It don't mean a thing if it ain't got that swing
Resumen: Un historiador inglés, un cantante de jazz francés, un grupo de músicos en París y la amenaza nazi a punto de destruir el paraíso en la tierra. Fruk, Spamano, y otras.
I. Sing, sing, sing
-No tomaste aire correctamente al terminar y la nota salió temblorosa- Señaló el pianista austriaco que dirigía la banda. François se llevó una mano al rostro desolado, haciéndola bajar por su garganta, como queriendo consolar a su propia voz. Diciéndole en un modo silente "Has hecho un buen trabajo aunque este desalmado piense lo contrario".
El vocalista francés tomó un vaso de agua para agasajarse. Por el rabillo del ojo, observó a ese militar de la música con horror. Si tantos años de estudio han hecho que Roderich vea cada canción como una pieza de ingeniería que debe ser constantemente perfeccionada, entonces François se alegra de no haber tomado más que unas clases. Aunque claro, Roderich dice que su calidad de amateur se nota ahí donde no respira bien, donde no imprime el tono preciso o donde su falseto intenta salirse para hacer acrobacias vocales que el pianista encuentra soberanamente vulgares.
-Partamos desde el inicio y esta vez trata de hacerlo como te indica la partitura – Luego se volvió hacia el violinista lituano, y comenzó a contar.-Un, dos, tres...
-La mer, Qu'on voit danser le long des golfes clairs, A des reflets d'argent. La mer des reflets changeants, sous la pluie – El piano sonaba como un ronroneo perfecto detrás de su voz aterciopelada y el violín era apenas perceptible, un compás de algodón. Todo suave, apacible y bastante aburrido.
-La mer les a bercés, le long des golfes clairs et d'une chanson d'amour. La mer, a bercé mon cœur pour la vie – la voz de François se elevaba con mesura para alcanzar la siguiente nota, y la siguiente. Leyendo la partitura mentalmente como seguro lo estaba haciendo Roderich, que además de su acto en el piano le vigilaba a él y a Toris. Esperó secreta y fervorosamente que este día laboral terminara para poder huir a su escondite nocturno lo antes posible.
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Cuando el historiador inglés entró al restaurante con sus compañeros de trabajo en la Universidad fue recibido por los ecos suaves de ese piano y esa voz sedosa. No le puso mayor atención. Conversó en una recatada cortesía con su colega, amigo del decano. Escuchó con fingido interés sus avances en sus estudios sobre la situación campesina previa a la revolución francesa, tomó un vaso de agua que bajó insípido por su garganta, pero que le ayudó a pasar el sabor de cierto molusco que había tenido la desgracia de ordenar. Su problema con los menús franceses consistía en que ponían toda serie de nombres extravagantes para esconder la verdadera vulgaridad en que consistía la comida.
La pompa de todo este lugar era irrisoria, con los candelabros, las lámparas de cristales, los cubiertos tan pulidos y esa melodía tan suave a la que nadie ponía atención realmente, y que ciertamente no ayudaba a digerir mejor la comida. Su mirada se posó distraídamente en el pianista castaño, el violinista de melena y el cantante rubio de traje gris que modulaba cada palabra de forma totalmente artificial. Volvió a conectarse con la conversación de sus colegas y luego de casi dos horas de trivialidades se vio en la avenida sin un rumbo fijo. Ya ni los músicos estaban en el local. Algún automóvil solitario pasó cerca suyo incendiado de risas, mujeres con cigarrillos y copas. Pensó ¿Por qué no? Mientras enfilaba camino a las callejuelas donde lo esperaban los bares y la fiesta.
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Trompetas se alzaron en un desorden melodioso, el sonido del contrabajo tocado por el estadounidense se apresuraba y los dedos del joven americano imitaban el baile de los enfiestados en el piso de madera regado de licores. Algunos hacían sonar sus dedos y silbaban, la cantante provisoria, una mulata en un vestido celeste, meneaba su vaso de cognac con una sonrisa juguetona dirigida al bajista que cada vez estaba más despeinado, casi tanto como el pianista que albino veía su sombrero ya perdido en la muchedumbre, sin importarle mucho la verdad.
