Holaa!
Esta es la tercera historia larga que publico (wiii). Esta es mucho más oscuro y está enfocada de otra manera que las demás que he publicado (excepto Poison), mucho más oscura. Espero que os guste! :)
Como siempre los personajes no son míos y digo lo mismo que la mayoría, si lo fueran os puedo asegurar que Sasuke estaría a estas alturas con Sakura ^^, pero como son de Masashi Kishimoto, tendré que dejar de soñar con eso TT_TT
Esta historia va a tener lemmon , para aquellos que sean más susceptibles será avisado el capítulo que contenga esto. De momento, este capítulo no tiene.
A disfrutar!
—Es una chica.
El hombre mayor que se hallaba sentado detrás de la mesa de roble del despacho enarcó una ceja, no muy convencido de lo que acababa de escuchar. Su nombre era Ibiki Morino, y llevaba más de 30 años en aquella consulta de psiquiatría. Desde que había empezado con su trabajo, había tenido pacientes de todo tipo: esquizofrénicos, dementes, psicóticos… Pero aquel muchacho de 17 años era especial, jamás había tenido un caso como el suyo. Cuando llegó de niño al hospital por primera vez, el diagnóstico fue muy claro: era un psicópata. Contarle a los padres la enfermedad mental de su hijo fue algo muy duro, y a ellos les afectó mucho más de lo esperado, fue una verdadera tragedia. Ese día, el doctor Ibiki Morino se planteó utilizar un famoso tratamiento, el cual había empezado a ponerse en práctica en algunos hospitales de las grandes ciudades, pero todavía estaba en proceso de experimentación e investigación, por lo cual tampoco era algo seguro. Sin embargo, los padres del joven, viendo como esa su única alternativa, aceptaron probar el tratamiento en su hijo.
Ahora, casi diez años después de haber empezado con aquello, el doctor todavía no veía ninguna mejora sobresaliente en el muchacho. Había probado con los diferentes fármacos recomendados, y también hacía de psicólogo con él. Durante esos años, había estado modificando la conducta del chico para que se adaptara a la sociedad como un individuo normal. Pero como ya sabía desde el principio, aquello era prácticamente imposible, pues los psicópatas no tenían solución alguna a su enfermedad. Sin embargo, contra todo pronóstico, parecía que estaba empezando a desarrollar un poco de humanidad. Había salido un rayo de luz de esperanza.
—¿Una chica?— repitió el Dr. Ibiki Morino un poco escéptico. Sabía que los psicópatas tenían una vida social un poco promiscua, y también sabía que aquel chico tenía a más de una amante por las noches, pero jamás había hablado de una chica en particular. Que lo hiciese era raro.
—Una chica— confirmó el muchacho con tranquilidad, con demasiada tranquilidad.
—¿Cómo es?— se interesó el doctor sacando el historial y la ficha médica de su paciente.
—Guapa, inteligente, popular— enumeró con indiferencia— el modelo de chica perfecta.
—¿Te molesta su perfección?— le preguntó con una mirada calculadora. Por lo general, los psicópatas tenían un grado de egocentrismo mucho mayor que una persona normal, cualquier obstáculo en su camino corría peligro, más si era un ser humano.
—¿Molestarme?— repitió mirándolo a los ojos—no, creo que no lo hace.
—¿Qué planeas hacer con ella?— inquirió un poco más tranquilo, por lo menos no iba eliminar del mapa a la chica.
—Voy a divertirme con ella— contestó con simpleza.
—¿Divertirte?— volvió a decir extrañado— ¿en qué sentido?
—Diversión significa diversión, ¿no?— contestó esbozando una sonrisa, en la que el doctor vio segundas intenciones, no le gustó nada.
—No me gustaría encerrarte— le advirtió Ibiki Morino con seriedad.
—Sé lo que estás pensado— empezó con indiferencia mirando a otro lado— tranquilo, no le voy a hacer nada malo.
—Me gustaría confiar en ti, ya lo sabes— insistió.
—Me ha llamado la atención,— contestó volviendo a encararlo, esbozó una media sonrisa, totalmente falsa— tiene el pelo rosa.
