Para hacer un buen y nutritivo desayuno…

Guang-Hong se había despertado más temprano de lo normal para una persona corriente aquel día domingo. Aún no lograba adecuarse por completo al horario de su actual país, pero el paso de los días daba sus frutos.

Apenas y faltaban quince para que el reloj a un lado de la cabecera de su lecho marcara las 9 AM. Nada comparado a cuando se despertaba a eso de las seis de la mañana, y debía buscar alguna forma de hacer pasar los minutos rápido. Porque ni de coña despertaría a… su acompañante.

Con algo de delicadeza, se sentó en la cama, y ordenó la playera que usaba como pijama, arreglando de paso también su ya de por sí rebelde cabello, que en mañanas como esas tan sólo se hallaba más revuelto.

Liberó un suave suspiro al rendirse de arreglarse más de lo que estaba dispuesto a tratar. Y antes de que se atreviera a poner la planta del pie en el frío piso, abandonando el colchón, su mirada se desvió al joven… No, al hombre que a su lado reposaba, con su respiración acompasada.

Una sonrisa se coló en los rosados y finos labios del chino, mientras su regular sonrojo aparecía por encima de sus adorables pecas. No pudo evitar que su mirada expresara, imprudentemente, la ternura y cariño que había generado en su interior la, a su parecer, celestial escena de su pareja durmiendo.

Se dejó llevar, ya que estaba en eso. Con su diestra sujetó parte de su cabello para que no le obstruyera en su qué hacer, y posteriormente se inclinó, sujetándose con su mano libre de la cabecera del lecho, para no caer encima del contrario.

Un suave beso fue lo que depositó en la frente de su amado, despegándose luego y riendo de manera traviesa, tal cual un niño con una maldad recién hecha.

―Buen día, Leo. ―Susurró para sí, divertido, para luego proceder a salir de las cálidas sábanas que le envolvían.

Además de un perfecto balance entre lo salado y lo dulce…

Antes de salir de la habitación que compartía con Leo, el castaño había apreciado su desaliñada imagen en el espejo de cuerpo completo que reposaba en una de las cuatro paredes, al lado del closet.

Su larga playera y baja estatura eran el perfecto complemento como para que, a su criterio, no necesitase de mucho más para ir a la cocina. Y en efecto, así se había ido.

Calzando las abrigadoras pantuflas de su pareja, se dirigió a paso animado hacia la cocina. Si despertaba a una hora más decente, sería un desperdicio no intentar hacer algo, ¿No? El desayuno había sido la primera idea en su cabeza.

No quería depender sólo de Leo, él también sabía hacer cosas, muchas cosas… No necesitaba ser atendido, ¡Tenía aires independientes, no era un bebé!

Con la determinación en su apogeo, descolgó el delantal reservado para el cocinero, y se lo colocó, abrochándolo en forma de moño en su espalda. Arremangó sus mangas y estuvo listo para cocinar.

Abrió el refrigerador para inspeccionar qué tenía a su merced, y qué tanto podría hacer con eso. Naturalmente, no era poco. Leo se encargaba de mantener todo comprado para que nada le hiciese falta… Optó por irse a por algo que, de alguna forma, creyó le gustaría a su pareja.

De la bandeja en la puerta sacó un par de huevos, un paquete de tocino, y de la lacena una caja de jugo, junto al café en polvo.

Observando todo, pasó saliva, titubeante.

¿Será lo suficientemente americano…?

…Es necesario un ingrediente especial…

Había tenido un par de problemas encontrando los debidos sartenes donde debía freír los huevos, y otro donde hacer lo mismo con el tocino. Entre que se le cayó una olla, abrió el horno y se confundió de mueble se le había, pues sí, ido algo de tiempo.

Cuento distinto fue con la cafetera, que en un par de segundos había arreglado para que, al terminar de cocer todo, mantuviese aquel agradable café caliente con el que sorprendería a su amado.

Dos platillos de la cocina se mantenían encendidos y ya faltaba la nada misma para poder terminar. Había sazonado a gusto, evitó poner demasiado aceite, y hasta había posicionado los platos donde dejaría su porción, y la de Leo.

El entusiasmo en su expresión se podía notar, con una animada sonrisa prácticamente permanente en todo el proceso.

Se sentía feliz, útil, podía por fin demostrarle a Leo, de la forma más hogareña que conocía, que no era un niño del que debía cuidar, y que si había accedido a mudarse con él no era para ser dependiente. Él quería y era necesario distribuir las tareas.

Además de que, debía aceptarlo, le gustaba hacerlo. El sólo pensar en preparar el platillo favorito de Leo, y saber que la enorme sonrisa que pondría sería por su causa… Le hacía fallecer de la alegría. Después de todo, ya lo tenía conquistado, ahora faltaba su estómago.

Su sonrisa pasó a ser boba en ese momento, tonteando.

―Espero le guste… ―Susurró en eso, tomando la espátula para poder trasladar el huevo del sartén, al plato.

Dos pizcas de Amor y…

Un par de brazos rodearon su cintura y de repente sintió un peso extra en su hombro.

No pudo moverse, su más pura expresión de sorpresa delataba el grado en el que no creía que algo como eso pasaría.

―…Si viene de ti, todo me gustaría. ―Susurró Leo, con su ronca voz de León recién despierto, amanecido.

El rostro de Guang se tornó carmín, y el nerviosismo en sus movimientos se acentuó, viéndose descubierto en una situación tan embarazosa como esa, y encima con esa frase dicha.

― ¡Leo…! ―Iba a reclamarle, cuando el abrazo se hizo más intenso y no tuvo de otra más que dejar expresado un mohín, como un gran acto en contra. Aunque realmente, no le molestaba en nada.

Pronto la atención del menor sólo se concentró en la respiración ajena, que daba contra todo su cuello y tan sólo hacía la situación más vergonzosa para él.

Unos segundos después, el moreno se movió, o más bien su cabeza, con tal de buscar los labios ajenos. Y a pesar de que en un principio Guang le rehuyó, nada faltó para un casto, dulce y puro beso compartiesen ambos amantes, en la calidez de aquella cocina.

―Buenos días, Amor.

A la persona amada.

―Si no sales ahora tu desayuno se quemará.