-Hurry, daba daba dabada...diridi diridiiii (1) – tarareaba improvisando la morena, haciendo notas imposibles como si no fueran nada. Alfred, el bajista, soltó una risa, recordándole a la chica que estaba de moda en ese momento en su país, Ella Fitzgerald. La muchacha, Selene, siguió con la letra, pero prontamente la agotó y comenzó con su tarareo indefinido, guiándole el ojo al americano que golpeó las cuerdas de su instrumento con insistencia. Gilbert, el pianista, a este punto ya estaba muerto de la risa, vaya uno a saber cuándo se iba a terminar esta canción del carajo. El trompetista, un italiano malhumorado, hace rato se había retirado del escenario a coger una copa y a hostigar a una española que meneaba el pié sola desde su silla.
Selene soltó un chillido maravillosamente agudo y melodioso al tiempo que apuntaba hacia la puerta haciendo señas al recién llegado. François le saludó de vuelta y cruzó el salón a trote subiéndose de dos zancadas al escenario, la mulata le agarró la mano y siguió con su tarareo alocado para luego agregar letra, lo que para sus músicos era un indicio de que ahora, luego de casi nueve minutos de juego, la canciòn iba a conocer finalmente su fin.
-Come on, come on, come on and catch the A train, hurry, hurry, hurry and get to Harlem... you better hurry, hurry that is coming, Can you hear the engines drumming? Hurry hurry hurry, dabadidadi dadaaaaaa
El salón estalló en un aplauso y la damita hizo una coqueta reverencia antes de presentar.
-Ahora, François nos traerá un poco de jazz blanco.
-Linda... no existe tal cosa – le contestó él con molestia. Se desaflojó la corbata y llamó a Lovino a gritos diciéndole que necesitaba un trompetista. El italiano de mala gana dejó a su conquista en pausa y fue al escenario, agarró el instrumento y preguntó.
-¿Qué carajo toco ahora?
-Somewhere beyond the sea (2)
-Oh, esa me gusta – declaró Alfred sacándose el saco para dejarlo tirado ahí en un rincón del escenario. Acto seguido se liberó de la corbata, se aflojó unos botones de la camisa, se llevó el cabello pegoteado de sudor hacia atrás y le dijo a la mulata -Sé buena, baby y tráeme un jugo.
-Lo que quieras – contestó ella lanzándole un beso.
-Te dije – alardeó el estadounidense dirigiéndose al germano- tengo más posibilidades que tú.
-Eso está por verse kesesese
Lovino comenzó con el trompeteo inicial, Francis se soltó el cabello y comenzó: Somewehere beyond the sea, somewhere she's there waiting for me... my love stands in the golden sand, and then watches the ships that goes sailing – el cantante metía palabras y conectores a su antojo en la canción, se aceleró a propósito, subió el tono donde no debía, se movió bailando sobre el escenario. Chispeó los dedos dos veces y Lovino comenzó con un solo rápido de trompeta, su hermano tras el instrumento de percusión dio unos golpes rítmicos incitando no a pocos a salir a bailar. El mismo François agarró a la mulata que venía de vuelta. Selene apenas alcanzó a dejar los vasos sobre una mesita que estaba en la tarima y comenzó a seguir a su fortuito compañero de baile.
François reía, y no solo de dientes para afuera. Esto era el jazz. No esa mentira que se cantaba en el restaurante. El verdadero Jazz estaba en inglés, tenía notas negras, locura, vida y fuerza. El inglés últimamente se estaba convirtiendo en el idioma de su libertad, con los tonos de Duke Ellington y Louis Armstrong. Solo esperaba juntar el suficiente dinero en su trabajito de mierda, donde un austriaco marcial encarcelaba la música en líneas de los pentagramas, para poder volar lejos, con Alfred, Selene, Lovino, Feliciano y Gilbert a la tierra prometida: New Orleans.
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Fue en medio de ese baile victorioso que el inglés entró al bar. El peso de su semana de trabajo se vio borrado casi de un plumazo al escuchar el beat de la trompeta y escuchar las risas de la gente. Él no era un ser sociable, pero le gustaba sentarse a observar el fluir de la vida ajena, ser testigo de la historia.