El doctor lo miró con detenimiento. Era cierto que una persona con el pelo rosa llamaba la atención de cualquiera, pero aquel chico no era cualquier individuo normal de una sociedad. Desde pequeño había estado dándole libros para entender la conducta de la gente y para que se adaptara. Pero había algo en su mirada que parecía advertir que no era uno más.
Finalmente, Ibiki Morino se rindió y abrió uno de los cajones del escritorio. De él sacó una cajita de pastillas. Eran muy fuertes, pero no quería arriesgarse a que su paciente cometiese alguna locura.
—Tómate esto— le dijo el Dr. Morino tendiéndole la cajita, el muchacho enarcó una ceja— es solo por si acaso.
El chico las cogió y las miró con indiferencia. Luego la guardó en unos de los bolsillos de su chaqueta.
—Nos vemos la semana que viene a la misma hora, ¿de acuerdo? le citó, apuntando la fecha en su agenda.
—Supongo que no tengo opción— dijo encogiéndose de hombros.
—No, no la tienes— le aseguró,— las pastillas son dos cada seis horas, ¿entendido?
—Por supuesto,— asintió.
El doctor Ibiki Morino se levantó y el muchacho le imitó.
—Entonces, hasta la semana que viene— se despidió encaminándose con él hasta la puerta— no hagas tonterías.
—Adiós, doctor— contestó, abandonando el lugar.
El doctor Morino se había quedado con una mala sensación en el estómago. La actitud del chico había sido antinatural, y no se fiaba de sus palabras. Cogió su móvil y marcó un número.
—Buenas tardes— saludó amablemente la voz de una mujer al otro lado de la línea.
—Buenas tardes, soy el doctor Ibiki Morino— le saludó con impaciencia— necesito hablarle de su hijo.
—¿Mi hijo? ¿Qué ha pasado? ¿He empeorado?— el timbre de la mujer sonó alarmado y preocupado.
—No exactamente— contestó para tranquilizarla— pero me gustaría que lo tuviese controlado, asegúrese que se tome el medicamento en el horario indicado.
—¿Ha sucedido algo?— inquirió la mujer.
—No del todo, de momento es solo especulación— dijo calmadamente— pero no se despiste, es importante.
—No se preocupe, lo mantendré muy bien vigilado.
—Gracias por su tiempo, buenas tardes— se despidió.
—Buenas tardes— y la línea se cortó.
El doctor Ibiki Morino se quedó mirando el móvil. Por lo menos ahora tenía la seguridad de que alguien más estaba sobre aviso. Volvió sus ojos a la ficha de su paciente e hizo algunas anotaciones. De repente, alguien dio unos golpes suaves a la puerta.
–Entre— dijo en voz alta.
Una mujer vestida con un vestido corto y bata blanca entró a la consulta, trayendo consigo un montón de papeles. A Ibiki Morino le gustaba esa mujer, era inteligente y competente en su trabajo. Además, era bonita.
—Doctor Morino, le traigo los análisis que pidió— le informó, dejando las pruebas en la mesa.
—Gracias Anko— le agradeció tomando los folios que le interesaban.
—¿Es él, cierto?— preguntó la doctora observando la actitud de su compañero.
—Sí, está actuando de forma extraña y eso no me gusta— confirmó él. Sus ojos se posaron en los resultados de los análisis de sangre y se abrieron desorbitadamente.
—¿Pasa algo?— inquirió al ver la cara del hombre.
—Sí— afirmó el doctor Ibiki Morino— algo muy, pero que muy malo.
El muchacho dobló la esquina del hospital y se paró en el cruce. Su mirada se posó en la papelera del semáforo y sonrió. Se acercó a esta y sacó la cajita de pastillas. Lo miró con detenimiento, viendo de qué estaba hecho y qué producía en la persona que lo ingería.
—Qué lastima, doctor— pronunciando una sonrisa malvada.
Dejó caer el medicamento en la papelera y el semáforo se puso en verde.
Era hora de ir a por su presa.
Y este ha sido el primer capítulo, espero que os haya gustado. Los siguientes capítulos los escribiré tan pronto como los tenga (este lo escribí en filosofía xD). Os recomiendo no hacer especulaciones sobre nuestro malvado protagonista de momento, aunque ya sabéis quién es su pobre víctima.
Cualquier cosita que me queréis comentar en "review"
Imaginación al poder! :D
