. Ya mucho que lo trajiste hasta acá.
—Pero no podrás tú sola. Cada día está más pesado, este Goten.
Rieron juntos, mirándose. Videl, por un momento, había sido capaz de olvidar la angustia. El pecho dejó de adolecer.
—De acuerdo.
Trunks levantó a Goten de un brazo y Videl hizo lo propio del otro. Ella abrió la puerta y, entre los dos, subieron la escalera haciendo perpetuo silencio. Una vez en el cuarto, lo arrojaron a la cama y se marcharon, casi, en puntas de pie. Videl frenó al pie de la escalera. Giró hacia la puerta del antiguo cuarto de Gohan, donde Chichi hacía dormir a Pan cuando la cuidaba. Ante la mirada de Trunks, quien detrás de ella no le perdía detalle, Videl negó con la cabeza.
—¿Qué sucede? —susurró Trunks.
—Nada…
Se fueron. En el exterior, caminaron silenciosamente hasta la casa de ella, al lado de la de sus suegros. Videl abrió la pequeña cerca y, dándole la espalda a Trunks, se dispuso a despedirse. Le bastó contemplar la entrada de su casa para que la angustia por quien en el cuarto dormía sin ella retornara. Respiró, por la angustia que le quitaba el aire, con marcada dificultad. Trunks, que seguía sin perderle el mínimo detalle, indagó:
—Videl, disculpa, pero…
Ella, sobresaltada, volteó en un exagerado ademán hacia él.
—¿Qué? —largó, fingiendo la sonrisa más infame.
—¿Te encuentras bien? Pareces nerviosa.
Atrapada. Videl no pudo creerlo. ¿Tanto se le notaba la angustia que le quemaba el pecho que el joven y desabrido Trunks la notaba? Se odió por ser tan mala actriz.
—Es que… —Miró sus pantuflas. Tenía que fingir, tenía que convencer al mundo de que nada sucedía. Lo que entre Gohan y ella ocurría a nadie más que ellos le concernía—. Gohan y yo fuimos a cenar y dejamos a Pan con sus abuelos. Y bueno, pensaba traérmela, pero…
Se quedó sin palabras, se paralizó ante la atenta mirada de Trunks. Esa mirada, pronto, le pesó. Era como si cada pupila fuera un ladrillo, como si cada ladrillo pesara una tonelada, como si cada tonelada estuviera en uno de sus hombros. Insoportable.
—Discúlpame, Videl. No quise ser entrometido.
Videl, sin soportar más la situación, volvió a darle la espalda. No quería que nadie lo supiera, que alguien notara que Gohan y ella no estaban bien. ¡Le daba pena! Se sentía, en su matrimonio, una total fracasada. Tembló sin ser consciente de que lo hacía, aguantó las lágrimas, maldijo. El problema no era Gohan; era ella. Algo le ocurría, ¡sí! Algo le pasaba y por eso sentía tal desconexión física y emocional con su marido. No había más química y eso, por ser Gohan el único y gran amor de su vida, le aterraba. ¡Amaba a Gohan! ¡Lo hacía! Pero la química ya no era igual. El tacto ya no se sentía como antaño, tampoco las conversaciones, el fluir de su vida juntos. Sus labios ya no estaban naturalmente unidos a los de ella. Y esto, todo esto, era demasiado para ella.
—Videl…
—Descuida, Trunks. En serio, no pasa nada.
—Estás temblando… Y… Bueno, tú no eres así.
El clavo se le incrustó en el lugar exacto, en el centro de su alma. Trunks, al parecer, tenía mucha más empatía de la que parecía tener siendo tan despreocupado joven. Derrumbada, tanto como inestable por esos ladrillos infernales de particular tono azul, Videl tuvo que decirlo:
—No te preocupes. Ya se me pasará.
Y volveré a ser la de antes, se dijo; volveré a desear la intensidad en cada cosa que diga, en cada cosa que haga. Volveré a ser la Videl de antes.
Renaceré.
No me voy a extinguir.
—Videl, si te parezco atrevido puedes echarme, pero, si necesitas hablar… ¿Sabes? No tengo sueño… Tú, digo, puedes… contar conmigo.
—Y gritar sobre mí.