Su profesión de alguna manera había condicionado la forma que él tenía de ver la vida y el mundo. El era un observador y todo alrededor de él eran acontecimientos, hechos, todo parte de un proceso mayor. Él entendía que para comprender un fenómeno no se podía diseccionar en sus partes como hacen los científicos sino que hay que observarlo como un todo, desde todas sus aristas. Entender las relaciones entre cada una de las piezas.
Por ejemplo, mirando al escenario. El rubio que tocaba el contrabajo tenía los ojos perdidos en los movimientos de la negra, incluso parecía que tocaba exclusivamente con el objeto de llamar su atención , el albino lo mismo, pero no con el mismo interés apasionado. El que tocaba la trompeta parecía querer sobresalir a toda costa, como si necesitara probarse a sí mismo, mientras perdía el aire y se ponía colorado. Para el baterista sin embargo parecía estar tocando por diversión, perdido en el ritmo con los ojos cerrados. Ahora faltaba la última pieza, el cantante.
-We'll meet I know we'll meet beyond the sore, we'll kiss just like before... happy we'll be beyond the sea and never again I'll go sailing... No more sailing, bye bye sailing, so long sailing...
Arthur de pronto se vio traído a los eventos de hace dos horas ¿Esta no era la misma canción que había escuchado en la cena? Hasta tenía un tono similar. El tipo que estaba en el escenario entregándolo todo de hecho se parecía al insípido cantante del restaurante. Pero no lo reconoció esa noche. Debieron pasar otras dos semanas en que volvió a repetirse la cena en el mismo restaurante snob en que comenzó a poner atención al hombrecillo gris que cantaba sin muchas ganas. Puso atención precisamente porque en un momento su voz se salió un poco del tono, tomando uno emotivo.
Et je m'en vais / y yo soy
Au vent mauvais /un viento malvado
Qui m'emporte /que me transporta
Deçà, delà / de aquí a allá
Pareil à la feuille morte / hasta la muerte
El pianista pareció de pronto estar oliendo algo terrible en ese despliegue emocional. El cantante rubio se dio cuenta y se calló terminando la canción sin mayor pompa. Hubo un concurso de miradas y luego continuaron con la siguiente. Fue entonces que el inglés supo quien era este tipo, era el que cantaba a veces en el grupo de jazz del bar que había comenzado a frecuentar. Y extrañamente sonaba como si fuera otro, como si lo cambiaran totalmente de personalidad o más aún. Como si acá estuviera fingiendo, porque era imposible que las luces que irradiaba en el otro escenario fueran falsas.
No tuvo interés especial por él ese día. Ni cuando la negra se sentó en su mesa y le pidió fuego para encenderle un cigarrillo al albino. El grupo de músicos estaba apostado en la mesa de al lado, le invitaron a integrarse a su mesa. El historiador quiso dar constantes negativas pero la muchacha había insistido y le había abierto lugar entre ella y el otro cantante. Nunca quiso involucrarse con esa gente. Pero de pronto ya sabía que eran casi todos músicos y algunos incluso de conservatorio de conservatorio. El americano tocaba el contrabajo en una orquesta de cámara. Los mellizos italianos habían huido de su país, del fascismo porque no soportaban las normas y la represión. El de cabello más oscuro, Lovino, parecía especialmente apasionado al respecto, o tal vez quería quedar bien frente a la española – Antonia, estudiante de Artes visuales - que decía haber huido de su país porque no soportaba el régimen de Franco.
El alemán albino – Gilbert- también estudiaba en el conservatorio y estaba constantemente hablando del señorito austriaco y de lo fruncido que era para tocar, ante lo cual el cantante – al cual todos decían Fran - asentía ardorosamente mientras predicaba sobre los dictadores musicales.
Arthur no era sociable, pero era un observador y una mesa con tantas personas de múltiples nacionalidades en medio de los conflictos que se estaban viviendo en Europa, le parecieron muy interesantes. Y por eso se siguió sentando con ellos por las veladas siguientes aunque siempre se retiraba temprano porque debía ir a hacer clases al otro día y luego enterrarse en los papeles de lo que esperaba fuera su primer libro.
