Prólogo
A las afueras de la ciudad, haciendo un recorrido por la carretera que se hallaba junto a una hermosa montaña y sobre un bosque natural, se encontraba un pequeño pueblo comercializador de frutas y vegetales. El lugar no era muy visitado por las ciudades aledañas, solo una pequeña parte de la población era conocedora del lugar; asistentes de cocina o amas de casa residentes en la ciudad, eran quienes mayormente acudían allí en busca de alimentos frescos de temporada que se vendían desde tempranas horas, cuando los comerciantes zonales abrían sus puestos.
La escasa presencia de efectivo policial se debía a lo pacífico de sus habitantes y lo alejado que se encontraba de la ciudad más cercana, que era West City. Pero cierto día, esa paz terminó.
(...)
El moreno alto caminaba de un lado a otro terminando de calmarse, se asomó a la única ventana del cuartucho donde había hecho su vivienda temporal para confirmar que era tiempo de partir. Con el atardecer de fondo, se pasó una mano sobre su frente quitando un molesto mechón, y de paso ajustando la cinta negra que sujetaba su cabello en una pequeña cola. Miró su reflejo con decisión, como si así pudiera enfundarse de una buena dosis de valor; y apoyando su cabeza contra el vidrio, cerró sus ojos con fuerza para maldecirse por haber hecho tratos con gente que no debía. Ese había sido el detonante de sus problemas.
Cogiendo la única maleta que había sobre la cama, partió a recoger a su hijo. Activó la cápsula de su coche, tiró la maleta a la parte trasera y se dispuso a conducir, durante un breve momento en el que miró su reflejo por el retrovisor, la culpa lo invadió. Se maldijo nuevamente sabiendo que lo que tenía pensado hacer, solo agregaría otro problema más a su caótica vida. Pero el tiempo se le había acabado junto con las oportunidades. Era por el bien de su hijo, se recordó.
Deteniéndose en un cruce aun con el auto encendido, hizo sonar el claxon dos veces y esperó hasta ver una menuda figura salir corriendo de un callejón. El niño de 8 años subió al acompañante con una expresión molesta en su rostro y se abrochó el cinturón de seguridad.
—¿No saludarás a tu padre, Yamcha?
—Hola —respondió cortante, mirando a la calle por la ventanilla.
El hombre siguió conduciendo. —Ya veo, sigues enfadado por haberte dejado allí, ¿no? —La semana anterior le había surgido un trabajo que podría dotarle con lo suficiente para comer bien durante una semana, por lo que tuvo que dejar a su hijo bajo el cuidado de un viejo amigo suyo.
—Sabes que detesto ese lugar, padre; tu amigo es un completo idiota que solo trae mujeres. Te dije que no sería un estorbo si te acompañaba, y además estoy hambriento... —acusó, y como si su estómago quisiera darle la razón, rugió.
—No podía irme a trabajar dejándote solo, Yamcha. De todas formas me fue bien en el trabajo, por lo que podremos permitirnos comer algo delicioso estos días —lo miró de reojo sonriendo por primera vez. Nuevamente se concentró en el camino, podrían parar a cenar un momento antes de continuar su trayecto fuera de la ciudad.
—¿Es enserio? —exclamó con alegría el pequeño —¡gracias, padre!
—Te dije que me llamaras Papá... —murmuró, pero su hijo ya no le prestaba atención pensando en los platillos que probaría dentro de poco.
El sonido del bosque natural al otro lado de la vía por donde transitaban los vehículos que deseaban aventurarse por esos lares, quedaba opacado por el motor de un clásico vehículo gris fabricado por una empresa conocida a nivel mundial, que era conducido a velocidad constante y con moderación.
Magno dio otro sorbo a su bebida energética luchando contra un nuevo bostezo, estaba cansado. Después de cenar con su hijo en un restaurante zonal consiguió un lugar donde pasar la noche, pero había tenido que escapar del hotel cuando aun estaba oscuro para evitar que los vieran, así partieron retomando su viaje. No se había detenido desde entonces, por lo que había dormido poco. Todo lo contrario de su hijo que seguía roncando en la parte trasera.
Los tonos del cielo empezaban a aclararse, no debía faltar mucho para llegar, dedujo.
Justo al final del tramo recto, antes de girar en una curva donde subiría la pendiente que lo acercaría a su destino, el moreno visualizó las luces de un vehículo muy atrás.
(...)
Abrió la puerta de la habitación de su pequeña, encontrándola aun dormida sobre su cómoda y rosada cama. Se sentó a su lado, y la cubrió mejor con su frazada de fresitas. Por un momento pensó en partir sola, pero su pequeña había insistido tanto en acompañarla el día anterior que no pudo negarse, después de todo, la ocasión lo ameritaba.