Impresionada, ella volteó una vez más. Trunks no parecía Trunks. Rascaba su cabello, serio, mirando fijamente el suelo. Algo de rojo adornaba sus mejillas. ¿Quién era ese dulce muchacho? ¿Dónde estaba el díscolo Trunks de siempre, ese que hacía travesuras mañana, tarde y noche? ¿Dónde estaba ese muchacho que juraba conocer?
—Es un lindo gesto de tu parte. Pero, Trunks, no te preocupes por mí. Los adultos, en cierto punto, nos volvemos amargados. —Intentó reír para menguar la tensión; no funcionó. Su risa fue cualquier cosa menos eso; fue peor que nada—. Los problemas pesan de otra forma.
Trunks se encogió de hombros. El rojo aumentó en sus mejillas. Los ojos rodaron a un lado, buscaron no hacer contacto directo. Trunks parecía…
«¿Triste?».
Videl dio un paso hacia él.
—¿Y a ti qué te pasa?
Las manos dejaron de rascar la nuca y se hundieron en los bolsillos del jean. Trunks se apenó aún más.
—Nada. Disculpa, no quise meterme en tus problemas. —Se dio vuelta—. Ya me voy, es tarde.
—Bueno… Adiós.
—Adiós.
Trunks corrió y después voló a incalculable velocidad. Al verlo volar como un pájaro y atravesar con tanta justicia el cielo, Videl recordó cuando ella lo hacía. Se recordó cortándose el cabello ante el espejo de su tocador, se recordó llegando a Paoz totalmente sonrojada. Recordó cuánto, sin saberlo, le atraía Gohan.
Y ya no más. Ya no era lo mismo.
En la cama, dándole la espalda a Gohan, pensó en lo que le había dicho a Trunks. Los adultos se vuelven unos amargados. Qué frase más de adolescente frustrado, furioso con la vida. Pero era verdad. Para ella, ahora, lo era. No era sólo Gohan: sentía que ella, más allá de él, ya no era la misma. Algo parecía haber muerto, no evolucionado como se supone que debe ser al crecer. Era una esposa y madre dedicada, una hija atenta a los manejos de su padre; era una mujer que hacía muchos, demasiados años, no pensaba en sí misma.
Y ahora no era más que una adulta amargada que ya no era capaz de nada más que avanzar por inercia, dejarse llevar. Hacer sin sentir.
Estaba atrapada y nadie podía ayudarla.
¿O él, acaso, podría?
~Continuará
Nota final I
Holis, bienvenidos a Química, un fic que ya tengo bastante avanzado y que, además, no tendrá muchos capítulos. Calculo que serán, más o menos, unos siete. Quizá más, quizá menos. Todo depende de algunos detalles sobre los cuales aún no me decidí.
No voy a extenderme mucho en esta nota, simplemente comentar por qué estoy escribiendo esto. Tengo tres motivos: el primero es para darme el gusto de escribir una historia sobre infidelidad, algo con lo que no estoy demasiado familiarizada al escribir, por lo menos no si me refiero a una infidelidad «clásica»; el segundo es que me agrada esta pairing absolutamente crack y, como prácticamente no existe ningún fic de ellos, decidí escribirlo yo; el tercero es por mera práctica de escritura, por ejercicio y nada más.
Si de casualidad están del otro lado leyendo este disparate, les agradezco de corazón. ¡Gracias! Un honor, de verdad. También, agradezco de corazón a quienes le dan una oportunidad a mis historias. ¡Siempre agradecida! Es un honor maravilloso.
Gracias a Kattie por leerlo antes de que lo publique, por sus críticas y sus consejos. ¡Divina, amore! Gracias también a Dev, Hildis, Dika y Akadiane por apoyarme tanto mientras dudaba de subirlo o no. Hermosas todas.
Mi idea original era escribir un fic de lemon y nada más, una especie de oneshot extenso donde pudiera probar algunas cosas en narración de escenas íntimas, pero me entusiasmé con el drama que me transmitió la idea de la infidelidad. Iba a publicar este fic en otra página, pero finalmente decidí ajustar las escenas a un rating que me permitiera publicar acá. Culpo a Diva Destruction, un grupo de música gótica que descubrí hace relativamente poco, por inspirar una historia más «incorrecta», profunda y humana, protagonizada por dos personajes muy grises, con muchos aciertos e innumerables fallos.
Y eso. Espero les guste.
Nos leemos. =)
Dragon Ball © Akira Toriyama