Una de las veces que se puso de pié para despedirse, fue cuando supo que lo consideraban como parte del grupo. Alfred chasqueó la lengua y dijo sin más:
-Oye, Artie, mañana vamos en masa al teatro Le Champo a ver "Peter Ibbetson" ¡Ven con nosotros!
-Si, dale, deja tus papeles para otro día - le pidió Selene con sus pestañeos de damisela. El inglés pudo notar como Gilbert se volvía a verla y casi podía escuchar los latidos desbocados del estadounidense. Esperaba que no pensaran que se estaba uniendo a la competencia. Seguro al americano no se le pasaba ni por la cabeza. Se veía que era un ingenuo y un despistado.
-Voy a hacer lo posible – dijo como sin interés, sin confesar jamás que apuró sus tareas como nunca para llegar al teatro lo más temprano que pudo. Llegó aun así cuando la película estaba ya empezada. Al encontrar a sus amigos, analizó tratando de ver las implicaturas tras la forma en que estaban sentados. En la quinta fila contando desde adelante en una orilla estaba Feliciano, a su izquierda Gilbert, a su izquierda Selena y luego Alfred que parecía no poner atención a nada mientras la mulata enredaba sus dedos pequeños entre la gran mano blanca del norteamericano. Dos asientos más allá Lovino y Antonia que se rozaban los codos en silencio, también pretendiendo prestar atención. Y dos asientos más allá casi en la otra orilla, François solo, concentradísimo en la escena de los niños que eran separados, parecía que en cualquier momento iba a soltar un suspiro.
Arthur se sentó al lado de él no queriendo interrumpir a los otros. Le saludó cortésmente, el francés se llevó la mano al rostro como queriendo ocultar lo emocionado que estaba, por lo que el historiador preguntó.
-¿Vinimos a ver un melodrama?
-Si pero no cualquiera, esta fue aclamada por André Bretón, Buñuel, los surrealistas... trata del mundo que se construye en los sueños y de lo que podemos vivir a través de ellos -
-Parece que ya la tuvieras muy analizada – apuntó el inglés mientras miraba al protagonista hablar con quien parecía ser su jefe.
-Es una de mis favoritas – reconoció el cantante antes de volver a poner atención en la pantalla. Y hubo que reconocer que era un melodrama, pero que era muy interesante cuando los protagonistas comenzaron a vivir a través de sus sueños y la forma en que esperaban todo el día por la noche, donde podían ser felices realmente construyendo esa felicidad que el mundo real les había negado. Al terminar la película, François estaba ya perdiendo en esa lucha encarnizada con sus emociones al ver morir a los protagonistas y reencontrarse en el más allá. Tiritaba, se apretaba los dientes y parecía no querer pestañear para no dejar que los ojos le gotearan.
Solo por ser gente, y porque de todos modos no tenía algo mejor que hacer, el historiador llevó su mano al puño apretado del cantante. Este se volvió a él con brusquedad y al hacerlo los lagrimones que había estado reteniendo se le escurrieron mientras sus irises azules brillaban de melancolía. Arthur, en otro dejo de humanidad llevó el otro pulgar a las mejillas húmedas del francés que cerró los ojos y entreabrió los labios, como si nunca nadie le hubiera tocado alguna vez para consolarle. Porque en realidad ¿Quién va a consolar a un hombre treintón, barbado y de su altura? Era ridícula la sola idea.
Hubo un descubrimiento tácito en ese simple gesto. Hombres como ellos rara vez tenían la suerte de encontrar a un semejante en circunstancias tan casuales. En ese momento no importó que Arthur fuese inglés, ni que no fuese muy sociable. No importó que François fuese francés, que fuese algo sentimental y tampoco fuese del tipo del británico. Igualmente luego de despedir al grupo de amigos se encaminaron al departamento del historiador sin decir mayores palabras.