Con suavidad, pasó una mano por los cabellos turquesa de su hija. —Bulmita... despierta, cariño. Es hora de irnos —palmeó sobre su espalda, despertándola.
—¿Mamá? —preguntó soñolienta mientras se sentaba.
—¿Aun quieres acompañarme a mi lugar de provisiones secreto, o quieres seguir descansando cariño? —la niña se desperezó por completo y terminó de limpiar su baba caída.
—¡Es verdad! Tenemos que salir pronto, tengo que cambiarme... —corrió fuera de su cama al baño para lavarse su carita, y regresó a cambiarse.
—Te prepararé algo para que comas mientras te vistes, cariño.
—Si, mami. Y no hagamos mucho ruido o despertaremos a papá, recuerda que es una sorpresa —hablo bajo, sin dejar de cambiarse.
—Si, amor. Le dejé a tu padre una pequeña carta en el tocador avisándole de nuestra salida, y si queremos regresar en unas horas hay que partir pronto. Te espero abajo.
Después del breve desayuno no hubo más contratiempos.
—Oye mamá, ¿qué escribiste en la carta que dejaste a papá? —Bulma preguntó terminando de comer la galleta que tenía entre sus manos. El viaje ya había iniciado, y recién se acordó de lo que le había dicho su madre mientras aún estaban en casa. Probablemente por la emoción del viaje.
—Solo le avisé de nuestra salida para que no se preocupara, cariño; y que estuviera fuera de casa hasta la cena —la mujer rubia vio como el cielo amanecía.
—¡Oh! De seguro irá al complejo para ocuparse de unos trabajos... El señor Vegeta sorprenderá a papá cuando llegue —la pequeña de ocho años sonrió divertida como si pudiera ver la escena desarrollándose en su mente. Madre e hija habían informado a los trabajadores más cercanos y al socio amigo de la familia, el señor Ouji, sobre el cumpleaños del esposo y padre, y el señor Vegeta decidió ser quien se encargaría de homenajear a su amigo mientras estaba en el complejo. Y ellas, queriendo agasajarlo igualmente, partieron temprano a las afueras de la ciudad, pues debían encontrar los mejores alimentos para preparar una magnífica cena que se realizaría en casa.
—Debí dejarle también una carta a Vegeta... —con la mirada perdida, tomó el dije de una curiosa esfera naranja donde se apreciaba dos estrellas rojas en su interior; que colgaba de su blanco cuello sujetado por un collar de plata, pensando en su querido amigo y vecino de hace años. Desde que le obsequió aquel collar para su cumpleaños número 6, Bulma siempre se aseguraba de llevarlo consigo.
—Jojojo, Bulmita, pero si tu novio vendrá a la cena junto con su familia. Además, recuerda que le contaste lo que planeábamos hacer —rió enternecida.
—Ya lo sé, pero es que con Vegeta no puedo tener secretos... —se detuvo cuando cayó en cuenta del termino que había usado su madre —¡Mamá, Vegeta no es mi novio! —chilló escandalizada, ocultó su dije dentro de su polivestido lila que tenía un estampado de su nombre encima y observó por la ventanilla, evitando que su madre notase su sonrojo.
—Claro, cariño. ¿Porqué no descansas hasta que lleguemos? Aún nos falta recorrer un buen tramo, te despertaré cuando estemos cerca —Bulma asintió bostezando y se recostó en su asiento. El viaje continuó con tranquilidad hasta llegar a su destino.
(...)
El auto se estacionó en un lugar alejado de la entrada del mercadillo. Con todas las ventanillas cerradas, los ocupantes salieron fuera de este para proseguir a pie. El hombre mayor ajusto su chalina negra dejando los dos extremos colgando a su espalda. Sacudió su chaqueta jean y con sus manos atrás, acomodó ligeramente el arma que tenía dentro de sus pantalones negros y lo volvió a cubrir con su polo verde. Vio como su hijo estiraba sus brazos, desperezándose.
—¿Y ahora qué? —preguntó el pequeño. Yamcha metió las manos en los bolsillos de su chaqueta azul y caminó colocándose frente al mayor.
—Ahora te encargarás de comprar nuestros alimentos —Magno sacó dos billetes de su chaqueta y se los entregó junto a la llave pequeña del portaequipaje —Yamcha, procura que sea lo necesario para durarnos un par de días. Metes todo en el auto y me esperas aquí cuando termines. Al pequeño no le agradó la idea de esperar.