Arthur terminó de echar pestillo a su puerta y observó a su próximo desahogo en la oscuridad. François parecía aun estar bajo el impacto de la película y de esa guardia baja se aprovechó el británico al agarrar su melena ondulada y clara desde la nunca para apresurar el contacto. François tomó aire, comenzó a convertirlo en suspiro y salió finalmente en forma de jadeo mientras sus parpados lo mantenían ajeno a una realidad que no estuviera inscrita en sus poros sensibles. El jadeo se perdió en la garganta del inglés, bajó por su esófago, hacia sus entrañas y luego se asentó en su entrepierna. Una vez que estuvo allí no quedó más que atraer más al francés hacia él. No era un muchacho torneado o salvaje, al contrario, era bastante mayor pero igual tenía su encanto lánguido.
No tuvieron mayor preámbulo para ir al cuarto y deshacerse de la ropa; tampoco fue necesario que Arthur se impusiera a la fuerza porque François no mostró señales de querer dominarle, es más, se ofreció en todo su largo como si estuviese orgulloso de su entrega ¿Qué más puede pedir un hombre deprivado? Arthur tomó todo lo que pudo y parecía que aunque más buscaba, más había y que François como el músico que era estaba en realidad tenía sus movimientos, voces, y tactos calculados para causarle desvaríos; o lo que era mejor aún, no tenía idea pero le salía todo maravillosamente bien igual, como cuando improvisaba arriba del escenario en medio de un frenesí de trompeta, piano, y percusión enloquecida.
Al otro día, Arthur solo escuchó un tarareo alegre por su habitación mientras el francés se vestía. El historiador se hizo el tonto. Era pésimo con esto de 'la mañana siguiente' y más aún sin saber qué esperaba el cantante de él luego de esto ¿Podría volver a ver a su recién estrenado grupo de amigos al otro día como si nada? Igualmente volvió en la noche y para su sorpresa nadie parecía tener idea. No era como si esperara que el francés abriera la boca y cantara todo arriba del escenario como si fueran las buenas nuevas; esperó más entusiasmo tal vez. Pero entonces Arthur no lo conocía lo suficiente y no vio el aire de victoria del cantante que arriba con los Vargas, Gilbert y un bajista aficionado que no era Alfred, cantaba la misma melodía que estaba tarareando en la mañana:
-Don't mean a thing, if it ain't got that swing dooh ah dooh ah dooh ah... - (3)
Antonia sentada en la mesa sola, con la hilera de vasos vacíos del grupo, el cenicero con algunas colillas, movía el pie entusiasmada mientras miraba hacia donde Alfred y Selene hacían un despliegue de acrobacias, vueltas y nudos de pies.
-Fran está muy contento hoy -comentó la española a modo de saludo, al ver al inglés sentado a su lado. Arthur casi se ahoga con el humo de su cigarrillo recién encendido, lo botó todo como una gran nube gris y preguntó, como quien no quiere.
-¿Por qué lo dices?
-Hace tiempo estaba desanimado, unas penas de amor... no sabes como se pone cuando se enamora, es capaz de estar días encerrado escuchando música imposiblemente triste.
Arthur asintió mecánicamente ¿Este grupo de díscolos acaso sabía de qué tipo de gente se enamoraba François? Él discurso de Antonia era ambiguo, podría saberlo o no.
-Pero yo lo he visto bastante bien últimamente, no parecía estar sufriendo – comentó el británico, solo por hurgar un poco más.
-Es que bueno, ya habían pasado como cinco años desde que fue abandonado, en algún momento iba a dejar de lloriquear, pero igualmente a veces se acordaba y comenzaba a hacer un drama... no lo culpo, esto pasa con los artistas, son extremadamente sensibles.
-Pero todos ustedes son artistas
-Si, por eso te lo digo, sé de lo que hablo, aunque hay algunos que tienen muchos problemas para sobrellevar la tristeza.
Tonterías. Pensó el británico. Tomarse todo demasiado en serio es una pérdida de tiempo, de energía. Si él se pusiera a pensar demasiado en lo solo que estaba, en lo miserable que era su vida sentimental y las pellejerías que había pasado en Londres, entonces mejor se iba a lanzar al Sena de una maldita vez. De hecho, toda la idea de venirse a establecer a París era porque, como los franceses eran tan perversos, uno como él pasaría desapercibido. No sería seguro el único académico en París que gustaba de sodomizar muchachitos de vez en cuando.