—Bien, pero me compraré unas galletas... —se alejó después de aquello.
Magno lo vio caminar hasta la entrada del mercadillo y adentrarse después.
(...)
El radiante vehículo amarillo resaltaba en el aparcamiento del pueblo donde el movimiento se veía por todos lados. Dentro del auto, las ocupantes observaban entusiasmadas el lugar y la gente. Tanto lugareños como visitantes regulares caminaban en dirección al mercadillo de frutas, que ya se encontraba abierto.
—Ponte tu gorrita, Bulma —la menor le hizo caso quitándose el cinturón de seguridad, e internándose a la parte trasera, abrió su mochilita roja y sacó el sombrero que ocultaría su brillante cabellera. Cuando salieran del auto no serían la esposa del científico fundador de la conocida internacionalmente Corporación Cápsula, ni la futura sucesora de este. Solo serían cualquier otra madre e hija yendo de compras. Otro de los beneficios de visitar aquel pueblo, era que debido a lo alejado que estaba, no corrían el riesgo de que las reconocieran.
(...)
Horas después
Un anciano se encontraba recorriendo el bosque ubicado en la montaña Paoz, a su lado un pequeño jugueteaba riendo distraído con lo que veía. El hombre mayor decidió descansar un momento, aun tenían que caminar un largo tramo, por lo que debía apresurarse si no quería que le cogiera la lluvia antes de llegar a su hogar. Se sentó en una roca mientras veía al pequeño corretear, siempre pendiente de que no se alejara demasiado. Unos minutos después, el sonido de un trueno se extendió por el lugar. El anciano alzó su vista al cielo y viendo la negrura en las nubes, decidió que era momento de partir.
—Vamos, Gokú. Regresemos a casa.
El niño de cuatro años corrió divertido en dirección opuesta ante el llamado, esperando que su abuelito lo atrape, pero a unos metros termino tropezando con un bulto en el suelo.
—¡Abuelito! —lloró mientras se sentaba sobando su rodillita, dejando escapar un par de lágrimas.
El mayor corrió hacia él y abrió sus ojos con sorpresa al ver a una niña de cabellos turquesa, inconsciente en el suelo. Tomándolo de sus bracitos, puso de pie al niño y le pidió calmarse mientras revisaba a la pequeña.
—¿Cómo las personas pueden ser capaces de abandonar a sus hijos? —preguntó para sí con tristeza, dándole una significativa mirada al niño a su lado, que miraba con curiosidad a la niña tendida en la hierba.
—¿Qué es eso abuelito? —preguntó ingenuamente.
—No es eso, Gokú. Ella es una niña, y parece que está herida… llevémosla a casa.
—¿Ella vivirá con nosotros, abuelito? ¿y si se come toda mi comida? —preguntó preocupado con un puchero en su carita.
—Ella no se comerá tu comida… —revisó con su vista el cuerpo de la menor en busca de cualquier daño considerable, notando que tenía sangre seca en la cabeza y algunos rasguños. Antes de preguntarse cómo había podido obtener tales golpes, el sonido de otro trueno mucho más fuerte que el anterior, se expandió con fuerza. Tomó a su Gokú colocándolo a su espalda, lo rodeó con una colcha atándola a su cintura, y cargando en brazos a la pequeña, partió con dirección a su hogar.
(...)
Hace unos instantes
Dentro un humeante vehículo que amenazaba con encenderse en cualquier momento, el cuerpo de la única ocupante despertaba adolorido. Las bolsas con variedades de frutas estaban aplastadas y desperdigadas tanto en el interior como los alrededores.
—Bulma… —gimió la mujer de cabellos dorados, llamando a su niña —cariño, por favor dime que estás bien —pidió con voz temerosa, mientras tanteaba a ciegas el lugar del acompañante, encontrando sin éxito a su hija.
—¡Bulma, hija!
El sonido del trueno que retumbó en el cielo se intensificó con la explosión. Media hora después, la lluvia se encargaría de apagar el fuego dejando restos chamusqueados de lo que había sido un radiante vehículo; y horas después, una hermosa niña despertaría en compañía de un anciano y su nieto, sin recuerdos de sus ocho años de vida.
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N/A:
Esta idea ha estado detrás de mi estos últimos días, por eso no he podido resistirme a escribirla. Denle la bienvenida a mi personaje OC, el padre de Yamcha "Magno", me gustó como quedó. A medida que avancen los capítulos se sabrá lo que pasó en el lapso de tiempo anterior al accidente, les invito a compartirme sus apreciaciones c:
Gracias por leer.
¡Sayonara!
Dragon Ball © Akira Toriyama