Miró al escenario. El francés sonreía con dientes, ojos, mejillas estiradas y de su boca salía un tarareo riente. Arthur lo sostuvo una vez más. Ese hombre no era su tipo, físicamente. Muy alto, muy anguloso, muy treintón, la barba... el cabello largo. No le gustaban los de su edad ni los mayores, pero de alguna manera cuando François cantaba su música a su manera parecía no tener edad, se volvía un adolescente. Al parecer cuando estaba conmovido por algo tambièn volvía a ese estado. No recordaba haber visto a alguien tan afectado por una pelìcula en mucho tiempo. Menos a un hombre ¿Qué pasa por la cabeza de un hombre para dejarse poseer por sus emociones de tal manera? ¿Qué le hacía creer que podía darse el lujo de hacerlo?
Pero así estaban todos. Lovino dejaba tu gotear su alma, que se fuera a chorros incluso en cada nota salida de la trompeta, lo mismo Gilbert que no tenía más ojos que para sus teclas en ese momento y Feliciano que seguro se estaba haciendo daño por la manera en que tocaba la batería con tanta fuerza y rapidez.
Alfred más allá, rodeaba con una de sus manos la estrecha cintura de Selene, la acercaba, la dejaba ir y el frufrú de la falda de la mulata parecía unirse a la orquesta. Hasta daba la impresión que el norteamericano seguía en realidad ese ritmo y no los golpes de percusión de Feliciano. La morena veía su moño desvanecerse ante el ritmo vertiginoso pero aunque se le hubieran caído los músculos a legajos no se habría detenido. No podía ser menos. Esto que había entre ella y Alfred era una guerra. No podía dejarse vencer en la pista de baile por un chico blanco, de buena familia y de estudios en conservatorio, porque ella era el jazz de la calle. Intento alejarse y en la mano que dejó estirada él la jaló hacia sí solo para alzarla en volandas y darle una vuelta que sacó más de un aplauso.
-Creo que mi querido Gilbert ha perdido esta batalla – comentó Antonia risueña, como si estuviera hablando de una novela de folletín y no de la vida sentimental de sus amigos.
Entonces Arthur, al unir todas las piezas de este panal de ritmos, descubrió la gran diferencia entre este grupo de individuos y él. Ellos preferían vivir los días , hacer la historia, latir el corazón y sangrar la vida. Arthur, en cambio, observa los días, escribe la historia, mide los latidos y recoge las manchas de sangre para escribir sus registros e interpretaciones.
Dicen por ahí muy sabiamente, Ignorance is a blessing (4). Y seguro así era, por que si ellos supieran lo cerca que estaban los demonios de este de Europa de invadir su paraíso terrenal, entonces no podrían tañir sus melodías con tantas ganas.
O tal vez si. Cantarían ahí en medio de la fatalidad, como los mirlos.
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(1) En este punto de la historia recomiendo poner en youtube Duke Ellington Take the A train (Ella Fitzgerald) es una locura, la mina se la pasa improvisando más de nueve minutos en medio de aplausos y risas.
(2) La canción"Le mer" que canta François y "Somewhere beyond the sea" son la misma, pero la segunda es la traducción de la primera y es mucho más movida. La versión de Michael Bublé es muy buena y me imagino que François tiene esa voz. La versión de Bobby Darin, de todos modos, es la canónica.
(3) Escuchar Louis Armstrong & Duke Ellington "It Don't Mean a Thing (If It Ain't Got That Swing) En esta versión se aprecian los instrumentos que nombré, aunque insisito, para mì François tiene la voz del señor Bublé.
(4) Dicho que usan los hablantes de inglés, significa "La ignorancia es una bendición"
El título se llama así por la canción con el mismo nombre, también cantada por Ella Fitzgerald, canon del jazz y el swing. La expresión 'got the swing' es como 'tener la onda' , entonces la canción sería como "No vale de nada si no tiene la onda" o sea, el ritmo, el swing jazzero negro. Y bueno no solo me refiero a eso.
